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¿Qué quiere, realmente, la derecha chilena?

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Esta derecha es más que la coaliciòn ‘Chile Vamos’. Está acompañada por varios socialdemócratas, por exprogresistas cristianos y centroizquierdistas traidores a sus raíces y al electorado que los eligió

Arturo Alejandro Muñoz

El título de esta nota está incompleto, ya que debería haber agregado a los acólitos y a los patrones de la derecha criolla, vale decir, a muchos ex progresistas, ex socialistas, variopintos democristianos y a todos los empresarios -y megaempresarios- que pagan una cascarria de impuestos en el país, y que han sido vergonzosamente liberados de las llamadas ’mochilas’ previsionales que deberían pagar para beneficio de sus expoliados, explotados y ninguneados trabajadores. 

Convengamos en un hecho cierto e indesmentible. A partir del mes de octubre de 1973 la derecha chilena comenzó su avance devorador adueñándose de la banca, las finanzas, la educación, la salud, la previsión social, las carreteras, los bosques, el mar, las aguas, las montañas, los glaciares, la prensa, la televisión, el fútbol, los minerales, la justicia, los cementerios, las iglesias, las fuerzas armadas, las policías, etc., etc. ¿Y aún no está satisfecha con todo ello, pues quiere más, mucho más?

¿Qué quiere la derecha? ¡El poder omnímodo, el silencio de la sociedad civil y su sumisión sin chistar a todo lo que ella exija! ¿También quiere el manejo absoluto de la legislatura, la propiedad privada de cualquier convención constituyente y, por cierto, que en el país reine la paz de los cementerios y el silencio de gruta por parte de la sociedad civil! Entonces, y sólo entonces, los Moreira, van Rysselberghe, von Baer, Kast, Coloma, Piñera, Cubillos, Paulmann, Ibáñez, Luksic, Claro, Solari, Angelini,  Aylwin, Auth, Alinco, Pizarro, Mathei, Barriga, Walker y otros individuos de talante similar, dirán que en Chile hay realmente democracia.

¿Es posible que existan personas quienes –en los hechos concretos- exploten a sus semejantes y consideren aquello “digno y encomiable”?  ¿Es posible que haya gobernantes y legisladores dispuestos a vender el país de sus padres y de sus connacionales a manos privadas, predadoras y clasistas, asegurando que ello es “desarrollo y democracia”?  ¿Es posible considerar como símbolo de “la paz y la convivencia en sociedad” que en la elección de autoridades el 30% de los sufragios sea idéntico al 60% de los mismos, como es el caso en la elección de concejales? ¿Es posible que individuos cuyo pensamiento y acción coadyuvaron a la más sangrienta dictadura conocida en América Latina, pretendan alzarse como ‘adalides de la democracia’?

¿Es posible que, precisamente, quienes se han enriquecido con la estafa, el robo, la evasión de impuestos y la especulación financiera, quieran constituirse en  gobierno ad eternum? ¿Es posible que haya individuos autoproclamados ‘cristianos’, pero tozudamente insistentes en impedir que su prójimo tenga acceso real a remuneraciones dignas y que, por el contrario, ese mismo prójimo experimente un falso bienestar cobijado por el endeudamiento feroz que compromete el futuro no sólo de sus hijos sino también de sus nietos?

Y finalmente, la pregunta que aglutina y resume las anteriores: ¿es posible que individuos con las características ya anotadas en las líneas precedentes, pretendan contar con la voluntad electoral de la ciudadanía para incrementar y perfeccionar la expoliación en comento?

Claro que es posible, y los chilenos lo han comprobado hasta la saciedad en estas últimas décadas. ¿Hasta cuándo la gente habrá de aceptar, callada y sumisa, tantas tropelías y engaños de los crápulas que hoy pululan en el ejecutivo y en el legislativo? ¿Por qué bendita razón la gente habría de mantener boca cerrada y cabeza gacha ante los desmanes de ciertos parlamentarios y de  muchos dirigentes políticos? ¿Cuál es la divina orden que ha de obligar a la ciudadanía seguir aceptando, sumisamente, los robos, caprichos, traiciones  y ninguneos de quienes fueron elegidos para realizar exactamente lo contrario a casi todo lo que han efectuado hasta este momento?

En lo ya mencionado, poca duda cabe que la derecha no sólo lleva el pandero sino, además, es quien ha corrompido a pusilánimes exprogresistas cristianos y exizquierdistas que aseguraban haber luchado contra la dictadura en años pretéritos.

Sin embargo, en estos últimos veinte meses ha sido el pueblo, sin partidos ni líderes políticos apropiándose de sus banderas, quien ha salido en tropel a enfrentarse con esa cáfila predadora que está blindada por variados colores, algunos de ellos otrora opositores a ese conglomerado expoliador y hoy traidores de sus propias raíces y electores.

Pero, ¿a quién se enfrenta de verdad y objetivamente el pueblo hoy? ¡A la derecha!, dirá usted. Permítame preguntarle entonces: ¿cuál es -o quiénes conforman- la derecha chilena? Haga un breve análisis y concordará conmigo que en nuestro país, aquí y ahora, la derecha es mucha más que el simple conglomerado del bloque conocido como Chile Vamos, ya que a él se adosan partes significativas de tiendas partidistas como el PDC, el PPD, el PRSD y el PS. La gente, el pueblo, lo sabe y actúa en consecuencia. Salió –y saldrá nuevamente- a las calles sin banderas ni guarapos dirigenciales.

Cuando ello ocurra una vez más –como sucedió el 2019- la derecha y sus acólitos comprobarán que la partida nunca estuvo ganada, pues la lucha continúa y tarde o temprano la sociedad civil chilena recuperará su soberanía. Por mucha fuerza y dinero que tenga ese 20% de la población, jamás logrará imponerse al 80% restante si este actúa con voluntad y pertinacia. 

Es cuestión de número, de fuerza y de empuje…aunque algunos no lo crean.

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