Una vez más, como diría Leo Ferré: «Votaron… ¿Y ahí?» Queda por ver si, por una vez, pasa algo. Algo que le interese a la ciudadanía, no a los empresarios. Y no es por tenerle manía a los empresarios -que también- sino que alguna vez nos tiene que tocar a nosotros, los pringaos. Una nota de Luis Casado.
El teorema de la guitarra…
Escribe Luis Casado
“Un conciliador es alguien que alimenta un cocodrilo esperando que se coma primero a los otros…” (Winston Churchill)
Mis peores temores se confirmaron: las elecciones terminaron eligiendo a uno de los candidatos. Lo he dicho muchas veces y no he cambiado de opinión: entiendo que en Chile las elecciones presidenciales son parte del problema, no de la solución.
Tengo la debilidad de pensar que tenemos que cambiar la Constitución, la Ley electoral, la organización territorial, la distribución de los poderes del Estado, renovar las instituciones, recuperar la Soberanía ciudadana, cambiar el “modelo” económico, adoptar otro régimen impositivo, reformar la Educación así como la Salud y el sistema Previsional, recuperar la soberanía sobre el mar, el cobre, el litio, el agua y otros bienes públicos, temas que siguen pendientes y han sobrevivido a no menos de siete elecciones presidenciales sin ser tocados ni con el pétalo de una rosa.
Le dejo a los ‘expertos’ la tarea de desmenuzar el voto del domingo, determinando quien votó “por”, quien votó “contra”, quien no votó, y sus respectivas motivaciones. Lo cierto es que ahora Otra cosa es con guitarra: en adelante se trata de poner en práctica el programa, o las proposiciones anunciadas durante la campaña. Sin suponerle malas intenciones a nadie, sigue presente la ‘institucionalidad’ que arrastramos desde la dictadura, esa que ‘hay que respetar’ como a nuestra propia madre y que constituye un lastre fatal.
Ella determina que el Presupuesto de la nación, con el que se encontrará el nuevo presidente y su flamante ministro de Hacienda, fuese diseñado por el actual gobierno de Piñera. Según Hacienda, dicho presupuesto debe permitir “transitar hacia una normalización del gasto, retomar la senda de convergencia de la política fiscal y, al mismo tiempo, iniciar la recomposición de ahorros del país”. En cristiano: se trata de reducir el gasto fiscal –un 22,5% en este ejercicio–, de no gastar más de lo que produce el régimen impositivo, y de estabilizar la tasa de ahorro maltratada por los retiros de los fondos de pensión. Dicho de otro modo: una política de austeridad fiscal.
La principal herramienta de un gobierno es la herramienta presupuestaria: sin plata… ni modo. ¿Quieres reformar la Educación? Necesitas financiar esa reforma: inversiones, salarios, gastos corrientes… ¿Quieres mejorar la Salud pública? ¿Quieres construir otro sistema previsional? Lo mismo. A la espera de que un nuevo régimen fiscal, basado –es de esperar– en una justa repartición de la carga impositiva, de frutos. Para aprobar esa reforma tributaria requieres apoyo parlamentario y tiempo. Al gobierno entrante no le sobra ni el uno ni el otro.
Es el momento de preguntarse si Chile “gasta” demasiado en comparación con –por ejemplo– los países de la OCDE. La tasa promedio de la recaudación de impuestos con relación al PIB en este grupo de países es del orden del 34,5%, mientras en el Presupuesto de Chile para el ejercicio 2022, según Hacienda, es apenas del 23,8% del PIB. Una diferencia de 10,7 puntos porcentuales.
En marzo de 2014 POLITIKA publicó un análisis de la insignificante reforma tributaria de Bachelet señalando exactamente lo mismo: la carga tributaria chilena debe ponerse a tono al menos con el promedio de los países de la OCDE, único modo de poder financiar servicios públicos de Educación y Salud dignos de ese nombre.
Los Presupuestos generales de los Estados, dice la OCDE, sirven para “financiar los bienes y servicios que le suministra a sus ciudadanos y a las empresas, y jugar su papel redistributivo”. En el caso de Chile los servicios que el Estado le suministra a sus ciudadanos son miserables. Para ejemplo, un botón: el promedio del gasto destinado a los desempleados en la OCDE es del 0,60% del PIB. En Chile apenas de un 0,07% de su PIB. Casi nueve veces menos.
¿Cómo hacer pues con un Presupuesto 2022 orientado a la austeridad? La misma austeridad que terminó por hundir la economía de muchos países, llevando al propio FMI a reconocer que tales políticas provocan los daños que pretenden evitar.
El nuevo gobierno se propone (ya veremos) diseñar otro régimen impositivo que, en el mejor de los casos, podría ser efectivo en el Presupuesto 2023. Limitándose al promedio de la OCDE, tal régimen tributario debiese recaudar 10,7 puntos porcentuales más, es decir un incremento de 37 mil millones de dólares anuales o, lo que es lo mismo, un aumento de los Presupuestos Generales del Estado del orden de un 45%…
Aun cuando tal incremento se hiciese en 4 años… ¿Tiene el nuevo presidente una idea precisa de cómo distribuir esa carga tributaria? ¿Tiene la voluntad política de proceder a tal incremento? ¿Dispone de respaldo parlamentario para aprobarlo?
Lo que precede –sumado a otras reflexiones– me lleva a pensar que elegir un presidente no resuelve nada y equivale a poner la carreta delante de los bueyes. De ahí que sostenga que el camino razonable para salir de este embrollo consiste en potenciar y acelerar los trabajos de la Convención Constitucional.
El resultado debiese permitirnos cambiar la Constitución, la Ley electoral, la organización territorial, la distribución de los poderes del Estado, renovar las instituciones, recuperar la Soberanía ciudadana, cambiar el “modelo” económico, adoptar otro régimen impositivo, reformar la Educación así como la Salud y el sistema Previsional, recuperar la soberanía sobre el mar, el cobre, el litio, el agua y otros bienes públicos.
Por consiguiente, barrer con la actuales “autoridades” que durante treinta años no han hecho otra cosa que cautelar sus propios intereses y cobrar. En un marco verdaderamente democrático, con elecciones sin trampas, el país podría dotarse de autoridades respetables y respetadas. Evitando campañas del terror que solo hacen daño, dividen y generan rencores tenaces.
El domingo por la tarde, conociendo ya los resultados de la segunda vuelta, me llamaron dos amigos que, según sus decires, apostaron a Kast. Era para confiarme sus temores de que el lunes Chile amaneciese gobernado por soviets, con una ola de confiscaciones de patrimonio y con algún Gulag en el sur, por ejemplo en isla Dawson…
No supe si reír o llorar. Mis amigos no son estúpidos. Tampoco tienen mucho patrimonio que confiscar, aun cuando disponer de un trabajo y una casa les haga pensar que son los alter ego de Andrónico Luksic. Me di cuenta que la campaña del terror atemoriza primero que nada a los partidarios de quienes la organizan.
Le aconsejé a ambos dormir tranquilos, profundamente, y constatar cómo, en cosa de días, la Bolsa de Santiago y la tasa de cambio de dólar se comportarán como siempre: de manera absurda y disparatada. Nada que temer. Porque una vez más pusimos la carreta delante de los bueyes.
Además, el ‘consenso’, o lo que Winston Churchill llamaba la ‘conciliación’, ya había puesto manos a la obra: Ricardo Lagos y José Antonio Kast, en conmovedora unanimidad, llamaban al mismo tiempo a un reencuentro.
Y aunque el presidente electo fuese en realidad el ultraizquierdista que pinta la prensa europea (cada día más desinformada, mediocre e imbécil), gracias a los amarres institucionales no podría hacer nada que Jaime Guzmán no haya previsto.
Algo me dice que el teorema de la guitarra dará resultados previsibles: en plan desafinado.