En las últimas décadas, algunos cineastas han tenido la manifiesta voluntad de abordar lo que podíamos llamar “temas de pateras”, ese que desde las tribunas de opinión de los grandes medios, podía parecer que no existe. En algunas de ellas se trata de un apunte más o menos tangencial, como en el primer Torrente cuando demuestra su «valentía» con un emigrante que no se puede defender o con el escenario delirante de la estación clausurada de un metro ahora ocupada por familias de emigrantes “sin papeles” en la extraordinaria Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998).
Con un espíritu semidocumental, Montxo Armendáriz fue el primero que abordó la difícil vida de los africanos que llegan a las costas españolas, en Las cartas de Alou (1990), que mereció una Con¬cha de Oro, y al margen de sus controvertidos valores cinematográficos, muy necesario, un título clásico que las nuevas generaciones harían bien en reavivar sin quieren conocer una aproximación de primera mano. En una línea bastante próxima cabe registrar la semiinédita Saïd (Llorenç Soler, 1998), que narra las vici¬situdes de un joven marroquí llegado ilegalmente a Cataluña…
El «fantasma de la emigración» que recorre Europa, y la reacción primaria del pueblo llano está presente también en primer plano en dos películas de calidades muy diferentes, la mediocre Bwana (Imanol Uribe, 1996), que sin ocultar su origen teatral (de una obra de Alonso de los Santos, autor de obras como Bajarse al moro, que dio lugar a una película de 1988 con «drogatas» blandos y festivos de Fernando Colomo) recoge la agresividad de una pareja de españolitos «comunes» (Andrés Pajares, un taxista dominguero en busca de moluscos playeros, y su atribulada y tópica señora, María Barranco) hacia lo desconocido/temido, con un emigrante que se describe como un espíritu bueno, y la apasionante El techo del mundo (Felipe Vega, 1996) que parte de la amnesia de un español integrado en Suiza, que inopinadamente le despierta atávicos instintos racistas, para trazar un retorno a las contradictorias raíces populares y afectivas. También cabe señalar Susana (Antonio Chavarrías, 1996), y también porque aborda la cuestión desde una perspectiva especialmente sugestiva, Flores de otro mundo (Iciar Bollain, España, 1992), que amplía el enfoque a la parte femenina partiendo de una situación inspirada en el “Western” titulado “Caravanas de mujeres”, que obtuvo una cierta resonancia en su día. Con estos y otros títulos que evocaremos en próximas entregas, es posible trabajar desde las entidades de los barrios para crear una conciencia viva de una historia a la que solamente los canallas le suelen dar la espalda.