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El Gran Gatsby, una novela de ambición, movida por el amor

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Por Adán Salgado Andrade

Francis Scott Key Fitzgerald (1896-1940), fue un escritor estadounidense, cuya propia vida estuvo llena de triunfos y fracasos. En su juventud, fue tan pobre, que tuvo que dejar a Ginevra King Pirie (1898-1980), adinerada mujer, con quien sostuvo un noviazgo, porque no hubiera podido costear la vida tan glamurosa que ella llevaba. El padre de Fitzgerald, Edward, le dijo “los chicos pobres, no deberían de pensar en casarse con chicas ricas”.

Con la mujer con quien, finalmente, pudo casarse, Zelda Sayre (1900-1948), fue gracias a que, por fin, había podido publicar su novela This side of the Paradise, en 1919, que fue tan exitosa, que vendió más de 40 mil copias. Eso, convenció a Zelda de que tenía futuro con Fitzgerald y se casaron (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/F._Scott_Fitzgerald).

Al revisar la biografía de Fitzgerald, muy fácilmente se ven aspectos autobiográficos en su novela más exitosa, El Gran Gatsby, publicada en 1925, en la época en que Estados Unidos, el centro del, aparentemente, infalible capitalismo, convivían la riqueza extrema, con la pobreza extrema. Se pensaba que la maquinaria industrial, sería invencible, que la fabricación en serie del fordismo, aplicada a la fabricación de automóviles y otras cosas, movería al mundo para siempre y que el crecimiento económico y la riqueza acompañante, serían continuos.

A esa época de glamur y excesos, de millonarios que incluso prodigaban fiestas deleznablemente fastuosas a sus mascotas, Fitzgerald, la llamó la Jazz Age, la era del jazz, pues eran frecuentes esas celebraciones entre los ricos, quienes no tenían reparos en hacerlas, en gastar en todo tipo de dispendios, caras orquestas, estrafalarios vestuarios, súper mansiones, costosos autos de lujo, decenas de sirvientes, fastuosos banquetes, que terminaban tirándose la mayor parte… y así, extralimitaciones que sólo millonarios, quienes pensaban que sus fortunas durarían para siempre, podían acceder.

Es lo que revela también El Gran Gatsby, cuyo personaje, Jay Gatsby, quería mostrarse a la socialité de entonces, como un potentado que todo lo podía, como dar esas excesivas fiestas.

Narrada por Nick Carraway, quien llega a vivir junto a la mansión de Gatsby, es también la historia de profunda amistad que, en sólo tres meses, se da entre ambos.

De hecho, Nick se interesa en la existencia de Gatsby, por su prima Daisy, quien está casada con un tal Tom Buchanan, con quienes tiene una reunión, en casa de ellos, cuando recién Nick va a vivir a Nueva York, trabajando en inversiones. “Sí, es mi vecino”, le dice Nick a su prima.

Una amiga del matrimonio, Jordan Baker, tenista profesional, le pregunta si no ha ido a las fiestas que da Gatsby en su casa. Nick lo niega y ella le dice “deberías”.

Una mañana, uno de los servidores de Gatsby, le envía una invitación para que vaya, “por favor”, a una de sus fiestas.

Y al asistir, Nick se da cuenta de todo el esplendor, excesos y fastuosidad que las caracterizan, además de la magnífica mansión en la que vivía su vecino, comprada a un industrial en apuros.

Y es cuando conoce a  Jay Gatsby, a quien había confundido con algún invitado. “Yo soy Gatsby”, le dice, sonriente.

Y de allí, nace una gran amistad. Gatsby lo invita al siguiente día a dar una vuelta en su hidroplano, otro de sus lujos.

Gatsby era muy vago en decir de dónde provenía, tanto su riqueza, así como él. “Mis padres, eran ricos, estuve en la guerra y algún tiempo, en Oxford”, se limitaba a decir.

Otro de sus secretos, era que estaba profundamente enamorado de Daisy, desde sus tiempos de soldado y que, en ese entonces, dada su pobreza, no pudo casarse con esa chica de clase media, que aspiraba a subir de categoría.

Es en esa parte, que vemos reflejado el dilema que tuvo Fitzgerald con Zelda, su esposa, la que, como dije, sólo accedió a casarse con él hasta que publicó su primera exitosa novela, y tuvo dinero para mantenerla.

Nick va conociendo detalles de la vida de Gatsby con los días, al ir avanzando su amistad.

Y también se entera, por Jordan Baker, de que Gatsby, hacía años, había sido novio de Daisy. “Esta casa, la compre para estar cerca de ella”, le dijo Gatsby, pues estaba, justamente opuesta a la casa de ella, separada únicamente por la bahía.

También, Nick se entera de la infidelidad de Tom, el esposo de Daisy, quien se veía con la mujer de un mecánico, que tenía su taller, a las afueras de la ciudad, en una zona de carboneras “muy sucia, con polvo del carbón y hombres ennegrecidos por él. Y contrastaban con el espectacular, que mostraba unos enormes ojos, que anunciaba los servicios de un oculista”.

En esta parte, Fitzgerald representa la parte de la sociedad empobrecida, aunque no lo diga directamente, los contrastes, entre la abundancia del barrio elegante en donde vivían Nick y Gatsby, y los marginados, como George Wilson, el esposo de Myrtle, la amante de Tom.

Un día, Gatsby le pide a Nick que invite el té a su prima Daisy en casa de éste. Nick acepta y es el momento en que Gatsby y Daisy se reencuentran, recordando los viejos tiempos. “Te juro que estaremos juntos de nuevo, Daisy”, le promete Gatsby.

Y la invita a admirar su casa. Daisy, que tiene buen ojo para las riquezas, queda maravillada por todo ese lujo.

Y Nick va exponiendo su historia, que es lo que le platica Gatsby, de que se casó con Tom por su dinero y algo de simpatía. Incluso, hasta tenían una hija. “Pero si yo hubiera sido rico en ese entonces, nos hubiéramos casado, fue lo que lo impidió”, le dice Gatsby a Nick.

Y también le revela su verdadero pasado, que era hijo de granjeros. Y que su cambio crucial en la vida, lo había marcado Dan Cody, un rico industrial, que una vez ancló su lujoso yate cerca de donde Gatsby vivía. De allí, se cambió su verdadero nombre, James Gatz, al de Jay Gatsby. “Me embarqué con él dos años y le hice de todo”. De allí, se había enlistado en la guerra, la primera, y gracias a su valor, se había ganado una estancia de meses en algún colegio de su preferencia. Y él había elegido Oxford. “Por eso era tan vago en mencionar Oxford”, dice Nick.

Y se prometió tener mucho dinero, entrando en varios negocios turbios, como farmacias, en las cuales se vendía clandestinamente alcohol. Eran los 1920’s, y la Prohibición, se había impuesto en todo Estados Unidos.

Por cierto, que fue un gran negocio para los gánsteres, quienes hicieron grandes negocios vendiendo alcohol clandestinamente. Eran los llamados bootleggers.

Y en eso, un tal Meyer Wolfshiem, “quien había alterado los resultados de unos juegos de béisbol en 1919, fue su mentor”, nos cuenta Nick.

Gatsby invita a Daisy a una fiesta, pero asiste Tom, lo que la hace infeliz, pues habría deseado estar sola con Gatsby, continuar el interrumpido romance de cinco años antes.

De allí, Daisy invita a Gatsby y a Nick a su casa.

Y es en ese momento en que Gatsby no puede ocultar su enojo y celos hacia Tom. Repentinamente, le dice que Daisy no lo ama, que es a él, Gatsby, a quien ama desde hace años.

Y tanto Gatsby, como Tom, se atacan, éste, diciéndole que es un tramposo delincuente, que “¡sólo haces tus fiestas para que reconozcan!”

Daisy, quien no esperaba que su antiguo romance actuara tan precipitadamente, se desespera, y les pide a ambos que terminen la discusión, la que había tenido lugar en un bar de Nueva York.

Aquí, es bueno resaltar que eran los meses calurosos y que, como eran los 1920’s, todavía no había aire acondicionado, por que la gente tenía que sufrir del calor en todos los lugares. Antes de ese sitio, Tom había sugerido que fueran al cine, “pero estará muy caluroso”, objeta Daisy. Aunque, seguramente, no hacían los calores de hoy día. Muchos sitios del planeta, serían inhabitables, de no ser por el aire acondicionado, lo que agrava el calentamiento global (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/09/el-fresco-aire-acondicionado-agrava-el.html).

Nick y Jordan, pretenden salirse, pero Gatsby y Tom les piden que esperen. Entre Nick y Jordan, se había desarrollado un mediano romance, del cual, Nick no estaba, del todo, convencido.

“¡Váyanse a la casa!”, ordena Tom a Daisy y a Gatsby.

Y lo hacen, en el lujoso auto amarillo que poseía Gatsby. Ya, en ese entonces, los autos, sobre todo, los lujosos, como el de él, un convertible muy veloz, eran distintiva señal de un gran estatus social.

Para desgracia de Gatsby, Daisy le pide manejar.

Como iba tan nerviosa, no vio a tiempo a la mujer que salió, de repente, en medio del camino, a la altura de las carboneras: era Myrtle, la amante de Tom.

Y es un detalle irónico y casual, pues no tenía previsto Daisy pasar en ese momento por allí, cuando Myrtle, escapando del maltrato de George, su marido, corrió hacia el camino, cuando Gatsby y Daisy pasaban a gran velocidad. Sin querer, Daisy, se había desquitado de Tom, al matar imprudencialmente a su amante.

Desde ese día, la actitud de Daisy hacia Gatsby, cambió totalmente, “como si se hubiera dado cuenta de que no era el hombre que esperaba, el que le daría una total seguridad”.

En cuanto a Gatsby, esperaba en vano, una señal de ella.

Pero el que no esperó en vano, fue George, quien con sus “contactos”, investigó de quién era el auto amarillo.

Y dio con el dueño y con su casa.

Y una tarde en que Gatsby, por fin, se dispuso a usar la enorme alberca de su mansión, que nunca antes había utilizado, fue sorprendido por un disparo de George, quien luego de su equivocado crimen, se suicida.

Para Nick, fue una gran pérdida.

Y por más que trató de contactar a amigos, nadie le contestó y los que lo hicieron, dijeron que no podían ir. Alguien que telefoneó, lo confundió con Gatsby y le dijo que “agarraron a Parke con los bonos robados, tenían los números de serie, ¿qué te parece?”. “No soy Gatsby, el señor Gatsby está muerto”, respondió Nick, escuchando el colgón del teléfono. Eso le confirmó a Nick que Gatsby se dedicaba a negocios “turbios”, pero no le importaba ya.

Sin embargo, llegó Míster Gatz, el padre de Gatsby, muy triste por la muerte de su querido hijo. “Me compró la casa en donde vivo, cuando se hizo rico”, le dijo a Nick. Y le mostró un viejo, maltratado libro, titulado Hopalong Cassidy, en donde, en las páginas en blanco finales, Gatsby había anotado todo lo que se necesitaba para ser una mejor persona, desde un horario rígido, para levantarse de la cama, hacer ejercicio, estudiar electricidad, trabajar, hacer deporte, practicar oratoria y estudiar invenciones que fueran necesarias, hasta de que no debía de fumar o mascar chicle, debía bañarse a diario, leer libros y revistas interesantes y ahorrar tres dólares a la semana. “Me encontré el libro por accidente. Muestra lo que él logró, ¿no?”, le dice a Nick.

Y nadie más asistió a la velación, excepto los servidores, Nick y Míster Gatz.

Ni a su sepelio, fuera de los mencionados, más uno de los invitados, el señor Klipspringer, que asistía a las fiestas que hacía Gatsby en su mansión. “¡Vaya, y tantos que iban a sus fiestas, pobre hijo de perra!”, sentenció, cuando le estaban echando las paladas de tierra los enterradores.

Ni siquiera Daisy asistió, por más que Nick trató de contactarla. “Se había ido con su marido, sin decir a dónde”.

Y fue lo que lamenta Nick. Tantos autos que estaban estacionados, cuando hacía sus fiestas y en su funeral, sólo hubo tres, la carroza, el auto de Nick y la camioneta de Gatsby, en donde habían viajado sus servidores.

Eso mismo sucedió, curiosamente, en el funeral de Fitzgerald, quien murió a los 44 años, víctima de un infarto masivo. Sólo 30 personas asistieron, una de las cuales, repitió la frase de “¡Pobre hijo de perra!”, quizá aludiendo a la novela.

No cabe duda que en eso, también, Fitzgerald se basó premonitoriamente en su vida, más bien, en el final de ésta.

Nick se fue de Nueva York. Y cortó con todo, hasta con Jordan. “La medio quería, pero nada más”, reflexiona.

Para mí, la novela es sobre la soledad, sobre la vida sin amor, sobre el materialismo atroz al que hemos llegado, con algunos detalles de la desigualdad existente en un sistema tan irracional, como lo es el capitalismo salvaje.

No hay nada “conspiratorio”, ni “obscuro” en ella.

Contacto: studillac@hotmail.com

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