Por Juan Carlos Gómez L.
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La huelga de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, UAM, anticipa las luchas de las y los académicos de las universidades (UES) públicas y privadas nacionales por mejores condiciones laborales, de remuneraciones y salarios, a nivel latinoamericano. Las condiciones académicas y laborales son las peores que hayan existido en toda la historia de la universidad en América Latina y el Caribe, especialmente, del siglo XX.
En el caso chileno, estas son deplorables y paupérrimas. Totalmente reguladas y condicionadas por la lógica capitalista centrada en la mayor extracción de plusvalía posible, para incrementar las utilidades y ganancias de la «industria de la educación superior», sea, esta privada o pública. En esa lógica no hay distinción entre ambas. La extracción de la plusvalía académica, en una actividad tan particular como es la educación superior universitaria, se focaliza, en las y los trabajadores, es decir, en funcionarios, académicos, investigadores y docentes. Los bajos salarios y remuneraciones y las extenuantes jornadas de trabajo son los principales mecanismos de explotación de la UES del capitalismo académico.
Se hace urgente establecer un Estatuto Nacional Académico Universitario (ENAU), destinado a regular la situación laboral de Académicos, Investigadores y Docentes de la Educación Superior tanto pública como privada. Pues como decía, actualmente, las condiciones laborales y salariales en que se desempeñan cientos de académicos son francamente deplorables. Solo por dar un ejemplo, hay ues públicas en donde el 80% de los académicos y docentes llevan décadas bajo la condición de «contrata» u otras dónde la condición de «profesor a honorario» es predominante, con jornadas extenuantes de docencia, sin ninguna posibilidad para investigar o para producir conocimiento nuevo, innovador, etcétera.
Por esa razón. la mayoría de la enseñanza universitaria de pregrado actual consiste en «conocimiento envasado», o sea, la repetición mecánica de parte de las y los docentes de conocimiento producidos por otros. Predominante, en nuestras ues, es la perspectiva educativa por competencias que en vez de potenciar el proceso de enseñanza-aprendizaje reflexivo y profundo busca tan solo generar competencias y habilidades laborales y funcionales con una exagerada profesionalización y mercantilización de la enseñanza universitaria.
La pedagogización ortodoxa de esa perspectiva en la educación superior esta “asesinando” a la universidad reflexiva, critica, compleja y, sobre todo, humanista. La transformación de los académicos universitarios en pedagogos, anula los procesos formativos alto nivel de ellos, y cierra y obstaculiza su constitución en cientistas sociales, productores de nuevos e innovadores conocimientos. Muchos de estos han sido formados, por de medio de becas financiadas por el Estado, o sea, por toda la sociedad, en centros universitarios de alto nivel en el extranjero. Sin embargo, al momento de regresar al país, se convierten en meros «docentes» universitarios. Provocando su frustración integral y total. Al mismo tiempo, esto constituye un despilfarro tanto de los “recursos” humanos y económicos que la sociedad nacional posee y ha invertido en su formación. Téngase presente que aproximadamente 30% de los PhD que el programa de Formación Humana Avanzada de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) en el área de las ciencias sociales y las humanidades, se encuentran cesantes o, con empleos precarios.
En un país en donde no hay políticas de investigación nacionales, donde la definición de la actividad investigativa se focaliza en concursos competitivos de carácter individual, sin ninguna conexión con los requerimientos de la sociedad, la investigación solo está al servicio de una carrera individualista de una minoría de investigadores. Actualmente, las ues, definen áreas de investigación específicas solo con la intención de incorporar cientistas con el objeto de mejorar su posición en los rankings nacionales o internacionales o para cumplir con los requisitos de acreditación. No existen o son contados con los dedos de una mano, las ues que disponen de centros de investigación destinados, de manera exclusiva, a generar conocimiento nuevo en aquellas áreas que el país requiere y para enfrentar los problemas de la sociedad actual. Centros constituidos por equipos de investigación colectivos, interdisciplinarios, plurigenéricos o plurigeneracional, etcétera. No hay interés por parte de las ues de constituir estos centros, fundamentalmente, por los costos financieros que ello implica. Y, especialmente, porque la burocracia universitaria, mayoría de ellos, formados en la gestión gerencial de la empresa, considera que estos centros son escasamente rentables o redituales financieramente.
Como señalaba, la mayoría de los cientistas sociales sin posibilidades de realizar una carrera académica en la investigación, terminan haciendo clases por remuneraciones y salarios miserables, atendiendo a semestralmente a cientos de estudiantes, corrigiendo centenares de pruebas y trabajos, en horas de trabajo personal “no remuneradas” en sus casas, completan un cuadro de explotación académica muy propia de las universidades del capitalismo académico.
La huelga de UAM, institución que conozco y visitado en diversas ocasiones, da cuenta de los diversos problemas que el capitalismo académico neoliberal, imponen a las y los académicos y trabajadores de la educación superior no solo en México, sino en toda Nuestra América, un ejemplo, es lo que ocurre con la educación superior en la Argentina Macri, en Colombia, etcétera. Sistemas universitarios afectados por los mismos males, el virus neoliberal y la educación por competencias.
Por eso, estimo, que, a pesar de algunas significativas diferencias, no debe dejar indiferente a la academia universitaria nacional. Ayer fue el tiempo de las y los estudiantes universitarios, hoy por hoy, es el tiempo de los académicos, investigadores y docentes de hacer presente las pésimas condiciones laborales en que deben desempeñar sus actividades. La actual proletarización, sin querer de ninguna manera ofender a las y los proletarios, todo lo contrario, obliga a los académicos abandonar sus prejuicios clase medieros aspiracionistas, y asumirse como lo que somos: proletarios académicos. Todo ello exige comenzar a hacer posible, en primer lugar, el Estatuto Nacional Académico Universitario (ENAU) y en segundo lugar, aunque esto no supone una jerarquización, sino tareas diferentes, pero concatenadas, la creación, en el largo plazo, del Colegio Nacional de Académicos Universitarios (CNAU) que agrupe a todas y todos las y los académicos que se desempeñan en la universidades nacionales con el objeto de representar ante el Estado, el Mercado y la Sociedad Civil nuestros intereses como gremio. Considero que para mejorar y modificar el actual sistema universitario nacional no solo se requieren estudiantes movilizados sino también sus trabajadores, o sea, de los académicos, investigadores y docentes.
Santiago Centro, 20 de abril 2019
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JUAN CARLOS GÓMEZ LEYTON
PhD en Ciencias Sociales y Política
Académico UPLA
Por: Hernán Montecinos
El mercado universitario, está regido más por la oferta que por la demanda; de otro modo no serían necesarias las ingentes inversiones publicitarias. No son los futuros estudiantes o el campo laboral el que orienta este mercado; son decisiones comerciales, acaso de gestión, al interior de las propias instituciones. Es un producto sin satisfacción garantizada que puede, como todos aquellos artefactos, generar externalidades negativas. La saturación de profesionales en tantas áreas de la producción es una muestra palmaria de la distorsión de este sector.
La publicidad universitaria se nutre de un imaginario colectivo que no tiene asidero en los cambios de la sociedad. Las instituciones privadas se presentan como la escalera de ascensión social, la que permitirá al futuro estudiante ingresar en las elites del saber, acaso de la producción. ¿Publicidad engañosa? Si nos rigiéramos por las estadísticas laborales, lo que tendríamos es una hueste de proletarios asalariados. No sólo tenemos una trampa publicitaria. El mercado puede también ser intrínsecamente perverso.
Por eso, afirmar hoy que la educación chilena –y la enseñanza superior en particular-, está en crisis se ha transformado en un lugar común. Los constantes conflictos del Estado con los profesores y las movilizaciones estudiantiles de las diversas universidades tanto particulares como públicas se vienen produciendo en el país así lo confirman. Ello también se ve reflejado en las elecciones de autoridades en las distintas universidades, donde nuevamente el tema central es el tipo de universidad que se quiere construir y el rol que deben jugar en el desarrollo cultural del país.
A su vez, el estudiante universitario, esclavo estoico, sujeto a un proceso performativo antes que formativo, se cree tanto más libre cuanto más lo ligan las cadenas de la autoridad. Al igual que su nueva familia, la Universidad, se tiene por el ser social más “autónomo” mientras que representa, directa y conjuntamente los dos sistemas más poderosos de la autoridad social: la familia y el Estado. Él es su hijo sometido y agradecido. Siguiendo la misma lógica del hijo sumiso, participa de todos los valores y mitificaciones del sistema, y los concreta en sí mismo. Lo que eran ilusiones impuestas a los empleados, se convierte en ideología interiorizada y conducida por la masa de futuros pequeños cuadros.
Lo que se publicita no es un conocimiento o una técnica; es un gran simulacro –que es lo más falso de lo falso- del saber. Los alumnos son clientes que adquieren un producto o servicio y ambos actores están regidos por las leyes del mercado. La universidad es una frase publicitaria, un eslogan. Las estrategias de venta no difieren en mucho de las de un plan de salud, un seguro de vida, un cementerio privado… un automóvil.
Quizás la más evidente de las manifestaciones de esa crisis es que nuestras universidades se han ido llenando de propuestas profesionales “especializantes” que tienden a satisfacer las necesidades de la sociedad chilena globalizada en la perspectiva del neoliberalismo excluyente y marginalizador, que por exigencias del mercado obliga a las instituciones de enseñanza superior –Centros de Formación Técnica, Institutos Profesionales y Universidades y los pre y post grado correspondientes- a ofrecer contenidos avasallados por el pensamiento lineal de corto alcance y estrecho con predominio en la repetición de lo ya sabido, donde hay ausencia de desarrollo de nuevos conocimientos sobre la base de un pensamiento global, sistémico y crítico.
Pero la crisis en la educación no sólo se da en el estamento universitario, sino que la misma no es más que el punto de cristalización respecto de una crisis que viene desde mucho más atrás. En efecto esta crisis ya se manifiesta en la educación parvularia, formación deficitaria que se asoma ya patente en dicho estamento.
En efecto, desde muy temprana edad, el niño, ese alumno recipiente de información, tiene poco o nada que ver con el niño que llega al pre-escolar, con ojos brillantes y curiosos, imaginativo e indagador. Sólo por un muy breve tiempo de su vida logra retener esas maravillosas cualidades para luego, gradualmente, comenzar una declinación de sus energías intelectuales, y la pérdida de la curiosidad y la exploración. Poco a poco, ese niño párvulo, por naturaleza activo e inquisidor, en los momentos que está abriendo los ojos al mundo, poco a poco deviene pasivo en la escuela. De este proceso se tiene que la escuela desarrolla y mantiene vigente un proceso de aprendizaje no pro-activo, sino pasivo e irreflexivo a la vez.
Todos nos hemos enfrentado alguna vez con situaciones que carecen de sentido y podemos atestiguar cuan perturbadora experiencia puede ser ésta. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a algo sin sentido, si estamos en imposibilidad de hallar indicaciones, lo evadimos o pedimos ayuda, en cambio, ante la misma situación el niño no sabe a quién volverse, simplemente porque él es enviado “allí”, y debe permanecer en aquel lugar junto con los otros.
De este modo, la manera de hacer aprender es la repetición: copiar, escribir, tomar apuntes del profesor todopoderoso; el lema ya no es “la letra con sangre entra” sino “la letra, por repetición entra”. La creatividad queda amputada dejando paso al individualismo, la competitividad y la obediencia. Son los primeros pasos que se inculcan desde la infancia para que el niño devenga en un ser alienado, amputado de la posibilidad de sus propias dotes creativas, las cuales son opacadas, minimizadas por un sistema educacional que se vuelve mecanicista, eminentemente repetitivo. En este orden, los halagos y premios no son pocos para los “niños buenos”, que son los más sumisos, hasta hay un porcentaje de la nota para castigar a los rebeldes y premiar a los que obedecen sin rechistar.
Claro está, que las premisas básicas para el proceso educativo van a encontrar su gran dificultad por la forma en que se encuentra estructurada la sociedad actual, y con ello el modo como influyen los organismos e instituciones creadas desde los grupos de elite que se encuentran en el poder.
Ya Michael Foucault (2000) sostenía la existencia de una sociedad disciplinaria que desarrolla una tecnología más que una ideología, y ello instaura una identidad homogénea entre sus miembros. La sociedad disciplinaria ha instalado máquinas de producción de sujetos, las instituciones modernas, las cuales disciplinan a hombres y mujeres generándoles hábitos, respuestas inconscientes a normas abstractas y positivas, a un deber ser que los marca y los crea. En lugar de reprimir, forma, conforma y habitúa. El principio de esta sociedad es la norma, y cuando el sujeto se desvía de la misma, aun sin conocerla, es castigado configurando así su aprendizaje e interiorizando la normatividad en su propio cuerpo. Los sujetos se tornan en instrumentos dóciles, obedientes, aptos para trabajar, al disociar las fuerzas corporales, aumentarlas en su sentido económico y disminuirlas en su sentido político.
El control y el aprendizaje comienza en la familia, continúa en la escuela, se extiende a la fábrica, la colonia, las zonas de esparcimiento, de diversión y de juego y puebla las calles de la ciudad. Es casi imposible no estar sometido a algún tipo de normalización e institucionalismo; es poco probable que logremos ser entes individuales con identidad propia. Según Foucault: el individuo “no posee un pensamiento propio, ya que es el lenguaje que otorga la red a través de la cual piensa, red que lo atraviesa y lo obliga a pensar en cierta forma; tampoco tiene palabra, la palabra siempre es ajena; no posee un cuerpo propio, sino que fue inventado por la sociedad disciplinaria” . Y de esta realidad -al que acertadamente apunta Foucault-, la escuela y el profesor difícilmente pueden desaprenderse, por el contrario, se encuentran prisionero de ese fatal círculo.
Es en este contexto que el profesor viene a ser un eslabón más constituyente de un cuerpo social que se encuentra alojado en la escuela. Por más que lo desee, el profesor no podrá desembarazarse de la realidad estructural asfixiante que lo rodea. Por eso, y excúseme el profesor, esa autoridad al que el niño y adolescente debe seguir ciegamente, no sería ninguna mentira decir que casi la totalidad de los profesores están aborregados pedagógicamente. Y no es que ellos conscientemente quieran estarlo, sino que las estructuras del sistema capitalista, quiéranlo o no, lo determinan en tal condición. Es decir, que el profesor como parte constituyente de la escuela, como un eslabón más que forma parte de las instituciones societarias creadas a modo de reproducir las condiciones existentes en la sociedad de clases, poco o nada podrán hacer para romper ese acerado corsé sobre el cual se encuentran prisioneros.
Con todo, lo poco o más que se pueda hacer para romper esta condición, está en manos del profesor poder así hacerlo quien por su situación privilegiada (intelectualmente hablando), es el que puede hacer el aporte mayor, si es que orienta su quehacer no sólo en el sentido estrictamente pedagógico educativo, sino que priorizando el proceso formativo del educando.
Esa es la cruda realidad,… ¡y aún más! En la escuela los burgueses aplacan uno de sus peores miedos: la lucha de clases. En efecto, al niño se le enseña a respetar la autoridad, a ser amigo del que le oprime; el profesor sería como el patrón, como el burgués y el alumno como el obrero, si de pequeño nos enseñan a ser amigos de los que nos joden, si de pequeños nos enseñan que la rebeldía es mala, si desde pequeños aplacan nuestra curiosidad, nuestra creatividad y nuestra libertad mental. Entonces, es hora ya de empezar a pensar en un cambio radical en el modo de impartir las enseñanzas en los colegios. Una reformita por aquí, y otra por allá, un computador por aquí y dos computadores más allá, son meros paliativos y nada más que eso