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Padura, Lenin, Stalin y El hombre que amaba los perros

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Fernando Curiqueo |

La trama de El hombre que amaba los perros, novela histórica del cubano Leonardo Padura,  transcurre por tres carriles. Uno tiene que ver con las vicisitudes del destierro de Liev Trotsky, rival político de Iosif Stalin, hasta su llegada a México, donde en agosto de 1940 es brutalmente asesinado. El segundo, con la vida de Ramón Mercader del Río, el asesino de Trotsky.

El tercero, tiene que ver con Iván Cárdenas –un cesado corrector en una revista de medicina veterinaria-,  quien, una tarde de marzo de 1977, encontrándose en una playa, a orillas del mar, en La Habana, conoce casualmente a un hombre que paseaba con dos perros de raza borzois. A partir de entonces comienzan a tener encuentros en esa misma playa durante los cuales llegan a intimidar hasta tal punto que el dueño de los perros -que en un comienzo decía llamarse Jaime López-, termina reconociendo que su verdadero nombre es Ramón Mercader Del Río.

Transcurridos catorce años, desde que tuvieron lugar esos encuentros,  Iván Cárdenas  –espoleado por Ana, su compañera, a quien había contado y entregado apuntes escritos por él acerca del personaje de los perros y “la revulsiva historia de odio, engaño y muerte que le había entregado”-,  se decide a escribir la historia acerca de los personajes involucrados y sus circunstancias.

Padura ha dicho reiteradamente en entrevistas  que con su novela se propuso abordar “la perversión de la utopía soviética”.  En su opinión, el asesinato de Trotsky, además de ser un crimen innecesario, tiene un carácter simbólico, porque marca el punto de no retroceso definitivo del estalinismo y que a lo largo de toda la década del treinta con Stalin se pervierten tanto el ideario bolchevique original  como la posibilidad de hacer realidad “ese proyecto tan hermoso de crear una sociedad de los iguales, donde se viviera en un máximo de democracia”.

El principal mérito de la novela es el abordaje que hace Padura respecto a la relación entre Stalin y Trotsky y al desigual enfrentamiento de dos personajes centrales en la historia de la revolución bolchevique. Es el juego del gato con el ratón.

Desde el punto de vista de la historia de la revolución y su derrotero, la acción de Ramón Mercader del Río, el asesino de Trotsky, me parece irrelevante. Se trata de un agente que sin cuestionárselo cumple una orden inútil y execrable.

(El relato de los preparativos y el desenlace del atentado en que mercader asesta el golpe a Trotsky en el cráneo con el piolet dejándolo mortalmente herido, es brillante. La novela de Padura la leí años atrás. Posteriormente, pude leer la novela Los Hombres que no amaban a las mujeres, que es parte de la trilogía Millennium, del ya fallecido escritor sueco Stieg Larsson (1954 – 2004).  Ahora noto que en ambas los dos autores logran altos grados de intensidad y suspenso, precisamente, en episodios de mucha violencia y sangre. Padura ha leído a Stieg Larsson. De hecho, en una entrevista, él se compara con el escritor sueco, a propósito del carácter social de su escritura, cuestión que está ausente –afirma Padura- en la obra de Larsson. Agregar, además, que resulta curioso comparar los títulos de ambas novelas).

Padura le saca partido a Iván Cárdenas, su personaje cubano, para una vez más dejar en claro sus recurrentes opiniones –expuestas en otras obras suyas -, respecto a la situación política, económica, social y cultural de su país (v.grLa novela de mi vidaLa neblina de ayer).

En palabras del propio Padura, su personaje Iván “es una hoja en el viento de la historia que es arrastrada de un lado hacia otro y no tiene control sobre sus propias decisiones y eso hace que sea el más derrotado y el más dramático de todos los personajes.”

Le preguntan a Padura acaso se siente identificado con características de este personaje. Él responde que, aunque no puede afirmar que toda, mucha gente de su generación en Cuba así lo siente.

Dado el carácter histórico de la novela, me parece que Leonardo Padura debió haber puesto mayor énfasis al contexto histórico en que, previo al inicio de la persecución de Trotsky por parte de Stalin, actuaron los dos personajes y, especialmente, al papel que le cupo en esta rivalidad a Vladimir Lenin.

Pareciera que Padura soslayó de modo deliberado ambos asuntos, en especial en lo que se refiere al papel de Lenin.

Nadie como Lenin conocía a ambos. Los juicios que de uno y otro expresó Lenin son diametralmente opuestos. Habría bastado con recurrir a dos documentos de su autoría, que abordan esta cuestión, para comprobarlo. No me cabe ninguna duda que Padura los conoce.

El primer documento es el Discurso Sobre Aniversario de la Revolución, el 6 de noviembre de 1918, en que en varios pasajes, algunas veces nombrándolo y en otras haciendo alusión a su aporte sin mencionarlo, se refiere al destacado papel que hasta entonces había jugado Trotsky. Sobre Stalin, nada.

El segundo documento, es la carta, del 22 de diciembre de 1922 y 4 de enero de 1923, al congreso del partido. En la presentación de esta carta hay una nota explicativa de los editores en que señalan: “Esta carta, a la que se ha solido llamar el “testamento” político de Lenin, se leyó a los delegados del congreso, realizado en mayo de 1924, quienes por verlo como parte de la discusión interna no la publicitaron en el momento. Luego, por la opinión negativa sobre Stalin en que en ella se expresa, la carta fue suprimida hasta después del XX Congreso del Partido Comunista de la URSS en 1956.” O sea, tres años después de la muerte de Stalin.

En las consideraciones de “índole puramente personal”, Lenin señala: “Yo creo que lo fundamental en el problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales miembros del CC como Stalin y Trotsky. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar.”  Más adelante escribe: “El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia… Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin… sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer fútil pequeñez. Pero yo creo, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia.”

Destacar, además, que  en el “testamento” de Lenin hay una crítica a Trotsky  que, en parte, ayuda a entender por qué finalmente Stalin se hizo con el poder, a pesar de la capacidad intelectual de Trotsky: “Personalmente, quizá sea (Trotsky) el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos”.  El mensaje de Lenin es claro: había que preocuparse de lo que pasaba al interior del partido.

Después de estas citas, se puede entender, espero, por qué afirmo que Padura, deliberadamente, no hizo uso del contenido de estos dos documentos. Éstos muestran prístinamente quién fue Lenin.

En varias entrevistas le han preguntado a Padura qué piensa él, si en lugar de Stalin, hubiese sido Trotsky el que se hubiera hecho con el poder. Padura ha respondido que la situación habría sido parecida a la que hubo con Stalin. Eso sí, en lugar de “veinte millones de muertos, con Trotsky habría habido sólo un millón.”

De todas las entrevistas a Padura que leí, en ninguna le plantean el caso hipotético de que al frente de la revolución hubiera continuado Lenin. Tampoco Padura, por propia iniciativa, se ha pronunciado sobre esa hipotética situación. ¿Será porque con Lenin a la cabeza, la “perversión de la utopía soviética” a la que alude Padura, no se habría producido?

En el libro, próximo a aparecer, Stalin, de Liev Trotsky, hay la siguiente descripción de Iosif Stalin: “La técnica de Stalin consistía en avanzar gradualmente paso a paso hacia la posición de dictador, mientras que representaba el papel de un defensor modesto del Comité Central y de la dirección colectiva. Utilizó a fondo el período de enfermedad de Lenin para colocar a individuos que le eran devotos. Se aprovechó de cada situación, de cada circunstancia política, de cualquier combinación de personas para promover su propio avance que le ayudara en su lucha por el poder y lograr su deseo de dominar a los demás. Si no podía elevarse a su altura intelectual, podía provocar un conflicto entre dos competidores más fuertes. Elevó el arte de manipular los antagonismos personales o de grupos a nuevas alturas. En este campo desarrolló un instinto casi infalible” (Stalin, de Liev Trotsky, completado con material inédito, editado y traducido por Alan Woods).

Fuente: Diario U. de Chile     Jueves 2 de noviembre 2017 

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