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CHILE – UN PAIS DESCONOCIDO

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Felipe Portales

Ciertamente que el triunfo comunista en las elecciones primarias presidenciales de los partidos
gobiernistas no sólo ha sido sorprendente en nuestro país, sino mucho más todavía en el exterior,
ya que los partidos comunistas han ido desapareciendo en todo el mundo como fuerzas políticas de
relevancia. De por sí este extraño evento nos podría incentivar a que adquiramos un mayor
conocimiento de nosotros mismos y de nuestra historia, y de promover que en el mundo en general
también se nos conozca mejor. Seguramente por ser virtualmente una isla en el último rincón del
mundo, combinada con la particular habilidad que han tenido nuestras elites de edulcorar muy bien
nuestras realidades -tanto para nosotros mismos como para el exterior-, hemos llegado a ser un
país especialmente desconocido.
Así, nos presentamos como un país históricamente democrático, en contraste con la generalidad de
los países latinoamericanos. Pero ello lo podemos hacer porque nuestras formalidades han
ocultado muy bien nuestro fondo. De partida, desde la Independencia hasta la guerra civil de 1891,
Chile se constituyó como una virtual monarquía absoluta rotativa, con ropaje republicano, en que el
sistema electoral estaba completamente controlado por el Presidente quien de hecho designaba al
Congreso, al Poder Judicial y a su sucesor.
Luego tuvimos una república parlamentarista exclusivamente oligárquica sumamente represiva del
emergente proletariado minero y urbano; la que en 1925 se amplió a los sectores medios en base a
un presidencialismo autoritario que –junto con impulsar una política de industrialización, vía
sustitución de importaciones- mantuvo una sistemática represión de los sectores populares la que
culminó, entre 1948 y 1958, con la ilegalización del Partido Comunista (PC) y severas restricciones al
movimiento sindical, además de la mantención del campesinado como virtuales siervos de los
patrones latifundistas. Y con un sistema electoral –desde 1891- que distorsionaba profundamente
la voluntad popular a través del cohecho urbano y del “acarreo” de los inquilinos en el campo; lo
que se hacía posible con cédulas electorales fabricadas por cada partido y una cultura popular
todavía muy sometida. La derogación en 1958 de aquellas leyes restrictivas y el establecimiento de
una cédula única nos permitieron, por primera vez, tener un efectivo sistema democrático.
Pero, desgraciadamente, pese a que dicho sistema logró en poco tiempo profundos cambios
económicos y sociales (como el fin del latifundio y la nacionalización del cobre); la fratricida división
del centro y la izquierda política (que en 1965 habían logrado ¡138 diputados, contra 9 de la
derecha!) hizo posible -como es universalmente sabido- que a través del golpe militar de 1973 la
derecha refundara nuestro país sobre la base de un neoliberalismo extremo que le entregó
virtualmente un poder irrestricto en la sociedad a algunas decenas de grandes grupos económicos.
El hecho –casi totalmente desconocido hasta ahora- es que luego de haber derrotado a Pinochet en
el plebiscito de 1988, y triunfado en las elecciones presidenciales de 1989, el liderazgo de la centro-
izquierda (la “Concertación”) procedió a encabezar la “democracia” proyectada en la Constitución
impuesta por la dictadura en 1980 (concordando algunos cambios de ella con la derecha); y a
legitimar, consolidar y profundizar el modelo neoliberal impuesto por aquella. Para ello le regaló
primero solapadamente a la derecha –en plena dictadura, y a través de una reforma constitucional
concordada con aquella en 1989 y que cambió los quórums necesarios para aprobar las leyes- la
futura mayoría parlamentaria, para poder disculparse ante sus bases de no poder hacer las
reformas prometidas, ¡y en las que inconfesablemente ya no creía!… Y, luego, a través del también
solapado exterminio de la prensa de centro-izquierda -efectuado fundamentalmente por medio de
una silenciosa discriminación del avisaje estatal-, para que nadie pudiera desengañar a la población
informándole que dicho liderazgo ya no era de centro-izquierda…

Lo anterior explica perfectamente por qué luego de haberse elegido, desde 1990, seis gobiernos
pretendidamente de centro-izquierda, se mantuvo y consolidó el modelo neoliberal impuesto por la
dictadura con su conjunto de instituciones económicas, sociales y culturales. Y por qué los partidos
políticos que han sustentado dichos gobiernos pudieron seguir engañando exitosamente a la
sociedad chilena -¡y al mundo en general!- respecto a la continuidad de su “centro-izquierdismo”.
La comprobación más rotunda de todo lo anterior lo han proporcionado varios testimonios de
políticos, economistas, empresarios e intelectuales de derecha –chilenos y extranjeros- en diversos
medios de comunicación. Y particularmente respecto del gobierno del “socialista” Ricardo Lagos
(2000-2006) al que primero le tuvieron cierto miedo y de cuya extrema derechización se sintieron
completamente entusiasmados. Así, por ejemplo, tenemos las expresiones del entonces presidente
de la principal organización de los grandes empresarios del país (Confederación de la Producción y
del Comercio), Hernán Somerville, quien señaló a fines de su Gobierno que a Lagos “mis
empresarios todos lo aman, tanto en APEC (Foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico),
como acá (en Chile), porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual
superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe
como modelo” (“La Segunda”; 14-10-2005).
O los dichos del economista y dirigente empresarial, César Barros: “Un grupo de amigos
empresarios que denominaban a Don Ricardo ‘El Príncipe’ (tanto por aquello de Maquiavelo como
por ser el primer ciudadano de la República) han optado en llamarlo, de ahora en adelante, ‘Zar de
todos los Chiles’” ya que “los convenció de que estaba siendo el mejor Presidente de derecha de
todos los tiempos” (“La Tercera”; 11-3-2006). O los del político de la UDI, Herman Chadwick: “El
Presidente Lagos nos devolvió el orgullo de ser chilenos” (“El Mercurio”; 21-3-2006).
Y, en términos más generales, los del empresario Fernando Boher: Los gobiernos socialistas (…) sólo
han tenido el nombre de socialista, pero la forma de gobierno ha sido absolutamente de economía
de mercado, abierta, de globalización completa, con tratados de libre comercio con Europa, Estados
Unidos, Corea, etc. En eso lo han hecho espectacular y yo no puedo estar en contra” (“La Segunda”;
1-2-2006). Y los del cientista político de derecha (RN), Oscar Godoy, quien al ser consultado si
observaba un desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse
del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría,
porque es la satisfacción que le produce a un creyente la conversión del otro. Por eso tengo tantos
amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales,
comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me
satisface mucho” (“La Nación”; 16-4-2006).
Y, en el ámbito internacional, tenemos al adlátere de Milton Friedman en la Escuela de Economía
de la Universidad de Chicago, Arnold Harberger, quien señaló en 2007 “que estuve en Colombia el
verano pasado participando en una conferencia, y quien habló inmediatamente antes de mí fue el
ex presidente Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor de
economía del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con
nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan
abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo” (“El País”,
España; 14-3-2007). Y el propio Harberger, en visita a Chile en 2010, elogió totalmente a los
sucesivos gobiernos de la Concertación: “Yo creo que ha habido una gran evolución de política
económica en Chile durante el período del gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de
Patricio Aylwin con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo (…) y eso ha seguido
hasta hoy día” (“El Mercurio”; 19-12-2010).
Y el año pasado tuvimos nada menos que al ultraderechista presidente argentino Javier Milei, quien
al visitar nuestro país declaró: “Para nosotros Chile ha sido un claro ejemplo de lo que hay que

hacer para sostener el desarrollo económico en el tiempo. Tanto por su sana relación entre lo
público y lo privado, como por su política económica innegociable que ha perdurado pese a los
cambios de signo político en el país”. Y agregó que “estos valores le permiten a Chile abandonar el
atraso y caminar hacia un modelo de prosperidad. Nosotros también hemos finalmente cambiado y
también creemos en esos valores” (“El Mercurio”; 9-8-2024)…
Los años no pasan en vano, y los graves y persistentes efectos que ha tenido el modelo neoliberal
extremo, particularmente en la situación de salud y seguridad social de la mayoría de la población,
explican el grado de desilusión creciente que ha afectado a los partidos históricos de la
autodenominada centro-izquierda. Así, el Partido Radical (PR) y el Partido Demócrata Cristiano
(PDC), que otrora fueron sucesivamente los principales partidos de nuestro país, hoy son
totalmente irrelevantes. A su vez, los partidos del hoy llamado socialismo democrático -el Partido
Socialista (PS) y el Partido por la Democracia (PPD)- con los resultados recientes de las primarias
han quedado por tercera vez (luego de 2013) sin candidato presidencial y han sido derrotados por
un amplio margen por la candidata comunista: 60% a 28%. Y el candidato del partido del presidente
Boric (Frente Amplio) obtuvo un desastroso resultado: 123.913, ¡menos del 10% de los votos! Es
decir, ¡un 88% menos de lo que el mismo Boric había obtenido en primarias hace cuatro años
(1.058.027)!
Sin embargo, pese a lo sorprendente de los resultados, no se avizora en el futuro previsible una
sustitución del modelo económico-social vigente. De partida, todas las encuestas señalan que la
suma de los diversos candidatos de derecha sigue siendo bastante superior a la de la candidata
comunista, Jeannette Jara. Además, que más que un gran triunfo del PC, fue un gran fracaso de los
partidos históricos de la “centro-izquierda”; ya que su candidata obtuvo sólo un 16% más de votos
(826.417) que en la primaria de hace cuatro años en que compitiendo solo con el candidato del
Frente Amplio (Boric), el PC obtuvo 692.862 votos. Y esos 826 mil votos representan el mismo 5%
del electorado que el PC ha obtenido desde hace tiempo -más o menos- en las elecciones
nacionales. Y porcentaje que en las elecciones municipales del año pasado le significaron la elección
de solo 3 alcaldes de 345, es decir, ¡menos del 1%!…
Además, que el PC ha formado parte de los últimos dos gobiernos de la “centro-izquierda”
habiéndose sumado, en la práctica, a sus políticas continuistas. Incluso su candidata (Jeannette
Jara) fue ministra del Trabajo de Boric, y en tal calidad fue la protagonista de una pequeña reforma
–discutida por muchos años- del sistema de “seguridad social” de capitalización individual impuesto
por Pinochet (AFP) que, junto con quitarle algunos de sus aspectos más gravosos, se ha percibido
como una consolidación del sistema en el futuro previsible. Y las propuestas presentadas por Jara
en su campaña no plantearon en absoluto la idea de sustituir el modelo neoliberal vigente.
Sólo la implementación de políticas de ampliación de la “demanda interna” de bienes y servicios.
Además, que aunque ganase y quisiese hacer cambios fundamentales, dependería para ello del
conjunto de su coalición, es decir, de sus aliados “centro-izquierdistas”…
Pero, de todas formas, la expresión de claro rechazo -¡luego de tantos años!- del grueso de nuestra
población de la gestión neoliberal de los partidos históricos de la Concertación (PDC, PR, PS y PPD);
y del candidato más continuista del actual gobierno (el del Frente Amplio); indican que las bases
mayoritarias de centro-izquierda están cada vez más desengañadas con todos ellos, y que
finalmente empezarán a buscar otras representaciones políticas que quieran deshacerse de un
modelo económico que genera una gran desigualdad en la distribución del ingreso y graves
carencias para los sectores populares, especialmente respecto de la salud y la previsión social.

 

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