Arturo Alejandro Muñoz
El caso argentino es digno de un estudio holístico donde participen disciplinas diversas, como economía, administración, sociología, historia, derecho, antropología, ciencias jurídicas, y otras que pueden estar escapando de mi somero análisis.
Así de serio y extraño es el asunto argentino que preocupa no sólo a sus propios habitantes, sino también a sus vecinos del barrio sudamericano, y con especial énfasis a los del cono sur del continente.
“Los argentinos gastamos de noche lo que hemos ganado de día”, era una frase que ya se escuchaba en Buenos Aires en la década de 1960, y que al parecer tenía fuerte raigambre en la realidad, aunque bien sabido es que una crisis económica severa no puede explicarse solamente, ni preferentemente, con el gasto que los habitantes de una gran ciudad realicen en sus salidas nocturnas.
Quienes saben o han leído Historia de Argentina concordarán con lo expresado en estas someras líneas. Hasta avanzado el siglo veinte, muy en particular las décadas de 1930-40-50 y 60, sus vecinos mirábamos con algo de envidia el desarrollo y modernismo que mostraba la patria de San Martín. Buenos Aires era el “París de Sudamérica”. Todo lo mejor de allende los mares llegaba a esa urbe y allí se quedaba, iluminando cual faro del progreso las extensas pampas, convirtiéndose en un imán poderoso que atraía también, cual canto de sirena, a muchos habitantes de naciones de ultramar, cual fue el caso de las grandes migraciones europeas (especialmente la italiana) que procuraban un mejor destino y un futuro más halagüeño que aquel ofrecido por sus propios terruños.
Con ocasión de la trágica y sangrienta Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Argentina dio ejemplo al mundo manteniéndose neutral durante casi todo el conflicto bélico, lo cual le permitió negociar sus productos (vitales aun más en esos duros años) con las naciones del Eje y las naciones Aliadas, sacando enorme provecho y ganancias en tales comercializaciones.
Un país rico en recursos naturales, petróleo, gas, y pampas extensas que no requieren mayormente de la onerosa ingeniería hidráulica para regarlas, pues Dios le ha regalado la maravilla de la lluvia portentosa que cae rutinariamente y sin faltar jamás, desde el comienzo de los tiempos, nutriendo aquellos vastos suelos en los que crece el alto pasto que sus millones de animales requieren para alimentarse… y alimentarse muy bien por lo demás.
Agricultura, ganadería, la más grande red ferroviaria de todo el subcontinente americano, ciudades modernas donde la cultura, el deporte, los espectáculos, la gastronomía y el turismo, marcaban pauta en el hemisferio sur, permitían que Argentina mirase por sobre su hombro al resto de las naciones hermanas. Era grande. Era una estrella imbatible incluso en muchas disciplinas deportivas, particularmente en fútbol, boxeo, básquetbol, tenis y automovilismo.
Y de pronto, todo cambio. No fue algo que acaeciera de la noche a la mañana; eso no existe en los asuntos económicos, sean macro o micro, da igual, pues no existe aquello. Fue una cuestión que estuvo creciendo silente a lo largo de décadas, hasta que explotó para que Argentina iniciara el doloroso descenso a la tristeza insana del crecimiento de la pobreza, el aumento de la indigencia y, por cierto, la dependencia económica, el fracaso y la depresiva angustia por los dones desperdiciados.
Desde hace algunos años, ese país hermano ya no depende de sí mismo, al menos no al cien por cien. Gran parte de su economía cuelga de las decisiones de organismos supranacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Además, cada día puede ser peor en estas cuestiones de la economía. El desorden fiscal, las cuentas sin pagar, la corrupción desatada en los niveles políticos (verdaderos robos a destajo), en las actividades fiscales y empresariales, así como los cacicazgos castrando el desarrollo global del país, e instituciones que funcionan de acuerdo a lo que cada ‘cacique’, civil o militar, requiere e impetra respaldado por miles de seguidores fanáticamente desinformados que suponen torpemente que actuar como barra brava de fútbol en asuntos políticos y económicos dan ganancioso rédito, abrieron un boquerón por el que la otrora poderosa Argentina se desliza inexorablemente hacia el fondo del mismo.
Durante décadas lo tuvo todo, y ese todo se le escurrió como arena entre los dedos. Las dictaduras militares –además de asesinas y ladronas- fueron un fiasco político brutal. Pero un fiasco amparado, cobijado y nutrido por los insaciables intereses globales que los Estados Unidos de Norteamérica y sus sempiternos aliados-ayudistas europeos del entonces naciente Mercado Común, defendían e imponían al “patio trasero” de Washington con disfrazada prepotencia y abiertas amenazas económicas, varias de ellas corporizadas en invasiones sanguinarias y predadoras. Hay larga y cruenta Historia de todo aquello. Washington lo sabe, lo calla, pero, sabe que lo sabemos y que no olvidamos.
De ahí en más, el caos. Gobiernos democráticos como el de Perón (en su nueva oportunidad una vez retornado del exilio español), María Estela Martínez, Alfonsín, De la Rúa, Menem, Kirchner, Cristina, Macri y ahora Fernández, no han podido (y en algunos casos ‘no han querido’) sobrevivir a la catástrofe de las corruptelas sin medida, y a esa lucha interna entre bandos políticos que siempre han estado dispuestos a crear una realidad caótica para defenestrar a su adversario – ya convertido en enemigo- sin detenerse a pensar que con ello destruyen su propio país.
Hoy ha caído, bajo el martillo de la justicia, Cristina Fernández. Culpable según los jueces; delincuente según sus adversarios; heroína según sus seguidores. El país dividido, en pugna, con macanas en las manos y odios en las venas. ¿Mañana será Macri quien caiga? Barra brava versus barra brava…y el país desfalleciente.
Esto de las “barras bravas” que pululan también en la política y en la economía, en la prensa y en la academia, no es asunto menor. Vea usted, querido lector, lo que otro columnista (del Washington Post) escribió al respecto, señalando que en Argentina los dolores y la hambruna pueden ser controlados administrativamente a través de un balón de fútbol. ¿Por qué se logra ello? Porque al menos en el fútbol Argentina cree recuperar una parte de aquel entrañable sitial perdido.
<<En la tierra de Maradona y Messi, el fútbol es todo. Como Nueva York en Navidad, Buenos Aires está vestida de Mundial. Cada partido se vive con la intensidad de una final, como si en una sola pelota estuviera la gloria de un país roto. Y es que el fútbol brinda una narrativa diferente: en algo Argentina sí es potencia, en algo sí está cerca de la cima. Cuando juega la selección no hay grieta, no hay divisiones: el país entero está detrás de los 11 jugadores parados en el campo>>.
Pero, el Mundial de Fútbol dura sólo un mes. Luego vendrán otra vez cuatro años de frustraciones, arrebatos y dolores por no lograr la recuperación de esa vieja y noble historia de país grande y nación señera.
“No importa –me escribió Marcelo Castelli desde Buenos Aires- los políticos de todos los bandos y la prensa de esos mismos bandos saben que después del Mundial viene la Copa América”.
Obvio, pensé, con ese maná de agua y sal calman y controlan al pueblo. Gustosamente, la prensa ayuda en ello… coadyuva en mantener disfrazada la crisis para beneficio de quienes roban depredando el país entero.
¿Y cómo andamos por acá, en Pelotillehue, donde la televisión estulta y la ‘prensa canalla’ son efectivos ayudistas del gran capital, ergo, de las diez o doce familias que se han apropiado del país, de la policía, de las fuerzas armadas, de las iglesias, de los recursos naturales, de la prensa, de la justicia, del legislativo, y…de la gente desinformada?
Argentina sigue estando mal, y puede estar peor.
Nosotros también.