por Franco Machiavelo
En el capitalismo neoliberal, la burguesía no necesita siempre recurrir a la represión abierta para doblegar a las masas. Basta con disfrazar el yugo con los colores de la esperanza, fabricar líderes dóciles, vaciar de contenido las palabras “cambio” y “justicia”, y vender espejismos que conducen a la clase trabajadora a votar por su propio verdugo.
La historia enseña que las clases dominantes han perfeccionado el arte de guiar al pueblo hacia rutas sin salida. Promesas de reformas tibias, discursos emotivos, sonrisas ensayadas y un marketing político que oculta que nada esencial cambiará. Todo está diseñado para que las masas no cuestionen la raíz del problema: la propiedad privada de los medios de producción y el poder absoluto del capital.
En esta elección presidencial no hay alternativas que rompan con el orden neoliberal. La supuesta diversidad de candidaturas es un teatro bien financiado por la misma oligarquía que saquea el cobre, privatiza el agua y especula con el hambre. Los programas políticos que se exhiben no son herramientas de liberación, sino contratos de sumisión maquillados de progreso.
Quien crea que el capitalismo neoliberal puede ser “humanizado” o “domesticado” vive en una ilusión. El pueblo no avanza cuando delega su destino en administradores de la miseria; retrocede, porque cada voto por un proyecto que no rompa con el sistema es un ladrillo más en el muro que lo encierra.
Las masas populares, si no despiertan y se organizan de manera independiente, serán conducidas como ganado hacia la fosa que el propio sistema ha cavado. El único camino real es la ruptura con el capitalismo, la construcción del poder popular y la lucha frontal contra la oligarquía y el imperialismo. Todo lo demás es engaño. Todo lo demás es sepultura.
