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Delincuencia, ¿un emprendimiento del neoliberalismo chileno?

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Arturo Alejandro Muñoz

Leyendo a Noam Chomsky –el conocido lingüista, filósofo y activista estadounidense- descubrimos que en el sistema neoliberal existe una acción destinada a crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y de políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para lograr que la sociedad acepte como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos (esta es una de las tantas opiniones de Chomsky).

En los países donde reina el sistema neoliberal, los actuales niveles de delincuencia podrían ser el producto de una ‘política de estado’ cuyo objetivo esencial sería mantener a la población ocupada y preocupada de esos avatares y no en las calles protestando contra el sistema mismo. ¿Podrán ser tan perversos los gobiernos de tales naciones? ¿Lo han sido también nuestros propios gobiernos duopólicos?

Esconder la basura debajo de la alfombra es una forma habitual usada por algunas personas al momento de limpiar un cuarto o un salón. Poco trabajo, resultado rápido (a la vista) y escasa suciedad en el entorno visual, pero no en la realidad, ya que la mugre continúa presente, cobijada en el mismo sitio, el cuarto o el salón. Esas personas que así proceden, son las que se niegan a realizar en sus domicilios particulares o laborales un aseo profundo.

En política –utilizando el mensaje de la basura como ejemplo vivo- ocurre algo similar con la delincuencia que asfixia a las grandes ciudades. Todas las políticas anti-delincuencia, esbozadas y llevadas a cabo por los diferentes gobiernos del duopolio, han sido estrepitosamente inútiles.  Luego de tantos patinazos al respecto, es dable sospechar (la duda resulta razonable) que tales políticas fueron delineadas teniendo como objetivo final el fracaso. Chomsky de nuevo nos sale al paso.

Más allá de las suposiciones de cualquier sociólogo, resulta evidente que en Chile los últimos gobiernos (me refiero a los ‘democráticos’, a los post-dictadura) ejercieron sus funciones en orden a no terminar de raíz con los aspectos que provocan el surgimiento o nacimiento de la delincuencia, y por el contrario, trabajaron con exitoso afán ciertas protecciones a la delincuencia, ello en el sentido de evitar a todo trance originar una severa batida policial y jurídica en su contra, de manera tal que lograron mantenerla activa aunque disfrazada mediante subterfugios como, por ejemplo, trasladar parte de ella a comunas rurales alejadas de las metrópolis.

En este plan, el SERVIU fue la mano de gato perfecta para dar concreción a los programas fraguados en Interior y ODEPLAN.   Sin embargo, se requería de un socio más, uno de suyo importante. El empresariado… pero no cualquier empresariado, sino aquel que está en posesión de la producción agrofrutícola… el exportador, el que da trabajo a los temporeros.

Era un hecho cierto que la actividad minera en el norte chileno estaba acaparando gran porcentaje de mano de obra, lo que provocaba serias dificultades a los exportadores de frutas, en especial durante los meses con “erre” (septiembre a abril), época del raleo, cosecha, empaque y distribución. Las mineras pagaban mejor… la mano de obra escaseaba entonces en el campo (donde nunca se paga bien el trabajo manual). Había que hacer algo. Y se hizo. Mataron dos pájaros de un tiro, pero sin realizar ‘aseo profundo’.

SERVIU financió la construcción de villas y poblaciones en comunas rurales caracterizadas por el trabajo agrícola. De una manera inteligente, el establishment se encargó de ejecutar una nueva migración, esta vez desde la ciudad al campo, llevando a las comunas rurales a cientos de familias –chilenas y extranjeras- que vegetaban en campamentos y periferias de urbes como Santiago, Rancagua y otras, lugares en los que se encuentran activadas las causas y orígenes de gran porcentaje de la delincuencia común.

De esa manera, descomprimían el problema delictual en las grandes ciudades y otorgaban a los empresarios agroproductores mano de obra barata para trabajar en las faenas ya mencionadas de raleo y cosecha. Así ocurrió en muchos pueblos  y comunas de la región de O’Higgins. Coltauco es un buen ejemplo de ello. Lo malo de esto es que en medio de esa pléyade de pobladores citadinos trasvasijados a lo rural, venía oculta una porción significativa de mala yerba, la delincuencia.

Por cierto, muchos ediles de municipios rurales, municipios pequeños, aceptaron sin remilgos la aplicación de estas variantes, toda vez que ellas les permitían mostrar ante su electorado un trabajo de proporciones en materia de vivienda, pues debe entenderse que en esas nuevas poblaciones y villas algunas de las viviendas fueron asignadas también a los vecinos de la comuna. Hubo incluso alcaldes que solicitaron expresamente al gobierno de turno trasladar familias de escasos recursos que vivían en las márgenes de la gran ciudad, porque de esa manera aseguraban al empresariado agrofrutícola local un significativo contingente de mano de obra temporera. Digamos que en estos casos, tales alcaldes (y alcaldesas) eran dueños de fundos, o cónyuges del propietario, o socios en empresas exportadoras, según el caso. Ya lo dije líneas atrás: Coltauco es un buen ejemplo de ello.

Pero, terminada la “temporada” y retornada  una vez más la cesantía que se adueña de los “meses azules” (los del frío y sin ‘erre’), los municipios enfrentan una gama de problemas cuyas soluciones siempre se encuentran determinadas por el volumen del presupuesto municipal. Cientos de cesantes impetrando apoyo en salud, educación, y servicios varios. Cientos de personas sin trabajo, soportando el paso de esos meses estériles en lo económico. Entonces, la delincuencia aflora y el panorama comunal cambia. Lo grave es que, llegada una nueva temporada de raleo y cosecha, la delincuencia no afloja, ya que para muchos “malandras” resulta más provechoso y rendidor seguir robando, traficando  y asaltando, en vez de ir a quebrarse la espalda en el campo, trabajando de lunes a sábado.

En los sectores campesinos no existen los “planes cuadrantes”. Con suerte hay escasos carabineros que se desplazan en dos o tres carros policiales, pero sin dar satisfacción a las necesidades emanadas de un número alto de pobladores que requieren de su accionar. Ahora, en comunas campesinas ya es asunto habitual enterarse de asaltos a casas particulares, robos de automóviles, tráfico de drogas, robos a establecimientos educacionales y comerciales, asaltos a camiones distribuidores, cogoteos varios, lanzazos a personas de la tercera edad en día de pago de pensiones, etc.

La delincuencia –una parte de ella- fue oficialmente trasladada vía SERVIU desde la ciudad al interior, al Chile profundo y campesino, a ese Chile que hasta ayer era tranquilo, apacible, vivible. Ya no lo es. El establishment así lo quiso. Políticos y empresarios acordaron ese plan.  

Nada de aseo profundo ni ‘aseo quirúrgico’. Por el contrario… meter la basura bajo la alfombra otorga más réditos electorales y comerciales que una acción severa destinada a terminar con las causas reales de la delincuencia sita y nacida en sectores de marginalidad económica y social, pues ello implicaría dar por el traste con la brecha económica, el odio a la sindicalización y la prevalencia de una educación pública de mala calidad. Entre una multiplicidad de factores, claro está.

Es así entonces que, sin delincuencia, sin corrupción y sin tráfico de drogas, el sistema neoliberal (el capitalismo en general), no puede funcionar debidamente… fallecería a los pocos años de existencia. Doloroso, pero cierto.

 

 

 

 

 

 

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