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Un 30 de agosto, pero en plena dictadura de 1983: El testimonio del revolucionario Hugo Marchant

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liberacion.cl

por Andres Figueroa

Ante tanta represión criminal del régimen dictatorial, respaldada por los mismos ricos que hoy respaldan el gobierno actual y que respaldaron los más de treinta años de democracia post dictadura. Democracia que se inicio con Patricio Aylwin, el principal sedicioso y conspirador contra el Gobierno de Salvador Allende.

A sangre y fuego, arrasando con las organizaciones revolucionarias y sociales que luchaban y construían Poder Popular. La Represión en ese entonces era con balas de guerra, los pacos y los ratis disparaban con armas de fuego, y en las movilizaciones caían muertos, heridos a bala, los detenidos eran torturados salvajemente y además también los desaparecían.

Sin embargo, en nuestros grupos de combate, miristas, mapucistas, del Frente Cero (origen del Frente Patriótico Manuel Rodríguez), operábamos clandestinamente y no luchábamos sólo en los momentos libres, la entrega era total, y además cuando salíamos de nuestras casas no sabíamos si íbamos a regresar. Ahí quedaban nuestros pequeños hijos al cuidado de la compañera o los abuelos. Era un cotidiano de vida o muerte, así era la opción revolucionaria de aquellos años.

Ese 30 de agosto el grupo de combate del cual yo formaba parte habíamos recibido la tarea estratégica de ajusticiar a un general del ejército de asesinos de la dictadura.

Estuvimos varios meses preparando la operación. En aquel tiempo no se hacían bingos ni rifas. Con otras operaciones guerrilleras debíamos resolver los requerimientos, vehículos, armas, dinero, recursos humanos para montar fachadas y arrendar casa de acuartelamiento, etc.

El domingo anterior a ese martes 30 de agosto, nos acuartelamos, y el jefe del grupo de combate nos dio a conocer el objetivo, que era el intendente de Santiago, General Carol Urzúa y sus escoltas. Teníamos que ajusticiarlos a todos, en represalia ante tanto crimen impune de la tiranía.

Las tareas previas de inteligencia y estudio de la situación operativa, estaba ya resuelto, nosotros solo debíamos resolver lo específico, y por lo tanto funcionábamos desde ese momento de acuerdo a las leyes de la guerrilla urbana. Salíamos y regresábamos a la casa bajo rigurosas medidas de seguridad.

Nosotros estábamos operando en la retaguardia enemiga. El objetivo estaba a menos de 100 metro de la municipalidad de las Condes de la Región Metropolitana, decenas de pacos vigilaban; cada diez minutos pasaba por la calle Apoquindo una patrulla de investigaciones o del Gope, o la CNI. A mil metros a la redonda del objetivo, había cuarteles policiales y militares de las distintas ramas de las FFAA, policías y seguridad.

Ese día llegamos a las 8 de la mañana a estacionar la camioneta LUV, donde transportábamos a los dos combatientes poremunidos con fusiles FAL. Yo era el chofer operativo.

Dos militantes estaban esperando la micro en el paradero de Cordillera con Apoquindo, mientras la camioneta estaba en línea con la calle Cordillera. A través del vidrio retrovisor yo podía ver a los guardaespaldas del general que lavaban el vehículo ese día.

Esperamos 48 minutos hasta que salió el General de su casa. Sus subalternos le rindieron honores y le abrieron la puerta del vehículo. La operación comenzaba.

Cuando el vehículo partió, antes de llegar al semáforo recibió los disparos certeros de los dos fusileros, cumpliendo su objetivo que era detener el coche, tras lo cual entró el grupo de asalto, dotados de subametralladoras. De esa manera, cayeron los escoltas y el General.

Cuando comenzó la operación, cambió la dimensión del tiempo, todo ocurrió en cámara lenta. Es la percepción que yo tengo, como también recuerdo que ante los primeros estampidos de los balazos, todos los seres humanos se protegieron, ningún paco de la guardia de la municipalidad tuvo la osadía de acercarse.

Todo funcionó como estaba planificado, yo encendí el vehículo y lo llevé tranquilamente a la posición convenida. Esperé que los combatientes se subieran al coche, el jefe se sentó a mi lado, y aguardé su orden de partir. De allí, fuimos al punto donde nos esperaba otro combatiente con un furgón. Las armas fueron embarretinadas y nos retiramos a pie. Todavía estábamos esperando la micro cuando escuché las primeras reflexiones de la gente que se había informado del hecho por la radio. En aquella época no existían celulares, ni redes sociales, y el conductor de la micro llevaba una radio emisora encendida.

Obreros que estaban en la micro, exclamaron, “por fin se echaron (liquidaron) a uno de ellos”; una señora replicó, «¡Ya estaba bueno… y ahora fue un General, a esos desgraciados hay que darles!».

Yo me fui tranquilamente a mi casa, andaba en el aire, no cabía dentro de mí. Ahí estaba mi compañera y mis hijos Simón y Pablo; Javierita sólo tenía 8 meses de edad.

Lo que ocurrió al cabo de una semana fue terrible. Dos miembros de la comisión política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, fueron asesinados con sus colaboradores más cercanos, y tres miembros del grupo de combate fuimos secuestrados por la Central Nacional de Informaciones de la dictadura, CNI, y además detuvieron nuestras compañeras. En mi caso, secuestraron a mis hijos como instrumento de tortura. Todo ocurrió en el cuartel Borgoño de la CNI.

Aparte, la situación que vivíamos al interior del MIR era una crisis global en lo político, en lo orgánico, en lo militar. La operación fue condenada por sectores del MIR, por otros sectores fue celebrada como correcta, otros sostenían que no correspondía de acuerdo con el momento político. Para unos, dentro del grupo de combate habían infiltrados, para otros, la operación de ajusticiamiento a Urzúa y sus escoltas había sido monitoreada por la CNI; en fin, elucubraciones, pero eso es material para analizarlo después y más profundamente.

Por ahora, a 39 años de los acontecimientos, reafirmo que a pesar de los pesares, fue una operación correcta, fue un acto de justicia. Fue una operación revolucionaria, técnicamente impecable, y se debió a la experiencia de casi tres años de lucha guerrillera en la clandestinidad, a contar con un grupo de combate cohesionado, y a un tremendo afecto entre los miembros de la estructura.

Escribo esto en honor a nuestras compañeras y compañeros combatientes caídos en combate. Hago un profundo reconocimiento a nuestras compañeras que realizaron la misión de nuestra retaguardia, a nuestras hijas e hijos que tuvieron que sufrir las secuelas que dejó esa lucha clandestina, las consecuencias de la tortura, la prisión y el destierro.

En la lucha, cuando es verdadera, se vive o se muere, nos enseñó el Che Guevara. El camino hacia la victoria no este sembrado de rosas. A pesar de que la derrota sufrida durante la lucha contra la dictadura aún no toca fondo, todos los días debemos tomar conciencia que el enemigo nos asesinó, conciencia de lo que nos hace falta hoy día, cuando el oportunismo disfrazado de izquierda es capaz de administrar el Estado de dominación burguesa mejor que la derecha pinochetista.

Pero la lucha contra el poder de los ricos, de a poco, producirá a ese puñado de valientes que se pongan a la cabeza de un Pueblo en Lucha por su emancipación.

La Lucha continúa.

Hugo Marchant

Para conocer más sobre el testimonio de Hugo Marchant, visitar Destierro político en democracia: La historia del chileno Hugo Marchant, https://rebelion.org/destierro-politico-en-democracia-la-historia-del-chileno-hugo-marchant/

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