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LOS BOSQUES SE QUEMAN CON NUESTRA COMPLICIDAD

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Pepe Gutiérrez-Álvarez

Los incendios forestales cada vez ocupan más horas en los telediarios que hablan de los bomberos, las víctimas, pero nunca del porqué y el como; tampoco se dice nada en particular sobre lo que significan. En los diarios se habla de la mano del hombre (¿cuáles?, ¿a quien interesa?, del llamado cambio climático (sin señalar que reflejan la mano depredadora de los negocios), así como de las políticas de prevención que se presentan en cifras. Lo habitual es invertir mucho en publicidad para así ofrecer la señal de que los poderes públicos están preocupados. No se preguntan cosas tan elementales como la siguiente: ¿cómo es que habiendo tanto paro no se emplean colectivos de guardabosques? Luego sí entras por aquí te encuentras con los intereses, comenzando por administraciones que gestionan intereses que no permiten este cuida, que lo dejan en la mínima expresión.

Se nos cuenta que en la última década se han reducido los incendios un 37% en España y la superficie quemada ha pasado a ser casi la mitad en cuanto número, pero se oculta que los grandes incendios (los de 500 hectáreas) siguen siendo los más frecuentes en nuestro país. Estos incendios son especialmente peligrosos porque son de alta intensidad e imposibles de controlar por los medios de extinción; además, ponen en peligro vidas humanas y arrasan con el medio rural y natural. Desde la ecología militante apuntan que los bosques españoles son «bombas de relojería forestales». Las previsiones para 2016 son devastadoras: este verano será seco y caluroso debido a las altas temperaturas provocadas por el cambio climático. A pesar de que se han reducido de forma notable los incendios en España todavía hay 13.000 incendios al año —en Comunidades Autónomas como Asturias o Galicia se recogen más de 100 incendios al año en España— de los que el 96% son por causas humanas en ningún modo ajenas a los intereses en la zona. En su mayor parte son provocados aunque lo sean en muchos casos indirectamente, por ejemplo por la gente que tira sus colillas desde los coches.

La modernidad –el gas, el butano- han hecho que los campesinos dejaron de utilizar leña o carbón vegetal de forma diaria, lo que produjo una mayor acumulación de estos elementos en los bosques, a lo que hay que añadir el abandono de grandes zonas agrícolas en las que ya no vive nadie, y por lo mismo, nadie las cuida. Finalmente, el cambio climático sobre el que los que mandan suelen gastar bromas, está adquiriendo una importancia cada vez más grande en los incendios: a medida que avancen los años la relevancia será mayor, suben las temperaturas y aumenta la desertización. Una vez apagada las noticias, las informaciones se van hacia otras partes y en ningún momento se regresa al lugar del crimen contra la naturaleza, y contra aquellos animales y plantas que (todavía) forman parte de ella.

No hace nada que ardía Portugal, ayer ardieron zonas de los Estados Unidos, esta mañana nos hemos levantado con Galicia ardiendo y tres muertos, con declaraciones de Feijoó que busca culpables lejos de la administración. La misma que gestiona el abandono de la vida agraria, que recalifica terrenos, que invierte cantidades miserables en la prevención. Desde los informaciones nos hablan de los árboles que nos impiden ver el bosque o lo que queda del que ya estaba dejando de serlo por una concepción del mundo basada en el dinero y en el inmediatismo

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