POLITIKA
Escribe Sergio Rodríguez Gelfenstein
Tal vez no haya una “actividad comercial” donde la ley madre del capitalismo, la de la oferta y la demanda, se manifieste con tanta precisión como en el narcotráfico. La demanda y la oferta de drogas se han relacionado de manera óptima para dar la eficiencia infinita que a través del tiempo ha mostrado esta actividad, creciendo permanentemente desde los años 80 del siglo pasado, haciéndose tan lucrativa que no habido manera de interrumpirla.
Como apunta Alain Labrousse en su interesante libro “Geopolítica de las drogas” el final de la guerra fría trajo la “democratización” de los estupefacientes que comenzaron a ser utilizadas como instrumento en la mayoría de los conflictos.
Pero, en la relación droga-conflicto el papel fundamental lo juega el factor de los beneficios, en particular en lo referido a la cocaína y el opio. Estados Unidos ha estacionado su ejército en los dos países para asegurar un tráfico ordenado y controlado. Así, desde su invasión a Afganistán en 2001 y del inicio del Plan Colombia a fines del siglo pasado, la producción, transporte y distribución del opio producto de la amapola y la cocaína proveniente de la coca, ha crecido exponencialmente desde estos dos países , mayores productores mundiales de esas sustancias respectivamente.
Según Labrousse, citando fuentes de Naciones Unidas el aumento de los beneficios viene dado por los obstáculos a vencer para trasladar la droga desde el país productor hasta el consumidor. Dicho de otra manera, el control de los intermediarios encarece el costo, de esta manera, por ejemplo para producir 1 kg. de cocaína colombiana en 2005 se necesitaban 200 kg. de hoja de coca que le significaba al campesino 400 dólares. A partir de ahí se inicia el ciclo: 1 kg. de pasta base costaba 800 dólares; 1 kg de clorhidrato de cocaína a la salida del laboratorio, 500; 1 kg de clorhidrato pagado al exportador colombiano, 5.000; 1 kg. pagado al importador al por mayor en Miami, 10.000; precio al por mayor en New York, 15.000; la venta al menor generaba ingresos de entre 150.000 a 500.000 dólares por el mismo Kg. de cocaína.
Al campesino le queda entre 0,00027 y 0,00080 de la ganancia total, a su vez el exportador colombiano (ahora mexicano) obtiene entre 0,01 y 0,03% del valor final del producto. Es decir, más del 99% de los ingresos que genera el tráfico de cocaína queda en Estados Unidos. Valdría la pena preguntarse ¿dónde está ese dinero?
La única vez en la historia que el gobierno de Estados Unidos intentó hacer una investigación seria respecto del flujo de dinero del narcotráfico por su sistema financiero fue en 1979 cuando ante el incremento de la entrada de capital en la banca de Miami, planificó la “Operación Greenback”, cuyo objetivo era supervisar los bancos norteamericanos que manejaban el dinero de las drogas. La operación fue cancelada sin explicaciones en 1982 por el zar anti drogas George H.W.Bush durante el gobierno de Ronald Reagan. Evidentemente una investigación a fondo hubiera hecho pública la colusión de los propietarios de la gran banca del país con el narcotráfico. Nunca más se ha vuelto a hablar del tema.
En una amplia investigación del periodista mexicano J. Jesús Esquivel, materializada en su libro “Los narcos gringos”, se explica porqué jamás se habla de carteles estadounidenses de la droga: simplemente no existe una estructura piramidal ni capos como en Colombia o México. Eso no significa que no haya estructuras delictivas operando para distribuir las drogas, –sí las hay–, solo que en Estados Unidos se llaman brokers.
El broker es una persona que actúa de manera independiente como intermediario entre el productor y el distribuidor o vendedor a cambio de una cuota del producto. La particularidad del broker del narcotráfico es que no tiene lealtades específicas, trabaja con el que mejor le pague.
Esquivel entrevistó a Oscar Hagelsieb, agente especial del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) de Estados Unidos, quien le informó que en ese país este negocio no es tan estructurado como en México, pero que al no existir carteles, su estructura es más compleja, porque se encargan del transporte, distribución y venta de las drogas dentro del país. El broker siempre opera fronteras adentro, la responsabilidad de ingresar la droga es del cartel mexicano o colombiano, por eso cuando se logra capturar un cargamento en la frontera o en el mar, nunca hay ciudadanos estadounidenses involucrados. Según Hagelsieb, los carteles dejan la droga casi siempre en “casas de zonas urbanas de la clase media alta de los estados de la frontera sur: California, Arizona, Nuevo México y Texas…”
Este agente se queja de que los brokers actúan con facilidad gracias a los medios de comunicación, a los libros que se escriben sobre el narcotráfico y a las películas y series de televisión o telenovelas que nacen del contenido de libros que le enseñan a los narcotraficantes estrategias para actuar y evadir la ley.
Hagelsieb admite sin vacilaciones que la narco corrupción no es un fenómeno exclusivo de Colombia o México, en Estados Unidos también existe. Y afirma contundente que “sin corrupción del narcotráfico, no habría drogas en las calles estadounidenses o por lo menos no en las mismas cantidades”. Califica este fenómeno como un “problema grave” en su país.
En el libro de Esquivel se afirma que los narcos gringos y mexicanos “tienen en sus nóminas a agentes aduaneros de Estados Unidos, de la patrulla fronteriza, de la DEA y de las policías locales; si esto no fuera una realidad, sólo entrarían en la Unión americana los narcóticos que pasan sin ser detectados por las regiones de la frontera más inhóspita…”
Así, el libro permite comprender una infernal mezcla de narcotraficantes, autoridades corruptas, consumidores y medios de comunicación que desde diferentes escenarios coadyuvan a mantener el negocio. No hay duda que hay policías honestos que han luchado e incluso han dado la vida combatiendo al flagelo, pero el principal enemigo contra el que chocan es el de los altos intereses de corporaciones financieras y de otro tipo que necesitan sostener un mercado hoy imprescindible para la economía de Estados Unidos. Las casi 80 mil personas muertas al año por consumo de drogas son solo un daño colateral calculado que además el país necesita para justificar el mantenimiento de sus bases militares y del Comando Sur de las fuerzas armadas de Estados Unidos a fin de sustentar su política agresiva e intervencionista en la región.
Eso es lo que ocurre del lado de la demanda. En el otro extremo, el de la oferta, la situación no es muy auspiciosa. Precisamente, el consumo y la disponibilidad de cocaína en Estados Unidos han seguido creciendo como consecuencia de la expansión de los cultivos ilícitos y la producción de droga en Colombia. Desde el año 2013 se ha producido un incremento sustancial en este sentido. La producción mundial de cocaína en 2016 alcanzó el nivel más alto jamás registrado, con unas 1.410 toneladas.
Esto llevó al gobierno de Estados Unidos a decir en octubre de 2017 que la cocaína de Colombia seguía siendo una «amenaza» para Estados Unidos, donde según la DEA su disponibilidad y consumo había aumentado «significativamente» en el último año, al anticipar un fortalecimiento de las mafias colombianas en el corto plazo. Según el informe, el número de hectáreas de coca en el país aumentó en 11% durante 2017, para llegar a 209.000, cifra que constituye un récord histórico.
Por su parte, el Informe Mundial sobre Drogas de la ONU en 2018 expone que “la producción y el mercado mundial de opio y cocaína se encuentran en máximos históricos”. El informe destaca que la producción «estuvo mayormente liderada por el incremento de la elaboración de cocaína en Colombia, que produce cerca del 70% de la cocaína mundial». Para la década de 2008 hasta 2017, asevera el informe, se registró un aumento del 50 % en la producción de cocaína, alcanzando un récord de 1.976 toneladas. Un claro crecimiento si se compara con la cifra dada por la DEA para el año anterior.
El informe de “Monitoreo de Territorios Afectados por Cultivos Ilícitos 2017” revela que las áreas netas con cultivos de coca en Colombia, calculada en 2016 a 2017, aumentó 17%, pasando de 146.000 hectáreas a 171.000 hectáreas. En el año 2019 llegó a 212.000 hectáreas
William Brownfield, un ex diplomático estadounidense vinculado al sector más extremista del Departamento de Estado, –donde llegó a ser Subsecretario para Asuntos Internacionales de Drogas y que siempre manejó este asunto a partir de criterios políticos–, en una entrevista con el periodista Sergio Gómez Maseri para el diario el Tiempo de Bogotá en octubre de 2017 reconoció que Estados Unidos ha tomado variadas medidas a lo largo del tiempo para evitar el ingreso de drogas a su territorio pero siempre han sido infructuosas: “… lo intentamos en los 80 sellando la entrada por el Caribe con aviones y guardacostas. Se redujo bastante, pero los narcos decidieron moverse entonces a la izquierda, hacia Centro América y México”. Nótese cuando dice a la izquierda”, se refiere al oeste. Se alejaron de Venezuela, y cuando la DEA los quiso hacer volver, llegó Chávez y nunca más se pudieron acercar con eficacia. Lo dicen todos los informes de la ONU y de la misma DEA
A continuación Brownfield afirmó que en ese momento [año 2017] su país tenía una muy buena relación de trabajo con México, que es donde se está produciendo la droga que llega a Estados Unidos. En la misma entrevista aseguró que en Estados Unidos “la demanda no ha crecido de manera significativa en estos cuatro años. Ha crecido entre un 20 o 30%, comparado con el 2013, frente a un aumento de más del 200% de la producción”. Es decir, para este alto funcionario del gobierno de Estados Unidos, que el consumo de drogas crezca solo un 20 o 30 % es visto como un éxito. De ahí que afirmamos que los muertos por el consumo de droga sean aceptados como un daño colateral necesario.
En todo caso, valdría la pena preguntarse por qué, si la DEA afirma que el 90% de la cocaína que ingresa a Estados Unidos proviene de Colombia, Brownfield asegura que la producción ha aumentado 200% y el consumo solo 20 o 30%, ¿quién está mintiendo o al menos falseando las cifras? ¿Brownfield y el Departamento de Estado o la DEA?
En ningún momento de esta larga entrevista, Brownfield, que profesa un odio irracional hacia el gobierno de Venezuela y que ha llamado a derrocar al presidente Maduro por cualquier medio, en ningún momento menciona a Venezuela ni en lo referido a producción, tampoco en cuanto a transporte o distribución.
En este sentido, desde el año 2017 las alarmas se habían encendido en otras latitudes. El Departamento de Estado ubicó a Colombia en un informe como el primer productor mundial de cocaína, responsable del 90% de la droga que llegaba a Estados Unidos. Dice en una de sus partes: “Los cultivos de coca en Colombia aumentaron un 39% en 2014 y 42% en 2015. Pasó a 159.000 hectáreas, uno de los máximos récords. Un aumento de casi un 100% desde 2013. (…) El número de muertes por sobredosis en Estados Unidos por cocaína en 2015 fue el más alto desde 2007”.
Se ha incrementado tanto la demanda de drogas que el presidente Donald Trump se ha visto obligado a pronunciarse sobre el tema. Sorprendentemente primero señaló su descontento con los escasos resultados de su homologo colombiano Iván Duque en la disminución del tráfico de drogas ilícitas hacia Estados Unidos y, segundo, amenazó a México con la imposición de aranceles a los automóviles y el cierre de la frontera, si en el plazo de un año no se acaba el tráfico de drogas hacia su país. En ambos casos cuenta con cifras que sustentan sus argumentos, lo que no ha podido hacer con Venezuela, a la que se refiere con una retórica política intervencionista que pretende usar el tema de las drogas y la putrefacción de la sociedad estadounidense que él mismo reconoce, como instrumento de amenaza, chantaje y presión.
En el caso de la oferta, también responde a criterios económicos y de la forma de vida de las fuerzas armadas colombianas que reciben ingentes recursos sin control para su ineficaz lucha contra el narcotráfico. El veterano periodista colombiano Francisco Thoumi afirmó en un artículo para la revista Semana, en mayo de 2019, que la producción de cocaína en Colombia durante los últimos 40 años se había aceptado como algo obvio, partiendo de la idea de que mientras haya demanda por cocaína en algún lugar del mundo, siempre habrá oferta. Por consiguiente, “¿si alguien la va a producir, por qué no nosotros?”.
En esto de la relación imprescindible entre oferta y demanda de drogas se debe recordar el razonamiento de Gustavo Díaz Ordaz quien fuera presidente de México entre 1964 y 1970, cuando dijera: «Si México es el trampolín de la droga, es solamente porque Estados Unidos es la piscina”. Solo basta sacarle el agua y el trampolín quedará inhabilitado