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C. L. R. James nos enseñó a escribir sobre la historia social del deporte

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JACOBIN

DANIEL FINN

TRADUCCIÓN: PEDRO PERUCCA

Beyond a Boundary, publicado hace 60 años, es un clásico de C. L. R. James en el que utilizó al críquet como ventana hacia la historia de las Antillas, recordando cuando su pueblo se liberó del dominio colonial británico y desafió al racismo para encontrar su lugar en el mundo. 

Imagen: El equipo de críquet de las Antillas sale al campo en Londres, Inglaterra, 1928. (Central Press / Hulton Archive vía Getty Images)

Cyril Lionel Robert James llevó el marxismo a un nuevo territorio, no una sino dos veces, con dos obras clásicas. Los jacobinos negros, publicada en 1938, era un relato estimulante de la revuelta contra la esclavitud en Haití que apuntaba hacia los movimientos anticoloniales de la posguerra. El propio James contribuyó a alimentar esos movimientos a través de su activismo político y sus conexiones con hombres como George Padmore y Kwame Nkrumah. 

Veinticinco años después, James publicó un libro muy diferente. Beyond a Boundary abordó la relación entre el críquet y la sociedad antillana y marcó un hito en la literatura marxista sobre el deporte. Seis décadas después de su primera publicación, Beyond a Boundary sigue siendo un brillante modelo de cómo escribir sobre la cultura popular. 

Más que un juego 

Antes de James, los críticos marxistas solían centrarse en formas culturales como el arte y la literatura. James ya había contribuido a esa corriente con un estudio sobre Herman Melville. ¿Por qué optó ahora por escribir sobre el críquet? 

Como deja claro el libro, el juego había desempeñado un papel crucial en el camino seguido por James desde su infancia. Nacido en Trinidad cuando todavía era una colonia británica, pudo ver de cerca cómo el críquet se convertía en un canal para la naciente lucha contra el racismo y el dominio colonial: 

Las pasiones sociales y políticas, a las que se negaban salidas normales, se expresaban con tanta fiereza en el críquet (y en otros juegos) precisamente porque eran juegos… El campo de críquet era un escenario en el que individuos seleccionados desempeñaban papeles representativos cargados de significado social. 

Hubo algo muy particular en la expansión geográfica del críquet que le dio un fuerte trasfondo político durante y después del periodo cubierto por James. Tanto el fútbol como el críquet se originaron en Gran Bretaña durante su apogeo como superpotencia mundial, pero el primero pronto se convirtió en el deporte más popular del mundo y dejó de tener una asociación directa con el dominio británico. El críquet de alto nivel, en cambio, sigue confinado a Gran Bretaña y sus antiguas colonias. 

Existe una feroz rivalidad en el cricket de prueba entre Inglaterra y Australia, que se remonta al siglo XIX y perdura hasta nuestros días. Pero Australia sigue siendo un país donde la mayoría de la población es blanca, anglófona y descendiente de colonos europeos. Su sistema político y su nivel de desarrollo económico la sitúan en la misma categoría geopolítica que Gran Bretaña y los dos Estados se han complacido en servir juntos como socios menores de Washington desde el final del imperio. 

En las Indias Occidentales, por el contrario, los jugadores de críquet negros descendían de africanos que habían sido esclavizados y transportados a través del Atlántico para trabajar en las plantaciones. Cuando James nació, la clase dominante británica consideraba absurdo sugerir que Trinidad, Jamaica o Guyana pudieran algún día gobernarse a sí mismas. Los habitantes de las Antillas tuvieron que luchar por su independencia contra la arraigada resistencia del poder colonial británico, al igual que las naciones del sur de Asia. 

Un capítulo de Beyond a Boundary describe cómo los clubes de críquet de Trinidad estaban organizados en una elaborada jerarquía de raza y clase. Shannon era el club de la clase media baja de piel oscura, «el profesor, el empleado de derecho, el trabajador de la imprenta y aquí y allá un dependiente de unos grandes almacenes». Según James, los jugadores de cricket de Shannon eran conscientes de que tenían una responsabilidad especial más allá del ámbito deportivo: 

Jugaban como si supieran que su habilidad representaba a la gran masa de negros de la isla… Tan claramente como si estuviera escrito en el cielo, su juego decía: Aquí, en el campo de críquet si no en ningún otro sitio, todos los hombres de la isla son iguales, y nosotros somos los mejores hombres de la isla. 

Habiendo crecido en este contexto, James despreciaba naturalmente a quienes afirmaban que el críquet no tenía nada que ver con la política: « Están ciegos ante la grandeza de un juego que, en tierras alejadas de las que le dieron origen, puede abarcar tanto de la realidad social y seguir siendo un juego». 

Un poco a la izquierda 

La cultura deportiva de las Antillas hizo posible que los jugadores estrella permanecieran en estrecho contacto con la sociedad que los produjo. Como explicó James: 

Todos conocíamos a nuestros jugadores de críquet antillanos, por así decirlo, desde su nacimiento, cuando hacían su primer siglo, cuando se comprometían, si bebían whisky en lugar de ron. Un jugador de Test, con todos sus dones, no era un personaje remoto, sobre el que leer en los periódicos y al que adorar desde lejos. Estaban por todas partes, listos para jugar en cualquier partido, listos para hablar. 

Cuando era un joven periodista de críquet y jugador ocasional, James entabló amistad con una de esas estrellas, Learie Constantine. Cuando Constantine se fue a jugar a un equipo del norte de Inglaterra, en una ciudad llamada Nelson, le pidió a James que se quedara con él como inquilino. Constantine ayudó a James a encontrar trabajo como corresponsal de críquet para el Manchester Guardian (como se llamaba entonces), y trabajaron juntos en el libro de Constantine Cricket and I. James también escribió un libro defendiendo el autogobierno de las Indias Occidentales y lo publicó con el apoyo financiero de Constantine. 

En Beyond a Boundary, James describe el impacto de este nuevo entorno en su visión del mundo: 

Pronto hice amigos en el Partido Laborista local, asistí a sus reuniones, hablé con ellos. Algunos de los amigos íntimos de Constantine que venían a casa solían encontrar en mí una compañía agradable, aparte del críquet. Mis ideas laboristas y socialistas las había sacado de los libros y eran más bien abstractas. Estos trabajadores, cínicos y llenos de humor, fueron una revelación y me pusieron los pies en la tierra. Learie escuchaba con simpatía, comentaba con discreción, pero se reía mucho. 

Hay un momento precioso en un documental de 1976 sobre Beyond a Boundary en el que James regresa a Nelson cuatro décadas después. Está sentado en la grada del campo de críquet, charlando con algunos viejos vagabundos de la ciudad que recuerdan su época con Constantine como si fuera ayer. Uno de ellos saca a colación los discursos políticos que solía pronunciar James y pregunta entre risas si sería justo describirlo como ubicado «un poco a la izquierda». 

«Creo que algo más que un poco», responde James. El hombre le pregunta entonces si ha «madurado» o «suavizado» desde los años treinta. «He evolucionado», responde sardónico. 

Fue durante su estancia en Gran Bretaña cuando James estableció contactos vitales en círculos trotskistas y panafricanos, al tiempo que llevaba a cabo la investigación que hizo posible escribir Los jacobinos negros. Una de las motivaciones para escribir Beyond a Boundary debió de ser un sentimiento de gratitud hacia el deporte que había conformado su perspectiva política y le había proporcionado oportunidades de trabajo, viajes y desarrollo personal que, de otro modo, se le habrían negado al hijo de un profesor negro de la Trinidad colonial. 

Deporte e historia social 

Sin embargo, su principal razón para escribir el libro fue la firme convicción de que el críquet y el deporte en general no habían recibido la cobertura adecuada en la literatura hasta la fecha. Aunque tenía una importante deuda política e intelectual con León Trotsky, James rechazaba enérgicamente su visión del deporte organizado como una distracción de la lucha de clases: «Trotsky había dicho que el deporte desviaba a los trabajadores de la política. Con mi pasado, simplemente no podía aceptarlo». 

Para James, la miopía de Trotsky era sólo un ejemplo de un fracaso más amplio a la hora de comprender la importancia del deporte como fenómeno de masas a partir del siglo XIX. Observó que historiadores como G. M. Trevelyan y G. D. H. Cole podían escribir sobre la historia social de la Inglaterra victoriana y, sin embargo, «no mencionaban ni una sola vez al hombre que era el inglés más conocido de su época», el jugador de críquet W. G. Grace. Para llenar este vacío, dedicó un capítulo entero a Grace como héroe deportivo-celebridad del tipo que desde entonces se ha hecho tan familiar. 

Al escribir sobre el vínculo entre deporte y sociedad, James se hizo eco de una famosa observación de Antonio Gramsci, quien observó en sus Cuadernos de la cárcel que quien quiera escribir la historia de un partido político debe escribir la historia de todo un país en forma monográfica: 

Wilton St Hill y Learie Constantine eran para los trinitenses algo más que corredores y lanzadores. Quien escriba una biografía de Sir Donald Bradman debe ser capaz de escribir una historia de Australia en el mismo periodo. 

Defendió apasionadamente las virtudes del críquet como deporte que combinaba la lucha individual y colectiva entre equipos contrarios: 

El bateador que se enfrenta a la pelota no sólo representa a su equipo. En ese momento, a todos los efectos, es su equipo. Esta relación fundamental de lo Uno y lo Múltiple, lo Individual y lo Social, lo Individual y lo Universal, el líder y los seguidores, el representante y las filas, la parte y el todo, se impone estructuralmente a los jugadores de críquet. Lo que a otros deportes, juegos y artes se les impone, a los jugadores se les da para empezar, no pueden apartarse de ello. 

James también aventuró una teoría basada en la evolución humana para explicar el atractivo del deporte en su máxima expresión: 

Respondemos a la acción física o a su representación vívida, vivos o muertos, porque estamos hechos así. Durante siglos desconocidos, nuestra supervivencia, como la de todos los demás animales, dependió de una actividad física competente y eficaz. Esto desempeñó su papel en el desarrollo del cerebro. La naturaleza particular que se convirtió en la nuestra no se conformó con esto. Si lo hubiera hecho, nunca habría llegado a ser humana. El uso de la mano, la ampliación de sus poderes mediante la herramienta, la propulsión de un misil hacia un objetivo y los refinamientos de la mecánica del juicio que la acompañan, todo ello nos diferencia de los animales. 

Esperanzas futuras 

Los últimos capítulos del libro descienden de las alturas de la abstracción deportiva a una cuestión muy concreta: la capitanía del equipo de críquet de las Indias Occidentales. Cuando James escribió Beyond a Boundary, las islas del Caribe estaban en proceso de independizarse de Gran Bretaña, y los jugadores negros ya dominaban el equipo antillano. Sin embargo, existía la convención tácita de que el capitán debía ser un hombre blanco. 

Tras regresar a Trinidad invitado por su viejo amigo Eric Williams, James utilizó su posición de editor de periódicos para desafiar esta convención, tomando la palabra en nombre de Frank Worrell, que acabó convirtiéndose en el primer jugador negro en capitanear la selección de las Indias Occidentales. James rechazó la idea de que una pasión tan justa como la que él expresaba no tuviera cabida en un deporte como el críquet: 

Cuando confesé que estaba enfadado, incluso los simpatizantes se opusieron. Según el código, la ira no debe inmiscuirse en el críquet. Les entendía bien, yo había sido igual de necio en mi época. Según la versión colonial del código, uno debía mostrarse un «verdadero deportista» no armando un escándalo por la discriminación más descarada, porque no era cricket. Yo ya no. A eso había dicho, estaba diciendo, mi adiós definitivo. 

Para él, el críquet era un factor crucial en el desarrollo de la conciencia política de las Antillas: «Los antillanos que acuden en masa a los Tests traen consigo toda la historia pasada y las esperanzas futuras de las islas». 

La batalla por la capitanía resultó ser un telón para el verdadero apogeo del críquet antillano, que llegó en las décadas posteriores a la publicación de Beyond a Boundary. A lo largo de las décadas de 1970, 1980 y 1990, la selección antillana fue sin duda la más fuerte del críquet mundial y propinó algunas palizas memorables a los antiguos amos coloniales en su propio territorio. Jugadores como Clive Lloyd, Viv Richards y Michael Holding se convirtieron en grandes figuras de este deporte. 

Como muestran muy bien el documental Fire in Babylon y el libro del mismo título, lo que hizo tan memorable y apasionante este periodo de supremacía del críquet antillano fue el hecho de que se solapó con corrientes sociales y políticas ajenas al mundo del deporte. Viv Richards tenía clara la motivación que llevaba al terreno de juego: 

Siempre he pensado en la historia de África. Las guerras zulúes. Malcolm X me entusiasmó, los Panteras Negras… todas esas cosas que hacían esos tipos. Y recuerdo que me di cuenta de lo que ocurría en el sur de Estados Unidos en particular, de lo que la gente tenía que aguantar para sobrevivir. 

En la década de 1980, un grupo de jugadores de críquet antillanos, en su mayoría de segunda fila, aceptaron un enorme incentivo económico para romper el boicot deportivo contra la Sudáfrica del apartheid. Michael Holding calificó a los jugadores de «traidores» que estaban «vendiendo a la región», mientras que Richards declaró que estaba más orgulloso de su negativa a participar en la gira sudafricana que de cualquier otra cosa en su carrera. 

Bajón 

En 1991, cuando los jugadores antillanos llegaron a Inglaterra para otra gira, el periodista británico David Frith expresó precisamente la misma opinión sobre la intrusión de la ira en el campo de críquet que James había rechazado desdeñosamente tres décadas antes: 

Estos partidos se han convertido desde hace tiempo en manifestaciones de las tensiones raciales que existen en el mundo fuera de las puertas del campo de críquet. Justo cuando los jugadores de cricket de ambos bandos deberían estar enseñando a la gente corriente cómo coexistir y disfrutar de un combate deportivo honorable, surge una contraimagen perjudicial. 

Frith recordó más tarde una conversación con Richards de una forma que dice mucho de su propia complacencia: 

Viv Richards era un atleta nato. Seguramente podría haber salido ahí fuera y haberlo hecho igual de bien sin perder la calma. Ojalá no se enfadara tan a menudo, porque yo creía en él. Pero después de aquella noche me quedé bastante preocupado, pensé: «Bueno, está hablando a niños pequeños, y si predica ese tipo de cosas, el mundo no va a ser un lugar muy pacífico». 

Uno puede imaginarse fácilmente como James hubiera refutado sin esfuerzo de este argumento y sus supuestos subyacentes. 

En cualquier caso, el largo periodo de supremacía estaba a punto de llegar a su fin. El escritor estadounidense Mike Marqusee escribió sobre el posterior declive del críquet antillano con ocasión de otra serie de pruebas en 2004. Como señaló Marqusee, el comparativo bajón era mucho más fácil de explicar que los largos años de éxito que le precedieron: 

Siempre fue sorprendente que una serie de campeones del mundo surgiera de una sociedad tan empobrecida, económicamente marginal y fragmentada. La entidad de críquet que llamamos Antillas está formada por una docena de naciones soberanas con una población total de menos de seis millones de habitantes y un PIB combinado de sólo 31.000 millones de dólares… En el deporte, como en las artes, el tamaño y la riqueza cuentan, pero no para todo. Por ejemplo, Barbados, una isla de 250.000 habitantes, el tamaño de un distrito londinense. Esta isla ha dado al fútbol al menos una docena de sus maestros modernos. 

Desde finales de la década de 1990, el éxito en la Copa del Mundo de críquet ha sido monopolio de las naciones más ricas de este deporte: Australia, Inglaterra e India. Las Indias Occidentales ni siquiera se han clasificado para la edición de este año. 

Un mundo perdido 

El propio Mike Marqusee fue un digno heredero de C. L. R. James como historiador marxista del deporte. Junto con su maravilloso estudio sobre Muhammad Ali, Redemption Song, Marqusee publicó dos libros ampliamente aclamados sobre el críquet, Anyone but England y War Minus the Shooting, que seguían el ejemplo establecido por James, utilizando el deporte como una ventana a la política y la historia social. 

En 2013, Marqusee retomó la cuestión del críquet antillano en el orden global para conmemorar el cincuenta aniversario de Beyond a Boundary, preguntándose qué habría hecho James de los años posteriores: 

Observaría en la caída del críquet antillano la ausencia de los factores que habían contribuido a su auge, entre ellos, el movimiento anticolonial. Los jugadores de críquet posteriores, surgidos de una sociedad antillana maltratada y fragmentada por una economía globalizada, no pudieron igualar la ambición, la creatividad y el compromiso de una generación decidida a liberarse de un orden colonial y racista. 
James relata el modo en que incluso los jugadores de críquet antillanos más célebres de su época se mezclaban con la población general y compartían sus puntos de referencia. Ese trato fácil hace tiempo que desapareció, incluso en las Antillas. La celebridad deportiva tal y como se vive hoy en día, en un mundo de comunidades cerradas y uniformidad de cinco estrellas, impide la formación del tipo de vínculos que se examinan con cariño en Beyond a Boundary

Puede que las condiciones sociales que hicieron posible que las Indias Occidentales dominaran el críquet mundial ya no existan, pero sigue siendo una de las historias más apasionantes de la historia del deporte, y Beyond a Boundary es una parte esencial de ella. https://www.facebook.com/plugins/likebox.php?href=https%3A%2F%2Fwww.facebook.com%2Fjacobinlat&width=250&height=290&colorscheme=light&show_faces=true&header=true&stream=false&show_border=false&appId=107533262637761COMPARTIR ESTE ARTÍCULO FacebookTwitter Email

DANIEL FINN

Editor de Jacobin Magazine y autor de One Man’s Terrorist: A Political History of the IRA (Verso, 2019).

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