EL VIEJO TOPO 4 Marzo, 2017 Jaume Botey
Dos datos y una consideración:
Primer dato: el precio de la entrada oscilaba entre los 799 euros la más barata, que solo permitía la entrada en el recinto, y los 4.999 euros que permitía la entrada a todos los acontecimientos, foros y conferencias. Nos preguntamos ¿cómo son posibles estos precios?
Segundo dato: ninguna referencia al coltán, el mineral que permite el funcionamiento de cada móvil. Según datos de Naciones Unidas, la guerra por el control del acceso a las minas de coltán en la República Democrática del Congo -que tiene el 80% de las reservas mundiales- ha ocasionado más de 6 millones de víctimas, además de desplazados, refugiados, mano de obra infantil, esclavitud sexual, contaminación ambiental. Y en el MWC, entre las innumerables conferencias, foros y exhibiciones del programa no hay ni una sola que aborde esta problemática o las necesarias investigaciones para buscar materiales alternativos. Está prohibido. Sólo considerando la incomunicación moral en la que vivimos en el momento de la explosión de la comunicación técnica es posible explicar la prohibición.
El MWC presenta las maravillas de los automatismos, de la comunicación ubicua, de la inteligencia artificial, del móvil con los atributos de dios. Pero los dos datos anteriores hablan del divorcio entre el rápido desarrollo de la tecnociencia y el lento desarrollo de las normas y valores que regulan el necesario crecimiento armónico de la humanidad. ¿Quién y con qué criterios se controlarán los automatismos y la inteligencia artificial?
Lamentablemente la tecnociencia funciona autónomamente, con una lógica abstracta que no tiene presente la evolución del ser humano. Para su propio crecimiento ha exigido la desregulación de todo el sistema y en poco tiempo se han hundido los principales valores y normas que nos han aguantado hasta ahora en cultura, economía, política, religión, modelo de democracia e institucional.
La tecnociencia es como un tsunami, un aprendiz de brujo que va por libre, “el genio de la lámpara de Aladino”, del que hemos perdido el control. Ya ni el mismo capitalismo, que lo desencadenó, sabe hacia dónde se dirigirá. Marca el ritmo del desarrollo y de las comunicaciones sin que la humanidad en su conjunto pueda asimilar los cambios o hacer posible que el progreso técnico reequilibre los desequilibrios humanos. Camina a velocidad de crucero y la humanidad todavía va a pie o en bicicleta, y a veces hacia atrás.
Para hacer frente al tsunami no sirven criterios morales generales o abstractos, la buena voluntad individual, o más tecnociencia creyente que se reorientará por sí sola. Hay que reconstruirlo todo desde la base. A nivel global es necesario volver a un mundo más regulado y con una regulación fundamentada en criterios de igualdad, justicia, participación, dignidad y que las Nuevas Tecnologías se pongan al servicio de las personas y no al revés. Y en el plano individual también habrá que recuperar criterios sobre qué entendemos por felicidad, calidad de vida, comunicación; y con toda seguridad tendremos que establecer distancias respecto de las Nuevas Tecnologías, recuperar la capacidad de escucharnos, de prescindir de tantos utensilios -cada año de la nueva generación-, de enseñar a huir del móvil que infantiliza, de recuperar el silencio.
Este texto aparecerá como editorial del próximo número de la revista El Pregó