CLATE
La Comuna de París fue breve. Duró dos meses. Pero su gobierno autogestionario nacido de la primera revolución proletaria de la historia irradió su estela hasta nuestros días. Fue ejemplo de organización obrera, por esa la venganza burguesa fue implacable.
Por Mariano Vazquez
El movimiento insurreccional que gobernó la ciudad de París del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871 instauró un proyecto político autogestionario que se popularizó como “La Comuna de París”. El Estado monárquico fue derrocado por una sublevación proletaria que declaró a la ciudad de las luces como un territorio independiente y libre.
Hace 147 años los obreros “Tomaron el cielo por asalto” dando inicio a la primera experiencia de forma de gobierno del proletariado a nivel internacional con el objetivo de terminar con la explotación, la opresión, y reorganizar a la sociedad en un sistema socialista.
Durante la gestión comunal se implementaron medidas revolucionarias: los miembros del gobierno tenían el sueldo de un trabajador, prohibida la acumulación y el usufructo de sus cargos. Se disolvió al Ejército regular que fue sustituido por la Guardia Nacional civil; se creó un sistema de guarderías para cuidar a los hijos de las trabajadoras; se terminó la explotación obrera; se prohibió el trabajo nocturno. Las fábricas abandonadas por sus dueños fueron entregadas a los obreros que las reemplazaron por cooperativas.
Otras medidas estructurales del autogobierno obrero: La separación de la Iglesia del Estado. La educación laica, gratuita y obligatoria. La promoción de las artes, las bibliotecas.
La bandera tricolor fue remplazada por la bandera roja como un símbolo de las fuerzas comuneras. Se quemó públicamente a la guillotina, uno de los símbolos de la represión monárquica.
La Comuna de Paris encendió todas las alarmas en Europa. El 29 de marzo, el London Times la describió como un “predominio del proletariado sobre las clases pudientes, del artesano sobre el oficial, del Trabajo sobre el Capital”. Apenas dos semanas después de su instauración los monárquicos expulsados comenzaron a bombardear la ciudad. El domingo 21 de mayo, las fuerzas de Louis Adolphe Thiers entraron en París. Un ejército de 180.000 hombres ocupó el sudeste de la ciudad. La población respondió heroicamente, se levantaron barricadas, se resistió en los barrios. El 28 de mayo, la Comuna cayó.
Comenzó la represión contra cualquiera que hubiese estado conectado con la Comuna. Hombres, mujeres, niños… En “El Muro de los Comuneros”, en el Cementerio de Père-Lachaise, se fusiló a mansalva. Se la llamó la “Semana Sangrienta”. 50.000 parisinos fusilados en siete días. Las persecuciones continuaron años después.
Cerca de 50.000 fueron arrestados. La anarquista Louise Michel ante el jurado demandó ser fusilada: “Parece que cada corazón que late por la libertad sólo tiene derecho al plomo, pido mi parte”. En cambio fue deportada a Nueva Caledonia, colonia francesa ubicada en las costas de Australia junto con otros 4.500 prisioneros.
Entre los pocos comuneros que lograron huir estaba Eugène Pottiers, quien escribió la obra “Cantos Revolucionarios”, texto base de La Internacional, himno oficial de los trabajadores del mundo.
«Cuando la Comuna de París tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando, por primera vez en la historia, simples obreros se atrevieron a violar el privilegio gubernamental de sus `superiores naturales´ y, en circunstancias de una dificultad sin precedentes, realizaron su labor de un modo modesto, concienzudo y eficaz, con sueldos el más alto de los cuales apenas representaba una quinta parte de la suma que según una alta autoridad científica es el sueldo mínimo del secretario de un consejo de instrucción pública de Londres, el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville”, escribió Karl Marx en su obra “La Guerra Civil en Francia” (1871).