Perú: El legado de Javier Diez Canseco
Breve homenaje a cinco años de su muerte, mayo del 2018.
Por Carlos Bedoya.
Nunca debemos olvidar que Javier fue sobre todo un revolucionario con gran sentido de la responsabilidad y del momento político; con consciencia estratégica, pero asimismo concentrado en el quehacer diario. Sabía cuándo debatir en el congreso y cuando pelear en la calle.
Enfrentamos una dificultad cuando intentamos construir la memoria histórica de Javier Diez Canseco; un error recurrente, pero casi invisible que vuelve difuso el principal legado que dejó Javier a la izquierda peruana.
Fácilmente y desde diversos ámbitos, caemos en la trampa de recordarlo como un gran defensor de derechos humanos, o un agudo fiscalizador y político feroz contra la corrupción; o resaltamos sus cualidades como camarada consecuente con vocación de gobierno, o decimos que era íntegro y solidario, siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Y en efecto, Javier era todo eso, pero esas virtudes eran consecuencia de su enorme talante transformador de la realidad, su compromiso militante de lucha social contra las injusticias y todas las formas de opresión, incluyendo las que provienen del género y la sexualidad. Nunca debemos olvidar que Javier fue sobre todo un revolucionario con gran sentido de la responsabilidad y del momento político; con consciencia estratégica, pero asimismo concentrado en el quehacer diario. Sabía cuándo debatir en el congreso y cuando pelear en la calle. Y por ser revolucionario con gran sentido de la responsabilidad, era todo lo demás. Por allí debemos entrar para ubicar su principal legado político.
Diez Canseco no veía a la corrupción solo como un problema moral y económico, sino como una forma de explotación y desposesión, de apropiación y saqueo contra la realización del proyecto histórico del pueblo peruano. Por eso luchó contra los corruptos, porque expresaban el mecanismo de dominación de las élites. Por eso se enfrentó a la Confiep, a los bancos, a los mineros, al MEF, al poder.
Javier quería destruir el Estado de las élites y construir otro Estado que sea del pueblo, donde cualquiera sienta que le pertenece, que es su Estado, y no el aparato burocrático y corrupto defensor de intereses de banqueros y mineros. Para Javier eso significaba desmontar realmente el Estado fujimorista consiguiendo la victoria electoral del campo nacional-popular a fin de iniciar el tránsito a otro modelo estatal, como vía de solución del conflicto social. Por eso apoyó a Humala en 2011, como tantos dirigentes de izquierda. Y por eso mismo fue de los primeros en tomar distancia y oponerse a su traición.
El tránsito que propuso Javier requería de una organización estatal donde no se permitan monopolios ni oligopolios, donde haya un mercado transparente con sentido y responsabilidad social. Una administración pública que no solo fiscalice y regule al sector privado, sino que haga actividad empresarial eficiente a fin de promover la economía, y no como Vizcarra-Villanueva, que recurren al ajuste neoliberal para que la factura de la crisis la paguen precisamente quienes no participaron de la fiesta de los años de bonanza.
Javier fue de los primeros de hablar de Justicia Fiscal. Él la denominaba “fiscalidad igualitaria” para repartir la torta entre todos y no solo entre algunos, lo que necesariamente requiere como él proponía, acabar con el centralismo limeño y distribuir el poder entre las regiones. En buena cuenta, un Estado nacional-popular con derechos sociales e inclusión política de los ignorados a la hora de pactar sobre el destino de los recursos de todos. Y todo ello en el marco de una amplia y plural práctica ciudadana en términos de transparencia y control.
Ese era el significado de democracia para Javier, luchaba por una democracia que incluye justicia social y participación, y no la democracia que aparenta alternancia, libertades y pluralismo, pero que en realidad elige y reelige a un modelo elitista que mantiene fuera de la nación a millones de peruanos que se mueven más en la servidumbre que en trabajo con derechos. Javier hablaba además de peruanizar el país, refiriéndose a los dueños del Perú, que consideraba élites económicas y políticas trasnacionales aliadas a testaferros felipillos nacionales.
Todo eso constituye la puerta de entrada para recuperar el legado central que nos deja Javier Diez Canseco. Y en ese sentido uno se puede sentir diezcansequista.
2.
Además de revolucionario con sentido de la responsabilidad y del momento político, Javier era un hombre valiente, muy valiente. Tan valiente como para haberse atrevido a investigar al poder neoliberal a fondo, desde el congreso (2001), en la Comisión de Investigación de los Delitos Económicos y Financieros (CIDEF).
Si bien Fujimori-Montesinos había caído, Paniagua no desmontó -ni siquiera empezó- el fujimorismo económico. Toledo menos. Ese poder quedo intacto al no tocarse la constitución del 93. Los dueños del Perú siguieron con el saqueo y el control del Estado tras la caída de la mafia que mediaba entre ellos y los recursos de todos. Javier así lo denunciaba y por eso se ganó el odio de esas élites. Por eso lo difamaron, conspiraron contra él, y valiéndose de sus enemigos políticos, lo suspendieron del Congreso (2012).
Es que Javier en la CIDEF y otras comisiones de la época, fundamentó y sustento muy bien los casos de corrupción, lo que permitió recuperar dinero e identificar responsables que fueron detenidos y procesados. Lástima que quedó mucho por revisar y judicializar.
¿Imaginan lo que pudo haber hecho Javier con el aparato con el que cuenta la actual comisión Lava Jato que preside la fujimorista Rosa Bartra? Porque no solo se trata de logística y apoyo, sino de consciencia política. Javier Diez Canseco, durante toda su trayectoria política, buscó desmontar la corrupción como parte de un proyecto mayor de transformación social; Bartra en cambio, la encubre sin vergüenza en defensa de los intereses de Keiko Fujimori y su cogollo.
Javier desarrolló una visión integral de la corrupción. Fue uno de los primeros en toparse con la puerta giratoria. Vio en acción y desenmascaró a muchos de los que un día son tecnócratas, otro día, directores corporativos, y en el medio, analistas “independientes” de la prensa mainstream, para convencernos todo el tiempo de que lo que conviene a los que mandan, es lo que conviene a todos.
Ese enfoque permitió a Javier tocar los nervios centrales del poder financiero y poner luz sobre la telaraña de la corrupción. Su metodología de investigación en la CIDEF, es precursora para entender y estudiar la corrupción público-privada del mega-caso Lava Jato. De allí que su principal propuesta anticorrupción tras la salida de Fujimori-Montesinos fue modificar diametralmente el régimen económico peruano estipulado en la constitución fujimorista de 1993.
3.
Javier entendía la economía como la relación conflictiva entre grupos sociales, entre las élites y los trabajadores, entre la inversión extractiva y las comunidades afectadas, entre el MEF y los jubilados, en suma, entre los que tienen la sartén por el mango camuflando sus intereses con tecnocracia, y quienes esperan tener voz en la distribución y redistribución económica. La economía como relación social, como la lucha de los invisibles que irrumpen en la política para hacerse sentir. Todo lo contrario a ver la gestión económica como una forma “técnica” o “neutra” de administrar recursos escasos. Nada a-histórico o conductista movía el pensamiento y la acción de Javier Diez Canseco.
De ahí que propuso por medio de un dictamen en minoría en el Congreso (2002) y en varios textos antes y después, poner fin al entreguismo y corrupción derivada de la subsidiariedad estatal (Art. 60 de la Const. de 1993), que manda privatizarlo todo y saca al Estado de las actividades económicas estratégicas y solo le deja las que no interesen a los privados; y de los contratos ley (Art. 62 de la Const. De 1993), que somete al Estado frente a la inversión extranjera sin condición alguna, constitucionalizando contratos turbios con las corporaciones. Ambos artículos, 60 y 62, son la base jurídica de las Asociaciones Público Privada (y sus múltiples adendas) corruptas que afectan el tesoro público, la moral del país y traban el bienestar de la mayoría.
Javier decía que el régimen económico no podía ser ajeno de los derechos fundamentales y sociales de las personas: “una economía al servicio de la dignidad de las personas y no al revés”. Propuso que el Estado pueda “por cuenta propia o en asociación con terceros, ejercer actividad empresarial con el fin de prestar servicios públicos, asegurar el acceso de la población a bienes y servicios básicos y de promover la economía del país”. Además, pedía reciprocidad a la hora de dar trato a la inversión extranjera. Y sobre todo antes de otorgar estabilidad jurídica o ventaja directa a una determinada inversión, exigir requisitos de desempeño: cantidad de puestos de trabajo, transferencia de tecnología, metas de inversión; y sobre todo, respetar la soberanía de los tribunales peruanos o el arbitraje nacional para dar solución a alguna controversia.
En palabras de Javier, “una economía por una patria para todos”.
Esas puntuales modificaciones, entre otras muchas más que propuso Javier al nivel de la política pública o la estructura estatal, constituían heridas de muerte para el orden neoliberal peruano. La apuesta transformadora que Diez Canseco tenía para el Perú hubiera hecho, que de llegar a la presidencia, reciba el ataque y chantaje frontal del poder y sus medios de comunicación.
Sin duda habría sufrido el bloqueo financiero y mediático de los operadores del capital y la agresión interna y externa como ocurre con países hermanos. Lo llamarían dictador y hasta enemigo de la democracia. Pero estoy seguro de que el Javier revolucionario resistiría con firmeza, así como hizo con todo durante su vida, sin arriar principios ni mendigar la tolerancia de los enemigos de su lucha por una patria para todos. Por ello su legado es enorme. Gracias Javier. Gloria eterna.
(*) Una versión de este discurso fue expuesto en el conversatorio “El legado de Javier Diez Canseco para un Perú sin corrupción” el 23 de mayo del 2018 en el auditorio de la Derrama Magisterial, Jesús María, Lima. Agradezco a Augusto Malpartida, Víctor Torres (Tochi) y Lucía Diez Canseco que me permiten siempre mantener vivo en mí el legado de Javier.