Por Ángel Saldomando
G80
Todos los que nos sentimos parte de la situación política latinoamericana, seguimos con preocupación lo que ocurre en Venezuela, nos interrogamos sobre el significado de los acontecimientos y sobre qué posición adoptar.
Un desgaste inocultable
La elección que le dio el triunfo a Maduro por un punto y medio porcentual, es decir 223,599 votos, se da en un contexto en que la mayoría política representada por el Chavismo perdió más de un millón y medio de votos desde la elección que Chávez no pudo asumir en 2012 y más de tres millones desde el rotundo triunfo de 2006.
Los resultados a su vez de las elecciones parlamentarias, le dieron el triunfo a la oposición, confirmando el cambio de estado de la opinión. La propuesta de nueva constituyente, para eludir a una asamblea nacional con mayoría opositora y atrincherada en la obstrucción no resolvió el problema. Ni las condiciones de su preparación ni los números le dieron al PSUV una nueva fuerza legitimadora.
Las condiciones de la polarización y la correlación de fuerzas internas, gobierno en manos del PSUV y la asamblea nacional, en manos dela oposición del MUD, ponen todo el proceso político al filo de la navaja. Ambos en posiciones unilaterales hacen inviable la institucionalidad y abre el espacio para exclusivas acciones de facto.
Retomar el control de la institucionalidad, reprimir los intentos destituyentes, conservar el gobierno, se vuelven la prioridad para el PSUV. Ello incluyó generar instituciones propias bajo control como la reciente constituyente. La oposición inscrita en una estrategia golpista y destituyente, optó por la desestabilización, el enfrentamiento creciente, el atrincheramiento en la asamblea nacional y apuesta a cualquier solución, incluida la intervención externa, con tal de hacer caer el gobierno de Maduro. Para ellos esto es el inicio de la “democratización” de Venezuela.
Las encendidas retóricas de ambos lados no logran expresar sin embargo posiciones en torno a los problemas de fondo. Ni el modelo de renta petrolera con redistribución del chavismo, ya agotado, daba para el socialismo del siglo XXI, ni la oposición con su lucha “contra la dictadura” tiene respuesta frente a la crisis del viejo modelo bipartidista corrupto que hizo crisis y que abrió el espacio para el surgimiento de Chavez.
Es evidente que la apertura política y la movilización social que inició el chavismo se estancó, que la crisis se la está tragando y que la oposición, aunque lograra sus objetivos, llegar al gobierno, no propone nada que no sea desaparecer al chavismo. Una negación total de la nueva realidad venezolana.
El uso de la situación venezolana
A la región no le conviene una situación de represión y regresión comandada por la derecha ni la continuidad política de un gobierno, por muy de izquierda que se proclame, que no logre renovar legalidad y legitimidad. Ambas derivas arrinconan la posibilidad de que nuestros países puedan usar la política para dirimir en el tiempo proyectos y propuestas. Conservar esta posibilidad supone aceptar que hayan cambios políticos y de opinión, por lo tanto de mayorías. Implica sostener instituciones, que mal o bien, es mejor que nada, aseguren la coexistencia política de derechos y libertades. Exige mantener el pluralismo de la sociedad y ayudar a la expresión y expansión de las organizaciones sociales, en vez de exigir exclusivos alineamientos.
En la dinámica de la polarización y la crisis parece no haber solución posible, abrir espacios políticos es fundamental. Sin embargo ni los actores nacionales lo han posibilitado ni los aportes del exterior han sido de gran ayuda. Las instancias de mediación que intentó facilitar el socialista español Zapatero y el Vaticano se estancaron sin resultados. La instrumentalización internacional de la crisis venezolana además, genera nuevas retóricas que atizan el fuego.
En una región donde el último conflicto armado está siendo desactivado en Colombia, donde la militarización de la seguridad interna y de la lucha contra el narco tráfico ha sido relativamente contenida, salvo en México, donde los conflictos sociales siempre vigentes y en ocasiones violentos, son criminalizados por los gobiernos, necesitan espacio político, donde las propuesta económicas y sociales están en debate, no necesitamos de una crisis que envenene la región. Algo que el PT brasileño justamente trató de evitar durante los gobiernos de Lula, sin tener siempre la estrategia acertada.
La derecha venezolana y latinoamericana se apuntó a una estrategia de descomposición y regresión que el chavismo no logró encarar de manera política superadora. Fue aspirada por ella, se enredó y se enfrascó en un manejo ideológico rígido. La crisis social y económica ha sido un poderoso caldo de cultivo, pero hay que decir el chavismo ha sido impermeable a toda crítica de su manejo económico y de su utilización forzada de las instituciones. Apremiado por el tiempo y las dificultades, se sumó el crecimiento de la oposición y se fue quedando sin argumentos y recursos, las fuerzas armadas comienzan a ser percibidas como el principal respaldo, algo de lo que nunca un proceso social puede depender constructivamente.
Lo que no parece entenderse es que un proceso social no puede depender exclusivamente de la continuidad de un gobierno, esto es importante que duda cabe, pero si no hay anclaje social suficiente, derechos e instituciones que defender no servirá ni durará mucho.
El chavismo y la izquierda latinoamericana que le es incondicional han confortado la posición continuista a ultranza, pero no reparan en las condiciones ni en los medios.
Uno de los argumentos en palabras de Emir Sader (ver La hora y la vez de Venezuela); para criticar a los que no tienen esa posición es decir que: “No toman en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista. Parece que no se dan cuenta que no se trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico”. Otros, en el mismo sentido, afirman que Venezuela es la muralla contra el neoliberalismo y la estrategia del imperialismo, si cae, caeremos todos.
La cuestión es que estas afirmaciones son más que discutibles. Con esos argumentos se queda entrampado. Hay un abuso de los típicos chantajes ideológicos, más aun cuando se ha sido poco riguroso en analizar el desarrollo del proceso. Esa confusión entre «régimen, y proyecto histórico» es fatal, un amalgama hecha mil veces, que ayuda poco. Es necesario tener una posición específica para reducir la crisis, pero hay que dejar abierta la solución política. Algunos puntos son indispensables:
1 Contra la intervención extranjera.
2 Por la soberanía de los procesos políticos.
3 Que el gobierno de Maduro termine su periodo y hayan elecciones creíbles, con respeto por las instituciones existentes y no inventadas de última hora.
4 Que se mantengan libertades y derechos humanos.
5 Por negociaciones internas que eviten la guerra civil y más enfrentamientos.
6 Por una solución política.
Es una posición frente a una crisis política mayor. ¿El régimen? ¿El gobierno? ¿El proyecto histórico? que lo expliquen y que ganen las elecciones, y si las pierden, eh si, también se pueden perder, que lo expliquen también, en vez de pretender una continuidad por arriba, independientemente del apoyo que tengan, como poseedores de la verdad absoluta.
La derecha tomó una opción destituyente, golpista, hay que contenerla, pero hay que decir que le han facilitado las cosas, ahora hay que abrir el juego. No hay que olvidar que la derecha como en ningún otro país estaba completamente desarticulada, que el chavismo ganaba elección tras elección y ¿Qué pasó? Pues de ello no se habla.
Las derrotas políticas de Dilma del PT en Brasil y de Cristina del FpV en Argentina, la necesaria salida de Correa en Ecuador, (todas circunstancias distintas) ponen a prueba e interrogan que ha quedado en las respectivas sociedades, en que se ha avanzado y en que seguir progresando. Sobre tierra arrasada no queda nada, eso en Venezuela hay que evitarlo.
Ángel Saldomando