por Joan Benach
En poco más de cuatro meses, la Covid-19 se ha convertido en la crisis de salud global más rápida conocida hasta la fecha. Diversos rasgos biológicos, políticos y de salud pública de tipo sistémico han convergido para que esto suceda: su contagio y letalidad poblacional elevada, la debilidad de los sistemas de salud y de salud pública nacionales y globales, la globalización del turismo de transporte aéreo, y la ceguera institucional y política para escuchar y reaccionar adecuadamente ante las advertencias suscitadas por científicos e instituciones, son algunos de ellos. Aunque nadie podía predecir exactamente cuándo, cómo y dónde comenzaría, y qué país sería el más afectado, desde al menos la década de 1980 sabíamos que esto podía suceder[1]. Los científicos advirtieron de que los cambios socioecológicos globales, que permiten que surjan enfermedades infecciosas, estaban aumentando a un ritmo sin precedentes o, en palabras del microbiólogo premio Nobel Joshua Lederberg, que “la mayor amenaza para el dominio continuo del hombre en el planeta es el virus”. Sí, estábamos repetidamente advertidos. En 2015, Bill Gates señaló en un vídeo de divulgación y en una publicación científica: “Existe una alta probabilidad de que una epidemia de una enfermedad muy infecciosa tenga lugar en los próximos 20 años”. Y en septiembre de 2019, la propia OMS advirtió: “El mundo está en grave riesgo de padecer devastadoras epidemias o pandemias de enfermedades regionales o mundiales que no solo causen la pérdida de vidas sino que destruyan las economías y creen un caos social”.
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