Josep Maria Antentas *
Viento Sur, 3-10-2017
Un día. Un día en el que se han condensado todas las tensiones acumuladas en cinco años de interminable y lento proceso independentista. El 1 de Octubre ya pasó, dejando atrás toda una etapa de la historia de Catalunya y del Estado español y abriendo una incierta, aunque fascinante, nueva fase.
Los números de la jornada son elocuentes. 2 262 424 votos emitidos (sobre un censo electoral aproximado de 5.3, es decir 42’5 % del censo), a los que habría que sumar los votos requisados por la policía y los ciudadanos que al final no pudieron votar, de los cuales 2 020 144 (90 %) lo hicieron a favor de la independencia, 176 566 (7’8 %) en contra, y 45 586 (2 %) en blanco. Junto a los datos de participación y resultados, la otra cifra ineludible de la jornada son los 890 heridos oficialmente registrados. Pero más que las cifras, las imágenes aún lo son más: violencia policial inaudita frente a la imponente movilización ciudadana.
El movimiento independentista ha salido victorioso del envite. Ello no significa que vaya a conseguir en lo inmediato sus objetivos. Pero sí ha ganado un pulso decisivo en un combate de más largo alcance. Consiguió tres cosas a la vez: la primera, mostrar una fuerte y solvente determinación y capacidad de movilización y organización, sorteando la represión del Estado para impedir el referéndum; la segunda, obtener una amplia mayoría en la votación y una participación bastante aceptable dadas las circunstancias y el boicot de las fuerzas del “No”; y, la tercera, provocar un desgaste sin precedentes del Estado y del gobierno español.
Las consecuencias inmediatas del 1 de octubre son claras. La Ley de Transitoriedad aprobada en el Parlamento de Catalunya el pasado 8 de Septiembre estipulaba que si el resultado del referéndum era una victoria del “Sí”, se daría paso a la proclamación de la República Catalana independiente. No está clara qué fórmula precisa baraja el gobierno de Catalunya, y según como se haga facilitará o no que se pueda mantener en pie no sólo el frente independentista, sino el bloque democrático más amplio que estuvo comprometido con el referéndum. Ello no implicará ya, contrariamente a lo que el independentismo tiende a presentar, la independencia de Catalunya respecto al Estado, sino la entrada en una nueva y decisiva fase del actual conflicto político en el que a corto plazo el choque institucional y político va a agudizarse. Aunque el relato oficial independentista sobre-enfatiza que el trabajo ya está hecho, en realidad ahora es cuando empieza la fase más crítica.
Por ello la convocatoria de huelga general para este martes día 3 debe verse como el segundo acto de la función empezada el día 1. Inicialmente impulsada por los sindicatos minoritarios, al final cuenta con el apoyo parcial de los dos mayoritarios, CCOO y UGT, que no convocan huelga sino paros parciales pactados, de las dos organizaciones dirigentes del movimiento independentista, la ANC y Omnium (aunque la primera tuvo reticencias ante la cita) y, de manera más o menos explícita del propio gobierno catalán. Este bloque oficialista ha acabado reformulando la huelga en una propuesta de paro de país interclasista que acabará siendo una mezcla de huelga tradicional, manifestaciones y cierre voluntario de pequeñas y medianas empresas y de la administración pública. Pero su resultado será importante para el pulso que se avecina con el Estado.
El desenlace de los acontecimientos catalanes no sólo dependen, sin embargo, de lo que suceda en Catalunya sino, de manera muy determinante, del impacto que todo ello tenga para la política española. Ahí la situación es compleja y quizá resulte prematuro sacar conclusiones apresuradas. Por un lado, el PP utiliza al independentismo catalán para cohesionar a su base social y alimentar pulsiones reaccionarias. Por el otro hay una parte de la opinión pública española que no comparte la represión y que sería favorable a un referéndum pactado, cuya defensa es uno de los estandartes de Podemos. En aquéllos lugares del Estado donde existen también cuestiones nacionales y/o regionales, el proceso catalán puede provocar una polarización entre una crispación españolista y un relanzamiento de los movimientos nacionalistas y/o regionalistas respectivos. Todo ello dibuja un escenario complicado para la izquierda española que, en cualquier caso, cuanto más terreno ceda a corto plazo en la defensa de los derechos democráticos catalanes más sufrirá a largo término. En el trasfondo está la gestión de una importante paradoja: objetivamente, el independentismo catalán constituye la mayor amenaza para la continuidad del andamiaje político e institucional creado en 1978, pero ello tiene un impacto distorsionado y no automático que puede traducirse en un endurecimiento, ni que sea temporalmente, de algunos de sus pilares y generar un marco político que aumente la polarización social hacia la derecha.
La estrategia del PP
El PP (en ósmosis con el aparato del Estado y el grueso de los medios de comunicación), tanto por convicción como por cálculo político, optó desde 2012 por una política inflexible y de mano dura. Seguirá con ella mientras haga la lectura que le beneficia en regiones clave del Estado español y le sirve para cohesionar y mantener en tensión a su base social, recuperar terreno respecto a Ciudadanos, tener al nuevo PSOE de Pedro Sánchez bajo presión y desplazar el debate político de los temas que benefician a Podemos (corrupción, crisis económica…). Pero por enésima vez desde que empezó la crisis del actual marco institucional, primero con el ascenso del 15M en 2011 y después del independentismo en 2012, la estrecha razón de partido y el cortoplacismo prevalece sobre la razón de Estado y el pensamiento de largo alcance, en una muestra clara de las limitaciones estratégicas del grueso de la élite política del Estado español ante la crisis política del Régimen de 1978. Resistir, aguantar y enrocarse ante todos los desafíos (ya sea el independentismo catalán o la rebelión popular del 15M y sus traducciones electorales posteriores) ha sido su principal línea de actuación.
En realidad la política de tierra quemada del PP tiene ya un precedente que se sitúa de hecho en los albores del ascenso del independentismo en Catalunya: el nacionalismo español agresivo del segundo gobierno de Aznar (2000-04) que, útil para la derecha en lo inmediato, en realidad desencadenó los prolegómenos del proceso histórico actual. El precio, en términos de la lógica de Estado, de la política del PP puede haber sido abrir una dinámica de desafección irreversible en Catalunya respecto al Estado español.
Es probable que en los cálculos del gobierno esté mantener y endurecer la confrontación con el independentismo hasta derrotar su esperanzas de materialización de la independencia a corto plazo y, tras haber practicado la política del palo, intentar la de la zanahoria después, tras la derrota, ofreciendo alguna salida al independentismo moderado esperando que vuelva a su cauce. Pero como su política enquista más la situación, más difícil le resultará intentar operar un giro en ella. Las cosas han ido tan lejos que no es evidente que el gobierno español tenga margen de maniobra para reconducir la situación fácilmente. Cuando la legitimidad falla, sólo queda la fuerza. Pero el uso de la última sólo sirve para erosionar aún más la primera. Y, hoy, la crisis de legitimidad del Estado en Catalunya ha llegado a su máximo histórico desde la Transición. ¿Final de partida?.
Del 20-S al 1 de octubre
Hasta los hechos del 20 de septiembre (20S), cuando el Estado intensificó su política represiva, la dinámica de auto-organización por abajo fue prácticamente nula en el movimiento independentista, dirigido por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium. Sólo la CUP representaba un independentismo no oficialista, pero al precio de tener graves contradicciones internas y sufrir enormes presiones externas. Pero el ariete represivo del 20S y la inminencia del 1 de Octubre espoleó por primera vez una dinámica de auto-organización popular, cuya mejor expresión han sido los Comités de Defensa del Referéndum creados en muchos barrios y pueblos, juntamente con el movimiento «Escoles Obertes» (Escuela Abiertas) con un peso decisivo de profesores y maestros, que organizó a voluntarios para concentrarse ante los centros de votación el día 1 de madrugada. No puede hablarse en sentido estricto de un desborde de la ANC y Ònmium (quien ha tenido una política con más punch que la primera), pero sí de capacidad para arrastrar a sus militantes sobre el terreno a ser más consecuentes y más ofensivos en la desobediencia civil, ante un planteamiento oficial inicialmente bastante timorato que parecía conformarse sólo con poder tener urnas y papeletas en los colegios electorales el día 1, pero que no tenía planificado ningún sistema de defensa real para afrontar el hostigamiento policial.
La autoorganización a gran escala sin embargo emergió tarde, in extemis. Lo conseguido el día 1 ha sido espectacular pero se ha dejado sentir la falta de una movimiento unitario los meses previos al referéndum. La ANC no quiso impulsarlo y por fuera de ella no hubo capacidad de iniciar una dinámica propia que tuviera a la vez una política unitaria en relación a la ANC. Sólo los acontecimientos de los últimos días precipitaron un cambio de dinámica a contra-reloj e iniciando un proceso por abajo como no había existido hasta ahora. Sin duda, si Catalunya en Comú se hubiera implicado activamente en ello, más allá de surfear la ola y acompañarla simbólicamente, se hubiera podido llegar mucho más lejos, aunque es preciso señalar que muchas y muchos de sus militantes tuvieron un rol activo por debajo en todo el proceso, más allá de lo realizado oficialmente por el partido.
El independentismo ante su futuro inmediato
En la confrontación sostenida que se vislumbra en el horizonte, los retos fundamentales para el movimiento independentista son cuatro:
Primero, ampliar su base social. Es difícil evaluar con detalle los resultados del 1 de Octubre debido a todos los condicionantes de la votación. Sin duda 2 020 144 votos en favor del “Sí” muestran un bloque social importante. Un bloque hegemónico sin ser estrictamente mayoría numérica entre toda la población (algo que por lo demás suele ser poco habitual en los movimientos político-sociales), pero sin tener un contra-bloque organizado y activo enfrente. El independentismo explotó entre 2012 y 2014. Desde entonces permanece más o menos estancado pero en cotas muy altas. Algunos sectores se cansaron de un eterno proceso que parecía no ir a ninguna parte, pero a la vez en los últimos días se añadieron nuevos apoyos al independentismo, fundamentalmente por la cuestión democrática y anti-represiva. Y, en conjunto, es difícil saber cuantas personas, que en condiciones normales hubieran votado “sí”, finalmente no pudieron ir a votar el día 1 debido a todas las complicaciones de la jornada.
En términos de su composición social, como ya se ha señalado ampliamente, su base pivota en torno a las clases medias y la juventud (aunque en las colas de votación la cantidad también de personas mayores y de edad avanzada era muy visible). Su principal debilidad es la ausencia de una parte de la base social de la izquierda hacia la cual el independentismo puro y simple no ha tenido ninguna política activa, más allá de esperar que los que dudan se convenzan solos. La política titubeante y descorazonadora de Catalunya en Comú no sólo obedece a límites subjetivos de su dirección, sino que también expresa una realidad social por debajo. Conviene recordarlo porque es un factor clave. Tener una política específica hacia las organizaciones políticas y sociales de izquierda y su base social es necesario, algo que choca, sin duda, con el proyecto de la derecha neoliberal en el poder, el PDeCAT, cuya debilidad debería explotarse para imponer un giro a la izquierda. Y ello sólo puede llegar de tres formas más o menos mezcladas: garantizando la implementación de medidas políticas y sociales de urgencia a modo de un pack anti-crisis serio; dando centralidad a la apertura de un proyecto de proceso constituyente; y creando un marco estratégico y político en el que quienes no comparten necesariamente el horizonte final de independencia pero sí la necesidad de una ruptura constituyente y de acción unilateral ante el Estado, puedan también sentirse partícipes del proyecto. No olvidemos que la ausencia de toda alianza entre independentistas y partidarios del derecho a decidir es uno de los pesados lastres estratégicos de todo el proceso catalán. Esta última cuestión tiene una primera derivada inmediata: conseguir que la aplicación por parte del Parlamento de Catalunya del mandato popular del referéndum, es decir, la proclamación de la República catalana independiente, se haga de forma que aquellos sectores no independentistas que participaron en la organización del 1 de Octubre se sientan interpelados e incluidos. Es decir, evitar que, sin desvirtuar el significado de lo aprobado el día 1, el frente democrático-desobediente que contribuyó al éxito del referéndum se fracture y se reduzca sólo a una alianza exclusivamente de las fuerzas independentistas.
Segundo, mantener el punch mostrado tras el 20S, los días previos al 1 de octubre y durante la misma jornada. Los organismos democráticos de base, como los CDRs deberían mantenerse (o reconvertirse) de una forma u otra. Más allá de la ANC y Omnium es necesario la existencia de comités amplios que tengan a la vez una orientación unitaria, de presión y no subalterna hacia las dos organizaciones que lideran el movimiento. Hasta el 20S la capacidad de acción del independentismo fueron fundamentalmente las impresionantes manifestaciones anuales del 11 de Septiembre, pero tuvo poca capacidad de respuesta en momentos importantes y/o de ir más allá de la ANC o Òmnium cuando éstas optaron por la pasividad en coyunturas que requerían otra cosa. Conviene no volver a la normalidad e intentar sostener en la medida de lo posible la dinámica de auto-organización que arrancó en vísperas del 1 de Octubre.
Tercero, asumir una perspectiva estratégica más compleja en lo que concierne a la lucha política, la confrontación y la victoria. Como ya señalamos en otro escrito, el movimiento sintetizó su enfoque estratégico hacia la independencia con el término “desconexión”, un concepto que si bien ha servido para transmitir una atractiva imagen de facilidad y de cambio tranquilo simplifica extraordinariamente lo que supone enfrentarse a un Estado y pretender romper con él contra su voluntad. El discurso oficial del independentismo ha insistido que la obtención de la independencia equivale a una mera transición de una legalidad, la española, a la catalana, obviando que si la primera no acepta dicha transición en realidad lo que empieza es una pugna en la que la fuerza bruta es decisiva (recordemos la frase de Marx en el capítulo VIII del Capital, «entre derechos iguales es la fuerza la que decide»). Una fuerza que, sin embargo, está condicionada por el contexto y la legitimidad de quien la ejerce, se entremezcla con la fuerza política. Tener en mente todo esto es importante para el pulso sostenido que se avecina y en el que no habrá victorias fáciles 1/.
Cuarto, buscar y tejer alianzas en el conjunto del Estado español. Ante la intensificación de la represión las muestras de apoyo recibidas desde fuera de Catalunya han sido crecientemente bien recibidas por parte del independentismo. Pero éste basó toda estrategia en la acción unilateral y no tuvo nunca una política activa a la búsqueda de apoyos en otras partes del Estado español (más allá de los nacionalismos periféricos vascos o gallegos). En realidad, unilateralidad y búsqueda de alianzas son compatibles y no contradictorios. Y, ahora, los apoyos exteriores se antojan aún más necesarios. Mientras el PP considere que la mano dura le beneficia a corto plazo, el hostigamiento represivo y el bloqueo político se van a mantener. El reto que tiene el independentismo es articular su lucha, sin disolverla, en un combate más amplio contra el marco institucional, el régimen, de 1978. El desafío pendiente es cómo empatizar con las luchas políticas y sociales de tipo diverso que tienen lugar en otras partes del Estado en un momento, sin embargo, de poca movilización social (aunque con conflictos concretos relevantes). La democracia, tanto en su vertiente anti-represiva y en su faceta de poder decidir el propio futuro, son el punto de partida. La constatación de que hay un adversario común, el segundo paso.
Las líneas interiores y los desafíos de la izquierda
En el conflicto abierto tras el ascenso del independentismo desde 2012 hay un primer frente obvio entre el Estado español y el movimiento en su conjunto. Pero en paralelo hay también una pugna dentro del campo soberanista y democrático catalán, una pugna en el frente interior. La más visible es la de los dos partidos del gobierno, el independentismo neoliberal del PDeCAT y el centroizquierda representado por ERC. Pero, más allá de la competición entre ambos partidos, lo más decisivo en el espacio independentista es la posibilidad o no de avanzar en el desborde del bloque formado por el gobierno de Catalunya, la ANC y Òmnium. Los acontecimientos desde el 20S, la auto-organización por abajo y la radicalización del enfrentamiento pueden favorecer el avance de las fuerzas más a la izquierda, tanto en el terreno político (fundamentalmente la CUP) como en el social. El papel que juegue Catalunya en Comú será decisivo para ello.
El partido de los Comunes quedó preso de una política pasiva. Desde que el gobierno catalán puso rumbo al referéndum en Septiembre de 2016 jugó siempre la carta del colapso interno de los planes gubernamentales. Sucesivamente fue confiando que cada paso del gobierno sería el último y que el referéndum unilateral se despeñaría por el camino. Tuvo que pronunciarse tarde y a contratiempo sobre el 1 de Octubre, yendo siempre a remolque de los acontecimientos. Optó por una posición tibia, defendiéndolo como movilización pero sin comprometerse a su éxito ni a llamar a votar masivamente en él. Tras el giro represivo del 20 de Septiembre modificó parcialmente su postura, implicándose en la movilización anti-represiva pero sin transformar su orientación estratégica de fondo. El voto en blanco de Ada Colau, ni “sí” ni “no”, sintetizó en buen medida la incomodidad de los Comunes ante el 1 de octubre y su tacticismo electoralista.
Pasado el referéndum se abre un nuevo periodo en el que Catalunya en Comú deberá escoger. O bien sigue a remolque de los hechos y mirando la partida desde una cierta distancia o bien se implica en el pulso con el Estado y en el proyecto de apertura de un proceso constituyente en Catalunya, con el doble objetivo de vencer al Estado y contribuir a desbordar a la derecha y al centroizquierda independentista. Hacerlo no implicaría necesariamente asumir la independencia cómo horizonte, sino al menos considerar que ahora la ruptura es la condición necesaria para un eventual horizonte federal. Es decir, desde su propios postulados programáticos sería posible apoyar ahora la proclamación de la República Catalana y la apertura de un proceso constituyente. Si se mantiene fuera y al margen de la hoja de ruta independentista el tiempo dirá si ello les empuja a la periferia de la política catalana o si bien por un efecto rebote les da un nuevo aliento a medio plazo si el independentismo es derrotado. Pero, sin duda, si a la pasividad previa al 1 de Octubre le sigue un enfoque similar en la nueva etapa que se abre, su naturaleza como proyecto de cambio político y social quedará gravemente resentido. Como ya hemos señalado en otras ocasiones no sólo es la posición de Catalunya en Comú ante el debate independentista lo que está en juego, sino su propia pulsión constituyente y rupturista. La desazón del independentismo, y en particular del de izquierdas, con la posición de los Comunes es comprensible, pero ello no debería hacerle olvidar la necesidad de tener una política unitaria hacia ellos, en particular en el terreno democrático y constituyente.
Podem tuvo una posición más proactiva y comprometida, real y honestamente, con el referéndum, llegando mucho más lejos de lo que nadie hubiera imaginado. Ello no quita que su postura, de tipo democrático, tuviera limitaciones importantes, fundamentalmente la negación del carácter vinculante del 1 de octubre y su defensa del “No” como consigna de voto. Dos elementos que chocan con su propia propuesta de abrir un proceso constituyente en Catalunya. Pasado la cita del día 1 Podem deberá elegir si quedarse al margen de la dinámica que se abre –un nuevo enfrentamiento con el estado a raíz de la proclamación de la República catalana independiente y la apertura de una dinámica constituyente catalana– o si asume el resultado del 1 de Octubre y opta por meterse en la nueva fase de la pugna contra el Estado y en la lucha para desbordar a la derecha catalana dentro del bloque soberanista 2/.
Emergen, así, para el presente futuro tres tareas interrelacionadas: mantener la unidad de acción del bloque independentista frente al Estado español, articular más allá de éste un bloque democrático y anti-represivo y, a la vez, pugnar por un desborde o por un cambio de correlación de fuerzas que favorezca a la izquierda en el mapa político catalán.
Es último punto lleva en sí mismo, de manera implícita, una cuestión más de fondo: la discusión sobre el propio significado del término “independencia” en el mundo actual y su relación con el concepto de “soberanía”. El proyecto de la “independencia” tiene la particularidad que se presenta oficialmente como la solución global de los problemas y a la vez vacío de cualquier contenido concreto. En realidad, el independentismo oficial, tanto en su vertiente neoliberal como de centroizquierda, podría desembocar, caso de obtener un Estado propio y reconocido internacionalmente, en un proyecto paradójico de independencia sin soberanía real, en un Estado formalmente independiente en una posición subalterna dentro de la Unión Europea, favorable a los acuerdos internacionales como el TTIP y con una política al servicio de las grandes multinacionales 3/. Complejizar la noción de soberanía y ver como su dimensión nacional, social, económica, alimentaria… se entremezclan (y también ver como se relaciona con las propias nociones de democracia y de solidaridad para evitar a la vez un soberanismo reaccionario), es uno de los debates de fondo a situar en el próximo período 4/. Dicho de otro modo, la discusión pendiente es como ligar una propuesta de cambio político con una propuesta de otro modelo social, económico e institucional, para ir más allá de un cambio sin cambio que encarna el independentismo mainstream.
Contradicciones, paradojas e (im)purezas
Quienes desde la izquierda, tanto en Catalunya como el Estado español, han permanecido desde 2012 opuestos o al margen del movimiento independentista, lo han hecho señalando con más o menos pericia las innumerables contradicciones del proceso. La más notoria de todas: la presencia al frente del gobierno de Catalunya de un partido neoliberal, defensor de una estricta política de recortes sociales tras su llegada al poder en 2010, y que jamás fue independentista. Más arriba ya hemos remarcado algunos límites, en términos de base social y de las fuerza en contienda, del proceso político catalán, y profundizar en su caracterización no es lo que me interesa ahora 5/.
Más allá del análisis concreto del movimiento abierto en 2012, esta insistencia permanente en las contradicciones o imperfecciones del proceso, al punto de sobre-exagerarlas o de inventar algunas que no existen, refleja una actitud de fondo excesivamente escolástica hacia la propia realidad social y que, a menudo, es una constante de muchas fuerzas de izquierda ante fenómenos que rompen sus esquemas.
Las contradicciones, en mayor o menor medida, forman parte de todos los procesos sociales. Ello es resultado de la propia complejidad de las sociedades humanas y de cómo se expresan los conflictos en su seno. Un movimiento no sólo contiene contradicciones y limitaciones sino que su propia evolución provoca resultados también contradictorios y limitados. Ello nos remite a la vieja problemática de lo que la teoría social llama las consecuencias no intencionales de la acción social.
Toda estrategia anticapitalista y de cambio social debe saber trabajar en un contexto de contradicciones y límites para intentar resolver las primeras en un sentido emancipatorio y ensanchar los confines de los segundos. La estrategia pura es precisamente la que sabe manejarse en un mundo impuro, contradictorio y complejo. La razón estratégica pura no sirve para buscar procesos y luchas puras, sino para orientarse en medio de las contradicciones y límites de éstas. Pretender encontrar procesos incólumes en la realidad lleva a una estrategia petrificada, siempre en espera de lo que no acontece. La estrategia en estado puro implica asumir las imperfecciones de las luchas político-sociales y, por extensión, de la propia estrategia.
«Quien espere la revolución social pura, no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución» 6/ escribió Lenin en 1916 a propósito de la insurrección Irlandesa de aquél año y polemizando con quiénes dentro del movimiento socialista no la apoyaron. No estamos ante una revolución o una insurrección, pero la idea sirve también para aplicarla a la realidad catalana. Ante las imperfecciones del conflicto real hay dos opciones: optar por una política pasiva y, con ello, contribuir a aumentar involuntariamente dichas deficiencias, o por una política activa, que busque intervenir sobre la realidad y modificarla en la dirección deseada. La primera opción empuja, en función del caso, hacia el radicalismo pasivo o abstracto, el propagandismo lineal o el rutinismo institucionalista. Todas ellas políticas que, sin duda, no tienen nada que ver con un intento serio de cambiar el mundo.
Las contradicciones y límites del proceso independentista han auspiciado, como resultado de la condensación de los cinco años de proceso en la batalla del 1 de Octubre, la abrupta emergencia de llamativas paradojas, un término que nos remite en sí mismo tanto a situaciones cómicas como trágicas. Sin duda, los días previos al 1 de Octubre fueron días de paradojas. Partidos desobedientes llamando al orden y a la calma. Izquierdistas confiando en los Mossos de Esquadra. Fuerzas derechistas apelando a la desobediencia institucional (aún elegantemente disfrazada de cumplimento de la nueva legalidad catalana). Activistas alternativos y/o libertarios queriendo votar. Gobiernos reaccionarios acusando de golpistas a quienes querían organizar un referéndum. En la actividad real, cuando los procesos sociales se aceleran, todo pensamiento estratégico que no quiera quedar fosilizado casi ya antes de nacer debe saber zambullirse en un escenario repleto de paradojas, donde las cosas no son lo que aparentan y donde las consecuencias de las acciones no siempre son claras.
La paradoja de la estrategia es que a menudo puede quedar superada por las propias paradojas de la realidad. Y la paradoja de las paradojas de la política real es que pueden, a veces, estimular un pensamiento estratégico que supere las paradojas que previamente lo desarmaron.
* Josep Maria Antentas, profesor de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del Consejo Asesor de Viento Sur
Notas
1/ Desarrollo con más detalle toda esta cuestión en: Antentas, Josep Maria (2017). “Días decisivos”, 25 de Septiembre . Disponible en: http://vientosur.info/spip.php?article13036
2/ Analizo con más detalle la política de Catalunya en Comú y de Podem en: Antentas, Josep Maria (2017). “Los Comunes y sus dilemas”, 7 de Septiembre. Disponible en: http://vientosur.info/spip.php?article12978
3/ Para una reflexión temprana sobre ello ver: Antentas, Josep Maria (2013). “Independencia y proceso constituyente”, Público, 26 de febrero. Disponible en:http://blogs.publico.es/dominiopublico/6611/catalunya-independencia-y-proceso-constituyente/.
4/ La obra colectiva, Sobiranies: una proposta contra el capitalisme impulsada por miembros del Seminario de Economia Crítica Taifa y ligados a la CUP, va en esta dirección de profundización del concepto de «soberanía». Por su parte, Catalunya en Comú ha insistido bastante también en sus documentos en la cuestión de la “soberanía” pero lo ha hecho más disolviendo la cuestión nacional en una pluralidad de soberanías o de dimensiones y no intentando pensar el concepto en su totalidad y la interrelación entre sus distintas facetas.
5/ Para ello ver por ejemplo: Antentas, Josep Maria (2017). «1 de Octubre: terciando en el debate Llonch-Garzón», Público.es, 18 de Julio. Disponble en:http://blogs.publico.es/tiempo-roto/2017/07/18/1-de-octubre-terciando-en-el-debate-llonch-garzon/
6/ Lenin (1916). «Balance de la discusión sobre la autodeterminación», Obras Tomo VI (1916-17). Moscú: Progreso, p.25.