La Fertilidad de la Tierra, otoño 2017
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Durante los años de la carrera tuve la suerte de tener trabajo con que costearla. Era repartidor a media jornada. Y ya que contaba con una furgoneta, podía usarla para desplazarme a la Universidad, en Bellaterra, a unos pocos kilómetros de Barcelona. Cada mañana salía de casa y, en la estación de Fabra i Puig, recogía a dos compañeras y dos compañeros. Entre los cinco nos repartíamos el coste de la gasolina. Una fórmula que hoy llamaríamos ‘economía colaborativa’, donde todos salíamos ganando. Un “win, win”, por seguir con los neologismos, con el que más de la mitad del alumnado llegábamos a la Universidad. Al final de semana hacíamos cuentas. Seguro que sigue siendo habitual.
Recientemente, después de una charla en los corrales de La Querida, una iniciativa en Salamanca, me organizaron la vuelta en varías etapas. La primera fue con “Bla Bla Car”, lo que me recordó esos años de trashumancia urbanita. Al acabar el trayecto compartido con un fotógrafo y dos estudiantes Erasmus, pregunté para saber cuál era mi parte a pagar.
– No, todos hemos pagado antes con tarjeta, en función de unas tarifas – me explicaron.
Perdonen mi ignorancia pero fue entonces que aprendí el funcionamiento de estas fórmulas colaborativas del siglo XXI: ideas viejas y muy válidas pero con una empresa detrás que, sin hacer mucho, recibe millones de euros monopolizando el sector; sin certezas de cómo resuelven su fiscalidad.
¿Ya no hay espacio para la economía informal? ¿Éramos delincuentes en nuestros ‘viajes a escote’? Pero sobretodo, ¿la autogestión desaparece? Son las mismas preguntas que me hago al analizar la propuesta que con la fuerza del marketing capitalista está entrando en el sector de distribución de alimentos ecológicos, “La Colmena dice sí”. Algo más sofisticada, ciertamente, pero al final es el “airbnb” ecológico que puede acabar con los grupos de consumo autónomos y plagados de singularidades.
Sí, son batallitas de abuelo. Con un componente final que no quiero dejar de predicar; la autogestión requiere de algo que los móviles no pueden ofrecer: relaciones y contacto humano. Cinco cursos y muchos viajes después nacen idilios y sueños. En esa furgoneta azul cielo, se parió, al menos, una organización de cooperación al desarrollo. Las cooperativas de consumo son sobretodo caldos de cultivo. Defendámoslas.