Arturo Alejandro Muñoz
Durante los años de dictadura, el organismo que –bayoneta en mano- pauteó a los medios de prensa (especialmente a la televisión) fue la DINACOS (Dirección Nacional de Comunicación Social) con gravísimas consecuencias para la prensa y para la libertad de opinión. Ahora, en esta inefable democracia, el rol de DINACOS parece cumplirlo la gente del segundo piso de La Moneda, encabezada por Larroulet, Saieh y Bofill, amén de algunos otros serviles que actúan cuales fariseos en las mesas directivas de los canales de televisión, ya que estos muestran una similitud indignante en el recorrido de sus noticieros centrales, cual si una misma mano preparase la parrilla informativa en TVN, en T13, en Chilevisión, en Mega, e incluso en CNNChile.
No debemos dejar de lado lo que Noah Chomsky dijera hace algún tiempo respecto de este tema: “La manipulación mediática es aún más dañina que una bomba atómica, pues destruye cerebros”.
El vino, la cerveza y el licor en general, cuando se beben desmedidamente, marean, aturden. En Chile, la llamada “prensa canalla” (Emol, Copesa y la TV abierta) cumple la misma función.
La trágica muerte de un pequeño llamado Tomás desató en los medios el amor al morbo, a la exageración, y durante más de cinco días todos los canales de la televisión abierta se dieron un festín con ese infausto suceso. Noticieros de una hora y media de duración destinaron el 50% de esos programas a mostrar despachos de reporteros variopintos desde “el lugar de los hechos”, quienes entrevistaban una y otra vez a familiares del niño fallecido, a policías, a vecinos, en fin, a quien se les cruzara por delante de la cámara…la cuestión era mantener el morbo, ahondarlo para ganar rating…¿sólo para el rating’.
La icónica periodista Mónica González (exdirectora de CiperChile), refiriéndose a la cobertura televisiva del caso del niño fallecido (Tomás Castro), afirmó: “la exacerbación del morbo por tener más rating, más gente pendiente, me dejó estupefacta. El poco respeto por el dolor de los pobres en este país rebasa todos los límites, es impactante, yo no lo puedo creer”.
Convengamos primero –antes de continuar con este tema- que el gobierno de Piñera y la derecha adosada a él se encuentran en una débil posición política y pública, la cual tiende a agravarse en la medida que se aproximan fechas relevantes como los comicios de abril, y muy en especial la elección de convencionales constituyentes y gobernadores. Agréguese a ello el aroma a estallido, a desobediencia civil y a insurrección que comienza a invadir el ambiente nacional, lo que pone en evidente jaque la discusión legislativa del TPP11, como también la reforma previsional y otras yerbas legislativas que el gobierno ha lanzado al Congreso con una premura que certifica su reconocimiento de debilidad y su innegable temor a la gente.
La pandemia del Covid-19 fue un buen pretexto para detener manifestaciones y huelgas, pero ya no lo es. Por el contrario, desde la perspectiva meramente política la pandemia se le fue de las manos. El gobierno ayudó claramente en ello. Farandulizó al máximo el proceso de vacunación (exitoso, sin duda alguna), permitiendo que la misma ‘prensa canalla’ que La Moneda maneja a discreción, propagara una sensación de tranquilidad sanitaria –doctor Paris mediante- cuyo resultado fue el desbande de jóvenes iniciando el regreso al carrete, a la fiesta sin fin y a la peligrosa e irresponsable determinación de mandar toda precaución a la punta del cerro, en una extraña falsa libertad que podría derivar en nuevos contagios.
Moleste a quien moleste, la verdad desnuda siempre hiere a muchos pero sana a todos. La trágica muerte del pequeño Tomás Castro devino en momentáneo salvavidas político para un gobierno que se encuentra de espaldas a la pared con la espada de Damocles (la opinión pública y un altísimo porcentaje de rechazo) meciéndose sobre su cabeza.
Sin 33 mineros atrapados bajo tierra, sin un terremoto de magnitud superior a lo ocho grados Richter, sin una selección de fútbol derrotando a gigantes sudamericanos y europeos, sólo eventos tan dolorosos como el de la muerte del infante Tomás y su contexto, exacerbados por la prensa servil, podían venir en socorro de la desfalleciente administración piñerista.
No obstante, la derecha es consciente que ello resulta insuficiente para asegurar su dominio, aún con el apoyo de “opositores” socialdemócratas. Por eso, entonces, apura al gobierno para que este “chicotee” al Congreso en orden a aprobar leyes que pretenden someter a la gente a la voluntad absoluta –y ’legal’- de los patrones de siempre. Entre esas legislaciones, oculta maliciosamente, se encuentra la intención del totalitarismo que espera poder aplastar el derecho a pensamiento y opinión de la gente, vale decir, “administrar” las redes sociales evitando que los chilenos y chilenas interactúen libremente a través de plataformas como twitter, facebook, instagram y otras. Es el lado más perverso de una nueva ”ley mordaza”.
¿Y por qué ese apuro del gobierno de Piñera y la derecha por ‘administrar legalmente’ las redes sociales? Ello obedece al estudio realizado por la Universidad de Oxford respecto de la prensa chilena, el cual concluye que muy pronto (más pronto de lo esperado por la derecha y el megaempresariado), el porcentaje de chilenos que podría confiar en las noticias de los medios de comunicación bajaría de 53% en 2018 a 30% en 2021. Según ese estudio, el 70% de la población del país ya estaría relacionando a los medios con la élite, con el poder, y obviamente, con la difusión de noticias falsas.
De allí, pues, el apuro oficialista por ‘legislar’ en beneficio del totalitarismo, la muerte y la desafección gubernativa y legislativa hacia el pueblo, el cual, en abril próximo tiene la palabra..
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El niño se llamaba Tomás Bravo… no Castro