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HUGO CHAVEZ – HOMBRE DE AMÉRICA

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Por Gustavo Espinoza M.

Hace diez años, pasó a la posteridad, Hugo Rafael Chávez Frías, quien fuera Presidente de la República Bolivariana de Venezuela hasta el último de sus días. El, dejó una huella imborrable en el sueño continental por lo que se recuerdo perdura en la memoria de los pueblos. 

Evocando su partida, y cuando ella ocurrió dijimos evocando a  Vicente Huidobro: “Un hombre ha pasado por la tierra y ha dejado su corazón ardiendo entre los hombres”. Y es que el hombre cuya imagen se mantiene viva en la pupila de millones, legó un ejemplo y un mensaje que se sitúa en las profundidades del pensamiento revolucionario latinoamericano.

Si queremos perfilar el ideario bolivariano, debemos tomar en cuenta la “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño”, suscrita en Cartagena de Indias en diciembre de 1812. Fue la primera piedra del edificio ideológico de Bolívar construido a partir del inicio de su lucha por la Independencia de América. Precisa un concepto que desarrollará con fuerza en años sucesivos: “Mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos -dice- los enemigos obtendrán las más completas ventajas”. La Unidad Continental está en la base de ese concepto y se convertirá en la viga maestra de su legado histórico.

Un elemento complementario es, por cierto, la idea de la solidaridad entre los pueblos. Ella se deduce de la primera, porque para forjar y consolidar la unidad, tenemos que establecer una relación muy próxima y un vínculo de ayuda común y asistencia recíproca, consustancial al ideal bolivariano.  Por lo demás, constituye una expresión de la realidad. Venezuela, en su momento, no podía ser libre si no ayudaba a Colombia para que también lo fuera.

Y ambas naciones no podían gozar de una independencia duradera si persistía el régimen colonial en la capital del virreinato. La solidaridad moral y material, no era sólo una bella palabra, sino una necesidad imperiosa, que nos permitiría sobrevivir en las condiciones adversas de la época.

El patriotismo, es decir la convicción que constituimos una nación, que tenemos una Patria -o aspiramos a ello- es un tercer elemento que Bolívar sostuvo. En su Carta a los venezolanos, de 1813, dijo: “Ya se han dejado ver los rasgos de patriotismo. “Dad en estos momentos nuevas pruebas de vuestra lealtad, de vuestro amor y celo, de vuestro patriotismo, si queréis disfrutar perfectamente de la salud y la libertad que os deseo, y por la que tanto anhelo” 

No obstante, no bastaba unir a los núcleos independentistas que actuaban en cada país. Era necesario forjar un nuevo Estado -un verdadero Estado Soberano-, una vez afirmada y consolidada la Independencia. Y para este efecto no había más camino que integrar un cuarto requisito: la voluntad de los pueblos alcanzada mediante la persuasión. Solo afirmado en un pueblo consciente, podría perfilarse un camino, para consolidar la fuerza que encarnaban los Libertadores. Ese era el mensaje que desde el sur del continente traían San Martín y O’Higgins y que a su manera encarnarían también Artigas y  Sucre, héroes de aquellos tiempos.

Estaban convencidos que, para ganar la voluntad de los pueblos y uncirlos al carro de la emancipación, era preciso atender sus requerimientos fundamentales, reconocerles ciudadanía, liberar a los segmentos más atrasados de la población de la odiosa esclavitud y la miseria  instauradas por el régimen colonial en nuestro suelo.

En su conocida “Contestación de un americano meridional  a un caballero de esta isla”, escrita en Kingston en septiembre de 1815, Bolívar insistió  en la necesidad de liberar a las poblaciones oprimidas. Y al formular su idea, recordó al Barón de Montesquieu para quien era “más difícil sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre”. En febrero de 1819, ante el reunido Congreso de Angostura, y entregando a los nuevos legisladores el mando supremo de Venezuela, Bolívar acuñó ideas que forman parte del ideario continental: “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición”.

Para hacer frente a todas las dificultades y sacar del caos a nuestras repúblicas, El Libertador definió una política: “Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa; la sangre de nuestros ciudadanos, es diferente; mezclémosla para unirla; nuestra constitución ha dividido los Poderes, enlacémoslos para unirlos”. 

Y coronando el sentido de su mensaje antes de emprender la etapa final de su lucha emancipadora en los territorios del sur de  Venezuela liberando Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, puso el dedo en la llaga combatiendo enérgicamente los elementos de la descomposición social y clamando por educación y cultura: “Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Será esa -añade- “la única manera de renovar en el mundo la idea de un pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso”.

Las formulaciones de Bolívar no solo reflejan claridad en el pensamiento sino también una gran fuerza de voluntad y una enorme capacidad para enfrentar aún las mayores dificultades. Recordemos, apenas, que en 1812, con motivo del terremoto que destruyó gran parte de Caracas, en la Plaza de San Jacinto y  encaramado sobre un montón de ruinas, lanzó esta famosa declaración: «Si la naturaleza se opone a nuestros, designios la combatiremos y haremos de suerte que ella nos obedezca».

Este conjunto de ideas y propósitos, es la base del Ideal Bolivariano. Y hay que decir que ése fue el que enarboló en Venezuela el Comandante Hugo Chávez Frías cuya primera acción política trascendente ocurrió el 4 de febrero de 1992, cuando asomó al escenario latinoamericano encabezando un alzamiento militar que, en sus propias palabras, “por ahora” se había frustrado.

El Hugo Chávez que dio ese mensaje por la televisión nacional venezolana admitiendo su coyuntural derrota, no era un caudillo afortunado ni ambicioso, ni buscaba honores o glorias. Era un hombre dispuesto a atar su destino al de su propio pueblo para salir con él hacia delante poniendo en vigencia el ideario bolivariano formalmente reconocido, pero realmente olvidado.

Con ese mensaje, ganó por primera vez las elecciones presidenciales en diciembre de 1998 y asumió el Poder en medio de un apabullante respaldo ciudadano. La población venezolana no estaba más dispuesta a confiar en los partidos del sistema, ni en los caudillos de la burguesía, y abría un nuevo rumbo de cambios sociales inspirados en el mensaje del Libertador. A lo largo de casi 14 años de gestión gubernativa, y afrontando los más duros embates de la lucha de clases y la agresión imperialista, el gobierno de Venezuela conducido por él, venció numerosos obstáculos y ha salió adelante.

En 1516, Tomás Moro publicó una obra maestra titulada “Utopía”. Fue, en su momento, sólo  un sueño, una ilusión. Reflejó el anhelo de un mundo de justicia y libertad. Años más tarde, en 1789, estos sueños tomaron forma en la Revolución Francesa, que dio paso a un régimen republicano en ese país en 1848. En 1871 la Comuna de París demostró que los obreros ponían ponerse ante si la tarea de tomar el cielo por asalto. En 1917 la Revolución Socialista de Octubre dio forma a un nuevo  ideal que hoy, con variantes y modificaciones derivadas de la experiencia concreta, alumbra el camino de los pueblos. En  1959, Cuba alumbró una nueva esperanza. Hoy Venezuela ocupa un lugar en ese derrotero.

“La historia avanza en espiral”, decía Carlos Marx. Y el pensamiento humano también avanza, y madura, en espiral. Por eso supera sus limitaciones naturales y forja nuevos caminos para todos. En este contexto, Hugo Chávez, que recoge el mensaje de Julio Antonio Mella, José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, Aníbal Ponce, César Augusto Sandino, Luis Carlos Prestes, Ernesto Che Guevara, Salvador Allende, y de muchas otras grandes figuras de nuestra historia; camina fulgurante afirmando su vigencia. Por eso, se le puede llamar Hombre de América

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