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ROBERT TAYLOR, UN MAL TIPO, AFORTUNADO ACTOR

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Pepe GutiérrezÁlvarez, Estado Español

Robert Taylor, alias de Spangler Arlington Brugh Taylor (1911-1969), una de las estrellas más famosas de Hollywood durante tres décadas, estereotipo de galán romántico de toque culto y europeo, fue apodado “el hombre del perfil perfecto”. Dejó la carrera de medina por la de actor, su primer éxito le llegó de mano de John M. Stahl Sublime obsesión (1935), de la que, no por casualidad, Douglas Sirk efectuó una nueva versión con Rock Hudson. Después destacó como el Armand Duval en Margarita Gautier (George Cukor, 1937), sirviendo de contrapunto; algo semejante a lo que haría con Vivien Leigh en Waterloo Bridge (Mervyn Le Roy, 1940), un solvente melodrama en la que la censura franquista cambió el oficio de la vida de la protagonista por el de “artista”.
Su mejor momento llegó en los cincuenta, después del éxito de la nueva versión de Quo Vadis? (Mervyn Le Roy, 1950), encarnando a un conquistador romano que, por amor, acaba abrazando un seráfico cristianismo, aunque el público acabaría recordando las composiciones de Peter Ustinov (Nerón) y Leo Genn (Sempronio)…Supo mantener la gallardía y el buen tono en una serie de ambiciosas producciones bajo la batuta de un artesano aplicado Richard Thorpe. La lista incluye títulos: la vibrante Ivanhoe (1952), quizás la mejor adaptación de Walter Scott; Todos los hermanos eran valientes (1953); Los caballeros del Rey Arturo (1954); más Las aventuras de Quintin Durward (1955) que significó un escalón más bajo hasta llegar a “ una de safaris” en la que ya nada es como antes Los asesinos del Kilimanjaro (GB, 1959) Un apartado aventurero, es el caso de El valle de los reyes (Robert Pirosh. 1954), en la que representa un arqueólogo que descubre…la tumba de José, el héroe bíblico que enseñó economía al Egipto de los faraones.
Menos conocida pero de mayor calidad serán varias de sus prestaciones en el género del Oeste en el que no se había significado antes: Emboscada (Sam Wood, 1950); Caravana de mujeres (William A. Wellman, 1951) cuya singularidad argumental sirvió de referente para alimentar historias parecidas; Una vida por otra (John Farrow, 1953) donde se inicia en su “rol” de antiguo forajido redimido; La última caza (Richard Brooks, 1956), un western oscuro en el que interpretar su único papel de “villano” repulsivo en una trama que acusa la aniquilación de los bisontes como una manera de acabar con los nativos; Más rápido que el viento (Robert Parrish, 1958), obra subestimada en la que en su voluntad de rehabilitación tiene que enfrentarse a su hermano (John Casavettes), bajo la atenta mirada de una hermosa y compleja Julie London; aunque su cumbre fue Desafío en la ciudad muerta (John Sturges, 1959 ) en la que las cuentas del pasado le persiguen a través sus excompañeros liderados por un Richard Widmark en un papel a su medida…El conservador Taylor ligado a una obra maestra La puerta del diablo (1950) el primero de la serie compuesta a lo largo de la década por Anthony Mann, y en la que la “cuestión india” se plantea con mayor rotundidad que otras contribuciones más famosas.
Taylor también protagonizó algunos “thrillers” de primer orden: Senda prohibida (Mervin LeRoy, 1941); Undercurrent (Vincente Minnelli, 1947), una dura crítica al egoísmo propietario, a la gente que antepone el tener al ser; Muro de tinieblas (Curtis Bernhardt, 1949); Soborno (Robert Z. Leonard, 1949); aunque su broche de oro lo pondrá gracias a Nicholas Ray con Chicago, años treinta (1958), un clásico donde los haya donde Robert interpreta a una abogado que trabaja para el hampa utilizando sabiamente la lástima producida por su cojera. Que mira hacia otro lado para no ver los métodos utilizados por el “padrino” (Lee J. Cobb) que mueve los hilos de la corrupción como una manera un poco heterodoxa de hacer negocios. En resumen: Robert Taylor extrajo lo mejor de sí mismo en personajes atormentados que se debaten entre el bien y el mal. Una mala conciencia que no mostró prestando su apoyo a una de las películas más indignas de la historia del cine: Above and Beyond (1952) estrenada aquí como El gran secreto, en la que se legitima el proceso de fabricación de la bomba atómica y su ulterior lanzamiento sobre Hiroshima por el coronel Paul Tibbets, que no duda en que servía a su país. Una catadura que dejó patente actuando como “testigo voluntario” durante la caza de brujas. Dos detalles que a algunos de los que disfrutamos con sus mejores películas no podamos evitar un desagradable sabor de boca.
Sus últimos títulos reflejan la más absoluta decadencia.

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