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Imagen: Estatua del presidente Thomas Sankara en el Consejo de la Entente, Uagadugú, inaugurada en marzo de 2019. (Imagen de Wikimedia Commons)
VALENTINO CERNAZ
En lo que hoy conocemos como Burkina Faso existió alguna vez un líder revolucionario que se ganó el apodo de «Che Guevara africano»: Thomas Sankara. Su breve presidencia puso en marcha un proyecto revolucionario inédito en el continente.
Thomas Isidore Noël Sankara nació el 21 de diciembre de 1949 en la República del Alto Volta. Por entonces, ese territorio era una colonia que formaba parte de la Unión Francesa, logrando su la autonomía en 1958 y la independencia en 1960. Desde muy joven, Sankara comenzó a formarse en la teoría marxista y a interiorizarse en temáticas como el neocolonialismo y el imperialismo. A inicios de los 80, cuando ya llevaba varios años en el ejército, contribuyó a la formación de la Agrupación de Oficiales Comunistas.
Llegó al poder mediante un golpe de estado, del mismo modo que su antecesor y que su sucesor, en el año 1983. Por entonces, Sankara tenía 33 años. Bajo su presidencia, se puso en marcha un proyecto revolucionario que no quería dejar absolutamente nada sin transformar, ni siquiera el nombre de su país, que dejaría de ser Alto Volta para llamarse Burkina Faso. Es una combinación de dos palabras en los idiomas yulá y mossi, hablados allí, que resulta en el significado «patria de los hombres íntegros». Y fue el propio Sankara quien se encargó de escribir la letra y componer la música del himno del nuevo país. Según sus palabras, su revolución se nutría de todas las anteriores, desde la francesa hasta la rusa, además de las luchas por la liberación en el continente africano.
Sankara se propuso la eliminación de los poderes tradicionales de los jefes tribales que aún existían en el país y que pesaban sobre los campesinos. Además, conformó Comités de Defensa de la Revolución, con una estructura similar a la existente en Cuba. También impuso la austeridad entre los miembros del gobierno, reduciendo los salarios de los funcionarios (el suyo incluido), cambiando la flota de vehículos del Estado al reemplazar los de marca Mercedes-Benz por otros de menor costo y prohibiendo a sus ministros viajar en primera clase.
En materia económica y productiva, su gobierno llevó adelante una reforma agraria y la estatización de las riquezas minerales. El horizonte era la soberanía alimentaria puesto que, según Sankara, el imperialismo podía verse con claridad en la procedencia de la comida que tenía la población en sus platos: «el maíz, el arroz o el mijo importado: eso es el imperialismo, no hay que mirar más lejos». Sostenía que su país tenía capacidad para producir suficiente alimento para todos e impulsó un programa de fertilización e irrigación y, para 1986, Burkina Faso ya había duplicado el promedio de producción de trigo por hectárea de su región del continente. La situación alimentaria de su pueblo mejoró sensiblemente. Y, al mismo tiempo que la producción de algodón crecía de forma sustancial, Sankara impulsaba el uso de productos hechos en su país e instaba a los demás países africanos a avanzar en la misma dirección.
El líder burkinés sostenía que la deuda externa de África en general y de su país en particular provenía de la época de la colonia y que debía ser entendida de esa manera. Consideraba que era una forma sofisticada para la reconquista del continente y que los pueblos no tenían por qué pagarla. La propuesta de Sankara era la cooperación y colaboración entre los países africanos para no pagar esa deuda. El crecimiento de su figura y su influencia en el continente fue visto con preocupación desde Francia, que tenía la pretensión de no perder influencia sobre sus antiguas colonias. Y el antimperialismo y anticolonialismo del presidente de Burkina Faso eran piedras en sus zapatos. Su recordado discurso de 1987 en la Cumbre de la Organización para la Unidad Africana es elocuente en este sentido.
Sankara también tuvo planteos y medidas importantes en relación a los derechos de las mujeres, como la prohibición de la mutilación genital femenina y los matrimonios forzados. Además, promovió que las mujeres trabajen fuera de sus hogares, contratándolas numerosamente en el ejército y nombrando a muchas de ellas para desempeñar importantes cargos de su gabinete. Para Sankara, la emancipación de las mujeres no era «una oleada de compasión humana» sino «una necesidad básica para el triunfo de la revolución».
Otro hecho significativo de este memorable proceso político se dio en relación con la salud: el gobierno de Sankara llevó adelante un programa de vacunación a gran escala para intentar erradicar la meningitis y la polio, dos enfermedades por entonces muy extendidas en el continente africano. En ese marco, dos millones y medio de personas fueron vacunadas en una semana, lo que le valió las felicitaciones de la Organización Mundial de la Salud. Por otra parte, se llevaron adelante importantes planes de infraestructura, sobre todo en viviendas públicas y carreteras. Además se impulsó la alfabetización, que creció sensiblemente. Y también hubo lugar para el cuidado del medio ambiente, como lo evidencia la campaña en contra de la desertificación que llevó adelante su gobierno, dando lugar a la plantación de millones de árboles a lo largo del territorio del país.
La prohibición de sindicatos, medios de comunicación y formas de oposición política son algunas de las cuestiones que podrían considerarse defectos de la revolución en Burkina Faso. Sin embargo, deben situarse en el contexto de un país con una larga historia de inestabilidad política que llega hasta nuestro presente. Por otra parte, las arbitrariedades e irregularidades en el funcionamiento de los Tribunales Revolucionarios Populares muestran una insuficiencia marcada en lo que a la justicia refiere, conduciendo a una polarización alrededor del proceso revolucionario, que no necesariamente reflejaba la diversidad de opiniones existentes. También es cierto que los Comités de Defensa de la Revolución cometieron excesos en sus tareas.
En octubre de 1987, Thomas Sankara fue asesinado en el marco de un Golpe de Estado llevado a cabo por Blaise Compaoré, quien tuviera una íntima relación de amistad con el líder revolucionario desde su juventud. Según Boukary Kaboré, estrecho colaborador de Sankara hasta sus últimos días, él le advirtió al líder sobre el complot de Compaoré en su contra y le propuso arrestarlo, pero recibió una respuesta negativa del presidente, que consideraba que eso sería una traición.
Mientras Compaoré procuraba desligarse de la muerte de Sankara, imprimía un giro radical en el país, deshaciendo prácticamente todas las políticas de su antecesor, llevando adelante privatizaciones y estrechando relaciones con los gobiernos de Francia y Costa de Marfil. Continuó como presidente de Burkina Faso hasta el año 2014, obstaculizando de forma sistemática la investigación acerca del asesinato de su antecesor. Fue recién hace pocos días, en abril de 2022, cuando Blaise Compaoré fue condenado a cadena perpetua por lo sucedido hace casi 40 años. Pese a eso, sigue en libertad, viviendo en Costa de Marfil.
Aún con sus errores, la breve pero intensa experiencia de Thomas Sankara a la cabeza de Burkina Faso, representa un aporte invaluable para los proyectos populares del llamado Tercer Mundo. A la revolución de Sankara le bastaron cuatro años para generar sensibles mejorías en la calidad de vida de los burkineses, desde una perspectiva popular, marxista, antimperialista y anticolonialista. Aunque no abunde la bibliografía sobre su revolución y su lucha no sea tan recordada en Occidente, no lo dejemos en el olvido. Sankara murió por su pueblo y por su patria.
VALENTINO CERNAZ
Estudiante de Sociología de la Universidad de Buenos Aires.