La Falange se convirtió en Partido Demócrata Cristiano, pero este, ¿pagó las deudas contraídas por aquella? ¿Evolucionó hacia la posición que pontificó a viva voz en sus inicios? Me temo que no.
Arturo Alejandro Muñoz
Mi abuelo –un español fallecido hace ya tres décadas- contaba que en el Norte Grande, en Iquique para mayor exactitud, cuando recién despuntaba el año 1938, dos jóvenes abogados, ex miembros de la Juventud del Partido Conservador, se acercaron a su negocio de colchones, somieres y marquesas para pedirle en arriendo una amplia bodega situada a escasas cuadras de la histórica Escuela Santa María (ya inexistente en esa época). “Somos falangistas”, le dijeron, creyendo que por su calidad de logroñés avecindado en Chile presentaría menos remilgos para un contrato.
No hubo problemas en el acuerdo de arriendo, bien sabemos que ‘negocios son negocios’, y la mentada bodega pasó a manos de los dos abogados, cuyos apellidos eran Tomic y Frei. Pagaron un mes de arriendo por adelantado y se fueron del local de la colchonería con evidente satisfacción. Sin embargo, los líos vinieron un año después, cuando los falangistas abandonaron el local y se marcharon de regreso a Santiago… pero adeudando diez meses de arriendo, cuestión que nunca fue solucionada. “Le conminamos a hacer un aporte valioso a la democracia y al progreso de Chile”, le respondieron a mi abuelo cuando este intentó cobrar la deuda. No pagaron, por supuesto. Además, ya habían abandonado la “tierra de campeones”, yéndose a instalar en la capital del reino.
Mi abuelo –Alejandro Muñoz del Fraile- daba fe que en ese bodegón comenzó a funcionar la Falange Cristiana en Iquique (y tal vez en Chile), agrupación que en 1957 pasaría a denominarse Partido Demócrata Cristiano (PDC). Por ello, sin temor a equivocarme, puedo asegurar que el PDC comenzó su vida política con deuda de arrastre.
De allí en más, todo lo que aquella tienda partidista ha realizado contiene significativa dosis de inefabilidad. Es la “teoría del péndulo”, como definiera alguna vez Julio Durán Neumann las volteretas en política, especialmente las de partidos que aseguran estar ubicados en el centro del espectro. El PDC ha querido apropiarse ad eternum de esa posición, y del ‘péndulo’, como bien muestra su propia historia.
En su andar, que más bien parece haber sido un peregrinaje en busca del camino de retorno –cual hijo pródigo- a la casa paterna (la del Partido Conservador), el PDC ha cohabitado con teorías e ideologías diversas, incluso contradictorias, pues de las proposiciones emanadas de la pluma de Jacques Maritain y su “tercera vía al desarrollo” –aquella que gritaba ‘no al capitalismo, no al marxismo’-, surgieron voces en su interior aplaudiendo el cooperativismo y, como contrapartida, hubo otras expresiones que avalaban y proponían insertar esa tienda en las filas del capitalismo “humanizado”, pero capitalismo al fin; algo ininteligible tanto ayer como hoy. El “negro” Pando (QEPD) era uno de sus adalides.
Entre los años 1957 y 1968 el PDC logró vivir, desarrollarse y gobernar con esas indecisiones ‘pendulares’, una verdadera trenza que lo seguía atando a su raíz primera: el conservadurismo. Fue así que a pesar de las incongruencias, ganó la Moneda y una de las principales federaciones estudiantiles, la FECH.
Tuvo momentos de gloria, por cierto. Reformas como la agraria y la universitaria deben ser destacadas con letras de molde, al igual que la puesta en marcha del desarrollo comunitario vía juntas de vecinos y centros de madres. Pero, ahí se detiene la marcha. En 1969 un amplio sector de la juventud DC puso pies en polvorosa y emigró hacia la naciente Unidad Popular luego de dar origen al MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria). Un año después, otro grupo de muchachos DC haría lo mismo, pero esta vez fundando el referente llamado Izquierda Cristiana. En esos meses, el PDC ya se había declarado enemigo de la Unidad Popular y de Salvador Allende. Estaba tan sólo a milímetros de aliarse con la ultraderecha, la sedición y el golpismo.
Fue entonces que surgió a la luz pública el verdadero rostro del PDC encarnado en algunos de sus más importantes dirigentes, como es el caso de Patricio Aylwin Azócar, pues en realidad, a lo largo de la actuación política de este caballero no existió altercado ni contubernio político en el cual no hubiese estado presente. A nombre de la democracia institucional, el señor Aylwin participó en cuanto ”chamullo legal” pueda encontrarse en los anales de nuestra historia política de los últimos cuarenta años.
Durante el período 1970-1973, bajo el argumento de ‘luchar contra el marxismo’, la Democracia Cristiana (oficialmente, Aylwin, Frei Montalva, Pérez Zujovic, Juan de Dios Carmona) apoyó sin desmayos la defensa de intereses norteamericanos, como los de la ITT, la Anaconda y otros, escribiendo el prolegómeno de lo que más tarde realizaría el mismo Aylwin desde La Moneda, siempre a nombre ‘’del bienestar de Chile’’.
Años después de haberse producido el golpe de estado -al que había coadyuvado de manera sibilina- inició los ataques verbales contra la dictadura al constatar que los militares no iban a traspasar el poder mediante un llamado a elecciones en las que ese partido confiaba obtener pingües dividendos políticos. Entonces, confirmando cuán certera en su alma era la “teoría del péndulo”, comenzó a insuflar aires de democracia a un territorio que la había perdido, precisamente, por la negativa a defenderla, propiciada por políticos como los que formaban parte (y aún lo hacen) de esa tienda.
Queda en la retina una figura difícil de borrar. En la antigua Concertación, y hoy en la Nueva Mayoría, la DC pareciera ser “la quinta columna” de la derecha ultra conservadora y de las falanges franquistas y venteos vaticanos. Una especie de caballo de Troya amenazando a los socialistas de verdad (que son poquísimos ya) con abrir de nuevo las puertas de palacio para que ataquen los griegos uniformados.
Hoy, mediante personajes como el ‘pimpinela escarlata’ Andrés Zaldívar, los hermanos Ignacio y Patricio Walker, Gutenberg Martínez y su cónyuge, Soledad Alvear, el insulso Frei Ruiz-Tagle, los indisimulados derechistas Jorge Burgos y Mariana Aylwin, el propio Patricio Aylwin, la dinastía de los hermanos Rincón aliados con la inefable Javiera Blanco (filo DC), el brumoso Jorge Pizarro, y otros de idéntica estampa que fungen como autoridades en regiones y comunas varias, el partido Demócrata Cristiano ha ido sacándose la careta de “centro” poco a poco, pues cada día alguno de sus líderes sorprende a la opinión pública con declaraciones que ya se las quisieran en la UDI, en RN, en Amplitud o en CHIVA (Chile Vamos).
Lo que esos dirigentes han manifestado respecto de, por ejemplo, una nueva Constitución Política, la Asamblea Constituyente, una educación pública gratuita, la reposición de la asignatura de Educación Cívica en la educación media, el aborto terapéutico, renacionalización del cobre, la ley de pesca, la posición de Chile ante sus pares latinoamericanos, etc., resulta suficiente argumento para entender que lenta, pero progresivamente, esa tienda se desplaza más y más hacia el lugar donde descansan sus raíces políticas. La teoría del péndulo le ha servido para vivir una cómoda existencia de casi seis décadas bajo la sombra fresca y fructífera del estado, así como al amparo protector de la maquinaria bélica que maneja y administra –vía FFAA- la derecha más fundamentalista de América.
Además, bueno es reiterarlo, han pasado setenta años y aún no pagan la deuda que contrajeron con el arriendo de aquella amplia –gigantesca en verdad- bodega iquiqueña. Para los derechistas (y la DC lo es), las deudas chicas no se pagan pues hay que esperar a que crezcan, y las deudas grandes tampoco se pagan porque son demasiado crecidas y entonces hay que “negociarlas” (lo que equivale a que pague ‘moya’). Los profesores conocen bien ese asunto.
Como siempre, el PDC promete lo que no le interesa cumplir, dice lo que no piensa y hace lo que no dice.