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LA LECCIÓN DE NELSON MANDELA…

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Condenado de por vida, en vez de urdir la revancha, Mandela invirtió el esquema y se planteó trabajar a fondo la premisa “Conoce a tu enemigo”. Un principio en el que el estoicismo, el ideal franciscano y las propuestas emancipadoras se daban la mano, un ejercicio cuyo uso le iba a resultar muy útil más tarde en sus diálogos con el propio Gobierno. Visto desde otra perspectiva, Mandela pensó que por esta vía tenía mucho más que ganar. Más que, por citar un ejemplo, los hermanos Soledad, dos militante en la línea de Malcom X cuyas Cartas desde la prisión, conmovieron la opinión pública internacional en los años setenta, y que veían en el odio al opresor un factor liberador frente a la mansedumbre materna, siempre dispuesta a lo que fuera con tal de no soliviantar a los blancos; Mandela también compartía su firme autoestima, dialogar no significaba doblegarse, significaba convencer.

De entrada, Mandela se propuso enseguida aprender el idioma de los guardianes, el afrikaans (“la lengua de los opresores”) y su historia. Al mismo tiempo empezó a estudiar el proceso que seguían sus mentes, con el fin de influir en ellas para sus propósitos. Esta página de su biografía, que no ha sido conocida hasta después de su liberación, pero es la que impregna todos los testimonios de sus compañeros de cautiverio que la ilustran con numerosas anécdotas.

Lo que estaba haciendo Mandela era aplicar la famosa la frase de Chesterton según la cual la aventura más difícil, es conocer y darse conocer al vecino más próximo. Ese paso lo fue dando Mandela como parte de una estrategia y una convicción en la que, obviamente, anidaba una potente seguridad personal así como una capacidad innata de causar simpatía en los demás.Uno de sus compañeros, Maharaj, cuenta el caso de un día que marchaban a trabajar. Los guardianes “nos estaban empujando para que acelerásemos el paso. De repente, aparece Mandela en primera fila y nos susurra a todos: “No cedáis ante las amenazas. Seguid andando a vuestro paso normal’. No había ninguna discusión con los guardianes. Ningún desafío patente. Era una forma callada de conservar en nuestro interior una parte que el guardián se veía impotente para dominar”…

Esta actitud, según Walter Sisulu, empezó a alterar la correlación de fuerzas. Por primera vez, las autoridades penitenciarías se vieron forzadas a dialogar con los presos. “Porque, cuando no conseguían que nos moviéramos, tenían que preguntarse qué podían hacer”, explica Sisulu, que pasó 25 años en la cárcel con Mandela. “Entonces decidieron reconocer a nuestra dirección. Ése fue un momento muy importante”.

Aquella fue una guerra de nervios, una guerra de desgaste, y la cuestión para los presos pasaba por reafirmarse como colectivo en sus ideas y en su humanidad. Pero, al mismo tiempo, Mandela hacía hincapié en la necesidad de convencer a los guardianes para que dejaran de tratarles, en palabras de Maharaj, “como a monos en el zoo”. Según Mandela que no eran los presos quienes necesitaban. “Descubrimos formas de comunicarnos con ellos, charlar con ellos y, por más groseros que fueran, echar abajo su grosería”, explica Maharaj para describir otro elemento del método de Mandela. El fruto fue inmediato y sorprendente.

Los guardianes empezaron a mostrar la inferioridad que sentían respecto a nosotros, debido a nuestra preparación y nuestro comportamiento. Hasta el punto de que empezaron a pedirnos que les ayudáramos en sus estudios, y a acudir a nosotros en busca de consejos cuando tenían conflictos con sus superiores”.

Paso a paso Mandela iba imponiendo su voluntad a los guardianes. Eso es lo que descubrió George Bizos, su abogado durante casi cuatro decenios, durante una visita a la isla.

Una lección ética y estratégica para reflexionar. Sobre todo después de que la victoria contra el “apartheid” no se tradujera con otra victoria sobre el “horror económico” neoliberal. Una realidad especialmente cruel en la que el papel del que fue el Partido comunista de Sudáfrica nos evidencia la derrota en la victoria.

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