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La Comuna de París de 1871: un salto de tigre al pasado

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Jacobin

Un momento de la lucha de los oprimidos en el presente y un acontecimiento preciso del pasado forman una constelación única que corre el riesgo de desaparecer si no es reconocida. Celebremos entonces la memoria de la Comuna de París de 1871 y dejemos que nutra nuestras experiencias actuales. 

Imagen: Ilustración que muestra a las mujeres de Montmartre marchando para defender una barricada y portando una pancarta que dice «La Comuna o la Muerte» durante la Comuna de París de 1871. (Archivo de Historia Universal / Grupo de Imágenes Universal a través de Getty Images)

La tradición de los oprimidos

En el cementerio del Père Lachaise de París existe un muro conocido como el «Muro de los Federados». Fue allí que las tropas versallescas fusilaron, en mayo de 1871, a los últimos combatientes de la Comuna de París. Todos los años, miles –y a veces, como en 1971, decenas de miles– de personas, principalmente franceses, aunque asiste gente de todo el mundo, visitan este sitio de la memoria del movimiento obrero. Vienen solos o en grupos que llevan banderas rojas o flores, y algunas veces cantan esa vieja canción de amor que se convirtió en el canto de los comuneros: «Le Temps des Cérises». No le rinden homenaje a un hombre, a un héroe ni a un gran pensador, sino a esa multitud anónima que nos negamos a olvidar.

Como dijo Walter Benjamin en sus tesis «Sobre el concepto de historia» (1940), la lucha por la emancipación no solo se hace en nombre del porvenir, sino también en nombre de las generaciones vencidas. El recuerdo de la opresión de nuestros antepasados y de sus combates es una de las grandes fuentes de inspiración moral y política para el pensamiento y la acción revolucionarios. 

Entonces, la Comuna de París forma parte de eso que Benjamin denomina «la tradición de los oprimidos», es decir, esos momentos privilegiados («mesiánicos») de la historia en los cuales las clases subalternas, por un momento, lograron quebrar la continuidad de la historia y la continuidad de la opresión. Se trata de esos cortos –demasiado cortos– períodos de libertad, de emancipación y de justicia que siempre servirán como puntos de referencia y ejemplos para las nuevas luchas. Después de 1871, la Comuna nunca cesó de nutrir la reflexión y la práctica de los revolucionarios: desde Marx y Bakunin hasta Lenin y Trotsky.

Marx y la Comuna de 1871

Apesar de sus desacuerdos en el marco de la Primera Internacional, marxistas y libertarios cooperaron de modo fraterno en el apoyo a la Comuna de París, ese primer gran intento de «poder proletario» de la historia moderna. Es cierto que los respectivos análisis de Marx y de Bakunin sobre este acontecimiento revolucionario se situaban en las antípodas. Se pueden resumir las tesis del primero en los siguientes términos:

La situación del pequeño número de los socialistas convencidos que formaron parte de la Comuna era excesivamente difícil. […] Les fue necesario oponer un gobierno y un ejército revolucionarios al gobierno y al ejército de Versalles.

Frente a esta lectura de la guerra civil en Francia, que opone dos gobiernos y dos ejércitos, el punto de vista antiestatal de Bakunin era completamente explícito:

El régimen comunal habría devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito, que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento. 

El lector atento e informado me corregirá: la primera opinión es de Bakunin, quien la escribió en su ensayo «La Comuna de París y la noción de Estado», mientras que la segunda es una cita de Marx que se encuentra en su texto «La Guerra Civil en Francia» de 1871. Mezclamos a propósito las cosas para mostrar que las divergencias –sin duda, reales– entre Marx y Bakunin, entre marxistas y libertarios, no son tan simples y evidentes como se supone.

De hecho, Marx estaba alegre porque, en el curso de los acontecimientos de la Comuna, los proudhonianos habían dejado de lado las tesis de su maestro, mientras que ciertos libertarios observaban con placer que los escritos de Marx sobre la Comuna abandonaban el centralismo en provecho del federalismo.

Karl Marx propuso, como consigna política central de la Asociación Internacional de los Trabajadores –la Primera Internacional– aquella fórmula que quedó plasmada en los «Estatutos Generales» de 1864: «La emancipación de la clase trabajadora debe ser obra de los mismos trabajadores». Si la Comuna de 1871 fue tan importante, es precisamente porque se trató de la primera manifestación revolucionaria de ese principio fundador del movimiento obrero y socialista moderno.

La Comuna, dice Marx en el discurso que pronunció en nombre de la Primera Internacional en 1871, «La guerra civil en Francia», no era el poder de un partido ni de un grupo, sino que era «esencialmente, un gobierno de la clase obrera», un «gobierno del pueblo por el pueblo», es decir, la recuperación de los trabajadores de su derecho indiscutible a «hacerse dueños de sus propios destinos». Apuntando a este objetivo era imposible contentarse con la «conquista» del aparato de Estado existente: era necesario «destrozarlo» y reemplazarlo por otra forma de poder político, como hicieron los comuneros desde su primer decreto que dictaminaba la supresión del ejército permanente y su reemplazo por el pueblo en armas. Esto es lo que le escribía Marx en una carta a Kugelmann el 12 de abril de 1871, es decir, durante las primeras semanas de la Comuna: «Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla,  y esta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París».

Lo que resulta decisivo para Marx no es solamente la legislación social de la Comuna –algunas de cuyas medidas, como la transformación de las fábricas abandonadas por sus propietarios en cooperativas obreras, manifestaban una dinámica socialista–, sino sobre todo su significación política como poder de los trabajadores. Como escribe en su discurso de 1871, «esta nueva Comuna, que quiebra el poder estatal moderno» fue obra de «simples obreros» que, «por primera vez en la historia […] se atrevieron a violar el privilegio gubernamental de sus “superiores naturales”».

La Comuna no era ni una conspiración, ni un golpe militar: era el pueblo que actuaba para sí mismo y por sí mismo. Un corresponsal del periódico Daily News no pudo encontrar a ningún jefe que ejerciera «la autoridad suprema», lo cual ameritó un comentario irónico de Marx que se refería a la gran necesidad de ídolos políticos y de «grandes hombres». Por supuesto, los militantes de la Primera Internacional jugaron un rol importante en los acontecimientos, pero la Comuna no puede explicarse por la intervención de un grupo de vanguardia. En respuesta a las calumnias de la reacción, que presentaban el levantamiento como una conspiración tramada por la AIT, Marx escribió: «Naturalmente, la mente burguesa, con su contextura policíaca, se figura a la Asociación Internacional de los Trabajadores como una especie de conspiración secreta con un organismo central que ordena de vez en cuando explosiones en diferentes países. En realidad, nuestra Asociación no es más que el lazo internacional que une a los obreros más avanzados de los diversos países del mundo civilizado. Dondequiera que la lucha de clases alcance cierta consistencia, sean cuales fueren la forma y las condiciones en que el hecho se produzca, es lógico que los miembros de nuestra Asociación aparezcan en la vanguardia».

Si Marx habla unas veces de obreros y otras veces de «pueblo» es porque es consciente de que la Comuna no es una obra exclusiva de la clase proletaria en sentido estricto. También participaron sectores de las clases medias empobrecidas, intelectuales, mujeres de distintos estratos sociales, estudiantes y soldados, todos unidos alrededor de la bandera roja y del sueño de una república social. Esto para no decir nada de los campesinos, efectivamente ausentes del movimiento aun cuando, sin ellos, el levantamiento de París estaba condenado al fracaso.

Otro aspecto de la Comuna sobre el cual insiste Marx es su carácter internacionalista. Es cierto que el pueblo de París se alzó en 1871 contra los políticos burgueses cobardes que se reconciliaron con Bismarck y con el ejército prusiano. Pero este arrebato nacional no tomó en ningún sentido una forma nacionalista; no solo por el rol que cumplieron los militantes de la sección francesa de la Primera Internacional, sino también porque la Comuna se dirige a los luchadores de todas las naciones. La solidaridad de la Asociación Internacional de los Trabajadores, y los encuentros en apoyo a la Comuna, que se realizaron según la voluntad de los obreros socialistas en Breslavia y en algunas ciudades alemanas, expresan el alcance internacionalista que tuvo el levantamiento del pueblo parisino. Como escribió Marx en una resolución adoptada por un encuentro para celebrar el aniversario de la Comuna en marzo de 1872, los comuneros fueron «la heroica vanguardia» del «amenazante ejército del proletariado internacional».

El salto de tigre al pasado: Octubre de 1917

Según afirma Walter Benjamin en sus tesis de 1940, un momento de la lucha de los oprimidos en el presente y un acontecimiento preciso del pasado forman una constelación única, una imagen singular de ese pasado que corre el riesgo de desaparecer si no es reconocida. Esto es lo que sucedió durante la Revolución rusa de 1905. Solo León Trotsky percibió la constelación que formaban la Comuna de 1871 y el combate de los soviets rusos en 1905: en su prefacio a la edición rusa de los escritos de Marx sobre la Comuna, redactado en diciembre de 1905, observa que el ejemplo de 1871 nos enseña que, en un país económicamente atrasado, el proletariado puede llegar al poder antes que en un país capitalista avanzado. No obstante, una vez en el poder, los trabajadores rusos se verían obligados, como los de la Comuna, a tomar medidas que combinaran la liquidación del absolutismo con la revolución socialista. 

En 1905-1906, Trotsky quedó completamente aislado cuando defendió el modelo de 1871 para la revolución rusa. A pesar de sus críticas a la táctica menchevique de apoyo a la burguesía antizarista, hasta Lenin se negaba a considerar a la Comuna como un ejemplo para el movimiento obrero en Rusia. En su obra de 1905, titulada Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, critica a la Comuna de París por confundir «las tareas de la lucha por la república con las tareas de la lucha por el socialismo». Por este motivo, dice que se trató de «un gobierno al cual el nuestro [el futuro gobierno democrático revolucionario ruso] no se debe parecer».

Pero las cosas cambiaron en 1917. En las Tesis de abril, Lenin toma a la Comuna de París como modelo para la república de los soviets que propone como objetivo a los revolucionarios rusos, precisamente porque realiza la fusión dialéctica entre la lucha por la república democrática y la lucha por el socialismo. Esta idea será desarrollada ampliamente en El Estado y la revolución y en todos los otros escritos que publicó Lenin en el transcurso de 1917. La identificación con los comuneros era tan fuerte que, según el recuerdo de sus contemporáneos, Lenin celebró con un un inmenso orgullo el momento en que, poco tiempo después de 1917, el poder de los soviets logró sobrevivir un día más que la Comuna de 1871.

Entonces, la Revolución de Octubre es un ejemplo evidente de la idea que planteó Walter Benjamin en sus tesis: toda revolución auténtica no es solo un salto hacia el porvenir, sino también «un salto de tigre al pasado», un salto dialéctico hacia un momento del pasado cargado de ese «tiempo presente» (Jetztzeit). 

Tanto Marx como Engels, Lenin y Trotsky criticaron algunos errores políticos o estratégicos de la Comuna: por ejemplo, no haber sacado el dinero del Banco de Francia, no haber atacado a Versalles, haber combatido al enemigo en barricadas montadas simultáneamente en todos los barrios. Sin embargo, no por eso dejaron de reconocer en este acontecimiento un momento sin precedentes en la historia moderna, el primer intento de «tomar el cielo por asalto», la primera experiencia de emancipación social y política de las clases oprimidas. 

La actualidad de la Comuna de París en el S. XXI

Cada generación hace su propia lectura y su propia interpretación de la Comuna de 1871 en función de su experiencia histórica, de las necesidades de sus luchas y de las aspiraciones y utopías que la motivan. ¿Cuál podría ser su actualidad hoy, desde el punto de vista de la izquierda radical y de los movimientos sociales y políticos de principios del S. XXI, que abarcan desde los zapatistas de Chiapas hasta el «movimiento de los movimientos», el movimiento altermundista? 

Es cierto que la gran mayoría de los militantes y activistas de hoy no saben mucho sobre la Comuna. Sin embargo, entre la experiencia de la primavera parisina de 1871 y la de las luchas actuales existen ciertas afinidades, ciertas resonancias que ameritan ser analizadas: 

a) La Comuna fue un movimiento de autoemancipación y de autorganización que surgió desde abajo. Ningún partido pretendió sustituir a las clases populares y ninguna vanguardia intentó «tomar el poder» en nombre de los trabajadores. Los militantes de la sección francesa de la Primera Internacional se contaban entre los militantes más activos de la insurrección popular, pero nunca tuvieron la intención de erigirse como la «dirección» autoproclamada del movimiento, de monopolizar el poder ni de marginalizar a otras corrientes políticas. Los representantes de la Comuna eran elegidos democráticamente en cada distrito y estaban sometidos al control permanente de su base popular.

b) En otros términos: la Comuna de 1871 fue un movimiento pluralista y unitario, en el cual participaron simpatizantes de Proudhon, en menor medida de Marx, libertarios, jacobinos, blanquistas y «republicanos sociales». Por supuesto que hubo debates y divergencias, e incluso enfrentamientos políticos de magnitud en las instancias democráticamente electas de la Comuna. Pero en la práctica se confluía en una acción común, las distintas corrientes se respetaban mutuamente y apuntaban sus armas contra el enemigo y no contra el camarada de lucha con el cual no se acordaba en todos los puntos. Los dogmas ideológicos de unos y otros pesaban menos que los objetivos comunes: la emancipación social y la abolición de los privilegios de clase. Como reconoció el mismo Marx, los jacobinos dejaron de lado su centralismo autoritario y los proudhonianos sus principios «antipolíticos».

c) Como vimos más arriba, se trató de un movimiento auténticamente internacionalista, que contó con la participación de luchadores de muchos países. La Comuna eligió para la dirección de su ejército a un revolucionario polaco (Dombrowicz) y a un obrero húngaro-alemán (Leo Frankel) para la comisión de trabajo. Es cierto que la resistencia a la ocupación prusiana jugó un rol decisivo en el origen de la Comuna, pero el llamamiento de los insurgentes franceses al pueblo y a la socialdemocracia alemana, inspirado en la utopía de los «Estados Unidos de Europa», testimonia su sensibilidad internacionalista.

d) A pesar del peso del patriarcado en la cultura popular, la Comuna se distinguió por la participación activa y tenaz de las mujeres. La militante libertaria Louise Michel y la revolucionaria rusa Elisabeth Dmitrieff son las más conocidas, pero hubo miles de mujeres –que eran designadas con rabia y odio por la reacción versallesca como «petroleras»– en los combates de abril y mayo de 1871.

El 13 de abril, los delegados ciudadanos enviaron a la Comisión Ejecutiva de la Comuna un mensaje que manifestaba la voluntad de muchas mujeres de participar en la defensa de París, considerando que 

la Comuna, representante del gran principio que proclama la destrucción de todo privilegio, de toda desigualdad, está obligada por eso mismo a considerar los reclamos justos de toda la población, sin distinción de sexo (distinción creada y mantenida como necesidad del antagonismo sobre el cual reposan los privilegios de las clases dominantes).

La petición está firmada por las delegadas del Comité Central de ciudadanos: Adélaïde Valentin, Noëmie Colleville, Marcand, Sophie Graix, Joséphine Pratt, Céline Delvainquier, Aimée Delvainquier, Elisabeth Dmitrieff.

e) Sin tener un programa socialista preciso, las medidas de la Comuna –por ejemplo, la recuperación de las fábricas abandonadas por sus patrones– manifestaban una dinámica anticapitalista radical.

Es evidente que los levantamientos populares de nuestra época –por ejemplo, la insurrección zapatista de 1994, la del pueblo argentino en 2001, la que hizo abortar el golpe en contra de Chávez en 2002 en Venezuela, o la del pueblo chileno en 2019, por no mencionar más que algunos ejemplos recientes en América Latina–, son muy diferentes de los de la insurrección de París de 1871. Pero muchos aspectos de ese primer intento de emancipación social de los oprimidos siguen teniendo vigencia y deben nutrir la reflexión de las nuevas generaciones. Sin memoria del pasado y de sus luchas no será posible combatir por las utopías del mañana.

MICHAEL LÖWY

Director de investigación emérito del Centre national de la recherche scientifique (CNRS). Autor de numerosos libros, entre ellos Ecosocialismo, La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista.

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