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Transición pactada y traición de clase: el retorno burgués a la democracia neoliberal en Chile

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por Franco Machiavelo

La llamada «transición a la democracia» en Chile, tras la dictadura de Pinochet, no fue una ruptura con el régimen autoritario ni con su proyecto económico, sino una reorganización de las formas de dominación de clase bajo ropajes democráticos. Fue, en esencia, un pacto entre sectores de la burguesía civil y militar —tanto de derecha como de la ex izquierda concertacionista— para asegurar la continuidad estructural del neoliberalismo instaurado a sangre y fuego por la dictadura.
 
Desde una perspectiva marxista y dialectal, la transición chilena debe analizarse no como un triunfo de las masas populares, sino como una reconfiguración del bloque en el poder. En la superficie, se desmanteló la dictadura; pero en la base económica, el modelo de acumulación por despojo, privatización y mercantilización de todos los aspectos de la vida social fue preservado, profundizado y legitimado.
 
La socialdemocracia chilena —representada por la Concertación— jugó un rol fundamental como garante de este pacto. Lejos de revertir las transformaciones neoliberales impuestas por el capital dictatorial, las administraciones post-dictatoriales consolidaron el sistema de AFP, mantuvieron la privatización del agua, sostuvieron la educación como mercancía y legitimaron una Constitución redactada por y para la clase dominante. La «alegría que viene» prometida en campaña no fue otra cosa que la restauración del consenso neoliberal por medios democráticos, neutralizando cualquier posibilidad de transformación estructural impulsada por los sectores populares.
 
La amnistía de facto a los criminales de lesa humanidad, el rol de las Fuerzas Armadas como garantes del orden capitalista, y el blindaje de las grandes fortunas a través de leyes orgánicas constitucionales, revelan que el pacto de transición no fue más que un acuerdo de las élites para evitar la radicalización del movimiento popular que emergía en los años 80. El pueblo fue relegado a espectador mientras sus luchas eran desactivadas y sus demandas traducidas en reformas cosméticas.
 
La dialéctica de esta transición muestra con claridad cómo una supuesta victoria democrática puede ser, en los hechos, una derrota histórica de las masas trabajadoras. Bajo la apariencia de consenso y reconciliación nacional, se perpetuó el dominio del capital y se reconfiguró la hegemonía neoliberal, ahora con rostro civil, pero con las mismas manos que reprimieron, saquearon y silenciaron.
 
Hoy, cuando se habla de una nueva constitución, de reformas y de nuevos pactos, es imprescindible recordar esta traición histórica. El verdadero camino emancipador no pasa por negociaciones entre élites, sino por la movilización popular organizada, la ruptura con el modelo capitalista, y la construcción de un proyecto socialista desde abajo, con el protagonismo de los pueblos, la clase trabajadora y todos los sectores históricamente marginados.
 
La transición chilena no fue la victoria de la democracia, sino la derrota momentánea de la lucha de clases. Y esa herida aún sigue abierta.

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