por Franklin Machiavelo
Hoy, la izquierda domesticada, esa que durante años se arrodilló ante los dictámenes del capital, vuelve a levantar la bandera de la unidad. Pero no lo hace con vergüenza ni autocrítica, lo hace con cinismo. Hablan de unidad mientras sellan pactos con empresarios, negocian con los poderosos de siempre y buscan desesperadamente salvar un modelo que solo ha perpetuado miseria, desigualdad y represión para los de abajo.
Esa izquierda neoliberal, heredera del gatopardismo concertacionista, no busca una unidad verdadera. No busca la unidad con los pobladores, los estudiantes, los trabajadores, las mujeres organizadas ni con el pueblo nación mapuche. Su unidad es vertical, instrumental, diseñada para sostener las estructuras del poder burgués y no para transformarlas.
Nosotros, desde abajo, también creemos en la unidad. Pero la nuestra no se firma en oficinas ni se cocina entre cócteles. Nuestra unidad se construye en la calle, en la asamblea, en la huelga, en el reencuentro del pueblo y los movimientos sociales. La forjamos con los que resisten, no con los que administran la miseria.
Somos la alternativa clasista, rebelde y revolucionaria. Somos el fuego que no apagaron. No somos parte del reciclaje político que hoy llaman «nueva mayoría», ni de la puesta en escena que intenta revivir a una Bachelet 2.0 con nuevos rostros y el mismo guion de siempre.
La unidad que levantamos es un reencuentro con nuestra clase, con la memoria de lucha, con los sueños colectivos. No buscamos gobernabilidad para el sistema, buscamos romperlo.
¡Ni pactos con los ricos, ni unidad con los verdugos!
La calle es nuestro quehacer, y la dignidad nuestro horizonte.
