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Despedimos a Patricio Manns: la voz de la resistencia, una voz de la revolución

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El Porteño

por Gustavo Burgos

Ayer en la mañana Lucho Aguirre Smith me lo informó: «Murió Pato Manns». Quedé helado aunque era algo sobradamente anunciado. Suelo comunicar la muerte de personas famosas a mi amigo Adolfo Mena, rubricado con la expresión «decora el oriente eterno» una referencia masónica, con la que liberamos la tensión que provoca la muerte de muchos que han conformado nuestro Olimpo intelectual, político e histórico. Pero con Pato Manns no pude hacer esa broma, porque aunque nunca escuché su música, ni leí sus textos con la dedicación que se merecen, Manns es una figura paradigmáticamente venerable, de aquellas que hacen sentir orgullo por haber sido su coetáneo y cuya presencia prevalecerá.

Todo en Manns era excesivo, dionisíaco, dramático y terrenal. Estando en el exilio su hijo Iván de 22 años fue asesinado mientras hacía el Servicio Militar en Talcahuano. Nunca se esclareció ese hecho, como tampoco se le permitió despedir sus restos, exiliado como estaba en Europa en aquellos negros días. A pesar de su vastísima y refinada cultura, de su inteligencia descomunal, nunca fue un militante, un político preocupado de las cuestiones teóricas que agitan el debate político de la vanguardia que se reclama revolucionaria.

A la revolución llegó siempre por instinto de clase y por emoción, sin que ello le haya impedido estar siempre del lado de los explotados. Hablar de Manns entonces, como ocurre con pocos artistas en Chile, es hablar de revolución. Errático o no, mirista o no, comunista o no, Manns es nuestro. El mismo que escribió la historia de la sublevación de la Armada en los 30, el de «Arriba en la cordillera», el que el 90 con activa certidumbre, vuelve. El escritor barroco, el poeta, el campeón de los chistes cochinos para El Clarín, el fabulador y el peleador callejero. No pretendo pasar revista a su obra porque sobradamente otros podrán hacerlo con mayor autoridad y talento que yo.

Sólo quiero detenerme en dos momentos, dos momentos de bravura que retratan al hombre en toda su magnitud.

El primero, su participación en el grupo musical de protesta Karaxu —grupo mirista por excelencia— que edita su primer disco a meses después del asesinato de Miguel Enríquez y que sirve como pieza central del combate del exilio chileno por su rearticulación en el viejo continente. En la carátula se podía ver altocontrastado el perfil de Enríquez en quien se simbolizaba por vez primera a la generación de revolucionarios abatida por la contrarrevolución pinochetista. Esta experiencia no siempre aparece suficientemente resaltada —el disco es tan inencontrable como legendario— y tuvo por cierto, una enorme incidencia en la estética y espíritu de la resistencia y en la construcción del mito de esa resistencia a la contrarrevolución.

Con el grupo Karaxu

El otro es más conocido: su papel como vocero del FPMR. El audio de tal comunicado circuló clandestinamente en Chile esos días, porque fue a Manns a quien le correspondió reivindicar internacionalmente el frustrado tiranicidio. Pero su intervención no se agotó con esa tarea, porque a él le cupo además participar activamente en tareas logísticas del propio atentado, tanto en lo financiero como en el equipamiento de tal acción.

Los escépticos —irritantes y cobardes como necesariamente lo son todos— objetarán con una ceja levantada que Manns fue un aventurero. Es cierto y en buena hora. Porque sin personajes como Manns no hay épica posible. Porque sin ira y descontrol, sin la sangre hirviendo no hay revolución posible, porque esta batalla no la ganaremos por superioridad moral, ni por agudeza intelectual. Porque aunque la revolución tiene tal superioridad moral y capacidad intelectual para someter a los explotadores, es en la disrupción, en la lucha de clases, en el combate a toda forma de rutina y en el enfrentamiento físico, armado, donde finalmente los explotados terminarán imponiéndose. Esto nos legó Manns, quizá por encima de toda la magnificencia de su obra, un pedazo de barricada.

Hace muy poco tiempo, junio de 2017, tuve la oportunidad de servir como chofer de Patricio Manns. Lo llevé a un recital solidario de ida vuelta a Santiago. Conversamos las horas del trayecto y no sólo me parecía hablar con un muchacho, por su velocidad intelectual y su agudeza. Al hablar con él pude darme cuenta —además— de que al hacerlo hablaba con la historia. Porque cuando contaba cómo se agarró a combos con Neruda o cómo salían a tomar con Víctor Jara, no lo hacía con el más mínimo intento de resaltar su propia figura. Para cada uno de ellos, para Neruda, para Violeta Parra y para incontables personajes que brotaban de su narración, había un gesto profundo de admiración y de amor.

Manns era eso, un hombre de pueblo, una tormenta, un fenómeno de la naturaleza. Alguien que no quieres que se vaya porque si lo hace se acaba la fiesta. Adiós Patricio Manns, adiós compañero.

Patricio Manns en el acto organizado por el Grupo 1º de Mayo, el 3 de septiembre de 2019 en un acto en solidaridad con los compañeros portuarios de ls Listas Negras de Von Appen, en el Municipal de Valparaíso.

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