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La Araucanía, el cuento de nunca acabar

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por Patricia Cerda
Donnerstag, 5 de Diciembre 2019

Poco después del golpe de estado de 1973, el presidente Frei Montalva, que lo fue hasta 1970, le explicó en 1974 así en Nueva York a un ex ministro suyo y alto funcionario de las Naciones Unidas: „Toda la historia de Chile consiste en evitar que los indios atraviesen el río Bío-Bío. Con el gobierno de Allende y la Unidad Popular, los indios lo atravesaron; por eso se produjo el golpe“[1].

El conflicto étnico entre entre españoles y mapuches me interesa desde que hice mi magister en historia en la Universidad de Chile en 1986 en que mi tema fue la sociedad fronteriza del Bío-Bío. Posteriormente, en un doctorado en historia en la Universidad Libre de Berlín profundicé mis investigaciones sobre el tema. Los resultados aparecieron en mi libro Fronteras del Sur en las ediciones de la Universidad de la Frontera[2] hace casi veinte años. Me interesa tanbién porque pienso que ese proceso está mal interpretado. El pasado es una pieza fundamental para construir el presente de una sociedad, una exigencia imprescindible para enfrentar el futuro.

Cada país o cultura-nación tiene su propia epopeya fundacional, Chile también tiene la suya. Es una epopeya, como todos sabemos, quebrada, difícil de asir tanto por la historia como para la literatura, los dos discursos fundamentales de cualquier cultura-nación. En los orígenes de Chile hay un conflicto que le causó dolores de cabeza a España y que nos hizo famosos ya en el siglo XVII a través del poema épico de Alonos de Ercilla, La Araucana, que, por lo demás, es considerado el mejor poema épico del Renacimiento. En él se basó en parte Pablo Neruda para su Canto General.

La filosofía moderna desde Kant y Schopenhauer postula que la historia es un drama cuyo guión lo escribe la casualidad. A la región más atrasada de Europa le tocó descubrir el Nuevo Mundo en 1492. Colón le pidió primero apoyo al senado del reino de Génova para su proyecto de viajar a la India navegando hacia occidente. Todos los datos que Colón dejó sobre su vida indican que era genovés. Los reinos de Italia eran entonces los más  avanzados de Europa. En su Renacimiento habían redescubierto la ética y la estética griega y dado un vuelco al Humanismo que estaba empezando a cambiar la visión del mundo en occidente. Pero Génova no quiso apoyar al navegante de modo que no fueron los italianos sino a los españoles los que llegaron a estas tierras.

Chile, tierra de guerra

En lo que hoy es Chile los españoles se encontraron con una resistencia tenaz de los indígenas. Chile fue tierra de guerra desde los inicios. Eso hizo que la corona española solo le confiara la gobernación del Reino de Chile a los veteranos de las guerras que España mantenía en Flandes, Italia y Francia hasta avanzado el siglo XVII. Desde el empático Alonso de Rivera hasta el barrabás Francisco de Meneses pasando por Francisco López de Zúniga – el Marqués de Baides –  hasta el fiel Martín de Mujica, todos los gobernadores de Chile se habían destacado antes en el ejército español. El conflicto entre mapuches y españoles era tema de conversación en España desde la publicación de La Araucana de Alonso de Ercilla (1533-1596)[3]. Fue una publicación por entregas que empezó a salir en 1569 y desde el principio se transformó en lo que hoy llamaríamos un bestseller, guardando por supuesto, las distancias. Solo un porcentaje bajo de los contemporáneos de Ercilla sabían leer. Chile siguió siendo tierra de guerra hasta avanzado el siglo XVIII, tierra a la que no quería venir la gente de paz.

La Araucana es, sin duda, un libro fundacional de la cultura chilena y la primera obra literaria americana. Su autor era el sexto y último hijo de Fortún García de Ercilla, natural de Bermeo en Vizcaya, uno de los jurisconsultos más famosos de la época, además de regente de Navarra y consejero de Carlos V. El poeta nació en Madrid el 7 de agosto de 1533 en el seno de una familia noble por ambas ramas. Después de la muerte de su marido, su madre, Leonor de Zúñiga, le consiguió una plaza como paje de Felipe II,  hijo mayor de Carlos V y príncipe heredero. Ercilla se encontraba en Inglaterra por el casamiento del futuro rey Felipe II con Ana Tudor cuando se supo la noticia de la muerte de Pedro de Valdivia en Tucapel por lo que esas tierras se habían quedado sin gobernador. Un hombre cercano a Valdivia, Gernónimo de Alderete, quien se encontraba en misión en Inglaterra por cuenta de Valdivia, fue nombrado su sucesor. Cuando Alderete se regresó a Chile como nuevo gobernador, Ercilla se vino con él. En el barco venía también el nuevo virrey del Perú Andrés Hurtado de Mendoza y su hijo García. También se encontraba entre los pasajeros un alemán que llegaría a ser un personaje importante en la historia colonial chilena: el sajón originario de Worms Pedro Lisperguer. Este fundador del linaje de los Lisperguer en Chile había sido paje de Carlos V. Fue el abuelo de la mujer más conocida de la colonia: la desenfrendada Quintrala, Catalina de los Ríos y Lisperguer.

Ercillla vino a Chile porque su amigo Jerónimo de Alderete lo invitó. Ambos se conocieron en Londres cuando Alderete fue enviado por Pedro de Valdivia a informar sobre la conquista de Chile. Cuando llegó la noticia de la muerte del adelantado Valdivia, Alderete fue nombrado nuevo gobernador del naciente reino de Chile. Ercilla lo siguió por curiosidad. No era soldado, es probable que nunca antes hubiera tomado las armas. Sabemos que Alderete no sobrevivió el trayecto, murió cerca de Panamá. Ercilla llegó finalmente a Chile en 1557 con García Hurtado de Mendoza. Tenía 21 años[4]. De inmediato comenzó a reunir información sobre los hechos de la guerra de Arauco. Él mismo confiesa en sus octavas reales haber escrito su poema en medio de esas soledades donde peleaba y sufría, empleando la noche en referir lo ocurrido durante el día, escribiendo sus versos en tiras de papel o, cuando éstas faltaban, en pedazos de cueros, de manera que puede verse también como un diario poético de la expedición a que asistió. Su evidente desinterés en la guerra y el hecho de que se lo pasara escribiendo sus octavas reales en materiales rústicos le trajo problemas con sus superiores. Un desacato al gobernador García Hurtado de Mendoza en La Imperial casi le significó la pena de muerte, pero fue indultado y desterrado al Perú. Alcanzó a estar solo diecisiete meses en Chile, desde mediados de 1557 hasta principios de 1559.

El poema épico La Araucana fue publicado en Madrid en tres partes en 1569, 1578 y 1589 y fue muy leído en España. Cervantes salvó el libro del fuego en el escrutinio de la biblioteca del Quijote que hicieron el cura y el barbero. Quevedo se inspiró en él para escribir su texto en prosa La hora de todos y la Fortuna con seso, escrita hacia 1635 y publicada en Madrid en 1650[5]. Ercilla puso de moda el reino de Chile, el Flandes indiano en el siglo de oro. Lope de Vega le dedicó después una obra a la guerra de Arauco basada en el poema V de Arauco domado de Pedro de Oña y un siglo después Voltaire volvería sobre el tema.

El conflicto bélico denominado guerra de Arauco vivió su fase más dura para España mucho después de que Ercilla se hubiera marchado en lo que la historiografía chilena ha denominado Desastre de Curalaba. Fue un hito marcó un cambio de estrategia de la corona respecto a la conquista de Chile. En los primeros años del siglo XVII la corona española estaba indecisa sobre cómo tratar a los indios rebeldes. La disyuntiva estaba en si hacerles la guerra a muerte, como querían los encomenderos, o tratar de conquistarlos por medios pacíficos, como proponía el jesuíta Luis de Valdivia basándose en las experiencias que hacía la misma órden religiosa entre los guaraníes en la actual Paraguay[6]. Como en muchas situaciones en sus colonias, la corona no tuvo aquí una línea clara de acción. Una Real Cédula de 1604 decidió apoyar ambos proyectos: Por una parte estatuyó que se implementara la guerra defensiva, vale decir, el proyecto de la conquista espiritual de las almas que promovía el misionero Luis de Valdivia. Para ello se creó una línea de frontera a lo largo del río Biobío con el fin de defender a las poblaciones españoles fundadas al norte de esa línea. La línea del Biobío solo podría ser traspasada por los jesuitas para realizar sus misiones. Se encargó a Alonso de Rivera, un benemérito que había servido 24 años en Flandes y Francia, que como nuevo gobernador de Chile cuidara que los españoles no entraran al territorio mapuche. Otra Real Cédula de 1608 permitió la esclavitud de los indios de Chile sorprendidos con las armas en las manos. El texto de la Real Cédula decía textual:

Todos los indios, así hombres como mujeres de las provincias rebeladas del Reino de Chile, siendo los hombres mayores de diez años y de nueve y medio las mujeres, que fueren tomados y cautivados en la guerra por los capitanes y gentes de guerra e indios amigos nuestros y otras personas cualesquiera que entiendan en esa pacificación dos meses después de la publicación de ésta mi providencia en adelante, serán habidos y tenidos por esclavos suyos y como tales se pueden servir de ellos y venderlos, darlos y disponer de ellos a su voluntad.[7].

Chile fue la única región de América en que se permitió la esclavitud indígena. La real cédula permitía tomar a los indios rebeldes y venderlos como esclavos dentro de una marco de conquista pacífica. Pero Chile estaba muy lejos de España y es sabido que las circunstancias y los intereses personales pesaban más que las  intenciones de la corona en las colonias americanas. La realidad fue que los cerca de 2000 hombres que llegaron a la frontera del Biobío provenientes de España y Perú a formar el ejército permanente cuyo fin era vigilar la línea fronteriza se abocaron a la guerra de malocas, vale decir, a hacer periódicas campeadas en el territorio mapuche para sorprender a los indios con las armas en la mano. Mientras estuvo Alonso de Rivera al mando de la gobernación y del ejército, las malocas fueron esporádicas pero después de su salida en 1617 y de la negativa definitiva del rey Felipe IV de seguir apoyando el proyecto de Luis de Valdivia, la guerra pasó a ser definitvamente ofensiva. La Real Cédula de 1604 fue interpretada a partir de entonces como un permiso para tomar indios prisioneros y venderlos a los encomenderos del valle central de Chile y de Potosí.

Las encomiendas ya se habían reducido drásticamente a principios del siglo XVII por la alta mortalidad indígena por lo que había una alta demanda por esclavos indígenas. Desde los sargentos mayores hasta los soldados comunes, todos trataron de sacar provecho de la real cédula de 1604 durante la primera mitad del siglo XVII. Así lo vió también el capitán Francisco Nuñez de Piñeda y Bascuñán quien cayó prisonero de los indios en 1629 en la batalla de las Cangrejeras. En los seis meses que estuvo en la Araucanía fue huésped de los caciques Maulicán, Inculicán y  Quilalebo. Estos caciques conocían el rango de su cautivo por lo que aprovecharon a mostrarle el otro lado de las cosas. Cuando regresó a Concepción, Piñeda y Bascuñán se transformó en un embajador de la paz. En su libro El Cautiverio Feliz sostuvo que eran los oficiales españoles quienes por conveniencia propia mantenían vivo el conflicto y que los indios querían la paz. Núñez de Pineda terminó de escribir su libro en 1673 pero no lo pudo publicar en vida. El libro recién fue publicado en 1860.

Los hombres se vendían en cien pesos y las mujeres en más de doscientos. Para comparar, el sueldo anual de un soldado era de ciento veinte pesos. El gobierno de Francisco de Acuña y Cabrera fue especialmente activo en las malocas, lo cual fue visto por sus contemporáneos como la causa principal del levantamiento indígena de 1655 en que  participaron también los mestizos e indios ladinos de la zona del Biobío hasta el río Maule. En esa ocasión fueron destruídas muchas haciendas y se perdieron varios miles de cabezas de ganado que los mapuches acarrearon a su territorio. Los informes hablan de entre cuarenta y ochenta mil animales[8]. Se dice que los indios jugaron chueca en la plaza de Chillán con la cabeza del Cristo de la iglesia. Los vecinos de Concepción depusieron a Acuña Cabrera y nombraron en su lugar al veedor Francisco de la Fuente y Villalobos, un octogenario que conocía bien las dinámicas de la guerra con los mapuches.

Para la mantención del ejército la corona estatuyó que se mandara anualmente un real situado de doscientos doce mil ducados. En torno al situado se organizó gran parte de la economía de Chile en el siglo XVII. De hecho comenzó con él la circulación de numerario ya que hasta entonces solo se conocía el trueque. Sobre la significancia  de este situado para nuestra pobre colonia es desidora una carta del gobernador Antonio de Acuña y Cabrera al Consejo de Indias, fechada en Concepción en el año 1649: A este puerto no llega otro navío que el que trae el situado para socorrer a la gente de guerra, con que se comprueba la mucha pobreza y si faltara quedarían sus vecinos y moradores en la miseria y los obligaría a dejar las tierras, que muchos no lo hacen por no consentirlo el gobernador cerrando las puertas a las licencias que éstos le piden[9].

En mis investigaciones sobre la función del ejército permanente en la sociedad fronteriza en el siglo XVII[10] me encontré con informes que contaban la realidad de las cosas. Los soldados se dedicaban paralelamente a la guerra y al cultivo de la tierra. Esta doble función fue apoyada ya por Alonso de Rivera. En 1610 pedía a la corona que los enganchados para la guerra de Chile fuesen labradores y que trajesen rejas de arados y otros instrumentos para cultivar la tierra, pues siendo ésta tan fértil se aficionarían a quedarse en ella. La tierra agrícola ubicada en los alrededores de los fuertes que fundó Rivera: Arauco, Yumbel, Nacimiento, Talcamávida y otros fue en parte donada por las autoridades a beneméritos del ejército y en parte ocupada y trabajada de facto por los soldados. Una carta anónima de 1712 decía que además de los hacendados mayores que tenían tierras en las inmediaciones de los ríos Maule y Ñuble, había en la región un grupo de hacendados medianos y pequeños, los cuales tienen sus estancias cortas con algunas cuadras de tierras que han adquirido con sus industrias[11]. Estos hacendados pequeños eran soldados o hijos de soldados con indias capturadas en las malocas. Dedicaron sus chacras a la producción de trigo y vino para abastecer los fuertes y para conchavar con los indios de la Araucanía. Los mapuches se interesaron solo por el vino que pagaban con textiles y con animales que ya a fines del siglo XVII comenzaron a arriar de la pampa al otro lado de la cordillera. Sobre la relevancia de este comercio da cuenta un documento que encontré en el archivo de indias. Durante el parlamento realizado en San Juan de Purén el 20 de diciembre de 1698 los caciques de Mulchén y Colhue pidieron al gobernador Tomás Marín de Poveda poner fin al comercio de vino por dos años para reestablecer sus rebaños y asegurar su actividad de crianza ya que los miembros de su comunidad se encuentran tan atraídos con el alcohol que han llegado a vender su ganado, sus cosechas y a robar a los grupos vecinos[12].

En el siglo XVII llegaron muchas quejas a España porque los soldados preferían dedicarse a las labores agrícolas que a la guerra. Se atribuyeron las graves consecuencias del levantamiento de 1655 al hecho de que los soldados no se encontraban en sus puestos. Un informe decía que unos se encontraban en sus estancias y otros en los ministerios a contemplación de los oficiales mayores[13].

El conflicto étnico visto desde Santiago

No es difícil imaginar la reacción de los vecinos de Santiago ante las historias que se contaban sobre los indios, cuando escuchaban – por ejemplo – que en 1655 los alzados jugaron chueca con la cabeza del Cristo de la iglesia en Chillán. Indio pasó a ser sinónimo de rebelde e infiel. Indios eran solo los hombres y mujeres libres de la Araucanía. Los indios ladinos del valle central y sus descendietes mestizos no fueron considerados según sus raíces étnicas sino de acuerdo a su posición en la sociedad rural como peones, gañanes, inquilinos, criados, chinos. Sobre cómo se fue perdiendo la identidad de los habitantes rurales del valle central durante el siglo XVII faltan estudios.

El tema de las raíces chilenas ha sido obviado por sociólogos, antropólogos y todos aquéllos que se han ocupado de estudiar la identidad chilena[14]. No obstante, ha aparecido en la poesía y en el folklore, vale decir, en el arte. Ningún estudioso sobre la identidad chilena ha tomado en cuenta la influencia del conflicto étnico que la historiografía ha llamado guerra de Arauco en la pérdida de las raíces en los habitantes del valle central durante el primer siglo de la colonia. Esto se debe, a mi juicio, a la subestimación del papel que ha jugado este conflicto en la formación de nuestra cultura-nación. Veo detrás de esa subestimación  una suerte de activa ignorancia respecto a lo que ha sido nuestro proceso de la civilización. Utilizo este constructo en el mismo sentido en que lo utilizó el sociólogo alemán Norbert Elias que estudió el proceso de la civilización en Francia y Alemania en su ensayo omónimo publicado por primera vez en 1939[15].

Hay que imaginarse el siglo XVII como un período cargado de estrés en el reino de Chile: El estrés de los mapuches en tiempos de malocas, el estrés y el miedo de los encomenderos y estancieron del valle central de que sus indios de encomienda se sumaran a los rebeldes del sur; el estrés de los soldados y campesinos de la frontera por el conflicto siempre latente, el estrés de los vecinos de Santiago cuando llegaban gobernadores corruptos a exigir nuevos impuestos, hubo varios, o cuando los peruanos marcaban con precios inconvenientes sus productos. Chile vivía del situado y de la exportación de mulas, jarcia y sebo al Peru en ese siglo. A ello se agregaba el estrés de los sirvientes rurales en su lucha por la supervivencia en una sociedad extremadamente vertical. Los terremotos, los incendios, las epidemias de chavalongo y las salidas del Mapocho por otra parte, mostraban que todo podía acabarse en cualquier momento. El miedo, el estrés, la pobreza y el aislamiento fueron factores importantes en nuestra cultura desde sus inicios. Se dice que Chile ha cambiado mucho desde entonces, pero, ¿será cierto? El hombre no tiene naturaleza, sino historia, decía José Ortega y Gasset. El tiempo es una de las tres dimensiones con las que nuestro intelecto entiende el mundo[16]. Somos seres con tiempo y en el tiempo, no podemos salirnos de él, no podemos negar el pasado porque él está simpre mudo rodeándonos como nuestra circunstancia (circum-stantia). Aunque no lo veamos, lo sentimos, lo portamos con nosotros. La historia es para mí el estudio de nuestras circunstancias con profundidad. Concuerdo con Ortega cuando planteaba en sus Meditaciones del Quijote: El hombre rinde el máximo de su capacidad cuando adquiere la plena conciencia de sus circunstancias.

Paso hablar sobre el siglo XVIII que fue el siglo más pacífico en lo que va corrido de historia de Chile

El siglo XVIII fue un siglo exitoso desde la perspectiva de la paz tanto para la sociedad criolla como para la sociedad mapuche. Veamos por qué. En ese siglo predominó el comercio entre mapuches y la sociedad fronteriza del norte del Bío-Bío no solo porque la Real Cédula que permitía la esclavitud indígena fue revocada en 1674, sino porque ambos bandos vieron que la paz y el comercio eran más convenientes que la guerra. La dedicación de soldados y oficiales a la agricultura hizo que en la frontera del Bío-Bío se consolidara una economía campesina muy diferente a la que paralelamente surgía en el valle central. Hago un paréntesis para apuntar que también el proceso de consolidación del latifundio por la demanda de trigo en Perú en el siglo XVIII fue un proceso pacífico, aunque significó la consolidación de una verticalidad en la sociedad chilena que todavía actúa en el presente. 

Volvamos a la frontera. En un principio los sargentos mayores, maestres de campo y capitantes trataron de sacar provecho del comercio fronterizo poniendo precios arbitrarios a los artículos que llevaban los indios a los fuertes. A modo de ejemplo, he encontrado información en el Archivo de Indias sobre las actividades del capitán Alonso Luna, quien tenía en los años 1720 una pulpería en el fuerte de Arauco, y sobre el maestre de campo Juan Arechavala, quien exportaba ponchos a Lima.[17] Esta fue la causa de la rebelión indígena de 1723 liderada por el cacique Vilumilla. En las conversaciones de paz o parlamento de 1726, el comercio o conchavo fue el tema principal. Se acordó que el conchavo se haría en ferias que tendrían lugar tres o cuatro veces al año o más a menudo, si fuese necesario para que públicamente se conocieran los géneros y sus precios. Aquellos oficiales que utilizaran su poder en desmedro de los indígenas serían privados de sus empleos y honores. Se acordó también que se harían reuniones periódicas o parlamentos para discutir los problemas que se fuesen presentando. Este reglamento reguló el comercio fronterizo hasta fines del siglo XVIII. Durante el siglo XVIII se realizaron diez de estos parlamentos.

La sociedad mapuche fue más exitosa que la española en el siglo XVIII. El conchavo de vino a cambio de textiles y animales los llevó a recolectar el ganado cimarrón allende la cordillera en un proceso que los historiadores han llamado la araucanización de la pampa[18]. Todo ésto produjo transformaciones importantes en el ordenamiento social mapuche. Los ulmenes, hombres ricos, término que entre ellos se confundía con hombres sabios, llegaron a tener rebaños de miles de cabezas de ganado. Su riqueza les permitía tener muchas esposas. Las mujeres eran una de las bases de su riqueza ya que los tejidos, actividad femenina por excelencia entre los mapuches, eran un producto apreciado en la sociedad mestiza no solo del norte del Bío-Bío. El poncho mapuche era la prenda de vestir básica de los hombres en todos los estratos sociales no solo en la frontera sino en los campos del valle central y en las ciudades. Pocos podían darse el lujo de comprar textiles europeos y la industria textil colonial nunca pasó de un nivel rudimentario. Así, las monedas de plata potocina con que los oficiales también pagaban los textiles de los indios se transformaron en un objeto de prestigio que lucían las mujeres de los caciques más poderosos, vale decir, de aquéllos que comerciaban con sus vecinos del norte. La plata era exhibida por las mujeres en forma de trapelacuchas y trariloncos con que las mujeres mapuches sujetaban sus mantas que simbolizados el espíritu de los antepasados.

Durante el siglo XVIII la población de la colonia siguió creciendo tanto por la vía legítima como ilegítima y terminó de olvidarse de sus raíces mestizas. Sonia Montecino tiene razón al subrayar la significancia del huacho en la historia de Chile[19]. Pero el tema de la ilegitimidad no es exclusividad de Chile. Es inherente al cristianismo. También en Europa existieron los bastardos. El filósofo Peter Sloterdeijk ve en los bastardos los verdaderos innovadores de la cultura europea, aquellos desheredados que tuvieron que valerse de sus talentos para sobrevivir. De este grupo provienen los proletarios, vale decir, aquéllos que solo tenían su prole,  sus hijos. Mientras en el valle central surgió una sociedad estrictamente vertical, en la frontera del Bío-Bío la sociedad fue más integradora. Por lo mismo, es inadecuado hablar de guerra de Arauco en el siglo XVIII. Como dije, fue el siglo más pacífico de la historia de Chile.

Siglo XIX 

El siglo XIX fue un mal siglo para los mapuches. Muchos caciques fueron visionarios al apoyar a los realistas temiendo que con la independencia iban a cambiar las reglas del juego. La anexión de la Araucanía al territorio nacional comenzó antes de que se diera inicio oficial a la mal llamada pacificación de la Araucanía. No se puede hablar de pacificación porque como hemos visto, la Araucanía era un territorio de paz y comercio en el siglo XVIII. El proceso de ocupación de la Araucanía comenzó con la llegada de las máquinas a vapor en la navegación del Pacífico sur, en las fundiciones de minerales en Copiapó y en el ferrocarril. La máquina a vapor necesitaba de carbón mineral. En 1837 el mapuche Alejo Carbuyanca vendió a la casa comercial Alemparte y Cia. el derecho que le correspondía en las minas de carbón de piedra descubiertas y por descubrir ubicadas en su propiedad, situada en Lota, en la jurisdicción de Colcura en 150 pesos. Esto marcó el inicio de la explotación de carbón en Lota y Coronel. En 1852 Matías Cousiño compró una parte de la hacienda Colcura en la suma de 4000 pesos y se asoció con Alemparte para formar la Compañía de Carbón de Lota[20].

El historiador norteamericano Walter Prescott Webb postuló que la civilización europea era una consecuencia de la apertura de las fronteras del mundo[21]. La integración de Chile en el mercado mundial a través de la exportación de minerales y trigo creó la necesidad de cultivar nuevas tierras agrícolas. El proceso de expansión hacia la Araucanía fue regulado por primera por el estado de Chile en la ley de colonización del año 1845. Esta ley permitía al presidente de la república establecer colonias de nacionales y extranjeros en el territorio nacional, especialmente en los territorios hasta entonces no colonizados. A partir de 1840 una ley permitió  a los chilenos comprar territorios mapuches con la condición de que las transaccciones fuesen oficializadas ante los jueces de campo. Los más favorecidos con este persmiso fueron los oficiales del ejército instalados en los fuertes de la frontera porque conocían mejor que nadie la situación de las tierras en la Araucanía y las formas usuales para obtener los favores de los caciques. Así, el capitán Domingo Salvo pasó a ser dueño en 1849 de una buena parte de las tierras en la localidad de Trolpán que originariamente pertenecían al cacique Mariluán. Los límites de esta propiedad eran los ríos Renaico y Malleco. El precio acordado fue 150 pesos. Los indios vendían a sus conocidos de los fuertes terrenos de sesenta mil hectáreas en 100 pesos y los jueces de campo oficializaban todo. Para regular la situación, una ley de 1853 ordenó que las compra-ventas de tierras indígenas debían realizarse con intermediación del intendente de Arauco.

La acción militar comenzó en 1859. Ese año se le encargó al intendente y comandante general de las tropas de Valparaíso, Cornelio Saavedra, que formulase un plan para adelantar la línea de frontera hacia el sur. El mismo Saavedra fue nombrado comandante en jefe de operaciones sobre el territorio araucano. Los procesos de enajenación de tierras y  de acción militar estuvieron íntimamente relacionados. Cornelio Saavedra, además de comandante en jefe, era el representante legal de la familia Cousiño y accionista de la Sociedad Explotadora de Carbón de Lebu[22]. En 1868 el ejército al mando de Saavedra dio por conquistadas las tierras hasta el río Malleco, que pasó a ser la nueva línea de frontera. Las tierras ganadas a los mapuches fueron consideradas fiscales, parceladas en hijuelas y vendidas en subastas públicas. La mayoría de estas  tierras eran reclamadas por los indios pero los chilenos se las arreglaban para engañarlos. No hubo en Chile nadie que defendiera o asesorara a los indios respecto de sus conveniencias y derechos. Los documentos que se encuentran en el Archivo Nacional son muy decidores: En el volúmen 191 de la Intendencia de Arauco un documento de 1874 ratifica como la familia Calbún renunció a favor del fisco a todos los derechos que pudieran tener en los terrenos que ocupaban sus ancestros – cuyos límites no se especifican. Las tierras fueron vendidas en una subasta pública verificada en Santiago en noviembre de 1873. En compensación se les aseguró a la familia Calbún el dominio perpetuo de 200 hectáreas de tierras[23].

En 1870 Saavedra renunció a la comandancia del ejército de la frontera. Su sucesor José Manuel Pinto comenzó la guerra de exterminio de los mapuches. Bajo su comandancia los éxitos del ejército chileno se consumaron rápidamente. En 1878 se estableció una nueva línea de frontera siguiendo el curso del río Traiguén y en 1881 se avanzó hasta el Cautín y se fundó la ciudad de Temuco en plena Araucanía. El mal llamado proceso de pacificación de la Araucanía se dio por terminado con la refundación de Villarrica  en 1883. Después de ello, Saavedra opinó: La ocupación de Arauco ya no es guerra, sino administración. Para guerra propiamente hablando, no tenemos enemigos, sino víctimas, puesto que su exterminio y su destierro total dependería tan solo de que el país se resolviera formalmente a consumarlo[24]. La visión de Webb de que la civilización europea es una consecuencia de la apertura de las fronteras del mundo esconde una visión separatista y marginadora de la palabra civilización muy peculiar a la nación americana en el siglo XIX de la cual se hicieron partícipes quienes estaban a cargo del gobierno de Chile. Este concepto de civilización fue introducido en Chile por el exiliado argentino Domingo Faustino Sarmiento. Su novela-ensayo Civilización o Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga fue publicada por primera vez en Chile en 1845 en el periódico El Progreso, que el mismo Sarmiento dirigía. Sarmiento mal entendió y tergiversó los planteamientos de Diderot al afirmar que instruir a la nación era civilizarla. El exiliado argentino siguió los pasos de su paisano Esteban Echeverría (1805-1851). Nadie expresó mejor la visión de lo indio en el siglo XIX que Echeverría en su poema La Cautiva, publicado en 1837. La Cautiva gira en torno al rapto de una cristiana por los indios y a las penurias que ésta sufre en el desierto para escapar de la inhumana tribu de los indios para salvar de la muerte a su esposo, el soldado Brian. El libro revive la imagen preponderante de lo indio en la España colonial: salvaje, bárbaro, cruel. Echeverría le agrega lo diabólico. Un ser humano que había que aniquilar en nombre de la civilización de los blancos. La Cautiva tuvo un éxito inmediato. El libro aun es considerado gran literatura gauchesca.

Se ha dicho que Echeverría y Sarmiento fueron los precursores del romanticismo en América Latina pero yo no estoy de acuerdo. Lo único que tienen en común los románticos americanos con los románticos europeos, fue su contemporaneidad. No hubo romanticismo en América Latina. El denominador romántico deviene de Kant, de sus Observaciones sobre lo bello y lo sublime en las que después de hablar de la sublimidad y la belleza como cualidades espirituales nos dice que a éstas se las suele denominar románticas. El romanticismo es la búsqueda de lo sublime y lo auténtico en la naturaleza y en el ser humano como parte de ella. Al romanticismo no le interesa lo que el hombre es capaz de hacer con su razón, sino su capacidad creativa e intuitiva. El romanticismo europeo no distinguía entre barbarie y civilización, sino entre cultura y civilización donde la cultura representa a la intuición y la civilización a la razón. La distinción entre barbarie y civilización era contraria a estos postulados. El romanticismo se opone a la visión cartesiana del yo racional que piensa, luego existe. Desde Kant y Schopenhauer sabemos que lo contrario es lo cierto: existimos, luego pensamos. Estrictamente hablando, no hubo romanticismo ni en España ni en América Latina aunque sí algunos momentos románticos en algunos países. Son los momentos en que hubo una intuición de un sustrato cultural que buscaba su expresión. A ello se refería el joven Bilbao cuando afirmaba la verdad es una síntesis de la unidad en la variedad[25]Bilbao y José Victorino Lastarria representaron el romanticismo en Chile.

El romanticismo ignora la civilización, solo se interesa por la cultura. La palabra civilización fue acuñada en Francia en 1756 por el marqués de Mirabeau y tenía el sentido de politesse o urbanidad. Así la entendió también Norbert Elias cuando escribió su ensayo Sobre el proceso de la civilización que estudiaba la sociedad europea desde la época medieval y guerrera hasta el proyecto moderno e ilustrado[26]. Civilización es un concepto racional relativo a la organización de la sociedad e incluye conceptos más que nada políticos y jurídicos. Se refiere al conjunto de valores materiales de una época. Los pensadores americanos estaban muy lejos de entenderlo así. Dividieron el mundo entre bárbaros y civilizados y se asignaron el papel de estos últimos. En un artículo publicado en el periódico El Progreso en 1844, Sarmiento escribe: ...apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos, sin poderlo remediar una invencible repugnancia. Para nosotros Colo Colo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes civilizados y nobles de que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora si reapareciesen en la guerra de los araucanos contra Chile que nada tiene que ver con esa canalla[27]. Ese fue el marco intelectual de la ocupación de la Araucanía.

Una nueva perspectiva: la interculturalidad

La apertura de los mercados del mundo produjo tabién dinámicas violentas contra las poblaciones aborígenas en Australia, Nueva Zelandia y Oceanía. Mientras esas cultura han cambiado el tono y hoy reconocen los derechos de las comunidades aborígenes, en Chile seguimos con el mismo tono del siglo XIX. Necesitamos repensar nuestra historia y echar una mirada más profunda a nuestra cultura. Es evidente que la impronta indígena está tan presente como negada. Fue precisamente el conflicto llamado Guerra de Arauco lo que contribuyó al alejamiento simbólico de lo indígena. Pero ahora estamos en el siglo XXI y no tenemos que seguir negando nada. Tenemos que tratar de entender mejor la gramática del conflicto entre el estado chileno y la nación mapuche. Esto nos ayudará a ver que detrás de la actuación de las comunidades indígenas hay una lucha por el reconocimiento[28]

No hay que olvidar que el Proyecto de la Modernidad, del cual en Chile queremos participar de todas maneras, fue en primera línea un proyecto ético europeo. Las bases filosóficas de la modernidad provienen de los planteamientos de Immnauel Kant y Arthur Schopenhauer. La mayoría de los problemas del ser humano en Chile y en cualquier parte del mundo y en cualquier tiempo giran en torno a la ética y la justicia. La preocupación por estos temas aparece en las culturas en un estadio en la evolución al que se llega por medio de la educación. Por eso es adecuado pensar que hay culturas más maduras que otras. La verdadera distinción no es entre países, sino entre culturas. Nos hay países desarrollados y subdesarrollados, sino culturas maduras y culturas inmaduras. Culturas inmaduras son culturas etnocéntricas y segregadoras. Las culturas maduras, en cambio, se estudian a sí mismas con seriedad y sin tabúes a través de sus científicos sociales y se observan sin hipocresía ni miedo a través de sus artistas. Si queremos que los otros nos tomen en serio, tenemos que comenzar tomándonos en serio nosotros mismos. Si he tratado de ser explícita en cuanto a las relaciones interétnicas fronterizas es porque me parece básico entender el proceso histórico que nos ha llevado a la situación actual.

No sé qué dirían los muchos mapuches profesionales y artistas que enriquecen hoy el imaginario nacional al leer los comentarios de Sarmiento sobre ellos. En sus Recuerdos de provinica, Sarmiento los consideraba otra vez sin recato alguno como no aptos para la civilización. Hoy ya nadie hace esa diferenciación entre civilización y barbarie. Hoy esa distinción misma es vista como una barbaridad. Hoy nos sentimos postmodernos y el paradigma del hombre posmoderno es la afirmación completa. El hombre postmoderno está conciente que su historia personal es tanto cosa suya como producto de una cadena de casualidades en las que la razón juega un papel subordinado. Hoy nos sentimos más cerca del concepto de cultura y desconfiamos del de civilización.

Algo no resuelto quedó tintineando en el aire desde el siglo XIX y sus consecuancias las vivimos hasta el día de hoy. Aquéllo que quedó mal resueltos solo se puede resolver en forma integradora. El conflicto étnico todavía existe y para resolverlo necesitamos un cambio de paradigma. No seremos un estado moderno mientras veamos a una parte de nuestra población como bárbara. Uno de los fundadores del Proyecto de la Modernidad y sin duda uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos – Arthur Schopenhauer – enseñó que la esencia de la vida humana está presente en todas partes y en cualquier momento de la historia. Para Schopenhauer no había civilización y barbarie, sino diversas manifestaciones de la voluntad metafísica[29]. Mantener la cooperación aun bajo el máximo estrés, eso es cultura y la base de lo que debiera ser nuestro propio proyecto de la modernidad.


[1] Citado por Armando Uribe Arce en El Fantasma de la Sinrazón. Be-uve-dráis editores, Chile, 2001, página 17.
[2] Patricia Cerda-Hegerl: Frontera del Sur. Ediciones de la Universidad de la Frontera, 1996.
[3] En Chile fue publicado por primera vez por la imprenta Cervantes en 1888.
[4] Hugo Montes: Estudios sobre la Araucana. Ediciones Universidad de Valparaíso, 1975; Abraham König, La Araucana de don Alonso de Ercilla y Zúniga. Santiago, Imprenta Cervantes, 1888.
[5] Diálogo entre un capitán holandés y los indios chilenos. Quevedo utiliza este diálogo para atacar a los holandeses que pretendían aliarse con los indios chilenos para expulsar de América a los españoles. Ver: Chile en Quevedo: El cuadro XXXVI de La Hora de Todos y la Fortuna con Seso. En: Anales de Literatura Chilena. Año 11, Junio 2010, N. 13, p: 13-26.
[6] Sobre Luis de Valdivia ver: José Armando de Ramón: El pensamiento plítico-social del padre Luis de Valdivia. Boletín de la Academia Chilena de la Historia, año XXVIII, número 64, p: 85-106.
[7] Reproducida en Alonso de Ovalle: Histórica relación del reino de Chile (varias ediciones).
[8] Acuña Cabrera llegó a Chile con una esposa y dos cuñados a quienes nombró sargentos mayores de los tercios de Arauco y Yumbel. Uno de ellos murió en una emboscada cerca del fuerte de Nacimiento.
[9] Informe del gobernador Antonio de Acuña y Cabrera al Consejo de Indias, Concepción, 1649. Archivo General de Indias (AGI), Audiencia de Chile, volumen 29.
[10] Patricia Cerda-Hegerl: Fronteras del Sur. Ediciones Universidad de la Frontera, 1996.
[11] Informe al Consejo de Indias sobre los soldados de Concepción. Biblioteca Nacional de Chile, Sala Medina, Manuscritos Medina, volumen 175, documento 3786.[12] Parlamento realizado en la vega de San Juan de Purén el 20 de diciembre de 1698. AGI, Audiencia de Chile, volumen 129.  [13] Informe de Antonio de Solórzano y Velazco al Consejo de Indias sobre los sucesos del año 1655. Concepción, 1657. AGI, Audiencia de Chile, volumen 13.[14] Jorge Larraín, Identidad chilena. Lom, 2001.
[15] Norbert Elias, Über den Prozeß der Zivilisation. Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen. Basilea: Verlag Haus zum Falken, 1939.
[16] Las tres dimensiones del intelecto fueron descubiertas por Kant en su Kritik der reinen Vernunft (Crítica a la razón pura). Estas dimensiones son: tiempo, espacio y causalidad.
[17] Patricia Cerda-Hegerl, Fronteras del Sur, op. cit.
[18] Leonardo León Solís, Maloqueros y Conchavadores en Araucanía y las pampas, 1700-1800, Universidad de la Frontera, Temuco, 1990.[19] Sonia Montecino, Madres y huachos. Alegorías del mestizo chileno, 1991.
[20] Sobre los inicios de la explotación de carbón en la Araucanía ver: Patricia Cerda-Hegerl, Fronteras del Sur, op. cit., p.120 y siguientes.
[21] Webb, Walter Prescott, The Great Frontier. Universtity of Oklahoma Press, 1986.
[22] Patricia Cerda-Hegerl, Fronteras del Sur, op. cit.
[23] Declaración de Antonio Colbún. Arauco, 1874. Archivo Nacional de Chile, Intendencia de Arauco, volumen 191.
[24] Cornelio Saavedra, Documentos relativos a la ocupación de Arauco. Santiago, 1870.
[25] Francisco de Bilbao, El evangelio americano. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985. P. 185.
[26] Norbert Elias, Über den Prozeß der Zivilisation. Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen. Basilea: Verlag Haus zum Falken, 1939.[27] Domingo Faustino Sarmiento, Investigaciones sobre el sistema colonial de los espanoles por J.V. Lastarria. En El Progreso 27.091844.
[28] Sauerwald, Gregor, Reconocimiento ¿Un nuevo paradigma de la Filosofía Política y Social? Ediciones Abya-Yala, Quito, 2014.
[29] Arthur Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vorstellung. Anaconda Verlag, 2009.

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