Critica.cl
por Luis Mancilla
Artículo publicado el 22/11/2018
RESUMEN
En Chile se desconoce la matanza de los obreros de las estancias del territorio de Santa Cruz, Patagonia Argentina, que entre noviembre de 1921 y enero de 1922 realizó el ejército argentino reprimiendo la huelga promovida por la Sociedad Obrera de Río Gallegos. Fue en otro país, y las víctimas desconocidas de aquella matanza fueron los obreros oriundos de Chiloé, a quienes se fusilaba y sepultaba en tumbas masivas, sin siquiera darse la molestia de anotar sus nombres. Ni el gobierno de la época preguntó por ellos. Esos fusilamientos para el teniente coronel Héctor Benigno Varela fueron enfrentamientos donde por extraña casualidad del destino solo morían obreros, en su mayoría chilotes. Los soldados no sufrían ni un rasguño.
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A las cinco de la mañana del 15 de noviembre de 1921 el teniente coronel Héctor Benigno Varela comenzó su guerra. Salió de Río Gallegos y con 13 soldados, un teniente y dos suboficiales, a buscar chilotes a quienes fusilar. Lo acompañaban dueños y administradores de estancias, extranjeros brigadistas de la Liga Patriótica Argentina que juraron defender un territorio que no les pertenecía.
En autos y camiones se fueron hasta la estancia Bellavista, allí apresaron a los representantes del sindicato; después tomaron rumbo a la estancia Esperanza Douglas, pasaron por Rospenteck cerca de Río Turbio y fusilaron a unos cuantos chilotes que encontraron en el camino; el pequeño ejército cruzó la frontera, anduvo por territorio chileno arrastrando a un grupo prisioneros de esa guerra que recién comenzaba. El pequeño ejército llegó a Cancha Carrera y otra vez ingresan a la Argentina. Varela se va por El Cerrito, llega a la estancia Fuentes de Koyle donde lo esperaba el capitán Pedro Viñas Ibarra que también andaba buscando chilotes revoltosos y españoles anarquistas que andaban promoviendo la huelga en las estancias del territorio de Santa Cruz.
Cuando el teniente coronel con su escuálido ejército llegaba a una estancia por donde no habían pasado las comisiones de obreros llamando a la huelga; ordenaba que todos los trabajadores se formaran afuera del galpón que era dormitorio y cocina de peones, y les preguntaba a los patrones; ¿cuál de estos es el más revoltoso?, ¿quién es el que cobra las cuotas del sindicato?, ¿quién es el que reclama por el derecho de los otros? Los estancieros, los administradores, los capataces, daban nombres y a esos hombres los llevaban a un descampado, se escuchaban algunos tiros; y de los representantes del sindicato obrero en aquella estancia nunca más nadie supo nada. Los fusilaron tan cobardemente que hasta sus nombres borraron de todo recuerdo.
Los estancieros aprovechaban la ocasión para ahorrar sus buenos pesos y hacían fusilar a los chilotes a quienes les adeudaban los salarios de años de trabajo en las estancias; después Varela con su ejército continuaba buscando las columnas de obreros que andaban por la Patagonia pidiendo se terminaran las injusticias.
El 16 de noviembre ocurrió el combate de Punta Alta, en ese lugar el capitán Pedro Viñas Ibarra con unos pocos soldados capturó 134 huelguistas, fusiló a ocho chilotes y otros cuatro quedaron heridos. En su parte de esa guerra describió un combate pero sus soldados no sufrieron ni un rasguño; en ese informe Viñas Ibarra escribió: “Los revoltosos han arreciado el fuego contra el frente y flanco presentando una línea de tiradores de no menos de cien hombres, en buena posición y atrincherados”. Años después cuando ya era general del ejército argentino recordando esa guerra decía que su estrategia fue colocar sus soldados a favor del viento que era una muralla que detenía las balas de los huelguistas que morían por decenas y los soldados gracias al viento tenían el poder de espantar las balas como quien espanta tábanos. Pero la verdad fue que nunca hubo combates, los grupos de obreros se entregaban sin combatir.
En los primeros días de esta cobarde guerra los soldados argentinos fusilaron a decenas de chilotes; hoy en Chiloé, la patria de los obreros fusilados, nada ni nadie recuerda esta matanza.
En los lugares por donde pasó el destacamento del teniente coronel Héctor Benigno Varela, por donde pasó la muerte que trajo el capitán Pedro Viñas Ibarra, por donde anduvo el capitán Elbio Anaya con su decena de soldados y la guardia blanca de la Liga Patriótica Argentina; quedaron las tumbas de los obreros chilotes fusilados por pedir no dormir amontonados en camarotes, teniendo como colchón y frazadas cueros de ovejas, tener un lavatorio para asearse después del trabajo, no trabajar más de diez horas diarias ganando un salario de hambre. No se descansaba ni los domingos, ni había seguro por accidentes en el trabajo, y del salario se descontaba hasta las velas que alumbraban piezas mal ventiladas; pedían que el almuerzo no siempre fueran trozos de carne de los corderos encontrados muertos en el campo, carne recalentada una y otra vez. Por esas simples peticiones el ejército argentino, con la complicidad de los estancieros patagónicos, fusiló a más de mil obreros. La mayoría de esos trabajadores eran chilotes de la isla de Chiloé, no chilotes por ser chilenos y otorgarle un sentido peyorativo y discriminador a ese gentilicio.