Arturo Alejandro Muñoz
Me duele escribir esta nota. Y me duele porque todo aquello que usted, amable lector, conocerá (o recordará) al consumir las siguientes líneas, es cierto, ocurrió, es parte importante de nuestra Historia como nación, y nada de lo que aquí se presenta es inventiva del autor. Muy bien pues, pero si esto es Historia nuestra, ¿por qué me duele? Pase y lea, por favor.
A diferencia de lo ocurrido entre los siglos XVI y XVIII en otras tierras americanas, sin el arribo de vagabundos, aventureros y colonos ansiosos de tierra y oro, fue el ejército español y la Iglesia quienes le dieron estructura a nuestro país. Proliferaron aquí -durante tres siglos- las órdenes militares y apostólicas, la obediencia al mando vertical y el respeto irrestricto a la autoridad.
Las primeras ‘ciudades’ eran ‘plazas militares’ con casas pegadas unas a otras y alzadas en cuadras o ‘manzanas’, así dispuestas a objeto de facilitar su defensa ante los ataques mapuche, la nación originaria más brava e indomable de todo el continente.
No fue, pues, una migración de civiles aventureros la argamasa de lo que podríamos llamar el ‘país’ que luego sería Chile. En otros lugares los civiles –comerciantes, agricultores, mineros, etc.– impusieron sus propias leyes y costumbres, y organizaron sus mercados lejos de la estrecha vigilancia de los ejércitos de sus majestades los reyes de España, de Inglaterra y de Francia.
Acá, durante la Conquista y la Colonia, la población estuvo constituida por ‘chilenos’ habituados a obedecer, a ir a misa, a escuchar proclamas y edictos reales, y a respetar una clara diferenciación de clases impuesta desde una España monárquica y beata, Inquisición incluida.
Ello marcó nuestra idiosincrasia, dibujó nuestro temperamento fundiendo en cobre ardiente nuestra característica admiración al poder, al tirano y al déspota… a quienes luego combatiremos en defensa de una democracia que jamás ha dejado de pertenecer a quienes precisamente nos expolian.
Autoritarismo y linaje son dos elementos posibles de rastrear en la historia de nuestro país, ya que parecen ostentar una presencia relevante, así como también el autoritarismo y el clasismo que junto a los anteriores conforman una clara característica de muchos de nuestros “grandes hombres”. Es contundente y cierto: autoritarismo y linaje han sido elementos basales de la identidad chilena.
Un somero recorrido por la vida de algunos personajes que este autor considera “principales” bastará para ejemplificar lo aseverado en las líneas anteriores. La Historia, como siempre, viene en nuestra ayuda, Leamos…
García Hurtado de Mendoza: joven y belicoso gobernador de Chile entre 1557 y 1561. Dio muerte a lideres mapuche Galvarino y Caupolicán. Encarceló y condenó a muerte a uno de sus mejores y más preclaros soldados, Alonso de Ercilla y Zúñiga (autor de “La Araucana”, obra de trascendencia mundial), por un simple incidente en La Imperial, en 1558. Las mujeres presentes en el lugar intervinieron ante el gobernador salvándole la vida a Ercilla, quien fue desterrado de inmediato por el soberbio y despótico Hurtado de Mendoza. Años más tarde, ya en Perú, García Hurtado fue sometido a Juicio de Residencia acusado de asignación arbitraria de encomiendas.
Luis Manuel de Zañartu; el Corregidor Zañartu: de España siendo aún muy niño. Era tozudo y enérgico, déspota y clasista sin miramientos. Su fuerte carácter permitió que le nombraran Corregidor y Justicia Mayor de Santiago. Estaba empecinado en realizar obras mayores en aquella humilde capital del reino que en aquel entonces -1570- no era sino un pueblucho chato, sucio y polvoriento, carente de construcciones de importancia.
Su mayo r objetivo era construir un puente sobre el díscolo río Mapocho que uniera a la ciudad con el barrio de la Chimba (hoy, comuna de Independencia). Como las arcas reales estaban vacías y los <voluntarios> escaseaban, construyó una especie de presidio provisional en la ribera note dl río para instalar allí a los reos, que encadenados de a dos, trabajarían en la obra del puente. Y para aumentar la cantidad de <obreros> este Corregidor allanaba tabernas y tugurios de los barrios bajos arrastrando a ebrios, vagabundos, pendencieros, jugadores y rufianes hacia donde estaban los trabajos en el río. Quienes se resistían (los menos) eran azotados en público y llevados a la rastra hasta la prisión provisional.
Fue así que logró construir el histórico Puente de los Tajamares del Mapocho.
Era tan empecinado y drástico, que sus acciones muchas veces cayeron en actos de insania propia de un fanatismo religioso enfermizo, como el que cometió con sus dos hijas cuando enviudó, Teresita y María de los Dolores, a quienes siendo aún adolescentes les obligó a tomar los hábitos de las monjas carmelitas, de por vida. Para ello, construyó a esas monjas un nuevo monasterio en plena Cañadilla (Avda. Independencia actual).
Diego Portales y Palazuelos; se trata de uno de nuestros más alabados políticos a lo largo de la Historia de Chile… obviamente, alabado por quienes siempre han tenido en un puño el gobierno y el destino del país, vale decir, por miembros y lacayos de aquellas 12 o 15 familias que han convertido a esta nación en su propiedad privada.
Portales no era político ni militar ni obispo… era un comerciante, y de los malos además; fracasó estruendosamente con el estanco del tabaco (estanco = monopolio oficial) que las autoridades de la época le habían entregado para que lo administrara y desarrollara sin competidores de ninguna especie. Portales fracasó en ello…entonces, se hizo político, por necesidad más que por convicción.
Detestaba a los políticos tanto como a los militares. De hecho, no participó en ninguna de las acciones, reuniones, contubernios y batallas de la independencia del país. Estuvo ausente de todo aquello. Lo suyo era el comercio, pero carecía del ’don’ para esa actividad. Sin embargo, poseía un carácter extraordinariamente fuerte, una personalidad avasalladora, una capacidad de liderazgo circunscrito al teatro de la esfera gubernativa, incorruptible e indesmayable en su accionar ministerial, y una de sus características principales era la certeza y seguridad en sus decisiones, muchas de ellas (si no todas) arbitrarias, despóticas y totalitarias… siempre con mano de hierro y sin titubeos ni arrepentimientos. Por esos perfiles, precisamente, fue llamado a ocupar cargos ministeriales desde los que supo tomar en sus manos el control absoluto del gobierno y del país.
Un ejemplo de su dureza y consistencia en el accionar y dirigir, fue su negativa absoluta al regreso de Bernardo O’Higgins desde el destierro en Perú. Si el pelirrojo general tuvo alguna vez una posibilidad de retornar a su patria, Portales fue quien la detuvo pública y perentoriamente.
Amado, odiado, admirado, temido, necesitado, repudiado…una mezcla de sentimientos que se encontraron trágicamente aquella mañana del 6 de junio de 1837 en el sector llamado Tabolango, entre Quillota y Valparaíso, donde el teniente Santiago Florín y sus militares a cargo le asesinaron a tiros y bayonetazos.
Al anochecer de ese día 6 de junio de 1837 llegó a Santiago la noticia de los sucesos de Quillota, y una gran multitud de personas se concentró a las puertas del Palacio de la Moneda, las cuales permanecían completamente cerradas. Toda la gente, se mantuvo casi en silencio, atreviéndose sólo a hacer comentarios a media voz. De pronto, las puertas se abrieron.
Cuenta el relato de un testigo, que sin salir completamente al exterior del edifico, el coronel Maruri, pidió al pueblo a nombre del primer mandatario, que se retiraran a sus respectivas casas y dijo: «El ministro ha sido asesinado» y volvió a cerrar de golpe las puertas. Se cuenta, que un rumor sordo, prolongado, se escuchó a lo largo de toda la multitud: «viva», «viva». A media voz, el pueblo se manifestaba favorable al hecho funesto, favorable al asesinato de quien fuera líder indiscutido de la política chilena por casi diez años.
La acción política de Portales, su magnicidio y juicio histórico, ha sido cuestionada por cada generación de chilenos, convirtiéndolo sin lugar a dudas en el personaje más controversial de nuestra historia nacional.
Manuel Montt: “Pura cabeza, sin corazón”, así lo definió el general Manuel Bulnes. Realmente Montt era autoritario y aplicó los postulados de Diego Portales, con quien había trabajado cuando este era ministro del interior en el gobierno del presidente José Joaquín Prieto. Además, fue el primer presidente no militar que tuvo nuestro país.
Su arisca personalidad y su dureza gubernativa originaron la “revolución de 1851” encabezada por jóvenes liberales bajo el mando de los militares Pedro Urriola y José Miguel Carrera Fontecilla (hijo del insigne padre de la patria).
Tras el fracaso de esa revolución, Montt inició una brutal persecución política contra los liberales, siendo apoyado férreamente por su mano derecha, el ministro Antonio Varas. Con él gobernó Chile durante 10 años (hasta 1861), asfixiando cualquier atisbo político y social que intentara democratizar la sociedad chilena, en la que solamente el 12% de la población sabía leer y escribir. Si usted leyó la obra “Martín Rivas”, de Alberto Blest Gana, sabrá bien cómo fue todo aquello.
Fue tan duro su gobierno que incluso dividió a su propio Partido, el Conservador, del cual Montt provenía, dando origen al Partido Nacional y al Partido Monttvarista.
Dice Wikipedia: << (Manuel Montt) concluye su gobierno con una grave crisis política al desatarse una división en el movimiento gobiernista que dio como resultado la conformación de los partidos políticos del siglo xix. La crisis dio paso a un clima de efervescencia electoral que llevó a los sectores liberales a embarcarse en la abortada revolución de 1859. Montt, sin embargo, debilitado en su liderazgo, no pudo imponer la candidatura presidencial de Antonio Varas, y se vio obligado a aceptar la candidatura de consenso de José Joaquín Pérez>>.
Uno de sus once hijos, Pedro Montt, fue el presidente de la república que autorizó en diciembre de 1907 al general Roberto Silva Renard efectuar la matanza de 3000 trabajadores salitreros que se encontraban reunidos en la Escuela Santa María en Iquique.
Otro personaje de su parentela fue el almirante Jorge Montt, uniformado sedicioso entregado a los intereses ingleses del salitre, quien inició y efectuó la guerra civil de 1891 derrocando al presidente José Manuel Balmaceda, y venciendo completamente al ejército en las batallas de Placilla y Concón.
*** En una próxima entrega: Carlos Ibáñez del Campo / Arturo Alessandri Palma / Gabriel González Videla / Jaime Guzmán Errázuriz / Augusto Pinochet Ugarte