Ha causado extrañeza que la OTAN, además de practicar la guerra híbrida en los más disímiles campos, ahora intervenga en el deporte.
Como organización militar creada para establecer el capitalismo en el mundo a través de una estructura militar de sometimiento a naciones soberanas, es una muestra concreta de los complejos de sabiduría que padecen sus directivos al incursionar también en el deporte, manifestando públicamente su satisfacción porque el Mundial de Rusia 2018 ha tenido como semifinalistas sólo a europeos y no a África, Asia, ni Latinoamérica. Sin embargo, dicha afirmación no sólo es tendenciosa, sino plena de prejuicio racial y xenófobo, propio de una corporación militar vinculada a empresas transnacionales de armamentos que se ha caracterizado por apoyar genocidios constantes y exponer falsas noticias.
Es correcto afirmar, pese a que se oscurezca la realidad lúdica por los Medios, que varias escuadras europeas cuentan con jugadores de comunidades externas que han aportado determinación ante la adversidad. Se ha establecido que la mayoría de los 23 jugadores de Francia son hijos de inmigrantes de primera generación y prácticamente la mitad de los futbolistas de Francia y Bélgica son de ascendencia africana producto de la explotación colonial y sus inequidades poscoloniales. Cabe recordar a Francia 1998, liderada por Zinedine Zidane, de origen argelino y Patrick Vieira nacido en Senegal. Para el Mundial de Rusia 2018, destacan Adil Rami, proveniente de Marruecos y Samuel Umtiti, nacido en Camerún, los senegaleses Djibril Sidibe y Benjamín Mendy, además del central con ascendencia congoleña, Presnel Kimpembe, la estrella Paul Pogba (Guinea) y Kylian Mbappé (raíces en Camerún y Argelia).
En Bégica, han sido figuras decisivas Vincent Kompany y Romelu Lukaku, hijos de congoleses (quienes ha sufrido de racismo), además de Youri Tielemans, el delantero Michy Batshuayi y el defensa Dedryck Boyata. Mousa Dembelé tiene orígenes en Malí; Nacer Chadli y Marouane Fellaini en Marruecos. Inglaterra no es “puro” tampoco, pues posee destacados futbolistas de origen jamaiquino y descendencia nigeriana, entre otros.
Le cabe a esta institución un papel directo en la destrucción de Yugoeslavia, de donde emerge Croacia, el fenómeno de este certamen. En 1999, en medio del conflicto armado de los separatistas albaneses del Ejército de Liberación de Kosovo (KLA) contra militares y fuerzas del orden de Yugoslavia (en aquel entonces integrada por Serbia y Montenegro), la Organización lanzó una operación aérea contra Belgrado. Durante 78 días las aeronaves detonaron más de 23.000 bombas y destruyeron cerca de la mitad de la capacidad de producción de la República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY).
La intervención militar no fue autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU y si aprobada por las potencias occidentales, debido a presuntas limpiezas étnicas y «la catástrofe humanitaria» provocada por las fuerzas gubernamentales yugoslavas. Los bombardeos de 1999 fueron el primer caso en que se justificó una invasión militar bajo el pretexto de «intervención humanitaria” para derrocar gobiernos soberanos, fracturándola en seis naciones: Eslovenia, Croacia, Bosnia Herzegovina, Montenegro, Macedonia, Serbia.
Es preciso advertir que la OTAN no posee en esencia una política defensiva sino agresiva, gastando los estados europeos más de 250 mil millones de euros al año, o sea, tres o cuatro veces el presupuesto militar de Rusia y algo más que los chinos, agravado por sus tensiones contra Irán que sustenta una verdadera política no ofensiva y aseguradora de su independencia.
En este sentido, el consejero del Comité sobre el Medio Ambiente y la Comisión de Energía Atómica de Libia, Nuri al-Druk, recientemente ha entregado al Gobierno nacional libio un informe oficial que demuestra el uso indiscriminado de armas con uranio empobrecido por la Organización, en su invasión a Libia en 2011. Estas municiones, prohibidas por la legislación internacional ya que provocan enfermedades como cáncer y otras, son usadas por su eficiencia al penetrar búnkeres, carros de combate y blindados.
Jens Stoltenberg, secretario general, ha anunciado que la Alianza Atlántica acuerda «reforzar la disuasión y la defensa de la OTAN, intensificar la lucha antiterrorista y compartir la carga financiera de manera más justa». Como se sabe, trabaja directamente con la coalición de Arabia Saudita, la cual emplea terroristas de Al Qaeda contra el pueblo yemení, cuya estrategia expansiva amenaza las fronteras de Rusia, participando del atentado al Donbás en Ucrania y auspiciando a Daesh-ISIS en Medio Oriente.
Hace casi dos décadas atrás, la OTAN provocaba el crimen de los Balcanes. Hoy Rusia le regala un mundial bellamente organizado, lleno de sorpresas, donde se expresan los logros deportivos en una justa destinada a unir y conocer más sobre los compañeros de certamen, abrir alamedas y sentir alegrías. Cerca, muy cerca, Donald Trump y compañía se reúnen a maquinar guerras y venganzas.
Finalmente, Croacia no materializó la aspiración de tantos millones que ven en su pequeñez geográfica la magnitud de un esfuerzo conjunto ligado al trabajo serio por un resultado prometedor. Al contrario, en un acto histérico, la RATP (Red de transporte público de París), acaba de rebautizar a seis de sus estaciones para rendir homenaje a los campeones de fútbol. Por ejemplo, la estación Champs Elysées – Clemenceau es ahora Deschamps Elysées – Clemenceau-; Étoile, en el Arco del Triunfo, es On a 2 Étoiles; Victor Hugo, inmenso escritor francés tiene otro apellido siendo Victor Hugo Lloris y Notre-Dame-des Champs se convierte en Notre Didier Deschamps.
Definitivamente: ¡Que el fútbol sin interferencias dé su veredicto!