por Gustavo Burgos
El terraplanismo es una teoría que sostiene que nuestro planeta no es un esferoide que se desplaza en el espacio, como sabemos desde Pitágoras, siglo II A.C., sino que sería en realidad un disco suspendido en el vacío en cuyo perímetro se encontraría una muralla de hielo. El sol y la luna se movilizarían bajo una bóveda oscura, decorada por estrellas. Para los creyentes de esta teoría toda la evidencia científica y su validación empírica, serían una conspiración de los poderosos. Sus propios conceptos serían una expresión del libre pensamiento, una liberación de la «religión de la ciencia» por la cordura.
Citamos esta rareza anticientífica, porque creemos que a 80 años del asesinato de León Trotsky, el último de los grandes clásicos del marxismo a manos de la contrarrevolución estalinista, el marxismo revolucionario que se sustenta en la Teoría de la Revolución Permanente ha confirmado demoledoramente su carácter científico. Porque mientras el orden capitalista se hunde a escala mundial, ante nuestros ojos, los demócratas burgueses, los liberales y sus adláteres, los reformistas y sustentadores del frentepopulismo, siguen aferrados al régimen burgués y ello sólo pueden hacerlo desafiando el pensamiento científico y su validación empírica del marxismo. En efecto, desde 1940 hasta el día de hoy, los conceptos y categorías de Trotsky sobre la inviabilidad capitalista y la necesidad de una revolución socialista mundial, no han hecho sino validarse.