Por Ángel Saldomando
G80
La crisis actual de la Democracia Cristiana: ¿Es un nuevo capítulo de la vieja contradicción entre el alma progresista y el alma conservadora, como dicen los análisis tradicionales? ¿Aquellas que llevaron a dos rupturas que dieron lugar a la creación de la Izquierda Cristiana y al movimiento de acción popular unitaria, Mapu, ambos integrados luego en la Unidad Popular, separados del sector qué terminó aliado de la derecha y apoyando el golpe cívico militar? La crisis actual articula factores estructurales y de ciclo político.
La DC un partido surgido de la geopolítica
La DC como corriente internacional nació en el vacío dejado por las derechas nacionalistas europeas, conservadoras y/o pro-fascistas, y el agotamiento del radicalismo como partido de centro. El crecimiento de los partidos comunistas y de la socialdemocracia en la posguerra potenció a la democracia cristiana como corriente capaz de aliar ideología con religión, conservadurismo blando y base social popular. De hecho, fue ampliamente monitoreado por el vaticano y los Estados Unidos como oposición a las propuestas de cambio social. Brazo político de la iglesia y funcional a la influencia norteamericana en el occidente de posguerra no fue casual su apoyo en el siglo pasado. Tampoco es coincidencia su nacimiento en Chile, único país de América latina en eso años con una izquierda política y social muy estructurada. Las movilizaciones sociales de los años 6o presionaron a esta corriente política, solo en Italia y en Chile lograron consolidarse, habrá que esperar el agotamiento socialdemócrata europeo para que se hicieran un lugar en Alemania, sin por ello prosperar en todos las latitudes. En Chile las demandas sociales, en un contexto latinoamericano de movilización potenciadas por la revolución cubana, favorecieron una ideologización de la DC en el sentido de propuesta social. Sin duda que esto le dio identidad y base social por abajo, pero por arriba nunca abandonó su inserción en el dispositivo conservador, la iglesia entre ellos. Las corrientes conservadoras cristianas latinoamericanas por su parte, jamás se animaron a coquetear con un discurso social. Eso también le otorgó a la DC chilena una proyección propia.
Surgida entonces en los vericuetos de la geopolítica, aunque con barniz nacional, la DC se especializó, temprana y hábilmente en la ambigüedad, la maniobra y el doble discurso, una verdadera política fiorentina de conveniencia y puñal, según las necesidades, aunque conservara las formas propias de su fachada cristiana. Una suerte de hipocresía política válida para todo uso. No se pone aquí en cuestión las convicciones personales de sus integrantes, es cuestión de ellos el cómo explicar su trayectoria histórica.
La crisis actual
Como es sabido la DC oficial apoyó el golpe, luego ante la imposibilidad de hacer parte de una transición temprana, pasó a la oposición y al final terminó siendo el puente de la transición entre la derecha y la administración del modelo dictatorial. En la coalición, concertación y nueva mayoría, jugó hábilmente su papel indispensable de “label” aceptable para los poderes facticos a cambio de la progresiva sumisión de cualquier veleidad de cambio. El partido del orden nació allí y luego se amplió, hasta cooptar a todo el personal político de la coalición. En esto la responsabilidad de la DC es total. Un rédito adicional lo obtuvo de su chantaje permanente para valorizar su “aporte” a la respetabilidad de la coalición, algo que le hacía reivindicar centralidad y protagonismo imprescindible.
Las razones de la crisis actual detonada por elementos coyunturales: elecciones, conflictos internos, esto siempre es así, son más estructurales de lo que parece. Al menos tres factores están involucrados.
El primero es el agotamiento de la matriz que le dio origen. Su funcionalidad intermedia, centrista, entre derecha e izquierda, se quedó sin justificación con el fin de la guerra fría, y una izquierda pasada al social liberalismo. Sus arrebatos democráticos, frente a Corea del norte, Cuba o Venezuela, no alcanzan para restablecer una postura ideológica importante. Por otro lado, una iglesia sin credibilidad, dejó de alimentarla en términos de identidad.
La segunda razón es el agotamiento de su posición central en la coalición, en términos de ser el aditivo indispensable para generar respetabilidad, negociación con el poder fáctico y administrar el chantaje del miedo al cambio como “partido del orden”. Las movilizaciones sociales, aunque limitadas, la agenda de descontento y reivindicaciones acumuladas, el alejamiento en la memoria del miedo y la corrupción definitiva de la herencia dictatorial, la dejaron sin discurso y sin justificación de su centralidad política.
La tercera, es más cercana, el partido ha quedado reducido a una expuesta maquinaria de obtención de cargos, negocios y cuotas de poder; justo cuando toda la generación política de la transición aparece desgastada, sin recambio generacional y de ideas. La DC aparece confrontada a una tensión extrema: la administración del modelo no da para mucho más pero es reacia a asumir los cambios que podrían plantearse. El partido del orden y su clique aparecen particularmente obsoletos en casi todos los temas, a la defensiva con argumentos añejos.
En definitiva, los argumentos para recuperar terreno: “nos sentimos ninguneados” se debe a la pérdida de centralidad política. Su discurso de gobernabilidad y orden se agota frente a la agenda de cambios, su pretensión de prima dona de la política no tiene justificación con la necesidad de búsqueda de nuevas formas de expresión política que se instala. Guillier, la arrinconó sin quererlo justamente por eso, aunque dista mucho de encarnar una posición consistente de algún tipo. La crisis de la DC expresa, con su especificidad, al fin de cuentas lo que se agotó. La DC puede sobrevivir, qué duda cabe, Pero una etapa histórica larga se cierra y le abre la tierra bajo los pies.
Ángel Saldomando