Mario Valdés Navia *
La Joven Cuba, 21-10-2021
El angustioso día a día del cubano de a pie no solo está determinado por la crisis pandémica, la inflación galopante y los apagones imprevistos, sino también por las dificultades para la recepción de las generosas remesas enviadas por sus familiares del exterior, una de las fuentes principales de ingresos de los hogares desde hace tres décadas. De ellas depende, en lo fundamental, que exista fondo de consumo para respaldar la realización de mercancías en los mercados en MLC (antes en CUC), y en los predios de la economía informal.
Al unísono, las remesas resultan primordiales para el fondo de acumulación del sector privado-cooperativo, incapaz aún de generar su propio ahorro interno en MLC, y de parte importante del sector estatal. De hecho, el incremento del mercado dolarizado de bienes de producción y consumo intenta forzar a los emisores y receptores de remesas a ingeniárselas para hacerlas llegar al país burlando las restricciones de las administraciones Trump y Biden, que en este campo también han sido continuidad.
En Cuba, las remesas permanecen cubiertas por el secretismo que acompaña los datos económicos cruciales del Gobierno/Partido/Estado, sobre todo si se relacionan con las andanzas de su hijo pródigo: GAESA. No obstante, desde antes de surgir la nación ya las remesas y otros flujos financieros provenientes del exterior eran vitales para la economía y contribuyeron a consolidar una cultura de su explotación y acaparamiento por grupos de poder.
I.
Aunque actualmente proliferan las críticas —a veces extremistas y arrogantes— en torno al papel de las remesas familiares en la economía, lo cierto es que Cuba tiene una larga tradición en tal sentido, rasgo acompañante de su economía abierta. Según su estatus económico, en diferentes épocas ha sido más o menos exportador (remesante), o importador (remesista), pero siempre el dinero entró y salió profusamente de la Isla para beneficio de familias cubanas o sus parientes allende los mares.
A diferencia de lo que creen muchos, durante los tres primeros siglos coloniales (XVI-XVIII) Cuba no fue capaz de autofinanciarse. Aunque su posición geoestratégica convirtiera a La Habana en la más importante factoría comercial y militar del imperio español, su valor no era tanto por las riquezas producidas acá como por las que pasaban rumbo a la Península a través del Sistema de Flotas.
Tan temprano como en 1540, la Corona obligó a la Capitanía General de Nueva España a remitir cuantiosas sumas anuales —los situados de México— a la Isla para financiar la construcción del sistema de fortificaciones y mantener la guarnición de la plaza. En 1584, las autoridades insulares recibieron de la Metrópoli el derecho a repartir tales fondos. La Habana y Santiago de Cuba fueron las ciudades más beneficiadas por los situados, a razón de dos terceras partes para la primera y el resto para la segunda.
Con altibajos, la remisión de los situados de México dotó a la Isla de ingresos adicionales no producidos de forma endógena, lo que se mantuvo por casi tres centurias, hasta 1811, cuando estalló la guerra independentista en el país azteca.
Gran parte de esos fondos para inversión inmobiliaria de carácter militar (fortificaciones, astilleros), fue desviada en la práctica hacia fortunas particulares, lo que dio lugar a un modo de actuación corrupto que llegaría a entronizarse como hábito de las altas autoridades político-militares y otros grupos de poder: lucrar a expensas de financiamientos externos originalmente destinados al desarrollo del país.
No obstante, en lo tocante a remesas familiares Cuba colonial fue un país netamente exportador. La figura del indiano —ricos emigrantes que volvían a España con las bolsas repletas— y sus envíos fueron determinantes en el desarrollo y prosperidad de familias, pueblos y regiones enteras de la Madre Patria. Si bien la mayoría de los inmigrantes españoles eran pobres que ahorraban para remesar contadas pesetas a sus depauperadas familias y ayudarlas a subsistir.
Con el fin de la colonia, la migración española lejos de disminuir se amplificó, al convertirse en ciudadanos cubanos —o residentes extranjeros— la mayor parte de los peninsulares que vivían en la Isla y buena parte de los ex-soldados del ejército colonial.
A ellos se sumó, entre 1901 y 1930, una exorbitante inmigración que trajo a Cuba a uno de cada tres españoles llegados a América, e hizo crecer la población 2,4 veces entre 1899 y 1931. Otra oleada sería la de exiliados izquierdistas del bando perdedor republicano en la Guerra Civil Española (1936-1939). Aquellos inmigrantes fueron padres y abuelos de los actuales ciudadanos cubano-españoles.
Por su parte, en época de la república la población cubana no tenía tendencia a emigrar, salvo en períodos de crisis y hacia Estados Unidos. Los trámites legales para que un cubano emigrara al vecino país eran tediosos y rigurosos, y mínimas las visas que otorgaba la embajada. Los trabajadores humildes que lo intentaban hallaban pocas posibilidades de establecerse en el Norte. Todo cambió con el triunfo de la Revolución en enero de 1959.
Desde entonces, EE.UU. se volvió refugio seguro para cualquiera que saliera de Cuba, legal o ilegalmente. La visa dejó de ser un trámite necesario y la categoría de inmigrante desapareció para los cubanos, que pasaron a ser tratados sin excepción como exiliados de un país comunista, según los cánones de la Guerra Fría.
Ni remesante ni remesista durante tres décadas, Cuba no dejó por ello de ser receptora de fondos provenientes del exterior y no vinculados a su actividad económica interna. Entre ellos se contaron los subsidios concedidos mediante la política de precios resbalantes y compensatorios que aplicaron la URSS y el CAME a lo largo de veinte años, y los provenientes de la venta por la URSS a Occidente de los excedentes de petróleo «ahorrados» por Cuba. Ambos se estimaron en 60,000 millones de rublos y 8,000 millones de USD, respectivamente.
Respecto a las remesas familiares, la penalización legal de la circulación del dólar dentro de Cuba condicionó que por tres décadas los contactos económicos entre los que se fueron y los que se quedaron se limitaran a paquetería, medicinas y alimentos. En consecuencia, el precio del dólar en el perseguido mercado informal cubano de divisas, se mantuvo entre los 4-7 pesos hasta inicios de los noventa, cuando la crisis del Período Especial lo cambiaría todo.
II.
Como parte de las medidas adoptadas desde 1993 para paliar la profunda crisis y paralización de nuestra economía, se decretó la circulación legal del dólar y la consiguiente recepción de remesas en esa moneda. Desde el inicio, el negocio de las remesas se entregó a la corporación CIMEX SA —creada en 1978 por la inteligencia cubana en Panamá— y sus filiales FINANCIERA CIMEX SA (1984) y American Internacional Services SA (1988).
A su vez, el mercado dolarizado también estaría en manos de CIMEX, que tendría así el control absoluto del negocio remesas/viajes/tiendas MLC. Ese mercado cautivo generaría anualmente una suma que, aunque desconocida e imposible de conocer, asciende con seguridad a varios miles de millones de USD anuales. Ya en 1995, las remesas se estimaron en 537 millones de dólares (MD).
A partir de entonces, las remesas familiares han constituido un factor importante en el enfrentamiento Cuba-EE.UU. y uno de los pocos mecanismos financieros empleados por el gobierno cubano para incidir en la vida económica del país, aunque con decisiones teñidas de un soberbio autoritarismo. Entre ellas, la que se adoptó en 2004 cuando, para desestimular la entrada de remesas ante las sanciones de la administración Bush, se impuso a la moneda del enemigo un gravamen del 10% para su cambio en CUC.
Desde 2011, en que se aprobó la liberalización y ampliación del llamado TCP, comenzó a entrar al país a través de las remesas una cantidad inmedible de fondos de inversión para buena parte de los negocios privados. Ante la falta de estadísticas oficiales, se suele atribuir este destino al 50% de las remesas.
El incremento del papel de las remesas en el siglo XXI, sin embargo, no es exclusivo de Cuba. En la región latinoamericana, México es el mayor receptor: 23,645 MD en 2014, más de la tercera parte del total regional y superior a sus exportaciones de petróleo, pero el impacto en su economía es de solo un 2% del PIB. Por el contrario para Guatemala, segundo país receptor a nivel regional, las remesas representan el 15% de su PIB, la mitad de sus exportaciones y el monto total de sus reservas financieras.
A tenor con la tendencia mundial y regional, en Cuba también ha crecido el rol de las remesas en la economía de los hogares. Solo que el estado crítico de nuestra economía, su falta de fuentes de acumulación internas y la agudización de las sanciones de los EE.UU., provocó que en el último decenio la influencia de las remesas aumentara de manera galopante y desigual.
En 2011 ascendían a 1,500 MD; en 2016, en pleno deshielo de la era Obama, a 2500 MD; en 2019, a pesar de las sanciones de Trump que eliminaron las transferencias por Western Union y el transporte por viajeros (mulas), se estimaron en 2055 MD (1,721 provenientes de EE.UU.), que llegaron a 1, 042,451 hogares, el 26% del total.
Para contrarrestar las sanciones norteamericanas a las empresas militares, en 2019 el Banco Central de Cuba (BCC) dispuso el uso del dólar en operaciones de ventas minoristas en divisas, importación, venta de mercancías en consignación y régimen de depósito de aduana entre entidades importadoras y personas naturales residentes en el país. De este modo, se inició el restablecimiento del reinado del dólar en el mercado cubano, en sustitución del ya inoperante CUC. Nuevamente al peso cubano quedaba en la estacada.
A fines del 2020, el BCC fue más allá y autorizó a Servicios de Pago Red S.A. (REDSA) —institución financiera no bancaria que atiende la red de cajeros automáticos—, para tramitar los envíos de remesas en lugar de a FINCIMEX, de GAESA. No obstante, hasta ahora no se ha informado de contacto alguno de dicha empresa con aquel país para cumplir con el mandato en cuestión.
Actualmente se extiende rápidamente una tercera modalidad de comercio dolarizado en tiendas por toda la Isla, mediante el empleo de tarjetas VISA o Mastercard, al que no tienen acceso los consumidores internos con tarjetas MLC de bancos cubanos. Al comprar alimentos y productos industriales nacionales en los portales de venta Envíos Cuba y Bazar Regalo, las remesas adoptan la forma de compras directas desde el extranjero, y ese dinero fresco se deposita en cuentas foráneas que no se sabe si pertenecen al sistema bancario cubano.
Tras las protestas del 11-J, Biden orientó reanalizar la política de remesas a Cuba a fin de flexibilizarla, pero ningún resultado se ha constatado aún. Aunque la disminución de la pandemia, el fin de la vacunación y la reapertura del turismo en la etapa invernal auguran el inicio de la reanimación económica, la flexibilización de las remesas familiares ayudaría notablemente a paliar los efectos de la pandemia y promover la inversión en el sector privado (mpymes, campesinos, TCP) y cooperativo.
Mayores remesas favorecerían no solo el incremento del consumo familiar, sino la disminución del exorbitante precio del dólar en el mercado informal (75 pesos en tarjeta y 62 en físicos) y beneficiarían, por derrame, a toda la sociedad. Es preciso reducir el protagonismo del gobierno estadounidense en las decisiones sobre las remesas a Cuba.
Con ese fin, las autoridades cubanas han de hacer todo lo posible para quitarle pretextos a los halcones cubano/americanos y lograr la reapertura de los envíos, aunque para ello se tenga que sustraer a las empresas de GAESA y devolver a las instituciones financieras civiles el manejo de este sector tan importante, y cada vez más creciente, de los ingresos nacionales.
* Mario Valdés Navia, investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituan.