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El Chico Hermosilla

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Por Ricardo Candia Cares | Rebelión 18/11/2023

El Chico Hermosilla se alza luego de su confesión, como el mejor representante de todo lo que el pueblo no quería. La traición, la indignidad de quien miente para consolidar su estatus de persona con conocimientos y poder, la corrupción de todo lo corruptible, para quienes el dinero, o el poder que es lo mismo, tiene en el Chico Hermosilla su estampa señera.

Es un producto. Una firma de los tiempos. Un rasgo indeleble y sobresaliente de la cultura dominante. La confirmación, una más entre millones, de la descomposición propia y necesaria del capitalismo en su versión fundamentalista.

Es el ganador al costo que sea. El vivo.

Se le veía siempre apurado en los pasillos de la Vicaría de la Solidaridad, esa institución que durante la dictadura salvó tantas vidas.

Se sabía que ese jovencito petulante y siempre ocupado, conocido como el Chico Hermosilla, era uno más de los abogados que hacían esfuerzos por la vida y seguridad de miles de personas perseguidas por los tentáculos terroríficos del tirano.

Los funcionarios del segundo piso de Plaza de Armas 444, eran objetivos permanentes del tirano. Se recordará de los intentos por hacerse de las fichas médicas en las que constaban miles de nombres de patriotas que habían sido víctimas de torturas o de feroces golpizas a manos de los esbirros del régimen.

El caso más desgarrador fue el de José Manuel Parada, funcionario de la Vicaría, quien sería salvajemente asesinado junto a Santiago Nattino y Manuel Guerrero, en un caso que conmovió al mundo entero por su crueldad y salvajismo.

Pasaron los años y cuando vinieron las componendas secretas para permitir la transición que llevó al país a un estado tal en el que fueron imposibles la verdad, la justica y la reparación, junto con darle un toque legítimo al orden inaugurado por la dictadura, se desmanteló la Vicaría de la Solidaridad.

Ya no estaba ese gran patriota, valiente y consecuente cristiano, que fuera el Cardenal Raúl Silva Henríquez. A esa altura el Chico Hermosilla ya sabía que debía cambiar rápidamente de banda. La iglesia católica también se acomodaba a los nuevos tiempos del sálvate.

Entonces comenzó a pudrirse todo.

Los partidos otrora perseguidos desmantelaron sus estructuras clandestinas que habían jugado un papel determinante en el desgate del tirano. Algunos, habían tomado la decisión de combatirlo con todos los medios legítimos al alcance del pueblo.

Fue cuando cundió e hizo más efecto el temor a una posible salida democrático popular, que a la permanencia del tirano y su reguero de sangre, robos y desfalcos.

Muchos ex dirigentes de la izquierda perseguida mutaron a comprensibles hombres de Estado disponibles a colaborar en la llamada transición que no fue otra cosa que una rendición incondicional digitada por el Departamento de Estado y la CIA.

Se cambiaron de barrios, de colegios, de universidades, de ropa de vestir. Y de moral.

De esa traición emergieron los prohombres que harían del legado pinochetista, la base para la construcción del Chile que sufrimos en estos días: un país consumido por la corrupción de rango cancroide.

Y de ese menjunje que fue pasto para los vivos y desvergonzados, salieron sujetos como el Chico Hermosilla, uno de los más exitosos en la nueva cancha moral.

De militante comunista, a defensor eficiente de lo más nefasto del orden legado por el tirano. De defensor de presos políticos, a abogado de lo más despreciable y execrable de esos diecisiete años de terror y descomposición.

Un Fanta, pero por otros medios.

Lo podrido del caso del Chico Hermosilla contrasta por propia fulguración en su vastedad digna y patriota, la memoria de aquellas decenas de miles de esforzados, fogueados y heroicos compatriotas, militantes aguerridos y heroicos, que día a día dejaron gran parte de sus vidas en la lucha cotidiana en contra del tirano.

Esos que perdieron. Esos que quedaron orillados. Los que no están en la historia oficial ni en la fotografía de los exitosos. Esos que murieron aplastados por el silencio y el olvido, sin cuyo aporte silencioso y cotidianamente heroico, el costo de terminar con la dictadura habría sido mucho más alto de lo que fue.

El Chico Hermosilla se alza luego de su confesión, como el mejor representante de todo lo que el pueblo no quería. La traición, la indignidad de quien miente para consolidar su estatus de persona con conocimientos y poder, la corrupción de todo lo corruptible, para quienes el dinero, o el poder que es lo mismo, tiene en el Chico Hermosilla su estampa señera.

Mentiroso desvergonzado y vil, jamás pudo haber sido miembro, por cierto, mucho menos jefe, de lo que falsamente llama la Inteligencia Militar del Partido Comunista.

En esas responsabilidades, o de un dominio cercano y parecido, y que por cierto jamás se llamó así, hubo heroicos y anónimos proletarios, viejos comunistas hermosos, de linda conciencia y convicción, que hicieron lo suyo y terminaron tan pobres como cuando nacieron.

El Chico Hermosilla es el epítome de la falsía, el acomodo, la sinvergüenzura, la falta de honor, de ética, de los más indigno que se coló en la historia como herencia nefasta de la cultura de sentina que inauguró la asonada de aquel martes nublado.

Por esos méritos, en un país podrido hasta sus cimientos, tranquilamente podría llegar a ser presidente de la República. Porque al Reino de los Cielos podrá entrar, pero a la cárcel, esa cosa para pobres que delinquen, jamás.

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