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Chile y su democracia liberal: La velada dictadura del capital

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Teófilo Briceño, Centro de Estudios Francisco Bilbao

“La democracia liberal es una forma de gobierno que consiste en una democracia representativa. Se caracteriza por elecciones entre distintos partidos políticos, la separación de poderes, el Estado de derecho y la protección equitativa de los derechos humanos.” (1)

Pero Democracia supone igualdad ante la ley y que el soberano, que sería el pueblo, defina la forma de la sociedad en que quiere vivir, en base al respeto a los derechos humanos. Sin embargo, y a la luz de la realidad, es posible constatar que la idea de Democracia que nos venden es una ilusión, un espejismo, a lo menos en Chile. Veamos algunas demostraciones concretas:

.- La representación está cuestionada al máximo y con absoluta lógica, pues los “representantes”, en la práctica, no responden a los intereses de los “representados”.

Salvo escasas excepciones, los representantes se representan a ellos mismos y muchos llegan a sus cargos a través de las urnas para ocupar escaños en el Congreso con falsas promesas, apoyados por el marketing o por un poder financiero gigantesco que les brinda la publicidad necesaria para ganar la confianza del electorado, confianza que luego es rota generando a su vez un descreimiento en la ciudadanía que se asocia, erróneamente por supuesto, como inherente a la política.

Y llegando a puestos de poder, en especial en el parlamento, los representantes forman de manera casi automática una especie de casta, que malamente muchos denominan clase política, casta que sistemáticamente se abroquela y torna refractaria a formas de democracia directa, porque debilita y atentan contra su papel teóricamente representativo de la ciudadanía.

.- Igualdad ante la ley. Es evidente que no somos iguales ante la ley. El poder económico del “delincuente” siempre favorece al que tiene más y determinará su suerte en el camino delictivo. La impunidad es el cielo de los delincuentes de corbata y guante blanco.

En el encuentro con el fallecido papa Francisco, en el Centro Penitenciario Femenino (CPF) de San Joaquín, cuando el pontífice visitó Chile, la capellana Nelly León le dio la bienvenida lamentando que “en Chile se encarcela la pobreza”. Esto refleja una visión no sólo de la reclusión, sino sobre la forma en que el país acoge esta realidad. (2).

.- Separación de poderes, los diferentes cuestionamientos al poder judicial demuestran que los jueces son simples operadores políticos manejados por grupos de interés, económicos, religiosos o de otra índole, y que las leyes no son más un constructo defensivo al servicio de los poderosos, una red de protección para el que tiene más.

El caso Hermosilla es un claro ejemplo de lo anterior, pero más allá de las formas en el manejo de puestos, de las resoluciones, de la información o de las distintas dimensiones que fueron develadas, lo más relevante y preocupante de todo es la impunidad con la cual actúan. Lo demuestra que un personaje como Chadwik siga libre gracias a influencias y dominios en el ejecutivo, el legislativo y el judicial.

Algo parecido se demuestra con el poder de Julio Ponce Lerou, yerno de Pinochet, enquistado en la lucrativa Soquimich (SQM). El imperio que hoy preside la nieta del dictador y que resulta fortalecido por el Gobierno de Boric con los acuerdos sobre el litio.

Delincuentes que deberían estar presos, siguen impunes y protegidos por las autoridades de turno a nivel judicial, legislativo y ejecutivo. Los ejemplos abundan.

Estamos frente a una “falsa democracia”, la del sagrado Estado de Derecho, que el actual presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona, dice que hay que respetar y que no es más que un dispositivo de dominación que asegura los intereses de los patrones y las transnacionales.

En realidad, existe una sofisticada elite de poder, con una refinada arquitectura para dirigir el país, donde la casta política es sólo una dimensión, las más móvil e incluso desechable, netamente funcional. La arquitectura de poder (económica, militar, cultural, política, burocrática, mediática) tiene como centro hegemónico los grupos económicos, que son los que verdaderamente dirigen el país. En otras palabras, la falsa democracia encubre una dictadura del capital.

Y en esta lógica, el llamado “progresismo”, que se presenta como defensor del ideal democrático, que se define como centro izquierda, llama a respetar las “reglas del juego”, el nunca bien ponderado “Estado de Derecho”, y apuesta por el falso camino de “profundizar la democracia”, es decir, de persistir en el modelo que tanto ahoga a la población.

Hay muchos argumentos para definir lo que vivimos como una “Democracia Muerta” (3). Ya no estamos solo frente a una “democracia protegida”, que únicamente hay que “democratizar” en el camino socialdemócrata.

La candidata oficialista Jara ha manifestado que quiere el fin de las AFPs y para ello advierte que la gente no tiene que votar por parlamentarios que defiendan a esas entidades, reduciendo con su propuesta la posibilidad de cambios a la correlación de “fuerzas” en el parlamento, y planteando en la práctica que el tema del poder está enclavado en las mayorías o minorías parlamentarias.

Pero el tema del poder real, la dictadura del capital, que es la actual democracia muerta, tiene como una de sus dimensiones, no la más importante eso sí, la del parlamento, lo que implica que el cambio real, estructural, para poner fin a las AFPs, nacionalizar los bienes naturales, cambiar el código laboral patronal o implementar reformas de democracia participativa o directa, requiere sobrepasar la democracia muerta, avasallarla, y eso necesariamente, se realiza con presión social, con pueblo organizado y con no menores grados de desobediencia civil.

Es cierto que el voto puede ser parte importante de la correlación de fuerzas para el cambio, sin embargo, el sufragio se torna inútil, verdaderamente inocuo o inofensivo más bien, si no es acompañado por la protesta social que impida la gobernanza de la democracia muerta y el “libre albedrío” de los representantes, devenidos una vez electos en obedientes y sumisos títeres del modelo. Mesurados prohombres llamando a la paciencia y a la calma de las inagotables pasiones populares.

Y el respeto al Estado de Derecho al que apela la centro izquierda significa condenar a los pueblos que habitan Chile a cambios que no cambian nada, a meras cuestiones cosméticas que desde la perspectiva estructural no varían un ápice la situación actual y mantienen lo que existe.

Se necesita entonces una izquierda clasista y popular que emprenda el camino de la rebelión en base a la organización social y un camino de victoria que implante en Chile una democracia viva, participativa, bulliciosa y efervescente. Lo demás es humo. Para ello octubre del 2019, no es suficiente, pero es necesario.

Julio 2025, desde el corazón de neoliberalismo

(1)         Democracia liberal – Wikipedia, la enciclopedia libre

(2)         Una sociedad que encarcela la pobreza – Revista Diálogos

(3)         Democracia muerta – Juan Pablo Luna | PlanetadeLibros

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