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Estados Unidos –  Cincuentenario de 1968: El largo asesinato de Martin Luther King

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Paul Street *

Counterpunch

https://www.counterpunch.org/

Traducción de Enrique García – Viento Sur

http://www.sinpermiso.info/

A medida que se acerca el 50 aniversario de la muerte violenta del Dr. Martin Luther King (el 4 de abril de 1968), es previsible escuchar en los medios de comunicación de EEUU más y más detalles reales y supuestos de su asesinato físico (o tal vez de su ejecución). Pero nada se dirá sobre el asesinato moral, intelectual e ideológico subsiguiente y continuo de King.

Me refiero a la narrativa neo-macartista convencional, exculpatoria, sobre Martin Luther King que se repite cada año con ocasión de la fiesta nacional que lleva su nombre. Este retrato aburguesado y difuminado de King como un reformista liberal moderado que quería poco más que unas cuantas reformas básicas de derechos civiles en el sistema supuestamente bueno y decente de EEUU, es decir, como un leal reformador que estaba agradecido a los líderes de la nación por hacer finalmente cambios nobles. Este año tampoco fue la excepción.

Las conmemoraciones oficiales no dicen nada sobre el Dr. King que estudió a Marx con simpatía a una edad temprana y que dijo en sus últimos años que “si queremos alcanzar la igualdad real, los Estados Unidos tendrán que adoptar una forma modificada de socialismo”. Borran al King que escribió que “el verdadero problema que hay que afrontar” más allá de cuestiones “superficiales” es la necesidad de una revolución social radical.

Han eliminado al King que habló en la Canadian Broadcasting Corporation (CBC) a finales de 1967 para reflexionar sobre lo poco que había conseguido la lucha por la liberación de los negros más allá de algunos pequeños cambios en el Sur de EEUU. Deploró “el freno del avance limitado del progreso” que los negros y sus aliados habían alcanzado “por la resistencia blanca [que] ha puesto al descubierto el racismo latente que [todavía] está profundamente arraigado en la sociedad estadounidense”.

“A medida que murieron la euforia y las expectativas”, explicó King en la CBC, “los negros se hicieron más conscientes de que el objetivo de su liberación estaba aun lejano y que nuestra situación inmediata es sustancialmente todavía una agonía de privación. En la última década, se ha hecho poco por los ghettos del Norte. Todos los cambios legislativos han sido para remediar las condiciones del Sur. E incluso éstas solo han mejorado parcialmente”. King pensaba que las conquistas ganadas por los americanos negros durante lo que él consideraba sólo la ‘primera fase’ de su lucha por la libertad (1955-65) estaban en peligro en la medida que “habían creado en los blancos una sensación de realización”: la impresión absurda de que el llamado “problema negro” había sido resuelto y que, por tanto, no había ya fundamento o justificación para el activismo negro. “Cuando los negros asertivamente comenzaron a subir el segundo peldaño de la escalera,” señaló King, “se produjo una resistencia firme de la comunidad blanca… En algunos sectores se trataba de un rechazo cortés, en otros, se trataba de una reacción blanca en contra. En todas partes, sin lugar a dudas, se trataba de resistencia pura y simplemente”.

Explicando a sus oyentes de CBC la importante ola de disturbios raciales que se multiplicó en las ciudades de Estados Unidos en los veranos de 1966 y 1967, King no excusó la violencia negra. Culpó de los disturbios a “la estructura del poder blanco … que sigue buscando mantener los muros de la segregación y la desigualdad intactos”. Denunció que la principal causa de los disturbios era la postura reaccionaria de “la sociedad blanca, que no esta preparada ni dispuesta a aceptar un cambio estructural radical”, que”produce caos” diciéndole a los negros (cuyas expectativas de un cambio de fondo habían despertado) “que deben esperar seguir siendo permanentemente desiguales y permanentemente pobres”.

King también atribuyó los disturbios en parte a la guerra imperialista y genocida de Washington en Vietnam. Junto con la miseria que infligía a Indochina, según King, la agresión militar salvaje de Estados Unidos contra el sudeste asiático restaba recursos a la breve y débil ‘guerra contra la pobreza’ de Lyndon Johnson. Se envió a los negros pobres como carne de cañón de una manera desproporcionada. Y creó el ambiente social en el que cuajó la idea de que la violencia era una respuesta razonable e incluso una solución a los problemas sociales y políticos.

Los negros estadounidenses, pero también otros sectores de la población, percibían lo que King llamó “la cruel ironía de ver a chicos negros y blancos en las pantallas de televisión, matando y muriendo juntos por una nación que es incapaz de sentarlos juntos en la misma escuela. Los vemos en brutal solidaridad quemar las chozas de una aldea pobre, pero nos damos cuenta que nunca vivirían en el mismo bloque en Detroit”, dijo King en la CBC, y agregó que “no podía permanecer en silencio ante tan cruel manipulación de los pobres”.

Más allá de la hipocresía racial, King dijo que “una nación que continúa gastando año tras año más dinero en defensa militar [aquí podría haber dicho mejor en un ‘imperio militar’] que en programas de mejora social está cada vez más cerca de su bancarrota espiritual”.

¿Violaron la ley los alborotadores, como les acusan tanto sus críticos liberales como conservadores? Sí, dijo King, pero agregó que las transgresiones de los alborotadores eran delitos derivados… consecuencia de unos crímenes más importantes de los… responsables políticos de la sociedad blanca», que habían creado “la discriminación … en los barrios pobres [y] perpetuado el desempleo, la ignorancia y la pobreza… El hombre blanco”, explicó King “no respeta el estado de derecho en el gueto. Día tras día viola las leyes de asistencia social para privar a los pobres de sus exiguas asignaciones; viola flagrantemente los códigos y reglamentos de la vivienda; su policía se burla de la ley; viola las leyes sobre igualdad en el empleo y la educación y la prestación de servicios públicos. Los barrios pobres son la consecuencia de un sistema vicioso de la sociedad blanca”.

¿Son los alborotadores violentos? Sí, contestó King, pero señaló que su violencia fue dirigida “en un grado sorprendente… contra la propiedad no contra las personas”. Observó que “la propiedad representa la estructura del poder blanco , que [los manifestantes] [comprensiblemente] atacan y tratan de destruir”. Frente a quienes creen que la propiedad es ‘sagrada’, King argumentó que “la finalidad de la propiedad es servir a la vida, y por mucho que la rodeamos de derechos y respeto, no tiene carácter personal’.

¿Qué hacer? King defendió cambios radicales que iban en contra de la estructura del estado corporativo, lo que reflejaba su acuerdo con los militantes de la Nueva Izquierda, en el sentido de que “sólo mediante un cambio estructural se podrán eliminar los males actuales, porque las raíces están en el sistema y no en las personas o en un funcionamiento defectuoso”. King defendía un programa nacional de emergencia, que proporcionase empleo para todos o garantizase una renta básica nacional “de manera que permita vivir en circunstancias dignas”. También hizo un llamamiento a la “demolición de los barrios pobres y su reconstrucción por la población que vive en ellos”.

Sus propuestas, dijo, buscaban algo más que justicia racial. Su objetivo era eliminar la pobreza de todos, incluidos los blancos pobres, y creía que “la revuelta negra” era un desafio frente a lo que llamó “los tres males interrelacionados” del racismo, la injusticia económica / pobreza (el capitalismo) y la guerra (el militarismo y el imperialismo). La lucha negra “ha evolucionado, afortunadamente, en algo más que la búsqueda de la eliminación de la segregación [racial] y la igualdad”, dijo King. Se había convertido en “un desafío a un sistema que ha hecho milagros en la producción y la tecnología”, pero no ha sido capaz de “hacer justicia”.

“Si el humanismo está fuera del sistema [capitalista],” dijo King en CBC cinco meses antes de su asesinato (o ejecución), “los negros han revelado la naturaleza del despotismo y tendrá lugar una lucha mucho mayor por la liberación. Los Estados Unidos están ante el desafío sustancial de demostrar que se pueden abolir no sólo los males del racismo, sino también el flagelo de la pobreza y los horrores de la guerra…»

No hay la menor duda de que King se refería al capitalismo cuando hablaba del “sistema” y la “naturaleza del despotismo”. Esto es evidente en la mejor obra sobre King, la biografía épica de David Garrow, ganador del premio Pulitzer, Bearing the Cross: Martin Luther King, Jr. and the Southern Christian Leadership Council (Harper Collins, 1986)

Nadie que escuchase con atención la intervención de King en la CBC pudo ignorar el radicalismo de su visión y sus tácticas. “Los desposeídos de esta nación -los pobres, tanto blancos como negros- viven en una sociedad cruelmente injusta”, señaló King. “Deben organizar una revolución contra esa injusticia”, agregó.

Una revolución de este tipo requeriría “algo más que un llamamiento a la sociedad en general”, más que “manifestaciones en las calles”. “Debe”, añadió King, “ser una fuerza que interrumpa el funcionamiento [de la sociedad] de forma decisiva”. Esa fuerza haría uso de una “desobediencia civil masiva” para “transmutar la profunda rabia del gueto en una fuerza constructiva y creativa, dislocando el funcionamiento de la sociedad”.

“La tormenta crece contra la minoría privilegiada de la tierra”, añadió Martin Luther King. “La tormenta no disminuirá hasta que [haya una] justa distribución de los frutos de la tierra …” La “resistencia activa, masiva, no violenta contra los males del sistema moderno ” que King defendía era “de alcance internacional”, porque “los países pobres son pobres principalmente porque [las naciones occidentales] les han explotado a través del colonialismo político o económico. Los estadounidenses, en particular, deben ayudar a su nación a arrepentirse de su imperialismo económico moderno”.

King era un demócrata socialista que defendía la desobediencia de masas y un antiimperialista que abogaba por una revolución mundial. Los guardianes de la memoria nacional no quieren que se sepa nada de ello cuando transmiten doctrinalmente una memoria oficial impuesta sobre King como un reformador liberal y paniaguado. (De manera similar, nuestros señores de la ideología no quieren que sepamos que Albert Einstein [“Personaje del siglo XX”, según la revista Time] escribió un brillante ensayo en defensa del socialismo en el primer número de la venerable revista marxista estadounidense Monthly Review – o que Helen Keller era una defensora de la revolución rusa).

La amenaza que suponen para la memoria oficial burguesa las conferencias de King en CBC -y por lo que King dijo y escribió en los últimos tres años de su vida- no es sólo que demuestran que el pacífico reformador de la iconografia oficial era un demócrata socialista que se oponía al sistema capitalista y su imperio, sino también revelan con claridad cómo King analizaba los obstáculos al progreso de la nación de la injusticia racial y de clase, hasta el punto de impedir cualquier evolución en la década de 1970, como consecuencia de una reacción blanca que ya estaba en marcha a principios y mediados  de la década de 1960 (antes del surgimiento de los Panteras Negras, a los que los historiadores liberales consideran culpables de la deriva racista a la derecha de EEUU con Nixon y Reagan) y la guerra de las clases dominantes estadounidenses contra la clase trabajadora que se inició bajo Jimmy Carter y llegó a su cenit con Ronald Reagan.

La “condena espiritual” del militarismo de Estados Unidos ha pervivido, y Washington causó incontables millones de muertes directa e indirectamente de centroamericanos, sudamericanos, africanos, musulmanes, árabes, asiáticos y otros a lo largo de los años desde Vietnam. Con aproximadamente el 40 por ciento del gasto militar del mundo, los EEUU mantienen unos presupuestos de “defensa” (imperiales) desde la Guerra Fría para sostener un imperio mundial históricamente sin precedentes (con al menos 800 bases militares repartidas en más de 80 países extranjeros y “soldados u otro personal militar en cerca de 160 países y territorios”) incluso cuando más de 45 millones de estadounidenses continúan viviendo bajo el nivel de pobreza del propio gobierno federal. Un número muy desproporcionado de los pobres del país son negros y latinos.

Es obvio que el racista y supremacista blanco Donald J. Trump, cuya fortuna procede del sector inmobiliario, fue un hipócrita cuando recordó con cariño al Dr. King el pasado lunes. Pero ¿y su predecesor, Barack Obama, el primer presidente oficialmente negro de la nación? Fue cruelmente irónico que Obama tuviese un busto de King en la Oficina Oval para velar por continuar la traición de los ideales de paz y justicia por los que murió Martin Luther King. En consonancia con la profética (1996) y acertada descripción del Dr. Adolph Reed Jr. del futuro presidente como “un brillante abogado de Harvard con credenciales impecables y permeable a las represivas políticas neoliberales”, Obama respaldó consistentemente los intereses empresariales y financieros (cuyos representantes llenaron y controlaron sus administraciones, campañas y fondos de campaña) contra aquellos que estaban dispuestos a aplicar programas serios para poner fin a la pobreza, redistribuir la riqueza (la reconcentración salvaje desde la época del Dr. King ha producido una nueva Era dorada capitalista en los EEUU), otorgar atención médica gratuita y universal, poner límites al capital, y defender un ecosistema habitable a medida que nos acercamos a una serie de puntos de inflexión críticos en el camino hacia una catástrofe irreversible. Uno de los seguidores de Obama (Ezra Klein) se quejaba a finales de 2012 de que un presidente “cuya plataforma se compone de la ley de salud de Romney, las políticas ambientales de Newt Gingrich, los recortes de impuestos financiados con déficit de John McCain, los rescates a la banca y las empresas de George W. Bush, y una mezcla de la política fiscal de Bush y Clinton” todavía es denunciado como un ‘izquierdista’.

Obama se opuso a todo programa especial o atención federal para acabar con las desigualdades raciales salvajes de la nación, tan enormes que la media de ingresos de los hogares blancos era 20 veces mayor que la de los hogares negros y 18 veces mayor que la de los hogares hispanos hacia el final de su mandato. Y lo hizo cuando su llegada a la Casa Blanca reforzó profundamente el sentimiento blanco en Estados Unidos de que el racismo como barrera para el progreso de los negros estaba ya superado, y generaba su propia reacción blanca que empeoró la situación de los negros estadounidenses menos privilegiados.

Obama dejó claro como el cristal de una manera que ningún presidente blanco hubiera podido que lo que el Dr. King llamó en 1963 la “deuda pendiente” a la comunidad negra de Estados Unidos seguiría sin pagarse. Todo esto era tristemente coherente con la absurda afirmación de Obama en su campaña de 2007 (en una conmemoración de la marcha encabezada por King en 1965 por el derecho al voto) de que los negros ya habían alcanzado un “90 por ciento” de la igualdad en EEUU.

Para redondear su contribución a los “tres males”, Obama – el auto-nombrado verdugo en jefe de la Guerra Mundial contra el Terror- continuó y amplió las diversas operaciones de espionaje, asesinatos y crímenes en todo el mundo que heredó de Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y George W. Bush. Redujo las guerras terrestres fallidas de Bush pero aumentó enormemente los ataques de fuerza especiales y aviones no tripulados siguiendo imprudentemente el modelo imperial de John Fitzgerald Kennedy. El programa de aviones no tripulados de Obama, según Noam Chomsky a principios de 2015, ha sido “la peor campaña terrorista de los tiempos modernos”. Su “objetivo eran personas sospechosas de tener alguna vez la intención de dañarnos algún día, y cualquier desafortunado que estuviese cerca” escribió Chomsky.

En su mortal, desastrosa y demoledora guerra aérea sobre Libia, Obama (a diferencia de Bush antes de la invasión de Irak) ni siquiera se molestó en buscar la aprobación del Congreso. “Debería ser un escándalo”, escribió en CounterPunch hace un año Stansfield Smith, “que liberales de izquierda describieran a Trump como una amenaza radical, un militarista – [pero] no a Obama, que ha sido el primer presidente en guerra todos los días de sus ocho años de mandato, con siete guerras en la actualidad, que arrojó tres bombas cada hora, 24 horas al día, en 2016”. Como Allan Nairn declaró al programa Democracy Now de Amy Goodman a principios de 2010, Obama mantuvo la gigantesca maquinaria imperial de EEUU “en función de matar”.

Obama superó con creces al régimen Bush-Cheney en la represión de los disidentes contra la guerra, por no hablar de quienes se oponían a la dominación del 1 por ciento, que fueron aplastados por una campaña federal coordinada en el otoño de 2011. “Como todo tipo de periodistas han señalado,” apuntó Glenn Greenwald a principios de 2014, “la administración de Obama es más agresiva y más vengativa cuando se trata de castigar a los filtradores que cualquier otra administración en la historia de Estados Unidos, incluyendo la de Nixon”.

Por otra parte, y para empeorar las cosas, Obama ayudó al calentamiento del planeta. Como Stansfield Smith señaló dos días antes de la tórrida toma de posesión de Trump:

“Obama, que dice que reconoce la amenaza para la humanidad que representa el cambio climático, invirtió al menos 34 mil millones de dólares en promover proyectos de combustibles fósiles en otros países. Es decir, tres veces más que George W. Bush en sus dos mandatos, casi el doble que Ronald Reagan, George HW Bush y Bill Clinton juntos… Obama financió 70 proyectos de combustibles fósiles extranjeros. Cuando se terminen habrán liberado 164 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono a la atmósfera cada año – aproximadamente lo mismo que las 95 plantas eléctricas que operan actualmente con carbón en Ohio, Pennsylvania y Oklahoma. Financió dos plantas de gas natural en una isla en la Gran Barrera de Coral, así como dos de las minas de carbón más grandes del planeta… Por otra parte, con Obama, los EEUU han invertido la caída constante desde 1971 de la producción de petróleo en Estados Unidos. Los EEUU producían  sólo 5,1 millones de barriles/día cuando Obama asumió el cargo. En abril de 2016 eran ya 8,9 millones de barriles/día. Un aumento del 74%.

Como Obama dijo con orgullo en 2012, en la película Esto lo cambia todo:

‘En los últimos tres años he ordenado a mi administración abrir millones de acres a la exploración de gas y petróleo en 23 estados diferentes. Estamos abriendo más del 75% de nuestros recursos potenciales de petróleo en alta mar. Hemos cuadruplicado el número de plataformas de operación hasta un máximo histórico. Hemos construido suficientes oleoductos y gasoductos nuevos como para circunvalar la tierra y algo más. Por lo tanto, estamos perforando en todos lados actualmente’».

Tal vez la presidencia neoliberal de Obama -la partera de las atrocidades de Trump- sea al menos una lección sobre porqué un cambio progresista y democrático es algo más que un cambio de partido o de color de quién esta nominalmente en la presidencia. Eso es algo que King (que tendría hoy 88 años) habría entendido muy bien si hubiera podido ser testigo directo de la mentira sin fin del primer presidente medio blanco de EE UU.

“La revolución negra” escribió King en un ensayo de 1969 publicado póstumamente, titulado “Un testamento de esperanza” (defendiendo un tipo muy diferente, auténticamente progresista, de esperanza que la de la marca Obama en 2008) “es mucho más que una lucha por los derechos de los negros. Está obligando a los Estados Unidos a enfrentarse a todos sus defectos relacionados: el racismo, la pobreza, el militarismo y el materialismo. Está exponiendo males que están arraigados profundamente en toda la estructura de nuestra sociedad. Revela fallas sistémicas más allá de defectos superficiales y apunta a una reconstrucción radical de la sociedad como su verdadero problema”.

Esas palabras son más ciertas que nunca hoy, más urgentes si cabe, cuando el sistema capitalista lleva a la humanidad al precipicio ambiental. Son palabras que nunca escucharemos en las conmemoraciones oficiales del Día de Martin Luther King.

King, vale la pena recordar, fue propuesto como candidato progresista a la presidencia de Estados Unidos en 1967 por parte del movimiento anti-guerra. Él declinó cortésmente, alegando que tendría pocas posibilidades de ganar y que prefería ser la conciencia moral política de la nación.

La verdad profunda, evidente en los escritos y discursos de sus últimos años, es que no tenía ningún interés en llegar a formar parte de la élite del poder: su pasión era la “revolución” de “los desposeídos” y alentar un movimiento popular de masas para la redistribución de la riqueza y el poder – una “reconstrucción radical de la sociedad misma” – de abajo a arriba. El Dr. King estaba interesado en lo que el difunto historiador radical estadounidense Howard Zinn consideraba la urgente política de “quién está sentado en las calles”, muy diferente de la política comparativamente superficiales de “quién está sentado en la Casa Blanca”.

Será importante recordar en los próximos días y meses como se ha ocultado oficialmente el pasado radical de Martin Luther King y la dicotomía inteligente y sabia de Zinn cuando los liberales de “izquierda” traten de proponer un nuevo Obama (¿Oprah tal vez?) en 2020. Eso es, sin duda, lo último que necesitamos.

* Paul Street, historiador y politólogo. Fue director de investigación de la Chicago Urban League. Autor de siete libros, el más recientes de los cuales es They Rule: The 1% v. Democracy (Paradigm, 2014).

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