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Las luchas como escuela

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Imagen: Movilización a la Corte Suprema en Washington DC. el 24 de junio de 2022. (Foto: Brandon Bell / Getty Images)

Jacobin

SUSANA DRAPER Y VERÓNICA GAGO

La decisión de la Corte Suprema de EE.UU sobre la penalización del aborto lleva a tramar un diálogo transfronterizo entre las luchas de los feminismos en el norte y el sur del continente.

«¡Aborto legal a nivel mundial!», fue el canto predominante hace unos días frente a la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. Los pañuelos verdes tomaron las calles, volvieron a prenderse las bengalas y circularon varios carteles en inglés escritos a mano («Abort capitalism!», «Abort the court!») con una gramática abortera, antimperialista y contra la corporación judicial.

No es para menos: las decisiones de la Suprema Corte de Estados Unidos sobre la libre portación de armas en espacios públicos y la penalización del aborto llevan a tramar un diálogo transfronterizo sobre las luchas de los feminismos que vienen aconteciendo en América Latina y la necesidad de activar nuevas claves comunes para enfrentar lo que se viene en estos tiempos de reacción patriarcal, conservadora y neoliberal.

De hecho, durante las movilizaciones del pasado lunes 4 de julio, lo que «interrumpió» el feriado más importante de Estados Unidos fueron las protestas contra la penalización del aborto, que se dieron a lo largo y ancho de distintos puntos del país. En Akron, Ohio, confluyeron además con las protestas del #BlackLivesMatter, tras hacerse pública la información del asesinato de Jayland Walker, un joven negro de 25 años que el pasado 27 de junio pasó un semáforo en rojo y recibió sesenta balazos de parte de ocho policías que «creyeron que portaba un arma». Las críticas a la decisión sobre la libre portación de armas volvieron a ocupar el centro del debate ese mismo 4 de julio, cuando una persona disparó reiteradas veces en un desfile en Chicago, dejando como saldo seis personas muertas y alrededor de veinticuatro heridas.

Varias manifestaciones feministas habían anunciado ya el hackeo de la fecha: «el 4 de julio ha sido cancelado debido a la falta de Independencia. Saludos, las mujeres», decía uno de los carteles; otro llamaba a no usar los colores de la bandera (rojo, blanco o azul) y usar solo verde en todo el país; en cada convocatoria se hizo énfasis en la necesidad de ocupar las calles: #GetInTheStreet (toma la calle), #StayInTheStreet (quédate en la calle). Desde Riseup4abortionrights, en Los Ángeles, se lanzaron flyers en las redes sociales invitando a compañeres del sur del continente a compartir sus historias de lucha por el aborto libre para leerlas en los actos y trazar una zona de aprendizaje, una reverberación oral de estrategias que pone en marcha pedagogías feministas. 

«No hay justicia reproductiva sin poner fin a la violencia policial», uno de los eslóganes lanzado por diferentes grupos de los feminismos Negros, tal vez sea una de las mejores síntesis para vislumbrar la lógica de conexión de luchas que se requiere en un momento urgente como el presente. Con esto queremos enfatizar varias cosas. Por un lado, que las discusiones intensas contra las armas y contra la violencia policial en las semanas previas a la decisión de la corte de garantizar su «libre» portación en espacios públicos y de penalizar el derecho a aborto, recibieron una continuidad estremecedora en los días posteriores. Lo que se legisla tiene una repercusión inmediata en lo que se habilita en las calles

Mientras tanto, por otro lado, el acervo del movimiento feminista en América Latina, protagonista de la marea verde, se ha convertido en una presencia clave en las manifestaciones estadounidenses a través de los pañuelos verdes y en los ensayos de recrear acciones coordinadas.

¿Qué podemos leer en lo que viene pasando y cómo fortalecemos secuencias de análisis colectivos que permitan imaginar cómo revertir las decisiones de la Corte y también nutrir un movimiento popular feminista transfronterizo a nivel hemisférico? ¿Cómo confrontamos esta asociación patriarcal entre liberalización de las armas y criminalización del aborto, cuando ambas apuntan directamente a la persecución de las mujeres y las personas racializadas? ¿Qué efectos de empoderamiento de las derechas en otras latitudes produce esta avanzada antiderechos? 

No podemos dejar de traer a colación aquí el escándalo de hace apenas pocas semanas en Brasil, denunciado por las compañeras de Portal Catarinas, cuando  la jueza Joana Ribeiro Zimmer del Tribunal de Justicia de Santa Catarina (TJSC) buscó convencer a una niña de 11 años violada de no abortar (cuando en ese país es legal el aborto por causa de estupro) y para eso ordenó ingresarla a un «refugio» de menores para directamente impedirle el aborto. La indignación se volvió viral bajo el hashtag «Criança não é mãe» y el aborto fue finalmente realizado, lo que el presidente Bolsonaro calificó de «inadmisible». Pero este episodio fue utilizado para difundir, en una audiencia pública convocada por los órganos administrativos federales, discursos que describen a las mujeres como «mentirosas y asesinas» o que «conciben bebés bailando funk». Esa audiencia, a la que no se dejó asistir a la sociedad civil, devino un espacio de propaganda antiaborto.

Nos situamos en estos cruces para escribir: queremos profundizar la dimensión internacionalista que el movimiento ha desarrollado en los últimos años para comprender la escala global de la contraofensiva, elaborar qué puede activarse frente a la coyuntura actual y proponer claves de experiencia organizativa como un terreno común. ¿Cómo se expresa ese internacionalismo? ¿Cómo construir y sostener alianzas? 

Queremos poner en evidencia los modos en que la lucha por el derecho al aborto, que ha conseguido victorias recientes en Colombia, Argentina, México y que ha logrado avances importantes en el marco de la reforma constitucional en Chile, funciona como una fuerza de conexión entre luchas, no es una mera demanda enclaustrada en los derechos propietarios sobre el cuerpo individual. Queremos indagar si esa clave de conexión y movilización es la que empieza a ser ensayada en Estados Unidos, que aparece de una manera particular: aprendiendo desde el sur del mundo y, al mismo tiempo, conectando con una larga lucha subterránea en ese país contra la sistemática vigilancia y criminalización de ciertas vidas y comunidades.

Venimos experimentando una inversión epistémica: desde nuestras geografías sureñas han emergido saberes organizativos que pueden leerse a la luz de las victorias verdes en el marco de la masificación del feminismo en vínculo con las huelgas del 8M, que se trama y se prolonga en sindicatos, coordinadoras populares, movimientos sociales, colectivas migrantes, iniciativas territoriales, etc.. Las acciones y deseos que viene desplegando el movimiento feminista se enlazan también en una saga de luchas y protestas (como los levantamientos de Chile, Colombia y Ecuador y en otros múltiples conflictos menos visibles para la prensa) que actualiza tanto su capacidad internacionalista como su versatilidad para actuar en varios planos a la vez: callejero, legislativo, sindical, electoral, judicial. Vemos que hay que buscar en estas capacidades las razones por las cuales hoy la negación del derecho al aborto deviene punta de lanza de un recorte más amplio de derechos y recursos públicos para hacerlos accesibles.

Empobrecer, endeudar, vigilar y criminalizar

Dice Silvia Federici a propósito de la situación actual en Estados Unidos: «La guerra contra las mujeres es una nervadura central en el momento actual del neoliberalismo. Porque quien controla el proceso de reproducción, controla las formas de explotación». Las imágenes que ha recopilado en su investigación histórica sobre la caza de brujas tienen una remake en pleno siglo XXI, lo cual vuelve a desmentir la progresividad de los derechos, sus conquistas definitivas.

También encontramos que, como lo exponía la legislación antiaborto de Texas, se está reforzando un sistema minucioso de vigilancia donde no solamente se persigue a la persona que aborta sino que se insta a que se denuncie a toda una posible red de cómplices que pasan a ser sujetos criminalizables. En este sentido, se refuerza una cultura basada en la sospecha, el control y la denuncia, incluidas ahora las formas en las que se persigue toda la información que se registra en las apps de fertilidad, ovulación y ciclos menstruales.

Frente a la precarización cada vez más intensa de la vida, los feminismos populares del Sur han puesto la reproducción social en el centro. En el mismo tono, encontramos que en Estados Unidos esto viene aconteciendo desde la transformación en las narrativas y los marcos en los que se inscribe la lucha actual contra el retroceso del derecho al aborto. Al hablar de «justicia reproductiva» y no solo de derechos, se genera un desplazamiento para pensar la reproducción en un sentido amplio, conectando con el trabajo (pago y no pago), con la migración, con los territorios de la precariedad y las formas de agresión sistémica que implica la violencia neoliberal.

Como explica Loretta Ross, una de las fundadoras históricas de SisterSong, la justicia reproductiva abre un marco de análisis que se refiere al derecho de la autonomía, incluyendo el derecho de tener o no tener hijes así como el de poder maternar dentro de comunidades sostenibles y saludables.  Insistimos: esto permite también correr el encuadre más liberal del aborto como una «elección» (choice) individual y como un derecho que puede sostenerse aislado de otros. A lo largo de décadas, las discusiones y miradas han ido tomando otros rumbos a partir de las intervenciones desde los feminismos negros, donde se ampliaron y conectaron las formas de entender todo lo que estaba en juego al hablar de «reproducción».

Pañuelos verdes y pañuelos blancos

En el momento de avanzada de una ultraderecha conservadora que tiene los cuerpos de las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries en la mira, creemos que estas conexiones, si bien vinculan historias específicas de diferentes territorios, expresan la fuerza de un internacionalismo que se manifiesta en el cotidiano de cada lucha. La toma de la calle con el verde expresa una lucha feminista que va más allá del territorio particular y nos sostiene en una trama de solidaridad internacional que, esperamos, tan solo está empezando

El pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo es un símbolo mundial de la lucha de esas mujeres contra el terrorismo de Estado de la última dictadura militar-civil-empresarial-clerical en Argentina (1976-1983), en la que el papel de la CIA ha sido fundamental para la coordinación de la represión a nivel local y regional. Esa prenda sencilla, hecha originariamente con un pañal de tela, las convirtió en ícono de resistencia. 

Con la masificación del feminismo, la reivindicación de las Madres y Abuelas ha devenido en un elemento clave en tanto traza genealogías con esa línea histórica de politización de las filiaciones y afectos, de reivindicación de la radicalidad y de su tenacidad por pedir memoria, verdad y justicia. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, al popularizarse y convertirse en la marea verde en 2018, tuvo en la multiplicación del pañuelo verde un símbolo también fundamental. La conexión entre ambos colores construye una trayectoria particular, sinuosa, donde el pañuelo verde además del derecho al aborto se anexa a la idea de que «la maternidad será deseada o no será».

En Estados Unidos, la secuencia del pañuelo blanco-verde puede engarzarse con lo que las movilizaciones de las madres de hijes asesinados por la violencia policial vienen planteando al conectar la justicia reproductiva con la lucha contra la violencia policial que, como afirma Monica Raye Simpson, «destruye familias enteras y roba a les hijes de las familias Negras».  Las manifestaciones contra la penalización del aborto y contra el asesinato de Walker por la policía de Akron explicitaron esa conexión. 

Este es un punto clave, ya que es en el marco de lucha de la justicia reproductiva que se ha hecho visible la situación de vigilancia, criminalización y precarización de la vida de las mujeres pobres y racializadas para poder maternar y sostener una vida digna dentro de comunidades sostenibles. Al vincular las discusiones sobre aborto con una dimensión colectiva y de clase, tal como se ha hecho en América Latina, se apunta también a mostrar cómo las políticas económicas del capitalismo racial fueron limitando la posibilidad de maternar para las mujeres más empobrecidas, marcando explícitas fronteras de clase y raza sobre cuáles son las «infancias» protegidas.

Por un lado, las diferentes leyes sobre «feticidio» que empezaron a procesarse en diferentes estados conservadores fueron generando un asedio sistemático en la vida de miles de mujeres que, si perdían el embarazo, podrían recibir sentencias para pasar décadas en prisión. En el panfleto «La criminalización del embarazo: una guerra a la reproducción» creado desde Feminist Research on Violence, se detalla la intensificación de políticas legales centradas en el control y criminalización de la vida de millones de mujeres racializadas y empobrecidas por las lógicas neoliberales. 

Por otro lado, no es casual que otra de las acciones programadas para el 4 de julio fuera convocada en el edificio de las oficinas de la policía migratoria en Nueva York bajo el lema «Reproductive Justice means Immigrant Rights». Que la justicia reproductiva signifique derechos para lxs migrantes vuelve a poner en el centro a la reproducción, puesto que ¿qué tipo de condiciones materiales de reproducción de la vida hace posible un sistema que viene funcionando desde el despojo múltiple de territorios, vivienda, alimentación, atención médica, etcétera? ¿Cómo se relaciona la penalización del aborto con la larga historia de esterilización forzada a mujeres negras y de color en las cárceles, con el caso que se hizo público hace dos años de la práctica de esterilización forzada de mujeres migrantes en las cárceles de ICE en el Condado de Irwin, Georgia?

Son estas conexiones las que deben fortalecerse en la práctica política de la construcción de alianzas. Muchas veces, sin embargo, quedan subalternizadas cuando el activismo (en general más consolidado de organizaciones) se concentra en la recolección de fondos, en las fiestas de gala, perdiendo el vínculo con las bases. Como escribió recientemente Judith Butler a propósito de los argumentos de la corte: «Si la derecha nos junta como objetivo de modo más efectivo que como nosotres nos juntamos en un movimiento, entonces estamos perdidxs».

Podríamos decirlo también así: la contraofensiva patriarcal, conservadora y neoliberal nos lee desde nuestros elementos en común; prioriza —en clave de convertirnos en «amenaza y enemigxs»— lo que reivindicamos como subversión de un orden clasista, racista y patriarcal. Allí es donde debemos recoger una enseñanza clave de los movimientos del Sur: su capacidad de articular, componerse y sostener distintos planos de acción en simultáneo, pero siempre sabiendo que es la movilización en la calle y el trabajo de base lo que puede alterar una relación de fuerza, esa que es capaz de expresarse en alianzas concretas y transversales.

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