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Tres personajes: Donald Trump, Sebastian Piñera y Mauricio Macri:

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Publicamos un artículo escrito hace casi un año atrás. La elección de Trump destaca la actualidad de la reflexión del autor.

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Tres personajes:

Donald Trump,  Sebastian Piñera y Mauricio Macri:  

En más de 30 años de democracia en Argentina existe la posibilidad de que llegue a gobernar la derecha, aunque no por intermedio del Golpe de Estado o el terror. Mejor dicho por el cansancio. Muchos en Argentina se preguntan si esta Derecha que representa Macri difiere mucho al Peronismo de Menen, que con su ola privatizadora solamente le faltó privatizar el aire.

En Estados Unidos se ve algo similar. El payaso de Donald Trump empezó muy fuerte en las encuestas hasta que hoy se ha desinflado un poco, aunque no tanto para seguir infundiendo su política fascista.

En Chile el fenómeno ocurrió en el año 2010. Sebastián Piñera derrotó al oficialista Eduardo Frei Ruiz Tagle, en unos comicios muy reñidos y que el ciudadano optó por el cambio a seguir gobernados por  la Concertación. Frei representaba casi lo mismo que Piñera, ya que en su gobierno terminó por privatizarse todo lo que la dictadura de Pinochet no había logrado, es decir logró vender las compañías eléctricas y las sanitarias, sin ninguna oposición en el Congreso donde era mayoría.

Todos estos nombres y personajes tienen un denominador común, se declaran abiertamente de derecha y son millonarios. Una combinación fatal para el interés público y para la masa electoral.

“A mí no me interesa la política” dijo una estudiante hace unos meses en Estados Unidos. “Votaré por un presidente que haya sido un exitoso hombre de negocios. Eso es lo que necesita América para volver a ser grande”.

Esta es una respuesta de moda en el país del Tío Sam: la sola frase “volver a ser grandes” disipa muchas dudas ideológicas, pero tal vez lo nuevo sea la abrumadora presencia de la ideología de los negocios, al punto que ha logrado que se confunda a un país entero con una empresa. No es raro, ya que los ciudadanos de ayer hoy son empleados o consumidores, que viene a ser lo mismo que vemos en un supermercado “Líder” o un “Jumbo” o en un mall.

Los seguidores del millonario Trump comparten algo con su candidato, porque la empatía es la base de la política del consumo: la pobreza intelectual, la glorificación del Ego y su reivindicación de la arbitrariedad. La catarsis colectiva del insulto personal y su correlativa negativa a la disculpa, revela mucho de grupos sociales, tradicionalmente dominantes, que se sienten amenazados por una creciente diversidad étnica, cultural y probablemente ideológica. Esto no ocurre solamente en USA sino también en Argentina o Chile, donde la discriminación racial y el rechazo a los inmigrantes ya es evidente.

Los que siguen a Trump comparten con él y con el resto de la población la cultura del individuo alienado que se cree original siendo copia. Pero hay algo, un detalle, que los seguidores de Trump no tienen en común con su candidato: no son millonarios. Aunque lo quieren ser a como de lugar.

La población se siente cautivada por estos personajes que se llaman a si mismos “exitosos”. Como si el éxito dependiera exclusivamente del dinero que se tenga y nunca cuestionando como lo obtuvieron. Se sabe que Trump heredó los millones de su padre, un especulador financiero que dejó en la miseria a miles de estadounidenses. Su hijo Donald no lo ha hecho mal y aparte de ser inescrupuloso para los negocios es también un declarado racista.

El ciudadano común siente una atracción casi enfermiza por estos tipos, que son dueños de la riqueza de los países. La mayoría de los habitantes, es decir aquellos que lo hacen más ricos, sueña, algún día pertenecer a ese selecto grupo de millonarios.

En Argentina la política como espectáculo es un fenómeno. Macri ha alcanzado la cúspide. Pueden ocurrir dos cosas: que ese orgasmo dure lo suficiente como para que le gane a Scioli. A quien la prensa etiqueta como “populista” o como continuista de Cristina Kirchner.

El recurso dialectico de estos candidatos millonarios consiste en decir que todo ha empeorado en este país y que la solución consiste en “yo lo haré”. Aunque sin dar la mínima pista de cómo piensa hacerlo. Como no puede explicar cómo piensa hacer lo que dice que va a hacer recure a algo que muchos estadounidenses hacen muy bien: creer. ¿Por qué debe la gente creer que él sabrá cómo hacerlo? Porque es rico. Si alguien tiene dinero, entonces es un ganador, y si es un ganador es porque tiene razón.

No es raro, entonces, que casi todo el mundo hoy asuma que el progreso científico, tecnológico y social del que disfrutamos se debe a los ricos y a hombres de negocios, cuando cualquier lista de científicos, inventores y activistas sociales que promovieron libertades que hasta no hace mucho estaban vedadas y resistidas por los conservadores en el poder, no tiene nada de ricos sino todo lo contrario: la mayoría ha trabajado siempre en universidades, en organismos públicos o privados, o son asalariados de compañías privadas. Casi todos pertenecen a la clase media y casi ninguno se dedica a los negocios ni tiene tiempo para invertirlo en la bolsa de valores ni en ninguno de los negocios de los señores ricos como Trump, Macri o Piñera.

No obstante, Donald Trump, como Macri o Piñera tienen un mérito enorme, tan grande que se protegen solos contra la inteligencia de su propio electorado. Un slogan que le gusta repetir es “Soy rico, inmensamente rico”. Como si esto bastara para lograr hipnotizar a las masas. Ya sabemos que Trump es un idiota que no sabe hablar, no tiene discurso coherente, que se enoja fácilmente cuando los periodistas inteligentes lo aprietan un poco. Con Macri en Argentina ocurre algo similar. Se hizo famoso por ser Presidente de un club deportivo más famoso aun y, valga decirlo nuevamente, por ser rico. En la última elección presidencial Argentina se puso a bailar con su señora en el escenario, donde precisamente debía dar un discurso. Con Piñera ya es algo anecdótico. Ya famosas fueron las “Piñericosas” del Semanario The Clinic durante su gobierno. En cada ciudad o acto oficial terminaba por mandarse una chambonada. Memorables fueron el “marepoto” o el “tusunami”. Aun así esto no les basta para tener la mayor ambición de poder.

Una reflexión a estos personajes. Cuando el neoliberalismo se confunde con la centro izquierda viene el terreno fértil para que estos señores del dinero confundan a la masa electoral. En Chile se dio algo similar cuando estaba la lucha por la Presidencia entre Eduardo Frei y Sebastian Piñera. Un trabajador de una obra me dijo: ¿Cuál es la diferencia entre Frei y Piñera? Él mismo me respondió. No hay ninguna diferencia porque en el gobierno de Frei se privatizó todo lo que había, es decir, el agua, la educación, los teléfonos y la electricidad. Ni hablar de los índices de cesantía que llegó a 12%. Ninguna diferencia con la Derecha.

Hugo Farias Moya

12-11-2015

 

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