«En Malloco estaba apiñada casi toda la dirección del MIR. Para estar preparados por si llegaba a producirse un allanamiento a la parcela, diseñamos con mucho detalle un plan de autodefensa y escape. Dagoberto, como responsable militar del partido, fue el encargado de preparar el plan.
En lo esencial contemplaba el rompimiento de un eventual cerco represivo alrededor de la casa concentrando todo nuestro poder de fuego en la parte posterior, a la cual teníamos acceso directo por una puerta ubicada en el cuarto que ocupábamos con Mary. Al huir prenderíamos fuego a la casa. En caso que el enemigo no alcanzara a establecer un cerco, nuestro primer objetivo era llegar hasta el vehículo y arrancar en él por un camino que tenía salida por el costado de la parcela. En caso que esto no fuera posible, nos replegaríamos a pie hasta predios vecinos, donde capturaríamos otro vehículo para huir. Hay que recordar que Malloco es una zona rural en las cercanías de Santiago, lo que esperábamos facilitaría el escape y nos permitiría llegar con rapidez a la capital para eludir la persecución».
«El día 15 de octubre Renato salió de la parcela a cubrir las comunicaciones con el partido. Tenía que volver en la tarde, pero ya había oscurecido y aún no retomaba a la parcela…
Lo que había ocurrido es que había sido detenido por la DINA, a causa de una delación. Renato no traicionó, pero en su carnet de identidad estaba la dirección de su casa anterior, y allí conocían que la familia Garrido (familia que había arrendado la parcela) se había trasladado a Malloco. Por los materiales que transportaba Renato a los agentes de la DINA les fue fácil deducir que era el enlace de la dirección del MIR.
Como Renato no volvía a la hora indicada nosotros estábamos muy preocupados, en alerta. Nelson iba continuamente a la casa grande a preguntar si Renato había llegado o avisado por teléfono. En una de esas salidas se encuentra a boca de jarro con agentes de la DINA que silenciosamente y cubiertos por la oscuridad estaban rodeando la casa patronal (casa grande). Fue esa visión clasista, el creer que estábamos escondidos en la casa patronal y no imaginarse que estábamos en la del inquilino, lo que nos dio una pequeña ventaja.
Al encontrarse con Nelson, el oficial de la DINA lo encañonó y le dio voz de alto. Nelson no se detuvo y escapó a avisar a la casita. Lo hirieron en una pierna pero sin dañarle el hueso. Ni se dio cuenta de que estaba herido.
Nelson entró a la casa gritando: ‘Llegaron los milicos’. Cada cual tomó sus armas. Nelson, Dago y yo vaciamos los bidones de parafina, prendiendo ruego a la casa. Ya se sentían los disparos de la DINA que golpeaban contra la muralla y atravesaban el techo metálico».
«De acuerdo al plan, salieron por la puerta trasera primero Dagoberto y Nelson; luego Mary, María, llevando a la pequeña Paula en brazos, y yo. La DINA estaba rodeando la casita, pero nosotros abrimos un nutrido fuego con balas trazadoras. Entre gritos y confusión, los agentes represivos se replegaron.
Recuerdo bien que, después de este primer enfrentamiento, estando todos juntos al muro de la lechería vecina, Dago propuso seguir la variante primera, es decir, escapar en el vehículo.
Creímos que el enemigo había retrocedido lo suficiente como para permitimos esa vía de escape. Pero fue un error nuestro.
Mientras Dagoberto y Nelson se movieron en dirección a la casa patronal a tomar el vehículo, los tres restantes nos hicimos fuertes en la lechería para cubrir desde allí el camino secundario por donde escaparíamos. Estaba oscuro y no veíamos a Nelson ni a Dago. Recuerdo que me ubiqué en la puerta de la lechería, justo frente al camino secundario. A los segundos de estar situado allí comenzó a entrar una columna de varios vehículos policiales con sus focos encendidos. Yo llevaba la mochila con cohetes RPG-7, pero no sabía dónde Dago había dejado el lanzacohetes.
Lo busqué desesperadamente pero no veía nada dentro de la lechería a oscuras. Entonces utilicé el fusil AKA para disparar en fuego continuo contra los vehículos. Recibir el fuego de esos proyectiles que se encienden en la noche debe ser aterrador, porque la columna se detuvo y se escuchaban los gritos de pavor de los policías que saltaban fuera de los carros.
Desde el área a que se habían dirigido Dago y Nelson se oía un fuego intenso. Los agentes represivos también disparaban contra la lechería. Los compañeros no volvían. Los llamamos. Pasó un tiempo corto pero que a nosotros nos pareció un siglo, hasta que Nelson volvió a la lechería diciéndonos que Dagoberto había caído. Era imposible escapar en el vehículo, así que nos retiramos por detrás de la lechería cruzando un corral y escudándonos en las vacas. Los disparos de la DINA y carabineros eran cada vez más intensos. Nos retiramos por el interior de unos canales de riego para ocultamos y confundir el rastro a quienes nos persiguieran. Abría la marcha Nelson, que conocía el terreno, seguía María, llevando a Paulita; Mary y yo atrás.
La casita de inquilinos resplandecía en llamas. Cuando nos retiramos, estando aún cerca de ella, escuchamos fuertes explosiones. ¿Eran los cohetes que dejamos dentro de la casa que deflagraron con el incendio? ¿Era Dagoberto que moribundo y en el último acto de resistencia heroica hizo explotar su granada para cubrir nuestra retirada? No supimos lo que ocurrió, pero sí está claro que esas explosiones atemorizaron a los esbirros de la dictadura y los contuvo de seguimos.
Aunque ya se acercaban los helicópteros policiales como maléficas luciérnagas, pudimos perdemos en la noche llevando con nosotros la dolorosa ausencia de Dagoberto Pérez».
Andrés Pascal Allende.