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En el año del Bicentenario de Marx

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Pepe GutiérrezÁlvarez, Estado Español

Entramos en el año del bicentenario del nacimiento de don Carlos (Tréveris, Renania, 1818-Londres, 1883), la figura más influyente e importante de la historia de la humanidad después de Cristo. Su vida y su obra se encuentran estrechamente ligada a la de Engels, su alter ego. Aunque destacó sobre todo como teórico y científico social, pero sería injusto no reconocer su dimensión militante.

Fue y sigue siendo el centro del odio de todas las corrientes de pensamiento reaccionarias y de le ha llegado a atribuir el germen que más tarde produciría el Gulag, pero no ha habido ataque que haya resistido la prueba de la historia. Mal utilizado en vida –él mismo comentó delante de la interpretación de sus ideas efectuada por uno de sus discípulos: «sí esto es marxismo… yo no soy marxista»-, ha sido deformado brutalmente tras su muerte. Mal conocido durante décadas, sólo ahora su obra resulta accesible en lo fundamental.

Los estudios sobre su vida y su obra resultan imposibles de contabilizar, no hay semana sin que aparezca una nueva aportación en las librerías. Nació en una familia de tradición religiosa, pero su padre era un abogado liberal y funcionario público y convertido al cris-tianismo, siendo Marx educado en la religión protestante. Estudió Derecho, Historia, y después Filosofía, en las universidades de Bonn, Berlín y Jena en la que se doctoró con una tesis sobre Epicuro. En aquella época aspiraba al puesto de «encargado de curso» de Filosofía, pero, ya envuelto en los conflictos políticos, se dedicó al periodismo democrático como director de La Gaceta Renana, fundada por los liberales de Colonia y animada por su amigo Mossés Hess. Establece contacto con el grupo radical democrático de los «jóvenes hegelianos», al que pertenecerán también Engels, Bakunin y Hess. En 1843 entra en contacto con Engels y da los primeros pasos de una colaboración extraordinariamente fructífera.

Después de que La Gaceta es prohibida por el gobierno prusiano, Marx se traslada a París desde donde editará un par de números de la revista Los Anales Franco-alemanes, junto con Arnold Ruge. Es en esta revista donde edita La crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, obra determinante en su evolución. En Francia se hace comunista y conoce directamente el movimiento obrero más evolucionado políticamente de su tiempo, a la vez que conoce y estudia algunos de sus pensadores más importantes como Blanqui, Flora Tristán, Dézamy, Proudhon, Blanc, etc. Pu¬blica La sagrada familia, una crítica filosófica a los hermanos Hess. A instancia del gobierno prusiano, es expulsa¬do de Francia y debe de trasladarse a Bélgica, donde escribe su crítica a Proudhon –al que antes había elogiado por su obra ¿Qué es la propiedad?- por su libro La filosofía de la miseria con otro titulado justamente Miseria de la Filosofía, y que supone también una crítica al anarquismo «avant la lettre». Junto con Engels pasa a formar parte de la Liga de los comunistas, una organización obrera formada en su mayor parte por exiliados alemanes y cuyo nombre más conocido es Weitling, un comunista cristiano. Junto con Engels redacta El manifiesto comunista, obra cumbre de la agitación política en la que se encuentra gran parte de los presupuestos que desarrollará más tarde y sobre la cual, por citar un ejemplo, diría Bertrand Russell: «yo no conozco ningún otro documento que tenga igual fuerza propagandística y esta fuerza proviene de una intensa pasión, vestida intelectualmente con una exposición inexorable. El Manifiesto Comunista (del que existen numerosas ediciones recientes, por ejemplo en El Viejo Topo, con prólogo de P. Fernández Buey) fue lo que dio a Marx su puesto en el movimiento social y este puesto lo hubiese merecido siem¬pre, aunque no hubiera escrito nunca El Capital».

Expulsado esta vez de Bélgica retorna brevemente antes de entrar de nuevo en Alemania, donde participa activamente en el movimiento revolucionario como director de La Nueva Gaceta Renana. Sus ideas sobre la revolución las expresa así: «Aunque los obreros alemanes no puedan alcanzar el Poder, ni ver realizados sus intereses de clase sin haber pasado íntegramente por un prolongado desarrollo revolucionario que coincidirá con el triunfo directo de su propia clase en Francia, lo cual contribuirá a acelerarlo considerablemente.
Pero la máxima aportación a la victoria final la harán los propios obreros alemanes cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posición independiente de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeños burgueses les aparten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado. Su grito de guerra ha de ser la revolución permanente». Tras el fracaso de la revolución, vuelve a Francia, pero también es expulsado ya que la revolución también ha fracasado y se traslada a Inglaterra, donde, salvo un breve in-tervalo en 1850 en Hamburgo para intentar reeditar sin éxito La Nueva Gaceta Renana, pasará el resto de sus días con su compañera Jenny y sus hijas, todas ellas casadas con militantes socialistas. En 1851 publica El 18 Brumario de Luis Bonaparte, donde describe el golpe de Estado y analiza el bonapartismo. Dedicará entonces la mayor parte de sus esfuerzos en el estudio de la economía política capitalista en el British Museum, pasando calamidades y sobreviviendo gracias a lo que cobra por sus artículos y sobre todo gracias a la ayuda que le presta Engels. Producto de este gigantesco esfuerzo será Crítica de la economía política, y años más tarde el primer volumen de El Capital, una obra aún inconclusa –después de su muerte, Engels recompondrá el segundo volumen–, que revolucionará las ciencias sociales. Durante su trabajo de investigador, no cesa en sus polémicas contra diversos socialistas, y responde a la campaña de calumnias que contra él ha desencadenado el famoso naturalista liberal Karl Vogt, contra el que escribe El señor Vogt (ZYX, Madrid).

En 1864 abandona un tanto su labor de estudioso –aun¬que era plenamente consciente de su importancia–, y forma parte de los fundadores de la Asociación Internacional de los Trabajadores, redactando sus principales documentos y orientando el Consejo General, hasta el final: llevando a cabo una inmensa labor política y teórica, amén de una con¬tinua crítica a las diversas tendencias socialistas que componían el movimiento obrero de su tiempo. En su opinión, la «Internacional se fundó para reemplazar las sectas socia¬listas o semisocialistas por la organización efectiva de la clase obrera para la lucha. Los primeros estatutos y la Memoria inaugural, así lo revelan desde el primer golpe de vista. Además, sí el curso de la Historia no hubiera hecho pedazos el sistema de sectas, el movimiento obrero real hubiera actuado, en relación inversa. Si la clase obrera no está todavía madura para hacer un movimiento autónomo verdadero, las sectas tienen justificación histórica; mas cuando alcanza esa madurez, las sectas son reaccionarias en esencia. Sin embargo, la Historia demuestra por doquier, que lo viejo pugna por reconstituirse y mantenerse dentro incluso de la nueva forma adquirida» (carta a Bolte). Utilizando mucho tacto en la forma y una gran constancia en el fondo, Marx trató, apoyándose en los sectores más progresivos de la AIT, sentar las bases del movimiento obrero moderno en torno a los sindicatos como organización autónoma y reivindicativa de la gran masa de asalariados y del partido, como la fracción más avanzada del movimiento y que se apoya en un programa revolucionario.

En 1871, con ocasión de la instauración de la Comuna de París, Marx aunque no está enteramente de acuerdo sobre la oportunidad de este «asalto al cielo» ni con su desa¬rrollo –considera que debía haber ido más lejos, socializando la Banca, extendiendo la revolución, etc.-, la apoya con todas sus fuerzas y saca de ella las lecciones funda-mentales para diseñar lo que considerará la piedra angular de su aportación teórica, la dictadura del proletariado. Algunos de sus seguidores –Merhing, Nin, etc.- han criticado su actitud ante Bakunin y sobre todo, el desacierto que supuso dejarle a éste la bandera de la AIT sin haber establecido una alternativa inmediata. Al finalizar la AIT, Marx volvió plenamente a su labor científica, dedicando también parte de su atención a la naciente socialdemocracia alemana. Su entusiasmo con esta nueva organización que respondía básicamente a lo que había defendido en la AIT, no es obstáculo para que lleve a cabo una crítica impecable contra el llamado Programa de Gotha, producto de la fusión entre los marxistas y los seguidores de Lasalle. Antes de morir, tiene ocasión todavía de escribir una dura requisitoria contra el «grupo de Munich» que defiende posiciones revisionistas «avant la letre» y en el que se encuentran Bernstein y Hochberg. Los define diciendo que son personas «en teoría cero, en la práctica, buenos para nada, que quieren arreglar los dientes al socialismo (que arreglan para su conveniencia según recetas de la Universidad) y sobre todo al partido socialdemócrata, ilustrar a los obreros, o como dicen, suministrarles» elementos de educación «mediante su confusa semiciencia y, sobre todo, hacer respetable al partido ante los ojos de los burgueses conformistas».

Sobre Marx se han dicho muchas cosas, pero podemos concluir sistemáticamente diciendo que hizo dos aportaciones básicas, descubrió y desarrolló la concepción materia-lista de la historia y también «la ley especial que preside la dinámica del actual régimen capitalista de producción y de la sociedad burguesa engendrada por él» (Engels), pero esto nos presenta solamente su cara científica, y Marx era: «ante todo y sobre todo, un revolucionario».

«Así se explica que Marx fuese el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Todos los gobiernos, los absolutistas como los republicanos, le desterraban, y no había burgués, desde el campo conservador al de la extrema democracia, que no le cubriese de calumnias, en verdadero torneo de insultos. Pero él pisaba por encima de todo aque¬llo como sobre una tela de araña, sin hacer caso de ello, y sólo tomaba la pluma para contestar cuando la extrema necesidad lo exigía. Este hombre muere venerado, amado, llorado por millones de obreros revolucionarios como él, sembrados por todo el orbe, desde las minas de Siberia hasta la punta de California, y bien puedo decir con orgullo que, sí tuvo muchos adversarios, no conoció seguramente un . solo enemigo personal. Su nombre vivirá a lo largo de los siglos, y con su nombre, su obra». La biografía clásica más reconocida de Marx es la de Merhing (Grijalbo), la más erudita y minuciosa quizá sea la de Auguste Cornú, Carlos Marx y Federico Engels (Instituto del Libro Cubano, La Habana, en cuatro volúmenes)

1 COMENTARIO

  1. Personalmente me ha encantado el ensayo «Karl Marx» de Francis Wheen. Ese ensayo me enseñó a admirar aún más a esta cumbre intelectual, sobre todo porque logró desarraigar en mí esa especie de beatificación de santidad que nos produjo su pensamiento y obra, sobre todo, a los jóvenes comunistas de la década del 60.

    Por este ensayo supe comprender que Marx, más que un apóstol, más que un santo, fue un hombre «humano, demasiado humano», al decir de Nietzsche. O sea un ser humano presentado tanto en su lado A como en su lado B, que todos los seres llevamos consigo.

    Francis Wheen tuvo el mérito de escribir este ensayo, no siendo marxista ni mucho menos. Y lo más notable es que emprendió esta obra en la época más triste del marxismo, después de la caída de los socialismos reales.

    El confiesa que mientras escribía su libro, los amigos le decían para que perdía el tiempo asegurándole que ese pensamiento estaba obsoleto. Sin embargo, el persistió denodadamente en su investigación, confesando, a contracorriente de su época, que mientras más estudiaba a Marx, más se convencía que tenía toda la razón, y que sus ideas se encontraban más válidas y vigentes hoy que en el momento que escribió su obra.

    En fin, se los recomiendo. Una obra rigurosa pero también refrescante.

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