Pepe Gutierrez Alvarez
La República española fue recibida con un entusiasmo popular que no han podido negar ni sus peores enemigos, los monárquicos convertidos al fascismo. También se suele desconocer que nació como un «colchón» para evitar que las masas trabajadoras, maltratadas por las consecuencias de la crisis del 29, se llevaran por delante aquella España patriótica que se contemplaba en las «conquistas» del pasado pero que era indiferente al hambre de los que el trabajo no les permitía salir de pobres. Coincidió con el ascenso del estalinismo que fue un factor determinante en la victoria de los nazis…O sea: llegó en la peor de las coyunturas históricas posibles. Algo que es necesario tener en cuenta.
Conviene no olvidar en ningún momento que por la mitad de la década, el contexto internacional no pudo hacerse más oscuro. El ascenso nazi en Alemania -fruto de otra “guerra fría” inter-obrera, entre socialdemócratas que no veía más allá de la República de Weimar y de un comunismo estalinista enloquecido – se constituyó en un ejemplo para la contrarrevolución. Demostraba que se podía destruir al movimiento obrero más potente del mundo, al tiempo que ofrecía lecciones básicas a Stalin, por un lado, demostrando como se podía liquidar una oposición interna con la “Noche de los cuchillos largos”-, de otra llevándole a operar un giro a un pacto con las potencias democráticas. De esta manera, el exterminio de la “vieja guardia bolchevique” aparecía como una demostración que nadie y menos que nadie la URSS, quería una revolución social. Y no digamos una revolución social basada en la democracia obrera. Por cierto. Una muestra de que la primera victima de una guerra es la verdad, y la segunda es el lenguaje, justo es anotar que “nacionales” son todos, incluyendo los republicanos que acabaron en los campos de exterminio nazi porque Serrano Suñer negó que fuesen españoles.
En sentido estricto, el título les corresponde a los catalanes, vascos y gallegos que quieren sus derechos nacionales. Los sublevados ocuparon su propio país a sangre y fuego, y para lograr sus propósitos. No les importó mucho ceder soberanía a las potencias que les ayudaron. Como se pudo ver, para Franco, España era algo así como su finca particular. La magnitud de la derrota final fue casi total. El descenso a los infiernos fue total. El “corazón de las tinieblas” se pudo percibir en “detalles” como en las oleadas de refugiados, en la conversión del país en una prisión, en detalles como el del sepelio casi clandestino de Manuel Azaña en noviembre de 1940, una muerte que le libró de la Gestapo y de ser fusilado. La situación pareció muy diferente cuando en el décimo aniversario (marzo 1946), Largo Caballero, que había pasado por los campos de concentración nazis como un obrero estucador, fue enterrado en París. La muchedumbre presente incluía a altos dignatarios del gobierno francés. Entre los republicanos se esperaba que los vencedores cumplieran imponiendo una democracia en Madrid, pero no fue así; temían una República animada por comunistas y anarquistas.
Entre la guerra y la posguerra el movimiento obrero, tal cual existió, fue destruido casi en su totalidad. Solamente sobrevivieron pequeños grupos de resistentes que, con la excepción del PCE (mejor situado entre la juventud y las mujeres, ayudado por el movimiento comunista internacional, por la mística de la resistencia antifascista europea, por su mayor capacidad organizativa), nunca volvieron a conectar con las nuevas generaciones. Algunos como la CNT y el POUM, se dejaron la piel en el empeño. Pero, aparte de la represión despiadada, sufrieron fracturas internas, y “siguieron con la guerra” o sea, no se adaptaron a las nuevas circunstancias. Gracias al esfuerzo de sus militantes y al prestigio de la URSS y del “Movimiento comunista”, el PCE fue el consiguió levantar la piedra de Sísifo de la Resistencia. Consiguió un capital que luego dilapidó para fracasar incluso como aparato obrerista, algo que guste más o menos sí han logrado en Grecia y Portugal.