El relato oficial es que los Acuerdos de 1998 pusieron fin a una guerra sectaria aparentemente irracional. Sin embargo, cuando el movimiento por los derechos civiles de Irlanda del Norte estalló y entró en escena hace 50 años, atrajo no solo el apoyo masivo de los católicos, sino también inicialmente de capas de jóvenes protestantes.
No existió una dirección revolucionaria
Con una dirección revolucionaria decidida, existía la posibilidad de llevar adelante un cambio decisivo. Pero al tiempo que los fanáticos sectarios y los partidos políticos nacionalistas y unionistas intentaban sembrar divisiones sectarias entre los trabajadores de cara a descarrilar el movimiento, los líderes laboristas y los dirigentes sindicales no presentaban una alternativa de clase que permitiera combatir dicha escalada sectaria.
Debido a la rabia fruto de la brutal represión estatal y a la profunda frustración ante el fracaso de las “políticas” para terminar con la discriminación y la pobreza, muchos jóvenes católicos de clase trabajadora recurrieron al IRA oficial y provisional a principios de los años setenta.
Desde el principio, el Partido Socialista de Irlanda del Norte (CIT en Irlanda) y su predecesor Militant, plantearon que las campañas armadas republicanas resultarían contraproducentes, dividirían aún más a la clase trabajadora y no derrotarían el poder del Estado británico, proporcionándole además una justificación para aumentar la represión. Al mismo tiempo, los paramilitares protestantes llevaron a cabo ataques y asesinatos indiscriminados contra católicos inocentes.
En estas condiciones, con atentados de bomba y enfrentamientos armados diarios, con una fuerte represión estatal y una cada vez mayor polarización sectaria, quienes, como Militant, abogábamos por que los sindicatos resistieran ante el sectarismo y la represión, organizaran la autodefensa de las comunidades de clase trabajadora, y construyeran una alternativa política de clase para el conjunto de los trabajadores, a menudo parecíamos voces solitarias y aisladas. Sin embargo, los trabajadores católicos y protestantes permanecieron unidos en los centros de trabajo y en el seno de los sindicatos, y ni una sola huelga fue quebrada por el sectarismo, a pesar de los constantes esfuerzos por parte de fanáticos de ambos lados.
En la década de los 80, la campaña del IRA había perdido impulso. Si bien el Estado británico no pudo derrotar al IRA, sí pudo contener la campaña del IRA Provisional a través de la represión militar y del espionaje. Durante la década de los 90, muchos sectores de la izquierda quedaron desorientados por la forma en que se llevó adelante y resolvió el «proceso de paz» en Irlanda y por el papel jugado en el mismo por el Sinn Fein. Tanto Gerry Adams como Martin McGuinness, los dirigentes del Sinn Fein, querían llegar a un acuerdo que implicara un “reparto del poder” en Irlanda del Norte, renunciando al objetivo histórico tanto de la completa e inmediata retirada de los británicos como de una Irlanda unida. En los 20 años transcurridos desde entonces, ambos dirigentes se han acomodado en el Gobiernos de unidad nacional con los protestantes pasando a administrar la austeridad capitalista.
Todas las partes tuvieron que aceptar compromisos importantes de cara a llegar a un acuerdo: la amnistía y excarcelamiento de prisioneros de ambos lados, el «desmantelamiento» de los arsenales de armas de todos los grupos paramilitares, y la «desmilitarización» británica fueron solo algunos de los aspectos más polémicos y tardaron años en llevarse a cabo. Por otro lado, los Acuerdos también consagraron el final de la discriminación institucionalizada, un proceso que ya se estaba llevando a cabo en gran parte como consecuencia de la oposición implacable de la clase trabajadora católica de regresar a cualquier forma de desgobierno unionista.
Status quo capitalista. Aumento de la división sectaria
Fue el Sinn Fein quien impulsó principalmente la firma de los Acuerdos del Viernes Santo. El colapso de los regímenes estalinistas en Rusia y Europa del Este aceleró el proceso en movimientos como el ANC en Sudáfrica, la OLP en Palestina o el IRA, de cara a llegar a un acuerdo con el status quo capitalista.
En Irlanda del Norte, después de dos décadas de conflicto y ante el estancamiento militar, se produjo un «cansancio por la guerra» en ambos lados. Entre 1969 y 1998, unas 3.289 personas murieron como resultado del conflicto: la proporción equivalente de víctimas respecto a una población como la de Gran Bretaña habría sido de 100.000 personas.
El Acuerdo de Sunningdale de 1973 -cuyas principales disposiciones eran muy similares a las de los Acuerdos del Viernes Santo- había resultado imposible para los sectores más «extremistas», tanto para el DUP de Ian Paisley y otros grupos unionistas, que promovieron un “paro unionista” que provocó el derrumbe de dicho Acuerdo, como para el IRA Provisional, que denunció dicho acuerdo como un intento de venderse a las posiciones que pretendían mantener dividida Irlanda. Pero tras veinticinco años de estancamiento sectario, campañas paramilitares y represión estatal, y ante el rechazo cada vez mayor de la violencia por parte de la clase trabajadora, forzaron finalmente un acuerdo.
Los políticos del establishment perpetúan el mito de que la «paz» en la década delos 90 se logró en gran parte fruto de las negociaciones por arriba, pero el anhelo por el fin del conflicto se expresó de manera más enérgica y consistente desde abajo, lo que se reflejó con la popularización del lema de nuestra organización, el Partido Socialista de Irlanda del Norte, «¡Que no vuelvan!», que inspiró y atrapó la imaginación de muchos sectores de la clase trabajadora.
A medida que las organizaciones paramilitares iban estableciendo inestables treguas y alto el fuego, miles de trabajadores católicos y protestantes salieron a protestar, a menudo protestas iniciadas por militantes de nuestra organización, el Partido Socialista, desde Comités de Empresa y sindicatos, en contra de un nuevo retorno al conflicto sectario. Una iniciativa de nuestro partido, Juventud contra el Sectarismo, organizó marchas de miles de estudiantes de ambas comunidades por toda Irlanda del Norte.
En aquel momento ya señalamos que el proceso de paz y los Acuerdos del Viernes Santo no generarían paz y prosperidad duraderas, como muchos afirmaban. De hecho dichos acuerdos institucionalizaron el sectarismo, llegándose a establecer que los miembros de la Asamblea Legislativa (Parlamento del Irlanda del Norte) declararan oficialmente que si eran «nacionalistas» (católicos), «unionistas» (protestantes) u «otros». A pesar de todo esto, el Partido Socialista pidió un “sí” crítico en el referéndum celebrado de cara a aprobar los Acuerdos, ya que una paz relativa, al menos, daría a la clase trabajadora una oportunidad mucho mejor de cara a desarrollar políticas sociales y de clase.
Desde el comienzo, las instituciones creadas por dichos Acuerdos se vieron afectadas de inestabilidad y crisis, y diversos acontecimientos, como las disputas por los desfiles entre ambas comunidades, amenazaron con hacer caer al Gobierno constantemente. Después de la suspensión por el Gobierno británico de la Asamblea Legislativa (Parlamento), un nuevo acuerdo, el Acuerdo de St Andrews, restableció el poder compartido en mayo de 2007.
Sin embargo, en lugar de unificar y reunir a ambas comunidades, se produjo una institucionalización del sectarismo que llevó a que se impusieran los extremos opuestos del espectro político, el DUP y el Sinn Fein, frente a los partidos nacionalistas (católicos) y unionistas «moderados».
DUP y Sinn Fein. Un Gobierno basado en la austeridad y la corrupción
Una década de Gobierno compartido entre ambos partidos (DUP y Sinn Fein) ha supuesto una intensificación de las políticas de privatización, de los recortes en educación y salud, así como el intento fallido para imponer un impuesto sobre agua. Mientras se contentan y trabajan juntos de cara a llevar a cabo los recortes y políticas de austeridad del gobierno de Tory, el DUP y el Sinn Fein impulsan enfrentamientos sectarios entre sí respecto a diversos asuntos vinculados a la etapa de “Los Problemas”, siendo útil esta situación a ambos de cara a desviar la atención respecto de sus impopulares políticas de austeridad y para reforzar su apoyo sectario.
Para muchos de sus votantes, sin embargo, ese poder compartido no ha producido “dividendos de paz”. Más del 25% de los niños en Irlanda del Norte viven en la pobreza, los servicios públicos han sido degradados y recortados, kilómetros de «muros de paz» aún dividen a las comunidades católicas y protestantes de clase trabajadora, y derechos básicos, como el matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho al aborto (al que se oponen tanto el Sinn Fein como el DUP) son denegados.
Los escándalos y la corrupción han acosado constantemente al Gobierno. La dirección del DUP ha estado envuelta en el escándalo «efectivo por cenizas», vinculado a un programa de incentivos de cara establecer sistemas de calefacción con energías renovables, y que ha supuesto derrochar en torno a 700 millones de libras de dinero público en beneficio de grandes empresarios amigos. El Sinn Fein tardó en afrontar este escándalo y fue solo como consecuencia de la ira generalizada entre los católicos cuando planteó durante un tiempo romper con el Gobierno de unidad nacional con el DUP.
El Brexit y el debate sobre la frontera
Desde el colapso del ejecutivo, nuevos factores, como el Brexit, han desestabilizado aún más la situación. Todos los partidos se oponen a regresar a una situación de «frontera dura» , que no solo conduciría probablemente a una situación de dislocación económica, sino que también representaría un arma poderosa de propaganda para los disidentes republicanos.
El gobierno de Tory aboga por un acuerdo de libre comercio con la UE o un «sistema aduanero de mercancías de alta tecnología» evitando así dicha situación de “frontera dura”, pero queda por ver cómo puede funcionar esto ante la presencia de más de 200 pasos fronterizos.
Theresa May accedió a la demanda de la UE de un acuerdo que supusiera un “espaldarazo” de cara de alguna manera a mantener a Irlanda del Norte en la Unión Aduanera si no se encontrara otra salida, aunque los términos del mismo se mantienen en la ambigüedad a propósito. El DUP, apoyado por la facción pro-Brexit del partido Tory, se opondría ferozmente a cualquier «excepcionalismo» para Irlanda del Norte.
En esta tensa atmósfera, el Sinn Fein está haciendo campaña para realizar una “encuesta fronteriza”, señalando alegremente Gerry Adams que «el Acuerdo del Viernes Santo… permite la reunificación irlandesa en el contexto de una votación democrática: el 50% más uno».
Pero acechando tras los problemas concretos de esta polémica, existen también en la crisis actual factores y cambios de gran magnitud e impacto, como el cambio demográfico que está teniendo lugar, que convertirá a los católicos en mayoría en Irlanda del Norte en un futuro cercano. Esto amenaza uno de los pilares -de una mayoría protestante establecida- fundacionales del propio Estado de Irlanda del Norte, destacando la inestabilidad y fragilidad de los Acuerdos del Viernes Santo.
Los católicos del norte tienen desde hace mucho tiempo legítimas aspiraciones nacionales y, por supuesto, tienen derecho a decidir su futuro, pero el puro «mayoritarismo» planteado desde el Sinn Fein no dará lugar a esa Irlanda unida pacífica, estable y próspera que anhelan.
El Sinn Fein rechaza los temores reales que tiene la clase obrera protestante de convertirse en ciudadanos de segunda clase en una Irlanda capitalista unida, así como la feroz reacción que se puede producir por parte de la misma respecto a cualquier movimiento en dicha dirección.
Un comentarista radicado en Dublín, Fintan O’Toole, argumentó además en el Irish Times que no se puede presuponer que los irlandeses del sur, que también deben realizar un referéndum para decidir sobre la frontera, votarán «…por una forma de unidad que dé lugar al surgimiento de una minoría protestante rabiosa y alienada dentro de un nuevo estado amargamente disputado «.
Situación de parálisis. Necesitamos de la unidad de la clase trabajadora
Dos décadas después, las instituciones surgidas de los Acuerdos del Viernes Santo están suspendidas y sus normas y disposiciones, basadas en el hecho de haber asumido una situación de sectarismo sin fin, solo agravan día a día dichas divisiones. En muchos sentidos, nos encontramos ante una continuación de la etapa de Los Problemas pero “por otros medios”, como se ve en el controvertido caso de la implementación de la Ley sobre el Idioma Irlandés.
Los Acuerdos no han traído la paz y la justicia universales, e incluso en muchas áreas desfavorecidas continúan los ataques paramilitares de bajo nivel y las palizas, al igual que la represión estatal británica.
La líder del DUP, Arlene Foster, plantea la necesidad de un período de gobierno directo desde Londres, algo a lo que se oponen con contundencia los nacionalistas (católicos), especialmente teniendo en cuenta que el DUP está apuntalando a los tories. Los nacionalistas exigen abrir una etapa de «gobierno directo conjunto» entre Londres y Dublín, a lo que, a su vez, se opone vehementemente los unionistas.
Es más probable por tanto que la situación actual, con una forma «suave o ligera» de gobierno directo, continúe durante algún tiempo antes de que los gobiernos británico e irlandés intenten un nuevo acuerdo, una segundo Acuerdo de St Andrews Mark.
Nada de esto se asemeja a la paz, estabilidad y prosperidad prometidas hace 20 años. La ausencia además de un acuerdo abre un peligroso vacío. Cualquier nuevo ejecutivo que restablezca el poder compartido entre ambos partidos solo podrá actuar mediante evasivas en muchos asuntos, preparando el camino para una mayor inestabilidad y crisis.
Solo la lucha unitaria de la clase obrera, con políticas socialistas, puede mostrar una salida a la austeridad, la pobreza, la injusticia y las divisiones sectarias.
«Compartir el poder» de manera genuina desde una perspectiva socialista implica que la clase trabajadora, tanto católica como protestante, se reúna para acordar democráticamente nuevos acuerdos y soluciones. Una sociedad socialista, basada en cubrir las necesidades de todas las personas, vería el final de toda coacción contra cualquiera de ambas comunidades, superándose así los temores y la desconfianza históricos.
Esta forma de “compartir el poder” es la solución -la base de una nueva Irlanda socialista- que el movimiento obrero debe adoptar tanto en Irlanda como en Gran Bretaña, vinculándola a la constitución de una federación socialista voluntaria e igualitaria entre estas islas y Europa.