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ENTREVISTA A JOHANN HARI, EL PERIODISTA QUE INVESTIGÓ LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS

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“La prohibición fabrica violencia”
Autor de un best seller sobre políticas frente a la droga encarnadas en historias humanas, entre ellas la de Billie Holliday, Johann Hari recomienda prestar atención a las experiencias exitosas: Suiza y Portugal.

Nacido en Glasgow en 1979, Johann Hari fue premiado dos veces como periodista del año por Amnistía Internacional y sigue contando las historias que escribió en su libro “Tras el grito”, publicado en 2015. Las va a narrar oralmente el jueves 2 a las 18.30 en el Centro Cultural de la Ciencia, Godoy Cruz 2270, con un título que sintoniza con el gran tema que lo atrae en los últimos años: “Todo lo que se cree saber sobre adicción es incorrecto”. Hari llegó a Buenos Aires por convite de un grupo de investigación sobre políticas frente a la droga y anticipó a PáginaI12 algunos de los temas que lo preocupan.

–¿Qué sería equivocado decir cuando uno analiza la cuestión de las adicciones?

–Pensar que la adicción es sobre todo química. No es que cualquiera pasa por el ciclo de consumo, adicción y después síndrome de abstinencia si queda privado de una determinada sustancia. Si te fracturás la cadera te van a internar y probablemente además de operarte te suministren durante varios días diamorfina. ¿De dónde deriva la heroína? De la morfina. ¿La gente se hace adicta y heroinómana cuando sale del hospital? No. Lo que pasa es que la vida suele ser muy dolorosa y no todo el mundo puede manejar ese dolor. Algunos recurren al consumo de sustancias. Si a los que consumen se les introduce más dolor, con violencia o con represión, todo será peor. Si en cambio sos adicto y la sociedad entiende tus problemas y te apoya, si te ayuda a conseguir vivienda o trabajo, si no te deja solo, las cosas pueden ser más fáciles. Ya hay casos concretos para estudiar. Portugal y Suiza cambiaron la legislación y diseñaron otro entorno para los adictos. Hasta abrieron la posibilidad de recibir heroína gratis y voluntariamente en una clínica. El resultado fue el descenso del consumo de heroína, no el aumento, porque en cada visita el adicto recibía ayuda integral. Los suizos demostraron que dar droga de ese modo es parte de la solución, no del problema. Y estoy hablando de una sociedad más bien conservadora, ¿no?

–¿Cómo fue que gente conservadora no solo entendiera sino que pusiera en práctica otro paradigma?

–Por el análisis pragmático de los hechos. Los hechos demostraban que el cambio surge de la humanización y no de lo contrario. Por eso yo cuento historias sobre gente. Historias humanas. ¿Qué pasaba antes con los gays? No eran vistos como cualquier otra persona. Esto facilitaba el maltrato. Primero hay que demostrar que alguien es como cualquier otro y recién después cambiar la ley. De otra manera es imposible.

–¿Esto equivale a enfocarse en el adicto?

–Sí. Y en cómo funciona el circuito completo de la violencia que surge de prohibir las drogas. El mundo lleva 100 años castigando. La prohibición fabrica violencia.

–El libro cuenta la historia de Harry Anslinger, un norteamericano que nació en 1892 y en los años ‘30 se convirtió en el primer jefe de la Oficina Federal de Narcóticos. ¿Por qué fue importante?

–Es el que inventó la expresión “lucha contra las drogas” o “guerra contra las drogas”. Y combinó el proceso de prohibicionismo de las distintas sustancias, incluyendo al cannabis, con un odio especial contra afroamericanos y latinos.

–La cantante Billie Holliday es otra gran protagonista del libro. ¿Por qué se obsesionó Anslinger con ella?

–Para Anslinger, que además era un tipo que tenía miedo de perder el control sobre sí mismo y desplegaba una actitud controladora hacia los demás, Billie resultaba el símbolo de lo malo. Una mujer negra que encima combatía los linchamientos de negros.

–Y se drogaba.

–Sí. También con alcohol. Una vida con mucho dolor. Incluso había sufrido una violación. Anslinger fue especialmente cruel con ella. La persiguió durante años.

–¿Cómo empezó la guerra contra las drogas?

–Anslinger trabajaba en el Departamento del Tesoro cuando el alcohol estaba prohibido. Después, cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt levantó la prohibición, los funcionarios que se dedicaban al alcohol buscaron justificar su presupuesto y su poder buscando la prohibición de las opiáceas y de la marihuana.

–Es decir que no fue Richard Nixon el inventor del lema “guerra a las drogas”.

–No. Empieza mucho antes. Al mismo tiempo fue acompañada con propaganda según la cual los mexicanos se volvían locos porque consumían marihuana y los negros se hacían violentos.

–“El nacimiento de una Nación”, la película muda y racista de 1915, expone a los negros como violadores potenciales.

–La propaganda negativa de la que hablo iba en ese mismo sentido.

–En la última campaña Donald Trump dijo que los mexicanos son delincuentes.

–Los insultos son los mismos. Y las drogas siguen ahí. Pero creció la cadena de la violencia. Quiere decir que, sobre todo en los Estados Unidos, la política iniciada por Anslinger claramente no funcionó. En su momento fue muy cuestionada también desde fuera de los Estados Unidos. Un gran médico, Leopoldo Salazar Viniegra, dijo que la marihuana no era ni siquiera un tema relevante y que las otras drogas debían ser distribuidas a los adictos por el propio Estado. Los hospitales de los Estados Unidos a fines de los años 30 reaccionaron y dejaron de mandar opiáceas a los hospitales mexicanos. Aumentaron el dolor y la muerte entre los pacientes. Fue una especie de extorsión. La violencia generada en torno de las drogas y la supuesta guerra contra las drogas es una catástrofe.

–¿Esa catástrofe tiene una gran fecha que sea necesario mencionar?

–No. Es una catástrofe de construcción lenta y permanente. Una catástrofe que en muchos países produjo más muertes que cualquier guerra. Si vos y yo entramos a un negocio y robamos botellas de vodka y nos descubren, el dueño llamará a la policía y terminaremos presos. Pero si los dos vamos a la casa de un fabricante de cocaína y descubre que le estamos robando varios kilos obviamente no llamará a la policía. Como es una sustancia prohibida se las arreglará solo. Ejercerá él mismo su propia violencia contra nosotros. Más todavía: es probable que haya ejercido antes actos de extrema violencia para que nosotros ni nos atrevamos a cometer ninguna agresión ni robo. Y seguro habrá financiado el aparato necesario para la violencia con el comercio ilegal de drogas. La guerra contra las drogas crea la guerra en busca de drogas.

–¿En ese orden?

–Sí. Todos sabían quién era Al Capone y le temían. ¿Alguien le teme, y hablo en términos de violencia y no de alcoholismo, al señor Heineken?

–México aparece mucho en el libro. En el origen del prohibicionismo norteamericano y en su política de guerra contra las drogas de los últimos años.

–Es uno de los grandes ejemplos del fracaso de esa política. En algunos Estados no hay jefes narco asesinados por los carteles. Investigué mucho la razón. ¿Cómo podía ser que no hubiera narcos asesinando en medio de una disputa por el territorio? Un día me lo dijo un entrevistado: “Muy simple. Para matar a otros narcos, los narcos le pagan a la policía”. Así vemos cómo también los ingresos de la policía provienen al mismo tiempo de un presupuesto cada vez más abultado y de las drogas. Por eso en México la pregunta más importante no es cuántos muertos producen las drogas.

–¿Cuál sería la clave a develar en México?

–Preguntarse cuántos muertos genera la guerra contra las drogas. Son cientos de miles de vidas las que se perdieron. ¿Cuándo vamos a asumir que fue un gran fracaso? No hay país en el mundo que haya triunfado sobre la base de la prohibición y la guerra. En Vietnam hasta llegaron a concentrar a los adictos en campos. ¿Resultado? Un fracaso. Al contrario de esta tendencia, hace trece años Portugal despenalizó el consumo de drogas. En ese momento el uno por ciento era adicto a la heroína. Había muchos presos y la policía arrestaba mucha gente. Pero un día el primer ministro y el jefe de la oposición se juntaron, intercambiaron información sobre los hechos reales, llegaron a la conclusión de que algo no estaba funcionando y cambiaron. Allí es importante Joao Goulao, que dirige el Servicio de Intervención en Comportamientos Adictivos y Dependencias.

Guerra y paz

Goulao es otro personaje del libro de Hari. Entrevistado por el periodista, el portugués le explicó que el nuevo sistema no consiste en quitar el castigo penal y dejar que la gente se vaya a su casa. Portugal tomó el presupuesto de la maquinaria de guerra y lo convirtió en la base para la maquinaria de paz. En los Estados Unidos la guerra contra las drogas insume el 90 por ciento y la paz el 10. Portugal llegó a la cifra inversa. Escribe Hari sobre Goulao: “Él piensa que si te salvás del estigma y la vergüenza causados por el hecho de que la adicción sea considerada un delito, después es posible que como adicto aceptes sumarte a una red de cuidado, tratamiento y apoyo”.

Hari supone que, al margen de la voluntad de cambiar el enfoque, a Portugal le sirvió que los adictos no fueran un gueto.

–Para los no adictos, los adictos no eran “otros”. Eran como ellos. Hasta había familiares de políticos importantes, que por supuesto no puedo nombrar.

–¿Y en Suiza?

–Tampoco era cosa de gueto. Eso ayudó a que se pensara: “Si esto le pasó a ellos, le puede pasar a cualquiera”. Esa forma de razonar es siempre un gran avance. Permite usar el dinero que antes se usaba en prohibir, arrestar y encarcelar para fines de prevención y tratamiento. Incluso implementaron un programa de microcréditos para adictos. Funcionó. Era parte de decir: “A ustedes los queremos, son gente valiosa para nosotros”. Bajó la sobredosis, no hay más muertes por sobredosis de heroína y los suizos redujeron también la transmisión de enfermedades como el VIH. Y fue por votación. El 70 por ciento aprobó el nuevo régimen.

–¿Por qué?

–Porque vio que el delito había bajado. Pragmatismo puro. Otro caso en que dar droga es parte de la solución y no del problema.

Hari cuenta en su libro que es hijo de un montañés de los Alpes. Es la parte suiza de su familia. Los suizos no son delirantes sino más bien, como escribe, gente capaz de “decirte severamente que es un delito apretar el botón del baño después de la diez de la noche porque podrías molestar a tus vecinos”. En este caso el personaje es Ruth Dreifuss, la primera judía en llegar a la presidencia suiza y, antes, como integrante del Consejo Federal, la encargada de diseñar una política de drogas basada en la prevención. Según Hari fue la primera persona de ese nivel en el mundo desde los años 30 “que decidió no escaparse de la reforma de la política de drogas sino ir a su encuentro”, incluso conversando con muchos adictos para conocer sus problemas. Ya lo había hecho en 1993, como encargada del área de Salud, cuando afrontó el hecho de que Suiza fuese el país de Europa proporcionalmente con más muertes por VIH. El resultado fue el opuesto del que, según Anslinger, sería el esperable. “El adicto a las opiáceas continuará en esa condición y en una tasa acelerada de consumo a menos que ese proceso sea detenido por una fuerza externa”, había escrito el prohibicionista en una de sus reglas. Los suizos descubrieron que al principio todo pasa como decía Anslinger pero que meses después en las clínicas esa tendencia al crecimiento se detiene y se reduce.

Hari está lejos de ser un predicador pero no duda cuando recibe un pedido de consejo:

–Hay que estudiar todas las experiencias y no repetir las que fallaron y aumentaron la violencia y las muertes. Probemos con las exitosas.

martin.granovsky@gmail.com 

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