Por Gustavo Espinoza M. desde Perú
Al cumplirse el tercer aniversario del conflicto armado surgido en febrero del 2022 entre Ucrania y Rusia, bien puede asegurarse que Volodomyr Zelensky se encuentra al borde del knock Out.
El destino de Kiev no se discute en el escenario de combates, sino en Arabia Saudita y los interlocutores no son tampoco ucranianos. Deciden las cosas los verdaderos protagonistas del fenómeno militar que aún subsiste: Rusia y Estados Unidos.
Moscú aborda al tema en su condición de fuerza victoriosa. Liberó, en efecto, el 20% del territorio que estuvo asignado a Ucrania pero poblado por connacionales rusos que habitaban la región del Donbás, que las pandillas Neo Nazis pretendieron aniquilar, a más de ciudades como Odesa y Crimea y las costas del Mar Negro. Ellas le fueron cedidas a Ucrania por la URSS para reforzar la amistad y la solidaridad entre los pueblos.
Washington, en cambio, comparece porque no puede mantener el ritmo de una guerra que le fuera impuesta por el gobierno de Joe Biden en complicidad con los monopolios guerreristas de USA, y en la línea del “Partido Demócrata”, que hizo la guerra en Vietnam, Laos, Irak, Libia y Afganistán, todas con los mismos resultados.
Para salir del conflicto, el nuevo mandatario yanqui recurrió a su espíritu mercantil y a su alma de comerciante. Recordó que la Casa Blanca dispuso de 350 mil millones de dólares y resolvió cobrarlos con impuestos.
Hoy, el actor cómico de Kiev no ríe. Simplemente llora y se voltea los bolsillos para demostrar que no tiene cómo pagar tan onerosa deuda. Donald Trump, más bien pragmático, le formula una demanda simple: que pague en especies.
Esto en concreto implica la entrega de las reservas minerales, acuíferas, gasíferas, petroleras y agrícolas del país, así como los puertos Además, el 50% de los ingresos por efecto de la extracción de recursos y adicionalmente el 50% del valor financiero de todas las licencias emitidas a terceros. En otras palabras, Zelensky estaría mucho mejor si se quedara solo en la banca rota. Por lo menos tendría dónde sentarse.
Ese hombre anduvo los tres años bastante alzado de voz y de garganta, convencido de trotar arrimado a un tronco seguro, pero éste se quebró. Y hoy no sólo tiene que pagar todos y cada uno de los platos rotos, sino además quedarse en el fregadero mientras su antiguo socio le negocia “las condiciones de su rendición”.
Y es que, a él, no le queda siquiera la posibilidad de hablar. Como al niño insolente que se puso bravo en la escuela, lo mandaron al rincón a la espera de los latigazos que deberá recibir.
Pero Zelensky parece terco. Y ahora se la ha agarrado a grito pelado con Donald Trump, el dueño del circo en el que fatigosamente trabaja. No soporta que le haya dicho “dictador” porque en verdad es un presidente de facto -se le venció el mandando que ostentaba, hace buen rato-.
Tampoco que le cobre deudas porque dice que Estados Unidos tuvo “su guerra” gracias a su terquedad, y es casi cierto. Menos, que prescinda de él en las “negociaciones” y que tenga que enterarse de los acuerdos vía interpósita persona. El, es actor. Y lo ha sido siempre. Ahora quiere seguir siéndolo. Qué más da.
Pero tiene aún otra deuda por pagar. Y esa no tiene precio. Se la cobrará su pueblo. Lo llevó a la guerra por una causa perdida, pero además injusta. Prolongó un conflicto en el que estaba vencido desde las primeras semanas, sólo para “probar armas” y hacer ejercicios militares.
Permitió que la OTAN y los mercaderes de la guerra hagan grandes negociados, y colocó a los gobiernos de la Unión Europea como furgón de cola para recibir aportes del Vecino del Norte. Trajo mercenarios para “prepararlos” para futuras acciones. Hizo un “Ensayo General” con miras al futuro.
Ahora tendrá que explicar a las madres de los muertos, por qué lo hizo. Tendrá que justificar sus balandronadas y su insensato “optimismo”. Y deberá, además, mostrar las cuentas. Porque, en definitiva, él y los suyos hicieron también su propio negocio en esta guerra, un poco como Guaidó en la suya, USAID de por medio.
Esta guerra que termina ha sido especial. Por eso no tuvo ese nombre. Por la parte rusa se le llamó “Operación Militar Especial”. Y es que no conoció ciudades destruidas, aldeas arrasadas, ni ejecuciones masivas. Los noticieros de la TV internacional hicieron los mundos por compararla con Gaza, para mostrar “los crímenes rusos en Ucrania”. No pudieron.
Hubo destrucción de objetivos militares, centros balísticos, unidades armadas, ejércitos golpeados. Pero se cuidó mucho respetar población civil, salvar niños, evitar horrores.
Donald Trump ha tenido un activo papel para imponer el fin del conflicto. Pero eso, no lo embellece. Es claro que su motivación no fue el amor por Rusia, ni la defensa de la paz. El está diseñando su propia estrategia y ella se orienta en contra de los pueblos. Lo que hace ahora, es apenas un intercambio de figuritas a la espera de tener “su casa” más segura.
Por eso busca encasquetarla poniéndose a Groenlandia y Canadá como protectores, colocando a México y Cuba como vecinos díscolos; a Panamá, como administrador precario de un Canal que cree suyo; y a Venezuela y Nicaragua como adversarios a los que buscará aplastar cuando pueda. Y todo eso, con un solo propósito, mirar a China con desdén y considerarla subalterna.
Por ahora, la OTAN y la Unión Europea han sufrido una seria derrota, los planes Neonazis de “Azov” y los suyos, se han quebrado. Y Zelensky, que igualó a Dina llegando al 4% en su nivel de aceptación ciudadana, está al borde del Knock Out