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Vaticano: ¿dónde está el piloto?

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Vaticano: ¿dónde está el piloto?

Arturo Alejandro Muñoz

“Con la iglesia hemos topado, Sancho”; frase inolvidable de la obra magnífica del manco de Lepanto, Miguel de Cervantes, que ha traspasado siglos y fronteras. También con esa iglesia se está topando en Chile y en gran parte de occidente. Es cierto que los vaticanistas han ido perdiendo poder e influencia en estos últimos decenios, pero todavía mantienen poder sobre algunas acciones de la administración política de una nación, e influjo sobre vastos sectores de la sociedad de esa misma nación.

Hoy, ser cura o sacerdote sigue contando con granjerías indisimulables, algunas de las cuales sobrepasan las legislaciones vigentes, aquellas que el Estado aplica sin miramientos al 97% de la población, pues el restante 3% pareciera poseer derechos divinos para sentarse en las leyes. La curia eclesiástica católica cuenta con granjerías que nadie le ha otorgado ni por gracia ni por ley.

Ejemplos hay por montones. Basta recordar lo acontecido con algunos ‘eméritos’ obispos que la curia protegió sacándolos del país justo a tiempo para escapar de la mano legal que los requería por actos de pederastia, como fue el bullado caso del ‘curita’ Cox que huyó desde La Serena para refugiarse en un monasterio europeo, lugar donde hoy lleva una vida de Karadima mientras los niños que abusó enfrentan una juventud traumada.

Es un ejemplo que vale otros casos, entre los que se encuentra el de aquel sacerdote de una institución de niños de la calle, muchos de ellos abusados por el ‘padrecito’, como demostró la justicia… Pero ese ‘padrecito’ fue finalmente rescatado por la curia –con el beneplácito servil de las autoridades de turno– y llevado no a Europa sino a otra comuna chilena donde, de seguro, continuó su prédica de sexo aberrante.

En una entrevista concedida a un periódico italiano, el Papa manifestó: «Según fuentes fiables, aproximadamente el 2% del clero es pedófilo y está decidido a confrontar el problema (…) otro grupo, más numeroso, calla sabiendo. Esto es intolerable». El Vaticano salió de inmediato a “aclarar” los dichos del pontífice, informando que si bien esas no fueron sus palabras «exactas», reflejan el espíritu del mensaje que el Papa quiso entregar.

Tomando aquel porcentaje (2%) como dato duro, es posible determinar las siguientes cifras a nivel planetario:

Total de obispos: 5132 // Obispos pederastas: 102
Total de sacerdotes: 413.418 // Sacerdotes pederastas: 8.268
(Fuente respecto de los totales de obispos y sacerdotes: Religión en Libertad)

¿Hace falta recordar al cura O’Reilly, amiguete de Marcial Maciel (fundador de los Legionarios de Cristo) y abusador de una menor, o al “padre” Karadima, estuprador de niños de “buena familia”?

Omito a curas como Ezzati, Barros, González y otros de la misma calaña, pues sus omisiones, complicidades, encubrimientos y pecadillos varios son de sobra conocidos.

La iglesia debería ser la sumatoria de todos los creyentes: “allí donde se junten dos o tres de ustedes, estaré yo”, dijo el hijo del carpintero de Galilea. Sería, en mi opinión, un error cargarle a Jesús la responsabilidad del crimen cometido por quienes han convertido la iglesia en una empresa bolichera y politicastra.

Sabemos que Francisco I, papa latinoamericano, no ha actuado como un ortodoxo pastor de todos los católicos, vale decir, humilde y cuidadoso de sus dichos. Los osorninos saben de ello. El ‘caso Barros’ lo certificó. Más tarde, con el tonelaje de la verdad aplastándole el alma, dio pie atrás.

Para algunos católicos el pontífice no es responsable directo de sus propios dichos. Quien fuera vocero del movimiento ‘Laicos de Osorno’, Juan Carlos Claret, en los momentos más ardorosos de la disputa con el Vaticano por sacar de la catedral de esa ciudad al cura Barros, dirigió sus dardos no contra el jefe de la Iglesia Católica, sino contra el nuncio Ivo Scapolo. «Más que apuntar al Papa por lo que dice, hay que señalar a los que le informan lo que él repite. Los dardos no deben dirigirse contra Jorge Mario Bergoglio, sino que contra el nuncio apostólico, Ivo Scapolo», señaló Claret.

Es cierto que existe una curia vaticana (también llamada ‘curia romana’), un conjunto de órganos de gobierno de la Santa Sede conformada por un grupo de instituciones llamadas dicasterios. Bajo la autoridad del papa, ejercen funciones legislativas, ejecutivas y judiciales. La potestad de la curia romana se considera vicaria del Papa. Se encarga de coordinar y proporcionar la necesaria organización central para el correcto funcionamiento de la Iglesia y el logro de sus objetivos.

Pero según Mario Puzo, escritor estadounidense autor de “El Padrino”, quienes mandan en el Vaticano son curas conocidos bajo el mote de “pezzonovante” (los “importantes”), que conforman el sólido caparazón que envuelve, coopta y atrapa a quienes fungen como pontífices.

Le ocurrió a Juan Pablo I, fallecido en su cama pocas semanas después de haber sido ungido Pastor de la Iglesia de Pedro, asfixiado tal vez por el poder de los “pezzonovante”. Luego fue el turno del inefable Benedicto XVI, quien pispó que le sería imposible imponer sus términos en esa sociedad de frailes, y optó por renunciar al pontificado para vivir sus últimos años en un lugar alejado de las maromas y contubernios de la mafia vaticana.

El ‘Banco Ambrosiano’, institución financiera vaticana, fue motivo de escándalo económico y mediático cuando quebró en 1982. Entre otras cosas se le acusaba de lavado de dinero, de tráfico de armas a favor de grupos de ultraderecha en Latinoamérica, de financiamiento de publicaciones fascistas en Italia, y de fraude fiscal vía operaciones en ultramar (Bahamas y Sudamérica) usando como fachada al ‘Banco Ambrosiano Andino’, filial sudamericana cuyas oficinas estaban en Perú, con sucursales en El Callao y en Lima.

Pero Francisco llegó dispuesto a renovar su iglesia. Si sus planes se llevaran a la práctica, la estructura del poder vaticano sufriría una reforma sin precedentes, arriesgando desaparecer en su forma actual.

Recordemos que en el año 2014, en una de las tradicionales salutaciones vaticanas, delante de casi todos los exponentes de ese poder (la curia romana), el Papa se despachó unos términos durísimos.

Acusó a los miembros de la curia de «Alzheimer espiritual», «esquizofrenia existencial», «petrificación mental y espiritual», y de «terrorismo de habladurías». Los calificó de «enfermos de rostro fúnebre» y denunció su «arribismo», su «arrogancia», su «hipocresía de una vida oculta y a menudo disoluta», su «persecución de una gloria vana», su «vacío espiritual», su «mediocridad», su «maledicencia», y también de ser «asesinos a sangre fría del buen nombre de sus colegas».

¿Podrá provocar los cambios que desea? ¿Le dejarán camino libre los ‘pezzonovante’ de la curia vaticana?

Digámoslo sin ambages; la iglesia católica es más empresa que iglesia, más banca y negocio que templo. Más materia que espíritu. Además de ser una empresa poderosa en lo económico y en lo financiero, tiene otro punto a considerar, que dice relación con el mundillo político, con las relaciones ante los poderes del Estado de cualquier nación occidental (especialmente las iberoamericanas), con la diplomacia y con las luchas partidistas. No es poca cosa tener una experiencia de dos mil años… veinte siglos trabajando, aprendiendo, avanzando, en materias de alta y de baja política… como también en los negocios, la banca y las finanzas.

Estos aspectos de la iglesia son los que la han hermanado con políticas de extrema derecha, con el conservadurismo y el clasismo sin fronteras. Lo vemos en sus negocios de Educación, administrando establecimientos destinados preferentemente a hijos de familias con poder económico.

Es cierto que en tiempos coloniales esa misma iglesia quiso educar a los hijos de los campesinos y de los pobres. Fueron los jesuitas quienes mayor empeño pusieron en tal labor, pero el resto de las órdenes vaticanas (otros “pezzonovante”), de la mano con la monarquía de la época, decidió expulsarlos de las colonias que España tenía en América (y también de la propia España).

Esa lucha constante al interior de la iglesia católica, apostólica y romana viene de tiempos antiguos, enfrentando a un sector minoritario con las poderosas órdenes que la manejan sin contrapeso. Los resultados están a la vista. El combate es observable en los contenidos de algunas de las principales encíclicas papales, esas ‘cartas circulares’ que los pontífices hacen llegar a obispos, sacerdotes y fieles de todo el planeta.

«Rerum Novarum» (1891): Léon XIII involucra a la Iglesia católica en temas sociales, denuncia las condiciones de trabajo de la clase obrera e impulsa a los trabajadores a organizarse.

«Vehementer nos» (1906): Pío X condena las leyes que separan la Iglesia del Estado, adoptadas en Francia en 1905.

«Ad beatissimi apostolorum principis» (1914): Benedicto XV denuncia los horrores de la guerra y defiende la caridad cristiana.

«Mit brennender sorge» (1937): Pío XI condena el paganismo y el racismo nazi.

«Divini Redemptoris» (1937): El papa Pío XI vuelve a condenar el comunismo ateo.

«Pacem in terris» (1963): Juan XXIII defiende la paz, fundada en la verdad, la justicia, la caridad y la libertad y condena la carrera armamentista.

«Populorum Progressio» (1967): Pablo VI se pronuncia a favor del desarrollo sostenible del mundo.

«Humanae vitae» (1968): Pablo VI condena los métodos anticonceptivos.

«Evangelium vitae» (1995): Juan Pablo II condena el aborto y la eutanasia y hace un llamamiento para combatir contra las leyes que las autorizan.

«Fides et ratio» (1998): Juan Pablo II pide a los científicos que ante los avances científicos y tecnológicos tengan en cuenta los valores filosóficos y morales.

Es difícil que la iglesia católica cambie de manera sustantiva y se acerque, por fin, a aquella que nació con un objetivo muy diferente a los propósitos y deseos que hoy la mueven. En su interior hay golondrinas que no hacen verano, pero son exactamente eso, casos puntuales de sacerdotes convencidos de realizar la verdadera labor para la cual nació su iglesia, pero no logran convencer al resto de la gran bandada vaticana de imitarlos.

Al parecer, es más que posible que los “pezzonovante” (ultraderechistas, clasistas, machistas, misóginos, comerciantes, especuladores financieros), sigan al mando de las cuerdas que mueven a los pontífices.

 

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